Nefertiti
parecía de una belleza tan actual que Valentino se la imaginó entrando a la
tienda Hermés de la exclusiva calle Ortega y Gasset
de Madrid, ataviada con
jeans, camisa de lino celeste, y chaquetilla torera corta,
de piel negra
Entrada 47
Fotografía de una momia egipcia realizada por Aquiles Torres
en el Museo Arqueológico de Madrid
Finalmente el faraón Akenatón
se incorporó, pero continuó con su cabeza gacha y con sus ojos cerrados ante la
presencia de los visitantes que él creía que venían del reino del Dios Atón.
Era una muestra inequívoca de sumisión. Valentino no le volvió a dar ninguna
orden, porque sintió una especie de vergüenza ajena al comprobar que, incluso hasta
los más poderosos, inclinan la cerviz y se humillan ante aquellos que
consideran más poderosos que ellos.
El periodista se mantuvo en silencio y aprovechó a observar detenidamente al rey de Egipto. Comprobó que casi todas las descripciones físicas que había leído acerca de él eran acertadas. Pensó que si hubiera que describirlo físicamente con dos palabras hubiera sido “poco agraciado”. Tenía un cuerpo con rasgos femeninos que, calculó, no superaría el metro y sesenta y cinco centímetros. Lucía completamente depilado y con un maquillaje hábilmente trabajado. Desde su cintura hasta sus rodillas vestía una falda blanca de lino muy fino. Sus caderas eran amplias, la cabeza alargada, los labios carnosos y la nariz prominente. Sus piernas eran tan flacas que Valentino pensó: “Cómo esas piernas, aparentemente tan débiles, pueden soportar su cuerpo; son más delgadas que mis brazos”. En su torso desnudo resaltaban unas tetillas hinchadas que parecían más bien unas tetas menudas, del tamaño que las tienen las jóvenes adolescentes cuando comienzan a ser mujeres. Valentino se imaginó que, probablemente, el faraón fuera hermafrodita. El periodista estaba envuelto en estos pensamientos cuando del grupo se alzó una hermosa voz femenina:
- ¡Sean bienvenidos al templo de Atón, nuestro señor!
El periodista se mantuvo en silencio y aprovechó a observar detenidamente al rey de Egipto. Comprobó que casi todas las descripciones físicas que había leído acerca de él eran acertadas. Pensó que si hubiera que describirlo físicamente con dos palabras hubiera sido “poco agraciado”. Tenía un cuerpo con rasgos femeninos que, calculó, no superaría el metro y sesenta y cinco centímetros. Lucía completamente depilado y con un maquillaje hábilmente trabajado. Desde su cintura hasta sus rodillas vestía una falda blanca de lino muy fino. Sus caderas eran amplias, la cabeza alargada, los labios carnosos y la nariz prominente. Sus piernas eran tan flacas que Valentino pensó: “Cómo esas piernas, aparentemente tan débiles, pueden soportar su cuerpo; son más delgadas que mis brazos”. En su torso desnudo resaltaban unas tetillas hinchadas que parecían más bien unas tetas menudas, del tamaño que las tienen las jóvenes adolescentes cuando comienzan a ser mujeres. Valentino se imaginó que, probablemente, el faraón fuera hermafrodita. El periodista estaba envuelto en estos pensamientos cuando del grupo se alzó una hermosa voz femenina:
- ¡Sean bienvenidos al templo de Atón, nuestro señor!
Valentino giró la
cabeza hacia el lugar de donde había emergido la voz y comprobó que quien les
daba la bienvenida era Nefertiti, la Gran Esposa Real de Akenatón. El
periodista recordó que su nombre, que significa “Bondad de Atón, la bella ha
llegado”, le hacía honor porque poseía una belleza que embriaga a quien la
mirara. Aunque parecía físicamente frágil, nada más verla se adivinaba que no
sólo era inteligente y sagaz, sino que también poseía un fuerte carácter con el
que, probablemente, manejaba tanto política como religiosamente al gran farón
y, por lo tanto a todo Egipto.
Su rostro era mucho
más hermoso que el valioso busto de piedra caliza policromada que realizó el
artesano y escultor Tutmose allí, en Amarna, descubierto en 1912 y que,
actualmente, se exhibe en la sala de la cúpula norte del Museo Egipcio de
Berlín. Y no sólo llamaba la atención por su belleza, sino también porque era más
alta y espigada que la mayoría de las personas que componían el grupo de
cortesanos. Valentino, en forma descarada, la volvió a mirar atentamente. Tenía
el cuello largo y elegante, pómulos abultados y un maquillaje que realzaba aún
más su majestuosa femineidad. Parecía una modelo de alta costura del siglo
veintiuno a punto de subir a una pasarela. Le pareció de una belleza tan actual
que se la imaginó entrando a la tienda Hermés de la exclusiva calle Ortega y
Gasset de Madrid, ataviada con jeans, camisa de lino celeste, y chaquetilla
torera corta, de piel negra. Sus ojos eran almendrados, la nariz bien
proporcionada y, a pesar de su delgadez, sus labios lucían tan sensuales que daban
ganas de besarla con pasión. Le recordó a Audrey Hepburn, la actriz que
Valentino consideraba la más bella e interesante de la historia del cine. Como
todos, también ella llevaba vestimenta blanca. Un vestido transparente,
probablemente de seda, que traslucía su cuerpo desnudo y que dejaba ver sus
clavículas marcadas, sus pechos proporcionados, el contorno de sus caderas, su
ombligo y hasta su pubis depilado.
Se dice que Nefertiti era hermana de
Akenatón y que fue la madre de Tutankamón, conocido como “el faraón niño”,
quien también llegó a reinar Egipto después del rey llamado Smenkkhara. Probablemente
en ese momento, Tutankamón, aunque de cortos años, debe haber estado allí
presente. Al igual que su padre, Tutankamón se casó con su hermana llamada
Anjesenpaatón, la cual, para hacer público que también era hija de Akenatón y
Nefertiti, siempre a su nombre solía agregar la leyenda:"…de las entrañas del faraón, nacida de la reina Nefertiti".
En medio de una
maraña de estímulos sensoriales, Valentino tuvo que hacer un esfuerzo para
centrarse en lo que había ido a hacer: una entrevista a Akenatón. Sobre todo
quería enterarse de boca del propio faraón cómo este ser humano que por
caprichos del destino había sido investido el hombre más poderoso de uno de los
reinos más importantes de la antigüedad, había llegado a concebir la idea de un
Dios único, algo tan poco común en esa época. Y, por supuesto, también detalles de los últimos años de su reinado,
que los investigadores afirman que fueron muy enrevesados y llenos de
traiciones, sobre todo por parte del cuerpo sacerdotal casi intocable, que entonces
era una mezcla de casta y de mafia.
Valentino agradeció a Nefertiti la
bienvenida y le transmitió a ella y al faraón que quería hablar a solas con ambos.
Para despertar un mayor interés, agregó que les entregaría un mensaje secreto
del Dios Atón. El faraón ya repuesto y animado por su esposa real, invitó a
Valentino a pasar a una estancia cercana, mientras los demás, con Muchosnombres
y el señor Destino, se desplazaron a una gran sala donde había mesas con
numerosas bandejas con pescados, carnes, dátiles y frutas frescas; también
cántaros con jugos y néctares. Varios sirvientes se acercaron a Muchosnombres y
al señor Destino para ofrecerles comida y bebida. Como conocían perfectamente
las normas elementales del protocolo de la corte de Amarna, inmediatamente
aceptaron y comenzaron a degustar los abundantes manjares, mientras la corte en
pleno, sin pronunciar palabra, los miraba embobados comer. Rompiendo el
embarazoso silencio, el señor Destino exclamó:
- Son los mejores dátiles que he probado en mi vida.
- Son los mejores dátiles que he probado en mi vida.
Esta frase
rompió el hielo. Quienes los rodeaban comenzaron a mirarse entre ellos, a
sonreír y a hacer movimientos de aprobación moviendo su cabeza de arriba abajo.
Y el señor Destino no
mentía, los dátiles eran soberbios. Cuando los ingirió para saborearlos, de
inmediato, la pulpa de los frutos explotó en su boca. Los mezcló con una
especie de cerveza turbia que generó una mixtura de sabores agridulces, que le
hizo percibir una sensación gustativa que le recordó una cena que, en una
ocasión, acompañado por Muchosnombres y Napoléon, disfrazado de ejecutivo
agresivo, había degustado en el famoso restaurante “El Bulli” de Ferran Adrià,
emplazado junto a la cala Montjoi en la Costa Brava Catalana, considerado
durante varios años el mejor restaurante del mundo. Le parecieron bocados tan
sobresalientes como los de esa llamada Nouvelle Cuisine creada por los mejores
chefs y cocineros que, por lo general, solían presumir de estrellas Michelin.
Mientras los demás paladeaban las exquisiteces
de la cocina real del faraón, Valentino comenzó a hacerle a Akenatón las
preguntas que tenía en el cuestionario mental que había preparado en días
anteriores.
Entre otros comentarios,
Akenaton explicó que cuando decidió venir de Tebas, Tell el Amarna era un
erial.
- Elegí este lugar por la cantidad de días con sol que tiene. Es un sitio ideal para estar en contacto con Atón, nuestro Dios – explicó el faraón.
- Elegí este lugar por la cantidad de días con sol que tiene. Es un sitio ideal para estar en contacto con Atón, nuestro Dios – explicó el faraón.
Cuando Valentino
quiso saber por qué había decidido romper con la religión politeísta, Akenatón
lo miró mansamente y le explicó que Atón, su Señor, se lo había ordenado. Comentó
que éste le había explicado que era necesario, porque la corrupción religiosa había
llegado a cotas tales que, incluso, ponía en peligro la supervivencia del
propio Egipto. Agregó que las supercherías estaban debilitando la voluntad de
sus súbditos hasta el punto que en caso de una invasión, podrían ser arrollados
por los ejércitos de reinos extranjeros, aquellos que desde siempre, habían
mirado con ojos ávidos las riquezas de Egipto.
- ¿Tan
grave era la situación?
- Sí. La
religión dejó de ser un instrumento de liberación y por la codicia de la clase
sacerdotal que seguía a Amón, se había transformado en una herramienta de
opresión y desigualdad. Los pícaros, y las mafias religiosas y políticas se
habían enriquecido como nunca antes había sucedido en Egipto – e insistió- Fue
mi Señor Atón quien me dio la orden de romper aquel nudo de iniquidad y liberar
a Egipto.
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