lunes, 26 de septiembre de 2011

Por ti volaré

Capítulo 24
Hotel "Brighton". Valparaíso. Chile.

     Busqué el CD donde estaba la canción “Amar y Vivir”. Lo puse en el reproductor e hice funcionar el aparato de música. Ella se acercó a mí y me abrazó.
- Gracias Valentino, eres muy especial – me dijo bajito.
- Tú también eres especial y, además, muy femenina – agregué yo.
- ¡Mmm! ¿Es un piropo?
- Es que lo eres de verdad.  ¿Por qué me has pedido esta canción?
- Porque era “nuestra canción” – me confesó.
- ¿Cuánto tiempo duró tu romance, Michelle?
- Casi un año.
- ¿Es mexicano, como tú?
- Es español – me contestó sonriendo con una mueca de tristeza.
- ¿Lo conociste aquí, en España?
- No, fue en un avión.
- ¿En un avión?... ¿Lo atendiste y surgió la chispa?
- No, fue en un vuelo en que no iba trabajando como tripulante. Viajaba como pasajera a Francia, por un asunto familiar grave.
- ¿Entonces cómo fue que coincidisteis?
- ¿Crees en el destino?
- Hombre…a veces creo y a veces no – dije sonriendo con sorna mientras recordaba al señor Destino que sabía habría metido la cola en la relación que Michelle me relataba. Y que de nuevo la estaría metiendo.
- Yo sí creo. En mi caso fue el destino quien nos puso frente a frente.
- ¿Frente a frente?
- Sí. Fue muy divertido. Te contaba que viajaba a Francia. Bien, al entrar al avión tropecé, tiré todo lo que llevaba en mis manos, me agaché a recoger mis cosas pero él llegó antes a mis bártulos que estaban tirados por el pasillo, los cogió y, mirándome a los ojos, me los entregó mientras me ayudaba a levantarme.
- ¿Y?
- Me dijo: “Creo que esto es tuyo”. Su mirada fue tan profunda que sentí que penetró dentro de mí y dio cien vueltas por mi cerebro. No sé cuánto duró ese instante pero a mí me pareció una eternidad. Me quedé obnubilada. En ese momento me sentí feliz sin saber bien porqué.
- ¿Y luego?
- Él viajaba en Clase Business, pero apenas el vuelo alcanzó la altura de crucero, vino a Clase Turista y me invitó a que nos cambiáramos a dos asientos libres que había en la última fila del avión.
- ¿Aceptaste?
- Claro que acepté. Y ni él ni yo volvimos a nuestros asientos. Hicimos juntos todo el vuelo, conversando de nuestras vidas, conociéndonos, riéndonos, mirándonos, deseándonos, desnudándonos con los ojos.
- ¡Uf!...Fue un flechazo con curare.
- Me contó que desde hacía un año trabajaba en Chile, como expatriado para una multinacional española. Que aunque hacía continuos viajes al extranjero, en Santiago su empresa tenía lo que denominó como el “headquarter” para Sudamérica y donde, además, él tenía lo que consideraba su casa. Me dijo que sería así hasta que le ordenaran cambiar de país, porque, según él, “estos cambios forman parte de lo que en las multinacionales llamamos desarrollo de carrera”. Me confesó que a él le gustaba este juego porque le permitiría llegar a lo más alto.
- ¿También viajaba a Francia?
- No. Él se quedó en Madrid donde había sido citado a varias  reuniones. Yo, en cambio, hice escala para seguir a París en un vuelo de Iberia. Cuando nos separamos en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas me pidió mi dirección electrónica y me preguntó si podía ir a verme a París. Riendo, yo le contesté “évidemment”. Aunque por supuesto no lo tomé en serio. Sin embargo, nada más llegar a Francia tenía cinco e-mails de él con fotografías de flores.
- Michelle, eso significa que le gustaste de verdad. ¿Y fue a verte a Francia?
- Sí, cumplió su palabra. A los tres días llegó a París. Me invitó a cenar a un restaurante muy romántico llamado “Le Coupe-Chou”, que está escondido en medio de las hermosas calles del Barrio Latino.
- Conozco ese restaurante, está cerca del Pantheón. Sirven unos postres formidables. ¿Fue una cena agradable?
- Tan agradable como este encuentro que esta noche estoy viviendo contigo. ¿Sabes que te pareces un poco a él?
- ¿Sí?
- Pero él es más serio, más introvertido, más tímido. Creo que le da demasiada importancia a su trabajo. En cambio me parece que tú eres mucho más abierto. Tú sonríes más. Por lo que he visto te gusta comunicarte con todo el mundo. Sabes mezclar el trabajo con el juego de la vida. Dicen que eso es un don.
- ¿Y luego de la cena?
- Luego me invitó a su hotel y terminamos desayunando juntos.
Él se regresó a España a mediodía, pero antes acordamos volver a vernos en Santiago de Chile a nuestro regreso.
- ¿Y os visteis?
- Sí. Vinieron varios meses de gloria que no los olvidaré en mi vida. Aunque yo vivo en forma independiente, cada vez que coincidíamos en Chile me iba a vivir a su departamento. Íbamos al cine; a los museos; cocinábamos comida mexicana y española; platicábamos; oíamos música; alquilábamos películas para verlas por televisión; sin hablar, tomados de la mano, nos sentábamos en la terraza a mirar la cordillera nevada; nos besábamos; hacíamos el amor mientras la luna nos iluminaba. ¿Has hecho el amor mientras la luna te ilumina?
- Sí, y no lo he olvidado nunca. Es una experiencia maravillosa. Además en esa ocasión oíamos el ruido del mar que nos cantaba.
- ¡Ah, amigo!…tú también tienes tu historia. ¿Sigues con ella? 
- Ya no; me sucedió algo parecido a lo que te ocurrió a ti: la distancia nos separó.
- ¡La distancia es una mierrrda! Casi siempre uno de los dos no la resiste.
- En mi caso ella desató los nudos. ¿Y viajabais mucho? – le pregunté cada vez más interesado en su experiencia.
- Sí, pero siempre dentro de Chile. Cuando juntábamos días libres nos íbamos fuera de Santiago. Buscábamos algún sitio especial y jugábamos a imaginarnos que no existía nadie más que nosotros en el mundo. La verdad es que cuando estaba con él no necesitaba a nadie más.
- Ese guión lo conozco – dije asintiendo con la cabeza.
- ¿Sabes Valentino? Nunca voy a olvidar el primer lugar al que fuimos a pasar un fin de semana. Viajamos a Valparaíso. Fuimos al puerto, caminamos por la playa, visitamos “La Sebastiana”, una de las casas de Neruda. Y nos hospedamos en un pequeño hotel lleno de encanto que se llama “The Brighton”. Está emplazado en un cerro llamado Concepción, en el pasaje Atkinson. Por fuera está pintado de color amarillo. Tiene muy pocas habitaciones. La nuestra tenía un pequeño balcón desde donde podíamos ver todo el puerto y parte del litoral. Recuerdo que por la noche, cuando bajamos al comedor a tomarnos una copa, nos encontramos con la actuación de un conjunto musical y un cantante que tenía la voz muy parecida a Andrea Bocelli. Interpretó varias canciones. Me quedó grabada una porque fue como premonitoria. Además cuando en un pequeño grupo alguien canta, la intimidad crea una atmósfera protectora que te hace hasta olvidar el mundo exterior.
- ¿Cuál es esa canción?
- Se llama “Por ti volaré”.
- No la conozco – me excusé.

     Pero no había terminado de decir que no la conocía cuando se comenzó a oír el “Por ti volaré”. De inmediato me di cuenta de lo que sucedía y murmuré al aire: “Perdona Muchosnombres, me había olvidado que estás en todas partes”. Por suerte Michelle, al irrumpir su canción se emocionó tanto que no se dio cuenta que yo me estaba excusando con un ser que ella no podía ver. Si se hubiera percatado hubiera pensado que estaba loco. A continuación ambos, en un silencio sepulcral, comenzamos a sentir dolor al llenar la canción la estancia.
- Es una canción muy hermosa, pero triste – le comenté a Michelle.
- Es triste, pero a mí me hace volar. Pienso que a veces también él la oye y me recuerda.
- ¿Y por qué terminasteis?
- Quizás porque la felicidad no dura para siempre. A él lo trasladaron de país.
- ¿Muy lejos?
- Al otro lado del mundo; a Hong Kong.
- ¿Hace mucho que no tenéis contacto?
- Hace varios meses que no sé nada de él.
- ¿Qué fue lo último que supiste de él?
- Recibí un mensaje que, entre otras cosas, decía: “… los momentos pasados junto a ti jamás los olvidaré. Han sido inmensamente bellos y quiero que todo esto permanezca dentro de mi corazón y de mi alma por siempre…”.
- ¿Desde entonces nada?
- Desde entonces sólo silencio.