sábado, 29 de octubre de 2016

Encuentro con Frida Kahlo

Entrada 51

Fotografía realizada por Aquiles Torres


- Valentino ¿quieres que el viaje sea instantáneo o prefieres tener conciencia, aunque sólo sea durante algunos minutos, que estás viajando en esa entelequia que tú llamas tiempo? - preguntó Muchosnombres al periodista.

- Preferiría experimentar la sensación de viajar en el tiempo, igual como hicimos cuando visitamos Egipto para reunirnos con al faraón Akenatón y la reina Nefertiti - le contestó Valentino.
- Entendido. Pero ¿sabes?, te lo voy a hacer más divertido aún; a tu experiencia le voy agregar algunas vivencias de tu vida que me consta que no recuerdas.

Nada más responder que "sí", Valentino percibió algo parecido a un agradable y suave zumbido. Su departamento y todo lo que había dentro, desde el mobiliario y hasta un mango maduro que estaba a medio pelar, casi a punto de ser zampado, comenzaron a diluirse en la nada. 

Como Muchosnombres se lo había advertido, Valentino comenzó a visionar instantes de su propia existencia que, en algún momento de su vida, se habían disuelto en su memoria. A continuación percibió una intensa mezcla de sensaciones táctiles, imágenes, colores, sonidos, aromas y hasta sabores que no recordaba, pero que le ayudaron a entender muchas de las incógnitas que lo habían envuelto, sobre todo, en los últimos años.

También, en tropel, aparecieron personas a la que jamás había visto, vestidas con atuendos extrañísimos, pero que sintió que eran parte de él. Probablemente eran antepasados suyos quienes, aunque no conocía, formaban parte de su cadena genética. Asimismo afloró a su consciencia una secuencia de relámpagos sensoriales: sonrisas, lágrimas, muecas, y latidos del corazón. Supuso que todos estos episodios siempre habían estado allí, medio encendidos como las cenizas de los braseros. Había bastado un suave soplo de Muchosnombres sobre esas vivencias para que se esparcieran como fuegos artificiales por su cerebro y lo hicieran reír y llorar.

Valentino no fue capaz de calcular cuánto duró toda esa extraordinaria síntesis de estímulos, pero le pareció que había sido toda una vida. Quizás había tenido la suerte de volver a vivir una parte importante de su propia existencia. Porque ¿cuánto dura una vida? ¿Sólo la suma de lo importante que nos ha sucedido que, por serlo, somos capaces de recordar? Naturalmente una vida es mucho más que esa simple adición de muescas en nuestra corteza cerebral. Y esta era la circunstancia que Valentino, gracias a Muchosnombres, había tenido la suerte de experimentar.

Finalmente, cuando se extinguió ese regalo de vivencias, Valentino se encontró en México, en Coyoacán, de pie en la esquina de la Casa Azul, acompañado de Muchosnombres y del señor Destino. Sin pensárselo dos veces entró como un autómata por la puerta, dirigiéndose hacia el Sancta Sanctorum, la recámara donde Frida descansaba y soñaba. Allí, a un costado de la habitación, estaba el catre antiguo, con dosel, que el informado periodista conocía por fotografías en blanco y negro que había visto en libros y en Internet. Aunque se lo había imaginado más grande, el impacto fue igual. Le pareció un altar de una divinidad. Cuando la divisó a ella vestida sobre la cama, con un vestido blanco bordado con figuras de pájaros de colores, casi le estalló el corazón de emoción. Se fijó que en la madera superior del dosel, encima del lecho, un espejo repetía su enigmática figura. Extrañamente, en el espejo su imagen parecía flotar ingrávida en un espacio en el que ella era el centro del universo. Frida era tal cual Valentino la había imaginado. No bella, pero sí intensamente atractiva. Quiso decirle algo, pero antes de abrir su boca Frida lo miró con sus ojos oscuros, enmarcados por las originales cejas que había visto decenas de veces en sus fotografías y en sus autorretratos. Se sintió saeteado hasta el punto de quedar unos segundos sin reaccionar. Para escapar de esos ojos hipnotizantes se centró en sus labios pintados con un carmín de un tono rojo marrasquino. Lo cautivaron tanto, que deseó besarla.

- Sabía que vendrías - le dijo Frida con un mohín de coquetería.

En ese instante se acercó el señor Destino quien, con una sonrisa enigmática dibujada en su cara le urgió: "Pregúntale ¿cómo podía saber ella que vendrías?". El periodista lo hizo, y la respuesta de Frida fue misteriosa:

- Estaba escrito en mi destino. Recibo señales que pocos seres humanos solemos percibir. Dicen que es un don que tengo. La mayoría de las veces advierto con días de anticipación lo que me sucederá. Vienes del futuro ¿verdad?

Su afirmación y su pregunta lo dejaron estupefacto. Se sintió atrapado, como si hubiera estado cometiendo una falta. De inmediato miró al señor Destino a quien la sonrisa se le había transformado en una mueca de vanidad. Le costó varios segundos rehacerse. No sabía qué contestarle a la mujer. Al final prefirió no mentirle y asintió con la cabeza. Frida se sonrío y exclamó:
- ¡Pocas veces me equivoco!

Al percatarse que el espejo le había llamado la atención al visitante del futuro, le contó que su madre lo había hecho instalar allí tras el terrible accidente que sufrió en el autobús que la traía de regreso de la Escuela Nacional Preparatoria. El percance fue devastador. La dejó postrada, casi sin movimiento, durante varios meses. Y con secuelas importantes para toda la vida. Al ver su imagen reflejada, Valentino pensó que, probablemente, el espejo lo utilizaba como una especie de pantalla de cine que no sólo le mostraba su propia imagen, a veces más triste a veces más contenta, sino que talvez a través de él podía percibir otras dimensiones.

Y como si hubiera adivinado lo que Valentino estaba pensando, le comentó:
- Muchas veces, utilizando este espejo, me escapo hacia otros mundos. Mundos en los que puedo correr, volar y amar hasta quedar saciada de aventuras y caricias. ¿Sabes, amigo del futuro? ¡Me encanta sentir una mano recorriendo mi piel! ¿Hay algo más humano que una caricia?

Como no podía hacer fotografías ni grabar vídeos, Valentino siguió escudriñando la habitación para no olvidar los pequeños detalles. Quería llevarse la mayor cantidad de imágenes para poder hacer más interesante para sus lectores su encuentro con Frida. Se detuvo en la cabecera de la cama donde había varios retratos, entre los que destacaban los de Lenin, Stalin y Mao Tse Tung, a quienes, comentó, admiraba. También había una interesante colección de muñecas con sus cabezas, sus brazos y sus piernas descoyuntadas,
 sueltas sin concierto, unidas al cuerpo apenas por unas pocas puntadas de hilo.
- Son hermosas ¿verdad? - le platicó la artista con los ojos muy abiertos, y agregó - Las tengo desde niña. Me gustan porque las encuentro parecidas a mí. Ellas están apenas unidas a sus torsos por unas cuantas hilachas, como yo por este corsé y estos hierros que me ayudan a mantener mi cuerpo en su lugar.  

lunes, 11 de enero de 2016

Valentino y Violante se confiesan su amor

Entrada 50


Fotografía realizada por Aquiles Torres


     Aunque Valentino conocía casi de memoria el cuerpo desnudo de Violante, una vez más, al ver el horizonte de sus caderas y la colina de su pubis que lindaba con el maravilloso sexo de la muchacha, experimentó un sorprendente estremecimiento de placer que le recorrió la columna vertebral y que se quedó anidado, latiendo, en su cerebro. Entonces rompió el silencio y en un tono muy bajito, le dijo a la guapa mujer:
- Princesa, tu sexo me recuerda a unos pastelillos que solía comer a escondidas en mi infancia.
- ¿Te gustaban esos pastelitos de tu niñez?
- Me encantaban. Y más aún cuando estaban coronados con nata y con una tentadora cereza al marrasquino equilibrándose encima de la crema. En la casa de mis padres siguen haciéndolos para las fiestas familiares especiales, y yo sigo yendo a la cocina, a escondidas, a hurtar alguno, como lo hacía cuando era pequeño.
- ¿Qué sabor tienen?
- Tienen una mezcla de sabores. Es el resultado de la combinación de la masa de hojaldre, de la canela, del azúcar, de unas gotas de aguardiente, de una pizca de miel, de la crema y de la cereza al marrasquino.
- ¿Y si te dijera que mi pastelito es mejor? – lo desafió Violante guiñándole sus grandes ojos, como de un hipnotizador oriental, que lo invitaban a degustar una especia secreta.

La sutil insinuación de la mujer hizo que Valentino se sintiera más atrapado y seducido aún en la tela sensual que minutos antes había comenzado a tejer con ella. Ambos sabían que en las contiendas amorosas, lo que más les seducía era el juego previo que antecedía a los maravillosos estertores finales que, casi siempre, los hacían perder el sentido.

- ¡Mmm! Estoy seguro que el tuyo es mejor.
- Debes probarlo una vez más para que puedas comparar.
- Naturalmente que lo voy a hacer. Tengo muchas ganas de jugar con ese botón rosado que se asoma en esa golosina – dijo Valentino, y ambos se rieron en forma cómplice.
- Hazlo, pero muy suave, porque es el punto donde se concentra más placer.
- Descuida, así lo haré. Iré poco a poco hasta llegar a la cereza al marrasquino, que suelo siempre dejarla para el final.
- Hazlo como quieras, pero por favor, comienza ya porque estoy ardiendo.

Valentino continuó recorriendo con sus manos el cuerpo de la bella mujer. Mientras reptaba sobre las colinas de sus pechos y la pradera de su vientre, pensó en lo afortunado que era y, lo más importante, que esta vez estaba seguro que lo que sentía por ella era amor de verdad; no sólo deseo. Luego exclamó: 
 
- Dios mío ¡qué bella eres!
- Y también soy sabrosa. ¡Ah! y no olvides la frutita – le recordó ella con un mohín de picardía en sus ojos.
- Princesa, por nada del mundo dejaría de saborearla.
- Es lo que ahora mismo más deseo que hagas, mi capitán. Aunque también quiero que este preámbulo maravilloso sea eterno. Ahora mismo me siento ingrávida. Estoy flotando. Me siento feliz. No necesito nada ni a nadie más que a ti.
- También yo estoy volando, pequeña.
- Anda, apriétame fuerte. Aplasta tu pecho contra los míos.
- ¡Qué deliciosos son!
- Y ahora restriega mi piel con tu cuerpo y acaricia mi cuello con tus labios.

Pero la frase se quedó suspendida en el aire porque Valentino le cubrió, suavemente, sus labios con los suyos.
- Mientras me besas me gusta percibir tu olor.
- ¿Mi olor?
- Sí, tu olor ¿Sabes que cuando pienso en ti lo primero que me viene a la memoria es tu olor?
- ¿Por qué mi olor?
- Porque tienes un olor especial, único. Es como si en tu piel se hubieran anidado las esencias de tus viajes, de tus experiencias en guerras, de tus entrevistas imposibles, de tus relatos maravillosos, de tus sueños, de tus dolores y también de tus alegrías. Por eso, cuando estás lejos y quiero traerte a mi lado, pienso en el aroma de tu cuerpo. Sólo después de percibir tu olor se me aparece tu imagen, tus ojos, tu sonrisa, tus músculos; luego oigo tu voz ronca. Una voz, que cuando hacemos el amor y me susurras al oído palabras y frases tibias y tiernas, me hace desfallecer de placer.
- ¡Qué casualidad! a mí también siempre me ha gustado tu olor, Violante.
- Probablemente sea el perfume que suelo llevar siempre, el mismo desde que era adolescente. Valentino, quiero que sepas que para mí tú eres un ser humano singular y que me gusta casi todo de ti.
- ¿A pesar de ser tan diferentes?
- Talvez te amo porque somos tan diferentes. Aunque quizás lo que más me enardece son tus manos grandes, más oscuras que las mías, surcadas de venas, como raíces que terminan entrelazadas en tus dedos.
- Mis manos son muy toscas, princesa. Me han dicho que tengo las manos típicas de un hombre brusco.
- Yo no las noto toscas ni bruscas; las percibo vigorosas, llenas de fuerza. Cuando me acarician, siento que toco el cielo y todos los vellos de mi cuerpo se me erizan.
- Eres muy generosa conmigo, pequeña.
- No es generosidad, es sólo la verdad. Puede que sea  culpa del amor que siento por ti.

Valentino no recordaba que antes se hubieran sincerado de ese modo. Algunas de las cosas que Violante le estaba expresando, las intuía. Pero oírlas enunciadas por ella en una ceremonia tan íntima era otra cosa. Era la confirmación de que la muchacha también lo amaba y lo necesitaba tanto como él a ella.

Valentino era un hombre que quizás la vida, como a muchas otras personas, lo había transformado en un ser humano especial. Era hijo de una familia relativamente acomodada. Nada más llegar a su adolescencia se inclinó por una opción política y comenzó a apoyar causas sociales a favor de minorías desvalidas. Pero sólo después de sus viajes como reportero en zonas en conflicto, tras ver y vivir los estragos de la guerra, fue cuando se convenció que debía luchar por un mundo más justo. No fue necesario que nadie le hablara de desigualdad, de abusos y de tropelías, porque en medio de las catástrofes y calamidades causadas por los hombres le había tocado vivir días y semanas en situaciones límites con los más pobres y desvalidos. Fue testigo de lo peor que los seres humanos son capaces de hacer cuando se transforman en bestias. Sus primeros viajes fueron muy duros. Tanto, que cuando regresaba a España, durante el día volvía a su normalidad, pero durante las noches los infiernos en la tierra regresaban a él y no le daban respiro. En sueños volvía a ver mujeres, niños y ancianos mancillados y masacrados gritando piedad. Poco a poco entendió que debía hacer algo más que denunciar esos avernos. Fue entonces cuando, entre otras cosas, comenzó a cooperar activamente con una organización no gubernamental creada por Violante. Así fue como, después de muchos años, se reencontraron.

Violante, en cambio, era una mujer que había nacido en “cuna de oro de 18 kilates”. Sin embargo, a pesar de pertenecer a una minoría privilegiada que le permitió recibir una educación en los mejores centros de enseñanza de diferentes países; que había heredado y acrecentado un gran patrimonio formado por bienes inmuebles, acciones, empresas, y obras de arte; y que sus amigos más íntimos formaban parte de los grupos más influyentes, no se sintió feliz del todo hasta que comenzó la relación con Valentino, a quien ella, a veces, llamaba “capitán”. Desde el comienzo Valentino percibió que la “princesa” se sentía sola, que necesitaba un hombre que fuera su cómplice, no sólo para hacer el amor en citas secretas, sino también para sentir que tenía a su lado una persona capaz de dar hasta su vida por ella. Y el periodista había acertado. Ella, la importante mujer que solía moverse en los saraos sociales y culturales más importantes y que, además, aparecía en los medios de comunicación como un ejemplo a seguir, lo que más necesitaba eran unas simples caricias, que le dijeran cosas hermosas en la intimidad y que le expresaran con convicción: “daría mi vida por ti”. También necesitaba sentir abrazos auténticos y latidos de otro corazón que retumbaran en su pecho, sobre todo en las noches en que se sentía vulnerable.

Valentino acercó aún más su cuerpo al de ella y continuó acariciándola con sus hábiles dedos. Sin urgencia fue recorriendo su cuerpo, y con delicadeza extrema fue acercándose a la zona de la boca del volcán que contenía en su interior de fuego un pequeño rubí tornasolado.

- Sigue…sigue – suplicaba ella bajito mientras Valentino continuaba haciendo arabescos con sus labios en su piel. De este modo, pasó la frontera de su vientre y, sin detenerse, llegó al pubis de la hermosa muchacha.
- Ahí…ahí, quédate un rato ahí, por favor. Tatúame una mariposa con tu boca.

Pocos minutos después, empapados de palabras de amor, con un intervalo de segundos, temblando, llegaron al “país de nunca jamás”.

Los amantes estaban volviendo en sí cuando comenzaron a oír las notas de “La Adelita”. Violante se sobresaltó. Pensó que había entrado alguien al departamento y que, sin percatarse que estaban ellos en el dormitorio, había puesto música en la salita donde Valentino solía trabajar.

- Tranquila, princesa, es sólo mi equipo de música que me avisa que tengo que llamar a México por el reportaje a Frida Kahlo.
- ¿Irás?
- Sí. Ya sabes que necesito estar el lugar en que ha vivido mi entrevistado para poder inspirarme.

Valentino y Violante continuaron jugando y haciéndose caricias durante media hora más. Después, juntos, se fueron a la ducha. Luego la bella mujer secó su cuerpo, se perfumó, repasó el carmín de sus labios, se arregló su abundante cabellera y se vistió.

- ¿Qué te apetece comer? – preguntó el anfitrión.
- Nada, mi amor; debo irme. Tengo una reunión importante. Es por el tema de la ayuda destinada a los refugiados; y tú debes llamar a México.

Apenas la princesa encantada se marchó aparecieron en el departamento Muchosnombres y el señor Destino. Esta vez Muchosnombres tenía la apariencia de un muchacho de unos veinte años.
 
- ¿Eres tú Muchosnombres? – inquirió Valentino.
- Si, es él – aseguró el señor Destino- Se ha cansado de su imagen de chica guapa y ahora su aspecto es casi el de un imberbe.

- Malvado, me preferías como “tía buena” ¿verdad? – le espetó Muchosnombres.
- No es eso, es que me desconciertas. Si todos tuviéramos ese atributo tuyo que cuando quieres te permite ser un día una persona y otro día otra, imagínate la que se armaría en la tierra. Cuando cambias de aspecto, de voz y de personalidad, para mí es como comenzar a conocerte de nuevo ¿Quién eres realmente, Muchosnombres?
- Vamos, déjate de zarandajas y concentrémonos en el “viaje” a la Casa Azul de Frida Kahlo.