martes, 12 de noviembre de 2013


Valentino y Michelle entraron a un cielo 
de placer que los hizo perder la razón.

Entrega 42
  

     Fotografía realizada por Aquiles Torres 
en "El Pueblito" de Los Dominicos (Santiago de Chile)

     Apenas Muchosnombres y el señor Destino desaparecieron del departamento de Michelle, porque fue así, no se fueron, se esfumaron, Valentino y Michelle se ducharon y se cambiaron la ropa que habían usado para ir a Isla Negra. Cuando terminaron, vestidos sólo con albornoces, salieron a la pequeña terraza y allí, mirando cómo el sol de la tarde teñía de rojo la nieve de la Cordillera de los Andes, comieron fruta y bebieron té a la naranja. Luego, sin decirse nada, se levantaron de sus sillones y se fueron al dormitorio.

     En el dormitorio Michelle le confesó al periodista que estaba feliz de que hubiera venido y decidido quedarse un par de días con ella. Le confidenció que estaba consciente que sus sentimientos eran mucho más profundos que los de él, pero que no le importaba. Que lo entendía, que las circunstancias eran las que eran.
- ¡Qué bien que pienses así! Aunque la vida no es perfecta creo que vale la pena vivirla – le contestó Valentino.
- Estoy de acuerdo contigo; y te aseguro que intento vivirla con intensidad cada día. Y cuando digo con intensidad me refiero a ser consciente que cada instante sólo lo vivo una vez y que no se repetirá jamás. Por ejemplo, no sabes lo afortunada que he sido mirando en silencio la cordillera contigo. Y parecerá una cursilada, pero incluso el pensar en ti y en nuestra complicidad me ponen contenta.

     A continuación, mirándolo a los ojos le reiteró que a ella le bastaba que existiera entre ellos una relación especial, casi secreta. Que pudieran hablarse por teléfono y charlar por Internet cuando quisieran, que aunque fuera de vez en cuando tuvieran la alegría de verse en Chile o en Madrid, o en algún otro lugar del mundo. “Todo eso me hace feliz”, le expresó. Y terminó platicándole: “Me gustaría invitarte a México”.
- A mí también me gustaría ir a tu país. ¿Sabes? Justamente en mi lista de entrevistas tengo a tu compatriota Frida Kahlo. Para “entrevistarla” y escribir sobre ella deberé ir a la casa donde vivió.
- Pero Valentino ¿Eres consciente que Frida murió el año cincuenta y cuatro del siglo pasado?
- Lo sé, lo sé. Pero ya sabes que la originalidad de esta serie de entrevistas radica en que son a personas revelantes que ya no existen. Por eso he comenzado por Neruda y he venido a Chile. Neruda ya no existe, pero lo he visto y lo sentido. Y mi próximo objetivo es el faraón Akenatón. Iré a Egipto tras sus huellas, a la zona donde ordenó levantar la ciudad de Tell-el-Amarna. Es muy importante para mi trabajo pisar el lugar donde estos personajes vivieron una época de su vida. Aunque de Tell-el Amarna sólo queden vestigios, estoy seguro que su energía y la de su bella mujer Nefertiti no habrán desaparecido del todo. Creo que siempre quienes han vivido en un lugar que han amado dejan señales.

- Entonces para hacer el trabajo de Frida deberás conocer la Casa Azul en Goyoacán, donde nació, vivió y murió. Así, de acuerdo a tu teoría, contestará a tus preguntas y podrás empaparte de ella.

     Mientras hablaba de Frida Kahlo Michelle se desplazó a través del cuarto hasta el aparato de música. Eligió un disco compacto y lo puso en el reproductor. La habitación se llenó de una melodía alegre, juguetona y picante de una samba brasileña. La mujer cerró sus ojos y comenzó, en forma casi imperceptible, a mover su cuerpo de manera cadenciosa al compás de la música. Poco a poco fue entrando en una especie de trance más profundo. Valentino no quiso romper el hechizo y, sigilosamente, se sentó en el suelo, en un rincón, encima de una alfombra de lana roja. Desde allí continuó presenciando el espectáculo. A medida que los movimiento de Michelle se hacían más y más armónicos se percató que nunca antes había visto bailar a una mujer con tanta gracia, pasión y sensualidad. Mientras el periodista hacía el papel de espectador único, Michelle seguía bailando con todo su cuerpo: con sus piernas, con sus brazos, con sus caderas, con su boca, con sus ojos. En medio del fragor de los armónicos movimientos comenzó a deslizar sus manos por sus piernas, por sus caderas, por su cintura y por sus pechos. Cuando llegó a su cabeza, con sus dedos desordenó su abundante cabellera ensortijada y la comenzó a mover de izquierda a derecha con furia, como si se hubiera desencadenado un vendaval sobre ella. Luego entreabrió sus ojos y lo miró desafiante, de una forma similar a como lo hacen los toreros cuando invitan a un toro a acercarse a ellos para luego esquivarlos con su capote. Con este gesto Michelle consiguió saturar hasta tal punto de energía sensual la atmósfera que Valentino experimentó una erección sin siquiera tocarla.

     La provocativa danza de Michelle le recordó a Valentino el baile de Brigitte Bardot en la película francesa “Y dios creó a la mujer”. En una escena en que Brigitte, vestida con un body negro y una ceñida falda verde, con una abertura hasta la cintura, bailaba al compás de una melodía tropical que interpretaban seis músicos con tambores, maracas y otros instrumentos, delante de los actores Curd Jürgens y Jean-Louis Trintignant. A medida que la secuencia del film avanzaba, la música se iba haciendo cada vez más intensa. La temperatura de la música subió tanto que llevó a la Bardot junto a un espejo en el cual restregó su cuerpo con ansias. Luego comenzó a acariciarse desesperadamente, dando a entender que deseaba que unas grandes manos de hombre palparan su cuerpo. Ante la orden de que dejara de bailar de esa manera tan provocativa, la Bardot respondía agitando incluso más su cabeza, como diciendo “no, ya no puedo parar, ya crucé la frontera, ahora sólo quiero sentir placer”. Repentinamente Michelle lo liberó de sus recuerdos, lo jaló y lo apretó contra ella. Así, anudados, se prepararon para la dulce contienda del sexo que ambos sabían que vendría después. Finalmente, mirándose a los ojos con deseo, terminaron de bailar juntos.

     Cuando terminaron la danza, sin romper la magia, comenzaron a besarse y a morderse los labios desesperadamente hasta terminar fundidos el uno en el otro. A los pocos segundos parecían animales destrozándose la piel de tanto acariciarse. En pocos minutos entraron en un trance amatorio profundo, en una burbuja de suspiros de la que ya no pudieron escapar. La mexicana le suplicó que le dijera al oído que la amaba. Cuando él lo hizo, Michelle, a través de un hilillo de voz que le salía a borbotones de sus labios, comenzó a exclamar sofocada: “Yo te amo, mi amor, yo te amo”,

     Las caricias precisas y profundas, bellas como arabescos, hicieron que los dos cuerpos ya desnudos parecieran repetir un juego de malabarismo mil veces ensayado. Los besos ardientes comenzaron a causar estragos en los dos. Así, temblando de ansias por devorarse, cayeron encima del lecho donde la lengua de Valentino, como la reja de un arado, fue tatuando surcos zigzagueantes en la piel de Michelle. En el fragor del deseo la muchacha sintió en su sienes la percusión ronca de un tambor mezclada con los latidos de su corazón que bombeaba sangre hasta su sexo. Cuando Valentino comenzó a penetrarla la maraña de placer que ambos experimentaron fue tan intensa que llegaron a pensar que morirían de felicidad. En ese momento, quizás por su asociación al placer que estaba experimentando, Michelle recordó “le petit morte” de la que solían hablarle sus amigas francesas, y comenzó a sollozar y a gritar “soy feliz soy feliz, quiero que este momento no acabe nunca”. En medio de la algazara Valentino le contestó con un susurro entrecortado: “Yo también”. Y así los dos, simultáneamente, entraron a un cielo que los hizo perder la razón.

     La mañana siguiente durmieron hasta tarde. Mientras desayunaban Valentino le preguntó dónde podría comprar un regalo original para su amiga Violante, la coleccionista de cosas bellas, la que siempre era generosa con él.

- Podríamos ir a “Los Dominicos”. Y además de hacer tus compras, podríamos comer allí.
- ¿Qué son Los Dominicos?
- Es un zona comercial de artesanos, con varias callejuelas y decenas de pequeñas tiendas y talleres, construidos y dispuestos de forma tal que parecen un pequeño pueblo campesino chileno. Por esta razón también lo llaman “El Pueblito”.  
- ¿Es lejos?
- De donde estamos ahora no. Incluso para no tener que conducir podemos ir en Metro. La línea uno termina justamente al final de la avenida Apoquindo, en la estación Los Dominicos. Desde donde estamos hasta allí tardaríamos menos de quince minutos en llegar.
- Es una buena idea, así tengo la oportunidad de conocer algo más de Santiago.

     A Valentino le encantó “El Pueblito”. Degustaron una ensalada de tomates y cebollas, empanadas de horno y, de postre, se sirvieron “mote con huesillos”, sabor que él experimentaba por primera vez. También compró una inmensa bandeja de madera tallada en una sola pieza, que sería el regalo para Violante. Cuando la eligió, comentó: “Me gusta porque es una obra de arte”. En otro lugar, donde vendían cajas de madera, Valentino preguntó si mientras comían podían hacerle una de pequeño tamaño pero con dos cerraduras y con dos llaves diferentes. Cuando se la entregaron y la tuvo en sus manos se la regaló a Michelle.
- Aunque la tendrás tú, esta caja será tuya y mía - le dijo. 
- Gracias Valentino, pero ¿Por qué dos cerraduras y dos llaves diferentes?
- Porque será un objeto que formará parte de nuestro juego. La pedí pequeña para que cuando viajes y nos juntemos la lleves contigo sin dificultad. Cada vez que nos despidamos cada uno escribirá algo que depositaremos en la caja. La cerraremos y cuando nos volvamos a ver, como tendremos las dos llaves, una tú y otra yo, la podremos abrir y tú leerás lo que haya escrito yo y yo lo que hayas escrito tú. ¿Te parece bien?
- ¡Me encanta la idea! – Exclamó Michelle riendo y poniendo carita de picardía.
- ¿Te das cuenta con lo poco que uno puede a veces ser feliz? – Afirmó Valentino utilizando una pregunta. 

     Al otro día Michelle lo acompañó al aeropuerto de Santiago de Chile. Su avión de la compañía Iberia salía al mediodía. Antes de darse el último beso, Valentino le comentó un tanto fastidiado, y quizás pensando en la forma en que se había acostumbrado a viajar con Muchosnombres, que le esperaban catorce horas de vuelo antes de avistar Europa. Calculó que llegaría casi de madrugada a la capital de España, a la hora en que se apagan las luminarias de las calles y muchos madrileños comienzan a levantarse para iniciar un nuevo día.


miércoles, 9 de octubre de 2013



 Los mascarones de proa de Neruda
 Entrega 41

Fotografía realizada por Aquiles Torres.


     Nadie interrumpió a Neruda mientras narraba su fascinación por el mar. Sólo cuando terminó, Valentino le hizo una propuesta:
- Don Pablo, sé que especialmente hoy usted dispone de muy poco tiempo y no queremos estropearle la velada hurtándoselo  ¿Puede ahora sentarse conmigo veinte minutos y luego mostrarnos algo más de su casa para poder hacer algunas fotografías?  Sólo le pido veinte minutos y nos marchamos.

- Adelante, aprovechemos el tiempo – contestó el poeta.
- El tiempo, el tiempo, la maldita celeridad del tiempo – exclamó la espectacular Muchosnombres con un suave matiz de ironía.

     Valentino la miró y sonrió. Después de todo ella o él era o eran también el mismísimo tiempo. Pensó las veces en que también él en su vida se había encadenado a esta especie de bruma sin sabor a nada que llamamos tiempo y que todos quieren degustar por una eternidad. Aunque ella le había insistido en que el tiempo sólo es una ilusión humana y que en realidad todo sucede a la vez, el periodista, continuaba sin entenderlo. Porque él, como la mayoría de los seres humanos, cuando se trataba de tiempo, vivía aferrado al antes, al ahora y al después.

      Mientras Valentino hacía la entrevista al flamante Premio Nobel de Literatura, los demás aprovecharon para curiosear objetos que estaban diseminados por todas partes. Cuando Pablo y Valentino regresaron y se unieron al grupo, juntos comenzaron a desplazarse por pasillos y estancias, entre botellas, caracolas, silbatos, maquetas de barcos, tallas en marfil, juguetes, sofás tapizados en piel de vaca, una olla gigantesca de hierro fundido, estribos, bolas de cristal con escorpiones en su interior, telescopios, mapas, insectos, figuras africanas, un pez volador, caleidoscopios, matasuegras, la figura de un mago, un retrato de Federico García Lorca, un colmillo de marfil tallado, globos terráqueos, brújulas, relojes de pared, vajillas azules y copas de colores. En esa especie de museo Nerudiano también había varios letreros antiguos, uno de ellos decía “Pedicuro” y otro “Don Pablo est ici”. Valentino fotografiaba con minuciosidad nuevas cosas dispersas por doquier : huevos gigantescos de piedras transparentes, barcos de velas cautivos en botellas, un unicornio de narval, escafandras, bitácoras, y otras muchas cosas; algunas que se las habían regalado, y otros tantos objetos que había traído el poeta desde todos los rincones del mundo por donde había pasado.

     Enseguida llegaron hasta una sala más alta que las demás, conocida como “pieza del caballo”. La llamaban así porque casi todo lo dominaba un inmenso caballo disecado. Este corpóreo publicitario había permanecido decenas y decenas de años junto a la puerta de una antiquísima talabartería de Temuco, en la misma ruta que, cuando niño, Pablo solía hacer desde su casa a la escuela y desde la escuela a su casa. Recordó que cuando vio el equino por primera vez le causó una impresión tan profunda, que aunque habían pasado tantos años desde entonces, esa evocación había permanecido imborrable en los pliegues de su infancia hasta ahora. Había sido uno de los temas de sus sueños de niño. Confesó que en esos años, alguien le contó que el equino de la talabartería había sido el caballo alado de un ángel. Pero que por haber perdido sus alas, el querubín se tuvo que regresar a la corte celestial sin montura, porque un caballo de ángel sin alas, por muy caballo de ángel que sea, aunque lo intente, no puede volar.

- Y yo lo creí. Pensaba que si los ángeles tenían alas, los caballos de los ángeles también las debían tener – comentó sonriente.

     Les confidenció que esa mezcla de ideas preconcebidas que abundaban entonces en la llamada Frontera, muchas noches, cuando la lluvia y el viento arreciaban y no lo dejaban dormir, él aprovechaba para soñar con los ojos abiertos. Por esta razón, cuando unos amigos le informaron que la talabartería cerraría sus puertas y que rematarían todo lo que en ella había, no cejó hasta que adquirió el caballo. De inmediato lo hizo trasladar hasta Isla Negra. Pero cuando llegó comprobaron que por su altura no cabía en ninguna habitación. Como estaba decidido a tenerlo en su casa, este obstáculo Pablo lo solucionó haciendo adaptar un habitáculo a la medida del corcel de su niñez. Cuando estuvieron junto al animal momificado, Neruda les contó sonriendo que debido a los años, la destartalada figura había llegado a Isla Negra sin cola y sin crines. Pero que de inmediato, conscientes de la importancia que él le daba al bicho, algunos de sus amigos le trajeron ambos elementos. Como eran generosos, le trajeron no una sino tres colas. De este modo, como si se tratara de un juego, en una ceremonia festiva de esas que tanto le gustaban al poeta, procedieron a prenderle una mata de crines en la cerviz y las tres coletas en el lugar adecuado. Desde entonces, es el único caballo del mundo que, al menos en las praderas de los versos de Neruda, cabalga con tres colas.

     Finalmente se detuvieron en el salón de los mascarones de proa, donde catorce originales figuras danzaban en el aire, luchando por llamar la atención para ser las más bellas y las más queridas. La mayoría de proa, aunque también había un par de las que se situaban en la popa de los barcos.

- ¿Todas tienen nombre?
- Todas, Valentino.
- ¿Usted las bautizó?
- A todas no. Varias llegaron a mí con apelativos y motes, pero a las que no lo tenían las he bautizado yo. Y a todas las conozco por su nombre, porque de alguna manera, de todas me he enamorado.
- ¿Entonces también recuerda el nombre de todas las mujeres que ha amado? – inquirió Michelle.
- De todas, incluso de las que no me amaron a mí ¿Es que acaso tu no recuerdas el nombre de tus amores? – contestó riendo socarronamente.

     Michelle se puso roja como una fresa. Entonces Neruda, con intención evidente, desvío su mirada hacia los ojos de Valentino y exclamó sonriendo:
- ¡Oh…oh! ¡Creo que he pisado terreno pantanoso!
- ¡Naturalmente que sí! – replicó el señor Destino.
- ¿Sabes Michelle?  Aquellas mozas que no me han llegado a amar también han sido importantes para mí, porque el desafecto es un condimento esencial para escribir poemas. En algunas ocasiones el desamor contiene especias con un sabor más intenso que el amor. No te olvides que los viejos solían decir “del amor al odio hay un solo paso”. Son misterios de la vida. Gracias a eso los poetas podemos tallar versos que a veces hacen sangrar el corazón.
- Tiene razón – aportó el señor Destino – Incluso hay sentimientos que algunos confunden con el odio y con la indiferencia, pero sólo son amores camuflados por la pátina del rencor.

     Cuando aún rumiaban la afirmación del señor Destino, Valentino rompió el velo del silencio preguntando cómo se llamaba un bello mascarón de proa que tenía el busto desnudo.

- Ésta que tiene sus generosos pechos al aire se llama Guillermina; aquella es Jenny Lind, dicen que fue una actriz y cantante sueca, amante del gran cuentista Hans Christian Andersen; y allí están mi sirena de Glasgow, mi Medusa, mi Venus Cabalgante, mi Gran Jefe Comanche, y la Sin Nombre.
Un poco más a la derecha está María Celeste, mi favorita, vestida con un ceñido corpiño, encima del cual lleva un hermoso broche que protege su generoso escote e impide que su pechos exploten como volcanes. Por mi parte fue un amor a primera vista. La encontré en El Mercado de las Pulgas de París un día que husmeaba por allí con mi amigo Alain. Creo que es la única que no me debe amar de la misma forma que la amo yo. Lo pienso porque suele llorar. No sé si de pena o de melancolía. Especialmente en los días grises del invierno de Isla Negra, de sus ojos de cristal caen lágrimas transparentes. Quizás sea porque no le gusta mi casa, quizás sea porque añora un amor lejano.

- Es por amor – intervino tajante el señor Destino. Y a continuación cerró su aseveración -  Llora por un marinero que, aunque fue un romance de unos pocos días, además de besos y caricias le dejó muchas promesas de amor. Pero el marinero no regresó jamás.

- Es una teoría acertada – agregó Neruda – porque probablemente no hay lágrimas más lastimeras que las que produce el mal de amores.

- ¿Quién habrá sido la modelo? – preguntó Michelle.
- Fue una muchacha gallega que trabajaba en una taberna en Villagarcía de Arosa – explicó el señor Destino.
- ¿Y qué sucedió con el marinero? - Insistió Michelle.
   
     Entonces, el señor Destino, mirando a Neruda a los ojos, cerró la historia:
- Como los marineros del poema “Farewell” del señor Neruda, una noche, abrazado a un tifón, este navegante se acostó con la muerte en el lecho del mar de la China y no despertó jamás.

- ¡Qué triste! No me gusta que los amores terminen así – reclamó Michelle.
- Es la vida, muchacha. Cuando el destino mete la cola no hay nada que hacer – Comentó el señor Destino con un soniquete cargado de picardía.

     Neruda, con unos ojos que se habían perdido en medio de los pliegues de sus párpados de koala, le clavó los ojos al señor Destino y con intención, intuyendo quién era ese personaje, recitó: “Destino…nudo de caminos, mezclador de amores, creador de dolor”. 

     Luego se dirigió a Michelle y la animó recitándole: “México mágico… apasionado…. siestero…colorido como un arcoiris… desgarrado… Frida…Diego…David y tantos más que ya no están”.
- Me siento halagada por sus palabras – manifestó Michelle. Y le confesó - ¿Sabe que en mi cuarto tengo una fotografía del cuadro de dos cabezas que Diego Rivera le pintó a su mujer? La he traído ¿Accedería usted a firmarla?
- Es un magnífico retrato de Matilde - afirmó Pablo tomando la foto entre sus manos. Y con tinta de color verde, con su característica caligrafía, escribió dos o tres líneas.

     Al despedirse Valentino aprovechó para consultarle si había pensado qué diría en Suecia, en su discurso del Nobel.

- Amigo ¿Cómo voy a hacerlo si el teléfono no para de sonar? Demasiados periodistas quieren entrevistarme; y que conste que no lo digo por vosotros, que me habéis traído un extraño sosiego. ¿De qué hablaré? Sin lugar a dudas deberé hablar de mi país que queda en el fin del mundo. También de mi exilio. Quizás desmitifique el oficio del poeta, porque andan algunos por ahí que se creen “pequeños dioses” luego de enhebrar  cuatro versos. Por supuesto que deberé mencionar las gestas y la esperanza de los hombres de América Latina; pero también hablaré de la lucha que tarde o temprano traerá “la luz, la justicia y la dignidad a todos los hombres”.

     Al salir de la casa de Isla Negra, una bocanada de aire marino con olor a yodo los envolvió. Sin hacer ningún comentario se subieron al automóvil y emprendieron el regreso a Santiago. Cuando los cuatro personajes llegaron al departamento de Michelle, Muchosnombres le recordó a Valentino que debían regresar de inmediato a Madrid, pero el periodista se disculpó diciendo que se quedaría un par de días con Michelle.

     Tras desaparecer Muchosnombres y el señor Destino de la escena, Michelle ya no recordaba nada de lo que había sucedido. Ni del viaje que habían realizado, ni del señor Destino, ni de Muchosnombres, ni de su poeta favorito que había fallecido muchos años antes. Aunque feliz, incluso se extrañó de ver a Valentino junto a ella y de tener en sus manos una fotografía que le pertenecía, pero que ahora aparecía con una dedicatoria que decía: “Para Michelle, la mexicana que se sonroja cuando le hablan de amor”. Y debajo la firma inconfundible de Pablo Neruda.

lunes, 9 de septiembre de 2013


A Valentino le llamó la atención 
una serigrafía de Delia del Carril, 
“La Hormiguita”

Capítulo 40


Fotografía de una serigrafía de Delia del Carril, "La Hormiguita".


     Cuando la puerta de la casa de Pablo Neruda de Isla Negra se terminó de abrir apareció una chica de unos treinta años ataviada con una bata blanca excesivamente almidonada, y que olía a colonia Barzelatto.

     Valentino la saludó, le dio su nombre y el nombre del medio que le había encargado el trabajo periodístico. A continuación agregó: “Por teléfono nos han confirmado que el señor Neruda nos recibiría hoy, a esta hora”. La mujer contestó el saludo y los invitó a entrar a un lugar que parecía un recibidor. Una vez dentro les pidió que se pusieran cómodos y que esperaran unos minutos. Antes de marcharse les confirmó la cita: “Apenas termine de atender una llamada del Presidente estará con ustedes”.
     En los muros de la confortable sala donde esperaban había varios 

marcos conteniendo grabados de artistas importantes. A Valentino le llamaron especialmente la atención dos serigrafías, con motivos de caballos, de la pintora y serigrafista Delia del Carril. Delia y Neruda se conocieron el año 1934 en París y, varios años después, se casaron. 

     Delia había nacido en 1894 en Buenos Aires. Era, por lo tanto, 20 años mayor que el poeta. Fue la quinta hija de un total de 18 vástagos, de una
de las llamadas “familias bien” en Argentina. Después de la Primera Guerra Mundial la joven se marchó a vivir a París, ciudad que entonces era un crisol cultural en el que la mayoría de los artistas de esa época querían participar. Era una mujer inteligente, talentosa y generosa. Por su gran capacidad para relacionarse, por su energía vital y por su actitud de servicio a los demás, el pintor chileno Isaías Cabezón la bautizó con el apodo de “La Hormiguita”. Desde entonces, todos su amigos y conocidos la llamaron así hasta su muerte. La inquieta y vanguardista Delia vivió más de cien años, y siempre estuvo ligada al arte y a los artistas. En la llamada “Ciudad Luz”, fue alumna del gran pintor francés Fernand Léger. 
En 1955 el vínculo con Neruda terminó porque éste se enamoró de la chillaneja Matilde Urrutia, a la que amó hasta cuando el vate murió el 23 de septiembre de 1973. 
En 1960, la inquieta y creativa Hormiguita, comenzó a participar en el Taller 99 que lideraba el pintor chileno Nemesio Antúnez, donde produjo una valiosa obra. 

     Valentino, Muchosnombres, el señor Destino y Michelle observaron 
que la estancia también estaba atestada de ramos y cestas con flores, 
y que se oía el sonido de un teléfono que no paraba de sonar. Al parecer todos querían demostrarle su afecto al poeta, a quien el día anterior la Academia Sueca le había otorgado el Premio Nobel de Literatura 1971.

      “Seguro que el presidente al que se refirió la chica que nos abrió la puerta es su amigo el Presidente Allende”, pensó Valentino. Y exclamó bajito: “Y pensar que ninguno de los dos ya no vive”. Valentino intentó aguzar el oído, pero Muchosnombres lo reprendió con dulzura femenina:
- Las conversaciones privadas no se deben oír; son privadas.


     Valentino le devolvió el suave tirón de orejas con una sonrisa, a la vez 
que farfulló:
- Tienes razón, pero para un periodista es muy difícil dejar escapar una oportunidad como ésta – y a continuación empezó a emitir frases, aparentemente, sin sentido. Michelle se volvió hacia él, e inquirió:
- ¿Estás hablando solo?
 No no, sólo estoy ensayando algunas preguntas que quiero hacerle.
- Pregúntale de sus amores – le sugirió Michelle – Dicen que ha amado y que lo han amado en abundancia. Comentan que, en alguna ocasión, incluso ha llegado a conservar las bragas de alguno de sus amores.
- Por supuesto que le preguntaré sobre sus amores, pero no sé si sería prudente preguntarle si también colecciona calzones de mujeres.

     Estaban en estas disquisiciones cuando en silencio, lleno de vida y sonriente, apareció en la estancia el gran poeta. Nada más entrar, con esa voz galopante y nasal tan propia de él que Valentino conocía porque solía oír grabaciones en las que Neruda recitaba sus poemas, les dio la bienvenida a la vez que posó sus ojos pícaros en Muchosnombres, bella entre las bellas.  Y se disculpó: “Valentino, siento haberlos hecho esperar. Casi no dispongo de tiempo por esta historia del premio, pero ni tiempo para ti ni para mí. Sin embargo cuando me enteré que eras periodista y que venías de España decidí conocerte y conversar contigo, compañero”.

- Gracias señor Neruda, y enhorabuena.
- Por favor, no me digas “señor Neruda”; prefiero que me llames Pablo. Y gracias por tus felicitaciones.
- ¿Fue importante para usted el tiempo que residió en mi país, señor Neruda?
- Muy importante. Mi primer encuentro con España fue en 1934.
Fui a hacerme cargo del Consulado de mi país en Barcelona. Fue el período entre las dos guerras mundiales, dos años antes del inicio de la Guerra Civil Española.

     Aunque desde hacía algunas horas era el flamante nuevo Premio 
Nobel de Literatura, Neruda no daba señales de euforia ni de triunfalismos. Estaba tranquilo, satisfecho y cómodo como una tortuga encaramada en una roca tomando el sol del trópico. 

Luego de las presentaciones Neruda deletreó los nombres de Muchosnombres y del señor Destino.
- Me gustan sus nombres; son originales, tienen una gran fuerza literaria. ¿Son vuestros apodos? 
- No, nos llamamos así. Reconozco que son apelativos un tanto extraños, como también lo son Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha; como Juan Comefrío, hijo de estrella verde; como Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa - recitó Muchosnombres, repitiendo los últimos versos de la estrofa once de Alturas de Macchu Picchu.
- Me complace que conozcas ese poema mío, bella Muchosnombres. Jamás había oído pronunciar esos nombres con el respeto como lo has hecho tú; es como si los hubieras conocido.
- Naturalmente que conozco su poema “Alturas de Macchu Picchu” y todos sus poemas. Pero además de conocer a todos sus Cortapiedras, Comefríos y Piesdescalzos, también he conocido y conozco a José Hacepirámides, a Lin Construyemurallaschinas, a Francisco Desincrustadiamantes, a Diego Escarbacarbón, y hasta a combatientes muertos, como el del poema César Vallejo que sólo se levantó después que se lo pidieron todos los hombres de la tierra. Y también he conocido y conozco a millones y millones de hombres y mujeres más, con nombres y sin nombres, que han sido torturados, explotados, vejados, violados, masacrados, hechos desaparecer, despellejados y desangrados hasta morir por la ambición de poder de otros hombres que no tienen derecho a llamarse hombres.


     Neruda se sorprendió del contenido del breve discurso de Muchosnombres e, inmediatamente, terminó de percatarse que aquella era una mujer especial. El impacto de las palabras de Muchosnombres generó un silencio que permitió hasta oír los chasquidos de las olas del Pacífico que no paraban de azotar la arena de la playa de Isla Negra.


     A continuación hizo un pequeño giro y saludó a Michelle. Valentino le aclaró que ella no era española, sino mexicana, aunque pertenecía a una familia de exiliados españoles.
- Buena mezcla España y México. Son dos países que han marcado mi poesía. ¿De dónde vienen tus raíces españolas, Michelle?

- Mi abuela materna, que todavía vive, es española. Y ahora que tengo oportunidad de conocerlo a usted compruebo que la vida es como un juego de magia. Un tío mío llamado Jacinto, hermano de mi madre se exilió en Chile. Fue uno de los que, gracias a usted, viajaron en el Winnipeg. Mi abuela española me ha contado que Jacinto, en una de sus primeras cartas enviadas desde Chile, narraba que en agosto de 1939, 
el día de la partida del Winnipeg del puerto francés de Trompeloup-Pauillac, con el corazón desgarrado de dolor, permaneció en la cubierta mirando la tierra europea a la que sabía que no volvería nunca. Y le decía que le quedó grabada su figura en el cerebro. También que usted parecía un ángel blanco salvador agitando sus manos y su sombrero. Él agregaba que en esa danza de gestos le pareció que usted escribía en el aire: ”No dejen de luchar jamás por la libertad”.  

     Cuando el poeta terminó de oír la narración de Michelle, exclamó:
- ¡Qué de vueltas da la vida, muchacha! Con razón cuando os saludé tuve la sensación de que os envolvía un halo misterioso, y presentí que habían muchas circunstancias que nos unían.
- Es verdad, probablemente por otros hombres como usted mi abuela sobrevivió y yo puedo estar hoy aquí, conociéndolo en persona – Y a continuación agregó - Tiene una casa hermosa y cálida, señor Neruda.
- Yo diría entretenida. Mis casas las concibo no sólo como un lugar para vivir, sino también para trabajar, para reunirme con mis amigos y para jugar como un niño. Para mí es muy importante que el niño que fui no me abandone nunca. Cuando la compré era una construcción muy elemental. Poco a poco he ido haciéndole injertos y poniéndole parches como mi Mamadre hacía con mis calcetines de niño. Me gustan mucho su torre y el altillo donde está nuestro dormitorio. Desde nuestra cama, Matilde y yo podemos ver el mar hasta el horizonte. Los días que más nos gustan son los que vienen sacudidos por temporales infernales, como los que me trajeron la madera de mi escritorio en que suelo escribir.



martes, 12 de marzo de 2013

Leyendo a Neruda Valentino ve al poeta 
como en una película en blanco y negro

Capítulo 39


Una perspectiva del jardín de la casa de Neruda en Isla Negra.
Fotografía realizada por Aquiles Torres.

     Antes de comenzar a escribir sobre Neruda, Valentino estuvo un par de semanas informándose acerca de la vida y de la obra del gigantesco personaje. Durante ese período consultó algunos de los numerosos libros que se han escrito sobre el poeta. “Confieso que he vivido” se transformó en su libro de cabecera, y leyó y releyó gran parte de los poemas escritos por el vate que le generaron sensaciones diversas. Tan hondamente los percibió Valentino que creyó que, probablemente, sentimientos parecidos a los experimentados por él al leerlos habría sentido Neruda al escribirlos.

     Mientras leía y recitaba en voz alta los primeros versos del poeta, los de su niñez y adolescencia, Valentino percibió que destilaban una gran dosis de soledad y la búsqueda de una identidad dispersa. Se introdujo tanto en el personaje, que a veces, hasta creyó oír la canción monocorde de la lluvia de Temuco y la sensación hiriente del frío y del vaho gélido de la tierra de esa región que entonces llamaban “la frontera”. Le pareció que esa humedad no sólo había empapado las ropas y el calzado del entonces joven Pablo, sino que también había impregnado totalmente su poesía. Gracias a su imaginación prodigiosa, Valentino lo vio como en una película en blanco y negro cuando, vestido de oscuro traje provinciano y acompañado apenas de un destartalado baúl, en 1921 llegó a la capital de Chile, a una triste pieza de una pensión sita en la calle Maruri 513, a un centenar de metros al norte del río Mapocho. Allí, solo, lejos de sus amores adolescentes y de los bosques perfumados y enmarañados de Temuco, se imaginó a Pablo meditabundo, observando el cielo que cada tarde le traía lo que en uno de sus poemas llama “maravillosos crepúsculos de cobre”. Valentino llegó a la conclusión que en un modesto balcón de esa pensión de la calle Maruri, mirando los atardeceres llenos de fuego y los tejados de esas modestas casas bajas, el joven poeta se percató que, definitivamente, se  había desraizado de su niñez y de su adolescencia.

     Comenzó entonces una época dura para Neruda. Estaba tan escaso de recursos que a duras penas consiguió sobrevivir. Con poca ropa y con mucha hambre, en 1927 por fin abandonó Chile para ocupar un cargo oficial en Rangoon (Birmania). Allí, al otro lado del mundo, en una región que era totalmente distinta a lo que hasta entonces había conocido, creció su sensación de soledad cósmica y de aislamiento. La añoranza lo hizo sentirse depresivo y desterrado. Probablemente fue entonces cuando, mirando las constelaciones que brillaban durante la noche en los cielos de Rangoon, se le metió el cosmos en su cerebro. En algunas de sus cartas de entonces confesó que todo era tan distinto que le parecía estar soñando.

     Todos los poemas de Neruda, desde que Valentino los leyó desde niño, siempre, le parecieron obras de arte de primera magnitud, pero el que más lo emocionaba era “Farewell”. Sobre todo aquella sencilla estrofa que dice: “Fui tuyo, fuiste mía ¿Qué más? Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el amor pasó”.

     Días después, mientras el inquieto periodista ultimaba en su salita de trabajo los preparativos del viaje a Chile, de sopetón, aparecieron junto a él la bella Muchosnombres y el atlético y espigado señor Destino. Al verlos salir tan repentinamente de las brumas de la nada, Valentino dio un brinco y los quedó mirando sorprendido.

- Muchacho ¿Todavía no te acostumbras a nuestras visitas? – Interrogó Muchosnombres con una suave y cautivamente voz femenina cargada de intención.
- No, la verdad es que no me acostumbro. Y tampoco termino de creer que esto me esté sucediendo a mí. Que sea real vuestra existencia. A veces creo que sois parte de un sueño. Aunque me encanta que me visitéis, ahora mismo estaba tan enfrascado en mi trabajo que lo que menos esperaba era veros.
- Chico, no seas tan escéptico. Mira la parte positiva de esta situación. Estás haciendo un buen trabajo; recibirás muy buenas críticas – Le pronosticó el señor Destino. 
- ¿Sabes? Hemos decidido acompañarte en tu aventura nerudiana – agregó Muchosnombres.
- ¿Acompañarme? – Interrogó Valentino.
- Sí, nos apetece acompañarte ¿Te parece bien que nos traslademos directamente hasta Isla Negra?
- Directamente no Muchosnombres, antes quiero pasar por Santiago a saludar a Michelle.
- ¿Para qué perder tiempo en Santiago? A ella la hacemos aparecer en el momento en que golpeemos en la puerta de la casa de Neruda y asunto arreglado.
- Querida Muchosnombres, perdona que sea tan tiquismiquis, pero quiero pasar a buscar a Michelle a su casa. ¿Puede ser? Cuando hace un par de semanas la fui a dejar al aeropuerto de Barajas le conté de este proyecto y le aseguré que lo comenzaría con Neruda. Y no sólo se ilusionó mucho, sino que también me animó. Entonces le prometí que cuando fuera a Chile a hacer el reportaje fotográfico para seguir la huella del poeta y a entrevistar a gente que lo conoció, pasaría a verla.
- Vale, entonces primero pasaremos por su departamento y asunto arreglado ¿Estás contento?
- Gracias. Y desde allí podremos ir hasta Isla Negra en su automóvil. Así también aprovecho hacer fotos de Santiago y del litoral chileno.
- Bien, si tú lo quieres, así lo haremos. Pero ¿Y si Michelle está afuera, trabajando? En ese caso perderíamos el tiempo.
- ¿Qué tiempo? Si tú me has dicho que aunque no sea capaz de entenderlo todo sucede al mismo tiempo ¿Lo has olvidado? Además basta con que tú lo quieras y ella estará allí.
- ¡Touché!
- Señor Destino, si vamos a ir juntos, por favor arregla todo para que Michelle esté – rogó Valentino. Y agregó – Además a Michelle también le fascina la poesía y el mundo de Neruda. Ella sabe que el poeta amaba México.
- ¡Vale…vale, hombrecito complicado! Nunca había conocido un pedazo de pedigüeño tan grande como tú. Ni siquiera los curas del bajo clero durante la Edad Media lo eran tanto.
- ¿Seguro?
- Bueno, si no contamos a Alejandro Magno, a la familia Borgia, a María Antonieta, a Napoléon, y a unos cuantos más, después de ellos vienes tú. Si somos tan benevolentes contigo es porque la mayoría de los humanos que contactamos, siempre pretenden hacer peticiones para su beneficio personal. Tú en cambio eres especial. Nunca has solicitado nada para ti. Sé que lo que ahora pides es por Michelle.

     Y en el instante mismo en el que el señor Destino pronunció el nombre de la mexicana se encontraron tocando el timbre de un apartamento situado en la planta dieciocho de un moderno edificio de la Avenida Kennedy de Santiago de Chile. A los diez segundos, sintieron que alguien se acercaba a la puerta y preguntaba:
- ¡Sí!...¿Quién es?
-  Soy Valentino, Michelle.
- ¿Valentino? ¿Valentino de Madrid? – Se oyó a Michelle gritar detrás de la puerta, al tiempo que abría.

     Tras comprobar que el periodista venía acompañado por Muchosnombres y por el señor Destino, a quienes había conocido en Madrid, ella volvió a demostrar su alegría, mientras exclamaba:
- ¿Pero esto qué es? ¿Es una invasión? ¡Adelante, amigos!

     Al instante Valentino le platicó que iban a Isla Negra a hacer la entrevista de la que le había hablado en el aeropuerto de Madrid.
- ¿Recuerdas que te conté acerca de mi proyecto de entrevistas imaginarias a notabilidades ya desaparecidas.
- Sí, claro que lo recuerdo. También recuerdo que me comentaste que comenzarías por Neruda.
- Efectivamente, a entrevistarlo he venido.
- ¿Qué? ¿Estás bien? ¿Cómo vas a entrevistar a alguien que ya no existe? Tú sabes que el poeta murió en septiembre del 73.
- Naturalmente que lo sé. Pero esta serie de entrevistas será algo especial. Las iniciaré en los lugares más significativos en los que vivieron estos genios. En este caso quiero comenzar en una de las casas más queridas del poeta para sentirlo más cerca de mí. Creo que yendo a Isla Negra sentiré su presencia y le haré preguntas como si él estuviera presente.
- Valentino ¿Seguro que estás bien? – Insistió Michelle.

     Sólo entonces Muchosnombres abrió la boca para decir: “Está mejor que nunca”. Y el señor Destino agregó: “Este trabajo será uno de los más leídos de su vida”

- ¿Y tú cómo lo sabes? – Lo interrogó Michelle.
- Simple intuición…simple intuición, pequeña linda.
- ¿Nos quieres acompañar, Michelle?
- Naturalmente que quiero. Sabes que me gusta estar cerca de ti. Sentaos mientras arreglo mis cosas ¿Queréis tomar algo mientras me esperáis?
- Gracias, pero hemos desayunado en el avión – Mintió Valentino.

     Pocos minutos después, guiados por la mexicana, bajaron al parking del edificio y subieron al vehículo que los llevaría rumbo a Isla Negra. Nada más asomarse a la calle Michelle notó que algo raro ocurría. Notaba todo cambiado. Nada parecía igual. Michelle no sabía que Muchosnombres había manipulado el tiempo. No era un día de marzo de 2013. El presente que estaban viviendo era el correspondiente al del 25 de octubre de 1970, exactamente el día siguiente de ser ratificado Salvador Allende como Presidente de Chile por el Congreso Pleno.   

- ¡Qué extraño! No sé si estoy soñando, pero tengo la sensación de estar en otra ciudad; todo está cambiado y la pantalla de mi navegador GPS está en blanco. No lo entiendo – reclamó Michelle.

     El señor Destino, percatándose del problema, le sopló al oído:
- No te preocupes, nena. He comprado un plano de esta zona de Chile. Anda, tira por esa avenida todo recto hasta que yo te avise.

     Michelle, feliz de sentir una vez más junto a ella a Valentino, prefirió no pelear con su memoria y, finalmente, se dejó guiar por el señor Destino. Bajaron por Providencia hasta la Plaza Italia. Enfilaron por La Alameda abajo, hasta tomar por el camino que los llevaría a la costa. Pasaron por los pueblos de Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Talagante, Melipilla y Leyda. Cuando llegaron al puerto de San Antonio giraron a la derecha por una carretera ondulante desde la que se veía la inmensidad del Océano Pacífico. Tras decenas de curvas, a los quince minutos arribaron al balneario de Cartagena y, desde allí, siguieron el camino que transcurre junto al mar. Pasaron San Sebastián, El Tabo y, finalmente, llegaron al tranquilo pueblo de Isla Negra. El señor Destino, como si hubiera vivido toda su vida en el lugar, guió a Michelle hasta la residencia del iluminado rapsoda. Se bajaron del vehículo y juntos se dirigieron al portalón de entrada. Tocaron dos veces sin suerte. Sólo cuando lo hicieron por tercera vez sintieron pasos y la puerta se empezó a abrir.