martes, 12 de marzo de 2013

Leyendo a Neruda Valentino ve al poeta 
como en una película en blanco y negro

Capítulo 39


Una perspectiva del jardín de la casa de Neruda en Isla Negra.
Fotografía realizada por Aquiles Torres.

     Antes de comenzar a escribir sobre Neruda, Valentino estuvo un par de semanas informándose acerca de la vida y de la obra del gigantesco personaje. Durante ese período consultó algunos de los numerosos libros que se han escrito sobre el poeta. “Confieso que he vivido” se transformó en su libro de cabecera, y leyó y releyó gran parte de los poemas escritos por el vate que le generaron sensaciones diversas. Tan hondamente los percibió Valentino que creyó que, probablemente, sentimientos parecidos a los experimentados por él al leerlos habría sentido Neruda al escribirlos.

     Mientras leía y recitaba en voz alta los primeros versos del poeta, los de su niñez y adolescencia, Valentino percibió que destilaban una gran dosis de soledad y la búsqueda de una identidad dispersa. Se introdujo tanto en el personaje, que a veces, hasta creyó oír la canción monocorde de la lluvia de Temuco y la sensación hiriente del frío y del vaho gélido de la tierra de esa región que entonces llamaban “la frontera”. Le pareció que esa humedad no sólo había empapado las ropas y el calzado del entonces joven Pablo, sino que también había impregnado totalmente su poesía. Gracias a su imaginación prodigiosa, Valentino lo vio como en una película en blanco y negro cuando, vestido de oscuro traje provinciano y acompañado apenas de un destartalado baúl, en 1921 llegó a la capital de Chile, a una triste pieza de una pensión sita en la calle Maruri 513, a un centenar de metros al norte del río Mapocho. Allí, solo, lejos de sus amores adolescentes y de los bosques perfumados y enmarañados de Temuco, se imaginó a Pablo meditabundo, observando el cielo que cada tarde le traía lo que en uno de sus poemas llama “maravillosos crepúsculos de cobre”. Valentino llegó a la conclusión que en un modesto balcón de esa pensión de la calle Maruri, mirando los atardeceres llenos de fuego y los tejados de esas modestas casas bajas, el joven poeta se percató que, definitivamente, se  había desraizado de su niñez y de su adolescencia.

     Comenzó entonces una época dura para Neruda. Estaba tan escaso de recursos que a duras penas consiguió sobrevivir. Con poca ropa y con mucha hambre, en 1927 por fin abandonó Chile para ocupar un cargo oficial en Rangoon (Birmania). Allí, al otro lado del mundo, en una región que era totalmente distinta a lo que hasta entonces había conocido, creció su sensación de soledad cósmica y de aislamiento. La añoranza lo hizo sentirse depresivo y desterrado. Probablemente fue entonces cuando, mirando las constelaciones que brillaban durante la noche en los cielos de Rangoon, se le metió el cosmos en su cerebro. En algunas de sus cartas de entonces confesó que todo era tan distinto que le parecía estar soñando.

     Todos los poemas de Neruda, desde que Valentino los leyó desde niño, siempre, le parecieron obras de arte de primera magnitud, pero el que más lo emocionaba era “Farewell”. Sobre todo aquella sencilla estrofa que dice: “Fui tuyo, fuiste mía ¿Qué más? Juntos hicimos un recodo en la ruta donde el amor pasó”.

     Días después, mientras el inquieto periodista ultimaba en su salita de trabajo los preparativos del viaje a Chile, de sopetón, aparecieron junto a él la bella Muchosnombres y el atlético y espigado señor Destino. Al verlos salir tan repentinamente de las brumas de la nada, Valentino dio un brinco y los quedó mirando sorprendido.

- Muchacho ¿Todavía no te acostumbras a nuestras visitas? – Interrogó Muchosnombres con una suave y cautivamente voz femenina cargada de intención.
- No, la verdad es que no me acostumbro. Y tampoco termino de creer que esto me esté sucediendo a mí. Que sea real vuestra existencia. A veces creo que sois parte de un sueño. Aunque me encanta que me visitéis, ahora mismo estaba tan enfrascado en mi trabajo que lo que menos esperaba era veros.
- Chico, no seas tan escéptico. Mira la parte positiva de esta situación. Estás haciendo un buen trabajo; recibirás muy buenas críticas – Le pronosticó el señor Destino. 
- ¿Sabes? Hemos decidido acompañarte en tu aventura nerudiana – agregó Muchosnombres.
- ¿Acompañarme? – Interrogó Valentino.
- Sí, nos apetece acompañarte ¿Te parece bien que nos traslademos directamente hasta Isla Negra?
- Directamente no Muchosnombres, antes quiero pasar por Santiago a saludar a Michelle.
- ¿Para qué perder tiempo en Santiago? A ella la hacemos aparecer en el momento en que golpeemos en la puerta de la casa de Neruda y asunto arreglado.
- Querida Muchosnombres, perdona que sea tan tiquismiquis, pero quiero pasar a buscar a Michelle a su casa. ¿Puede ser? Cuando hace un par de semanas la fui a dejar al aeropuerto de Barajas le conté de este proyecto y le aseguré que lo comenzaría con Neruda. Y no sólo se ilusionó mucho, sino que también me animó. Entonces le prometí que cuando fuera a Chile a hacer el reportaje fotográfico para seguir la huella del poeta y a entrevistar a gente que lo conoció, pasaría a verla.
- Vale, entonces primero pasaremos por su departamento y asunto arreglado ¿Estás contento?
- Gracias. Y desde allí podremos ir hasta Isla Negra en su automóvil. Así también aprovecho hacer fotos de Santiago y del litoral chileno.
- Bien, si tú lo quieres, así lo haremos. Pero ¿Y si Michelle está afuera, trabajando? En ese caso perderíamos el tiempo.
- ¿Qué tiempo? Si tú me has dicho que aunque no sea capaz de entenderlo todo sucede al mismo tiempo ¿Lo has olvidado? Además basta con que tú lo quieras y ella estará allí.
- ¡Touché!
- Señor Destino, si vamos a ir juntos, por favor arregla todo para que Michelle esté – rogó Valentino. Y agregó – Además a Michelle también le fascina la poesía y el mundo de Neruda. Ella sabe que el poeta amaba México.
- ¡Vale…vale, hombrecito complicado! Nunca había conocido un pedazo de pedigüeño tan grande como tú. Ni siquiera los curas del bajo clero durante la Edad Media lo eran tanto.
- ¿Seguro?
- Bueno, si no contamos a Alejandro Magno, a la familia Borgia, a María Antonieta, a Napoléon, y a unos cuantos más, después de ellos vienes tú. Si somos tan benevolentes contigo es porque la mayoría de los humanos que contactamos, siempre pretenden hacer peticiones para su beneficio personal. Tú en cambio eres especial. Nunca has solicitado nada para ti. Sé que lo que ahora pides es por Michelle.

     Y en el instante mismo en el que el señor Destino pronunció el nombre de la mexicana se encontraron tocando el timbre de un apartamento situado en la planta dieciocho de un moderno edificio de la Avenida Kennedy de Santiago de Chile. A los diez segundos, sintieron que alguien se acercaba a la puerta y preguntaba:
- ¡Sí!...¿Quién es?
-  Soy Valentino, Michelle.
- ¿Valentino? ¿Valentino de Madrid? – Se oyó a Michelle gritar detrás de la puerta, al tiempo que abría.

     Tras comprobar que el periodista venía acompañado por Muchosnombres y por el señor Destino, a quienes había conocido en Madrid, ella volvió a demostrar su alegría, mientras exclamaba:
- ¿Pero esto qué es? ¿Es una invasión? ¡Adelante, amigos!

     Al instante Valentino le platicó que iban a Isla Negra a hacer la entrevista de la que le había hablado en el aeropuerto de Madrid.
- ¿Recuerdas que te conté acerca de mi proyecto de entrevistas imaginarias a notabilidades ya desaparecidas.
- Sí, claro que lo recuerdo. También recuerdo que me comentaste que comenzarías por Neruda.
- Efectivamente, a entrevistarlo he venido.
- ¿Qué? ¿Estás bien? ¿Cómo vas a entrevistar a alguien que ya no existe? Tú sabes que el poeta murió en septiembre del 73.
- Naturalmente que lo sé. Pero esta serie de entrevistas será algo especial. Las iniciaré en los lugares más significativos en los que vivieron estos genios. En este caso quiero comenzar en una de las casas más queridas del poeta para sentirlo más cerca de mí. Creo que yendo a Isla Negra sentiré su presencia y le haré preguntas como si él estuviera presente.
- Valentino ¿Seguro que estás bien? – Insistió Michelle.

     Sólo entonces Muchosnombres abrió la boca para decir: “Está mejor que nunca”. Y el señor Destino agregó: “Este trabajo será uno de los más leídos de su vida”

- ¿Y tú cómo lo sabes? – Lo interrogó Michelle.
- Simple intuición…simple intuición, pequeña linda.
- ¿Nos quieres acompañar, Michelle?
- Naturalmente que quiero. Sabes que me gusta estar cerca de ti. Sentaos mientras arreglo mis cosas ¿Queréis tomar algo mientras me esperáis?
- Gracias, pero hemos desayunado en el avión – Mintió Valentino.

     Pocos minutos después, guiados por la mexicana, bajaron al parking del edificio y subieron al vehículo que los llevaría rumbo a Isla Negra. Nada más asomarse a la calle Michelle notó que algo raro ocurría. Notaba todo cambiado. Nada parecía igual. Michelle no sabía que Muchosnombres había manipulado el tiempo. No era un día de marzo de 2013. El presente que estaban viviendo era el correspondiente al del 25 de octubre de 1970, exactamente el día siguiente de ser ratificado Salvador Allende como Presidente de Chile por el Congreso Pleno.   

- ¡Qué extraño! No sé si estoy soñando, pero tengo la sensación de estar en otra ciudad; todo está cambiado y la pantalla de mi navegador GPS está en blanco. No lo entiendo – reclamó Michelle.

     El señor Destino, percatándose del problema, le sopló al oído:
- No te preocupes, nena. He comprado un plano de esta zona de Chile. Anda, tira por esa avenida todo recto hasta que yo te avise.

     Michelle, feliz de sentir una vez más junto a ella a Valentino, prefirió no pelear con su memoria y, finalmente, se dejó guiar por el señor Destino. Bajaron por Providencia hasta la Plaza Italia. Enfilaron por La Alameda abajo, hasta tomar por el camino que los llevaría a la costa. Pasaron por los pueblos de Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Talagante, Melipilla y Leyda. Cuando llegaron al puerto de San Antonio giraron a la derecha por una carretera ondulante desde la que se veía la inmensidad del Océano Pacífico. Tras decenas de curvas, a los quince minutos arribaron al balneario de Cartagena y, desde allí, siguieron el camino que transcurre junto al mar. Pasaron San Sebastián, El Tabo y, finalmente, llegaron al tranquilo pueblo de Isla Negra. El señor Destino, como si hubiera vivido toda su vida en el lugar, guió a Michelle hasta la residencia del iluminado rapsoda. Se bajaron del vehículo y juntos se dirigieron al portalón de entrada. Tocaron dos veces sin suerte. Sólo cuando lo hicieron por tercera vez sintieron pasos y la puerta se empezó a abrir.