viernes, 29 de abril de 2011

Viaje a Valencia (quinta parte)

Capítulo Nº 13.

      A las 11:20 en punto, Muchosnombres y yo llegamos a la estación Joaquín Sorolla de Valencia. Al bajar del tren nos dimos cuenta que aunque el tiempo estaba desapacible y el cielo amenazaba lluvia, el aire era tibio. Mientras subíamos al taxi yo murmuré "Mal panorama", pensando en todas las Fallas que ya estarían emplazadas en diferentes lugares de la ciudad. Si se desencadenare un temporal, posiblemente todas quedarían escacharradas.


     Al bordear la Plaza del Ayuntamiento pudimos ver en toda su magnitud la gigantesca Falla Municipal diseñada por Pedro Baena, cuyo tema central era "Valencia 2011, sport tot l'any", llamada así en homenaje a la relación que tiene la ciudad con el deporte. Mostraba en forma destacada un inmenso ninot equilibrándose sobre un gigantesco coche de Fórmula 1 dispuesto en forma vertical. Ocupando un lugar secundario se podía ver otras figuras relacionadas con el deporte. Y como las Fallas suelen ser satíricas y críticas, en la parte inferior, ese colosal conjunto mostraba temas que aludían al dopaje. Pensé en la cantidad de horas de trabajo y creatividad que habían invertidas allí. Porque estos monumentos son el resultado de la labor de todo un año de artistas y artesanos más conocidos como "falleros". Son ellos quienes diseñan y construyen estos maravillosos conjuntos también denominados monumentos o "cadafals", que la noche del 19 de marzo, sólo con la excepción del ninot indultado, terminan transformados en cenizas.


     Cuando llegamos al hotel Reina Victoria, situado en la Calle de las Barcas Nº 4, se me arremolinaron los recuerdos. Muchos años antes, cuando en Valencia aún no habían construido los modernos hoteles que hay ahora, por razones de trabajo solía venir a este hotel que, aunque había sido inaugurado en 1913, entonces todavía seguía siendo el de más solera de la ciudad.


     Antes de entrar al vestíbulo del Reina Victoria me quedé absorto mirando el magnífico edificio de estilo clásico, que en el siglo XIX había sido un palacio. Me alegré de comprobar que mantenía la misma clase de siempre, con el valor añadido que estaba en el centro del centro, a unos pasos de casi todo.


     Recordé que en el mediodía de mi juventud, en mi primer viaje a Valencia, estando en el bar de este hotel, descubrí a una mujer muy atractiva que estaba allí de tertulia junto con un grupo de amigos. Yo estaba solo. Me había sentado a beber una "Clarita" y a olvidarme del trabajo del día que había sido intenso. Estaba despreocupado, con mi mente vagando por esos territorios de nadie, cuando repentinamente me tropecé con sus ojos. Fue como un chispazo. Ni ella ni yo esquivamos la mirada. Durante media hora estuvimos jugando, enviándonos mensajes no verbales. Repentinamente se levantó, vino hacia donde estaba yo, y se sentó junto a mí.
- ¿Has venido a las fallas? - me interrogó con desenfado.
- No, he venido por trabajo - le contesté yo - y he decidido quedarme hasta mañana para conocer un poco más esta fiesta de la que habla todo el mundo.  
     A continuación le pregunté si era valenciana y me contestó desafiante:
- ¿Acaso no se nota, forastero? - y luego agregó - ¿Sabes algo acerca de las Fallas?
     Como yo le contesté "Muy poco", ella, orgullosa, comenzó a explicarme que las Fallas valencianas tenían a sus espaldas más de un par de cientos de años. Agregó que en un oficio municipal de 1784 ya se mencionaban. Según me explicó, en ese documento las autoridades informaban al pueblo que se prohibía quemar Fallas en las estrechas callejuelas de la ciudad porque podían provocar incendios. Sin embargo autorizaban a los vecinos a encenderlas si las emplazaban en lugares abiertos como plazas y parques.


     Me relató que era probable que la palabra "falla" viniera del latín "fallatus", que era como se denominaba en el siglo tercero a las estatuas de madera en el Imperio Romano. Agregó que el origen de estas fiestas era más reciente. Hace muchos años, en la víspera de san José, que era el patrón del gremio de los carpinteros, éstos acostumbraban a quemar sus lámparas o candiles, llamados "parots" en Valencia, a las que agregaban virutas. Lo hacían no sólo en homenaje a su patrón, sino también para alegrar un poco sus vidas grises. Con los años, además de las virutas fueron agregando otros elementos a estas hogueras iniciales. Más tarde al "parot" le comenzaron a poner ropas viejas para que tuviera apariencia humana, parecida a algún vecino a quien la sociedad de entonces quería criticar o mofarse de él en forma pública. 
- ¿Y por qué sabes tanto de esta fiesta? - pregunté.
- ¡Porque amo a mi tierra! - me soltó acercando su rostro a tres centímetros del mío.


     Luego me contó cosas de su vida y yo de la mía. Así, intercambiándonos frases crípticas, comenzamos a enlazar nuestros deseos y sentimientos. Finalmente quedamos para vernos esa noche en el mismo lugar. Yo creí que no acudiría a la cita. Pero lo hizo. Durante tres noches en mi dormitorio del hotel, inundado con el aroma a velas con olor a canela y a vainilla que ella traía y encendía, celebramos intensas fiestas de amor hasta la madrugada, hora en la que se iba sin dejarme ni siquiera un zapato de cristal.


     Cuando terminé de pensar en ella, aún con mis recuerdos alborotados, nada más registrarme en el hotel, acompañado de Muchosnombres subí al bar, a la misma mesa donde había conocido a Venus, nombre con el que entonces la bauticé. Me imaginé verla sonriente como ese primer día en que me hipnotizó. Pero no estaba allí. Recordé que tenía unos pechos hermosos, llenos de lunares. La primera vez que los vi desnudos me pareció que esas graciosas manchitas eran como una foto de la Vía Láctea. Allí estaban la Osa Mayor, la Osa Menor, Andrómeda, Orión con sus tres estrellas en línea y, en el pecho izquierdo, en medio de otras constelaciones, muy cerca de su pezón, tenía un lunar inmenso.
- A este lunar lo llamaré "El Lucero del Alba" - le dije riendo mientras nos transformábamos en un nudo de besos y suspiros, sin pedirnos ni prometernos nada.


     Estaba recordando, cuando repentinamente Muchosnombre me rescató de mi ensimismamiento, preguntándome con ternura:     
- ¿Era bella? 
- Me estabas leyendo el pensamiento ¿Verdad? - le recriminé yo. Y agregué - Era bella y graciosa. Y por ese lunar la llamé Venus.
- ¿Y qué fue de ella? ¿Por qué no continuó esa historia?
- Tú mejor que nadie sabes que la vida da muchas vueltas. Pero te confieso que aunque nunca más la volví a ver, y a pesar que sólo fueron tres noches de amor, esa herida aún me duele cuando la recuerdo.
- Talvez el señor Destino metió la cola - me dijo bajito.
- Quizás, pero te puedo asegurar que nunca la he olvidado; tampoco a su "Lucero del Alba" - Y los dos reímos.


     Antes de subir a nuestras habitaciones acordamos ir a comer a algún lugar con encanto. El plan era salir a caminar a ver los monumentos que habían montado las cofradías. Discutimos dónde comer y dónde cenar. Finalmente convinimos que para el mediodía buscaríamos un restaurante con una terraza al aire libre para sentarnos a ver pasar a la gente y, de paso, degustar un buen arroz caldoso. Y para cenar, investigaríamos si en Valencia, al igual que en otras importantes ciudades del mundo, había llegado la moda de los llamados "Supper Clubs", clubes clandestinos, lugares privados y secretos donde sirven comida casera de altísima calidad a un grupo muy reducido de personas que, sin conocerse, comparten una mesa común. En estos exclusivos sitios, que algunos confunden con los "paladares cubanos", quien quiera beber vino debe llevarlo.


- ¿Te parece bien que dentro de una hora salgamos? - me consultó Muchosnombres. 
     Yo asentí y al irse me comentó:
- Me daré un buen baño y me cambiaré de ropa. A la una y media pasaré a buscarte a tu habitación. Recuerda que a las dos de la tarde, a tres pasos de nuestro hotel, en la Plaza del Ayuntamiento, tendrá lugar la "mascletá" y quiero vivirla.


     Mientras me duchaba pensé en el extraordinario parecido que Muchosnombres tenía con Venus. Por un momento sospeché que podía ser ella que de esta manera volvía a mí. Estaba imaginando esa posibilidad cuando sonó el timbre. Como aún no era la hora acordada me dije: "Si es Muchosnombres es porque quiere algo más que el tracatraca de la pirotecnia de la mascletá". Sólo de imaginarlo se me aceleró el pulso. Me sequé a medias y pensé "Iré semidesnudo para que vea lo marcado que tengo mis abdominales; esto les chifla a las mujeres". De esta guisa, sólo con la toalla atada a modo de taparrabos, fui a abrir. Al pasar frente al espejo de mi habitación me miré y dije bajito "Cuando vea este cuerpo serrano se derretirá". Y efectivamente, nada más abrir la puerta me miró sorprendida. Probablemente no se debe haber imaginado lo cultivados que tenía los músculos de mi cuerpo, porque silbó y exclamó:
- ¡Vaya cuerpazo que tenías escondidito, Valentino!


     Justo en ese momento, con la puerta todavía abierta, apareció un botones que traía una pequeña bandeja con una nota dirigida a mí. El chaval, nada más verme, puso los ojos como huevos fritos y estupefacto chilló: "¡Oh, my God!".
Y se quedó tan alelado que sus manos soltaron el plato de metal que cayó al suelo junto con el mensaje.


(Continuará)