martes, 17 de mayo de 2011

Una paella valenciana de conejo y pollo.

Capítulo Nº 15.


     Cuando dejamos la Plaza del Ayuntamiento me sentía tranquilo y eufórico a la vez. Como si me hubiera desembarazado de algo que ocupaba mucho espacio en mi cerebro. Notaba que mi corazón había dejado de experimentar aflicción por no tener a mi lado a esa mujer con la que había vivido una historia de amor de unos pocos días. 

     Repetí bajito ese dicho popular que reza: "Después de la batalla todos somos generales". Aunque no lograba entender cómo todo me había resultado  tan fácil, caminaba erguido, con la altivez de un general vencedor. Sin lugar a dudas, el volver a enfrentarme a la causa de mi perturbación anímica y el poder dialogar con ella lo había hecho posible. Eso significaba que Venus había sido sólo una obsesión. No alcanzó a ser amor porque, posiblemente, en su momento, aquello no maduró lo suficiente. ¿Por qué no lo pensé antes así, si ya "pájaras" parecidas las había tenido desde mi adolescencia y se me habían curado solas? Pensaba en cuánta razón tienen quienes, cuando te enfrentas a una situación conflictiva, te aconsejan: "No escondas la cabeza debajo de la tierra como el avestruz". Es verdad. Es mejor enfrentar los problemas cuanto antes, porque por lo menos así uno tiene la posibilidad de solucionarlos con mayor facilidad. De todos modos estaba consciente que había tenido suerte, porque gracias a la ayuda de Muchosnombres y del señor Destino había encontrado a Venus y había hablado con ella mirándola a la cara. De este modo había conseguido alejar, definitivamente de mí, los fantasmas de algo que yo creía que era desamor, pero que mi abuela llamaba "calentura".

- Valentino, nosotros no hemos hecho nada.
     Me dijo Muchosnombres leyéndome el pensamiento.
- Tú has creído que hemos influido, pero no ha sido así - agregó el señor Destino.
- Hemos sido lo que se denomina un placebo - me explicó Muchosnombres.
- Hayáis sido un placebo o no, conmigo ha funcionado. ¿Y sabéis? Lo que más deseo es volver a enamorarme. 
- ¿Volver a enamorarte?  ¿Es que no has aprendido la lección?
- Lo siento, pero creo que no hay mejor estado que estar enamorado. 
¡Viva el amor, mierda! ¿Quién quiere ser mi amor? - voceaba yo a las hermosas mujeres que pasaban por nuestro lado.

     Cuando me calmé un poco pensé en lo complejo que es este sentimiento que llamamos amor. Que a veces nos hace flotar en el aire y en otras hundirnos en una tristeza infinita. Lo que pensaba lo relacioné con el terceto final de ese preclaro soneto de Lope de Vega que casi todo el mundo ha oído o ha leído, y que en este caso me venía como anillo al dedo: "Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe". Era así, es así. Quien no haya probado el amor ignora el sabor y el aroma que tiene. Con qué claridad percibió, entendió y vivió Lope de Vega el amor. Aunque es bien sabido que el genial dramaturgo al parecer fue amado hasta la extenuación, para sentir la inspiración que lo llevó a escribir ese maravilloso soneto, probablemente, tuvo que soportar también los dolores causados por algún amor que lo dejó con el corazón colgando de una hilacha. 
       
- Me gusta verte feliz - me dijo con cariño Muchosnombres.
- Y a mí estarlo - grité yo, dando pequeños saltos mientras caminaba en medio del gentío.
- ¿Sólo pasearemos? ¡Yo quiero comer! - demandó el señor Destino.
- Buena idea ¡Vamos a comer! - asentí yo.
- ¡Queremos una paella de conejo y pollo, queremos una paella de conejo y pollo! - canturreaba con gracia Muchosnombres aumentando el grado de jolgorio en que nos habíamos inmerso.

     Por fin dimos con una terraza como la que estaba en nuestros planes. Pertenecía a un buen restaurante y estaba emplazada en una esquina concurrida. Sobre sus mesas había manteles a cuadritos amarillos y rojos. Sin lugar a dudas era un guiño a la bandera de la Comunidad Valenciana, también conocida como "señera coronada".

     Apenas nos sentamos la bella Muchosnombres nos propuso que jugáramos a leernos el pensamiento. Y así lo hicimos. Resultó muy divertido, por lo menos para mí que no tenía este don, pero que por algunos minutos me otorgaba Muchosnombres. Lo mejor fue cuando comenzamos a contarnos chistes sin abrir la boca. Estaba el señor Destino narrando el de la mosca que se disfrazó de Lady Gaga cuando apareció el camarero. Lo miramos y aunque no verbalizamos nada, los tres pensamos lo mismo: que nos prepararan una paella de conejo y pollo. Y él, sin percatarse de lo que sucedía, nos sorprendió porque escribió nuestro pedido sin necesidad de hacernos ninguna pregunta. A continuación, mirándonos en forma simpática nos preguntó: 
- ¿Con qué ensalada quieren servirse la paella de conejo y pollo?
     Cuando nosotros, al unísono, pensamos "con una ensalada de productos de la huerta valenciana", él, como si lo que estaba sucediendo fuera lo más normal del mundo, mientras anotaba, murmuró: "Una ensalada valenciana para tres". Y entonces ocurrió algo divertido. Nos miró y sin mover los labios yo entendí que nos consultaba qué queríamos beber. Los tres nos miramos y le solicitamos, esta vez hablándole: "Tinto de la casa". Y los cuatro nos pusimos a reír.
- Buena elección - nos dijo haciendo un gesto de aprobación levantando el dedo pulgar de su mano derecha - el vino de la casa es excelente.

     Mientras nos servíamos la abundante y deliciosa paella, la marea humana iba y venía. Sin dejar de hacer comentarios jocosos de la gente que desfilaba frente a nosotros atacamos los postres: granizados de chufa y buñuelos de calabaza. 
Luego bebimos café y el restaurante nos obsequió con "chupitos" de licor de cerezas del Valle del Jerte. 


     Posiblemente por la copiosa comida, el vino y los "chupitos", a esas alturas de la tarde yo me sentía exultante.
- Gracias por estos momentos maravillosos que me has regalado - le expresé a Muchosnombres.
- No es nada - me contestó ella con ternura. Y agregó - Ojalá todo el mundo pudiera ser tan feliz como te sientes ahora tú.


     Al notar que la tarde empezaba a caer, la hermosa Muchosnombres me preguntó:
- ¿Te gusta el atardecer?
- Sí, me parece que es el espectáculo más bello del mundo.
- No todas las personas reparan en la belleza de un atardecer ¿Sueles mirarlos?
- Siempre que puedo, esté donde esté, procuro detenerme, dejar lo que estoy haciendo y los miro como si fueran un ballet.
- Si es así formas parte de un número muy bajo de seres humanos que  actualmente lo hacen.
- Lo he leído.
- Pero ¿sabes? ahora a ti te causa placer, pero no puedes imaginarte la angustia que sentían los primeros hombres que poblaron la tierra cuando se acercaba la noche.
- Probablemente creerían que la luz no regresaría nunca más.
- Sí, era el temor a la oscuridad, a lo desconocido.
- Tampoco deben haber encontrado una explicación a las numerosas luces que, al caer la noche, si no estaba nublado, veían encenderse en el cielo.
- Los ocasos dan para mucho. Algunas personas cuando están estresadas se relajan mirando la mezcla de colores del crepúsculo - me comentó Muchosnombres. 
- A mí me sucede. Y ahora que hablamos de esto, recuerdo que cuando era muy niño, en una ocasión tuve que permanecer varios días internado en un hospital. Fue angustiante para mí porque nunca antes me había despegado de mi familia. A pesar de la pena inmensa que me producía estar en un lugar tan hostil, nunca he olvidado un atardecer lleno de colores, que una de esas tardes vi a través de una ventana. Mientras el claroscuro comenzaba a inundar el mundo sentía griteríos de niños, que imaginé serían de mi edad. Cuando ya no quedaba casi luz del día, puede que para despedirse antes de retirarse a sus casas, algunos críos comenzaron a cantar una canción que hizo que me sintiera libre, junto a ellos.
- Una canción que decía: "Mambrú se fue a la guerra..." - me interrumpió el señor Destino.
- Así fue ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo te la hice oír. Estabas tan dolorido que te quise hacer ese regalo.
- ¿Sabes que desde entonces, cada vez que oigo esa canción evoco ese atardecer, en ese hospital en que, a pesar que me sentía el niño más solo del mundo, mi espíritu se inundó de algo que, muchos años más tarde, supe que era poesía?  
- ¡Vamos! ¡Arriba, Valentino! - me animó Muchosnombres.
- No te preocupes, ahora me siento muy bien.
- Y vas a sentirte mejor aún. Te voy a invitar a perseguir el sol.
- Te aseguro que es un juego muy divertido - acotó el señor Destino. Y agregó - ¡Camarero! Tráiganos la cuenta, porque nunca mejor dicho, nos tenemos que ir volando. 
- ¿En qué consiste esto de "perseguir el sol"? - inquirí.
- Se trata de volar a la velocidad de la rotación de la tierra persiguiendo el sol. Así podrás ver todos los atardeceres que quieras ver.
- ¿Volar? ¿Cómo Peter Pan?
- Sí, volarás como Peter Pan. Aunque no necesitarás que "Campanilla" espolvoree polvos mágicos en tu cuerpo.
- Mira, es fácil, así se hace. - me explicó el señor Destino, mientras comenzaba a despegarse del suelo.


     Atraídos por el inusual fenómeno, poco a poco comenzó a juntarse un gran gentío alrededor nuestro. Era tanta la gente que nos rodeaba que el camarero tuvo que abrirse paso a codazos para cobrar lo que le debíamos. Como era el señor Destino, que se encontraba levitando por lo menos a un metro del suelo, quien pagaba la cuenta, el mesero, atónito, tuvo que subirse encima de una silla para entregarle el recibo. Después que recibió el dinero, el hombre, al ver que nosotros también empezábamos a ascender, se puso blanco como un papel y, de la impresión, cayó al suelo como saco de patatas en medio de un anillo de curiosos que nos miraban con la boca abierta, mientras nosotros nos alejábamos cada vez más. 


(continuará)