martes, 22 de febrero de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Quinta entrega.
Febrero de 2011.
Artista callejero actuando en la Puerta del Sol de Madrid
     A pesar de ser invierno Madrid había amanecido lleno de sol.
La noche anterior los programas del tiempo de las televisiones regionales y nacionales habían anunciado que al día siguiente se alcanzarían los quince grados de temperatura. Y habían acertado. Esa misma semana en algunos árboles ya habían empezado a nacer las primeras flores blancas y rosadas que anunciaban una primavera adelantada. La temperatura y los primeros árboles floridos, unido a una brisa suave que acariciaba el rostro, aumentaban en la gente las ganas de vivir y de echarse a la calle. Todo eso, unido a la gran cantidad de turistas que inundan todo el año Madrid, hacía que la capital de España pareciera una fiesta.


     El desayuno con Muchosnombres sería en la Plaza Mayor a las diez de la mañana. Como es muy difícil aparcar en esa zona de Madrid, opté por tomar el Metro. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando me bajé en la parada Gran Vía. Cuando salí al exterior, con mucho placer comencé a bajar por la calle Montera que, como es habitual, estaba repleta de prostitutas morenas, la mayoría latinas. También había algunas rubias y altas, algunas tan jóvenes que parecían ser menores de edad. Estas últimas, probablemente, de los Países del Este por el color de su piel y de sus cabellos. 


     Al llegar a la Puerta del Sol me detuve un rato a ver un espectáculo que presentaba un grupo de mariachis mexicanos quienes, impecablemente ataviados y premunidos de guitarras, trompetas, vihuelas, guitarrones y hasta un acordéon, hacían las delicias de un numeroso público tocando y cantando rancheras y corridos de su país. Cuando yo me uní al grupo los charros estaban terminando de cantar en forma impecable "...no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey". Recordé que días antes había leído que esta famosa canción llamada "El Rey" es de un conocido autor llamado José Alfredo Jiménez, considerado el mejor compositor mexicano de música ranchera. A continuación siguieron con "Pénjamo", una antigua ranchera que popularizó Pedro Infante y que yo oía cuando era niño.


Una vez dejé el conjunto de mariachis me encontré con el grupo de "hombres estatuas" que a veces, incluso de madrugada, están allí inmóviles esperando que alguien les dé una moneda para iniciar un movimiento, la mayoría de las veces inesperado y jocoso. Luego tomé por la calle Mayor y seguí por la calle Postas. Al arribar a la hermosa Plaza Mayor de Madrid miré mi reloj. Faltaban cinco minutos para las diez de la mañana. Di una vuelta hasta que vi a Muchosnombres sentado en una terraza con un emplazamiento privilegiado, gracias a lo cual recibía una gran cantidad de sol. Estaba leyendo "El País" en el que la noticia destacada eran los cruentos sucesos que estaban teniendo lugar en Libia.


     Confieso que me desilusionó verlo como en nuestros primeros encuentros y no como esa bella mujer con la que había charlado en el café Gijón, que me había dejado obsesionado con el beso de despedida. Pero inmediatamente me repuse y la verdad es que me acerqué feliz a abrazar a Muchosnombres en su versión yang. Después del saludo me senté y me percaté que estábamos en la terraza que está junto al hermoso edificio que se conoce como "Casa de la Panadería". Es un edificio de cuatro plantas terminado en 1619, con unos frescos de hermosos colores en su fachada, que representan personajes mitológicos que fueron realizados en 1992 por el artista Carlos Franco.


     El gran rectángulo de la plaza, como sucede casi siempre, estaba repleto de centenares de turistas, algunos caminando de un lado a otro, y otros sentados en las sillas de las terrazas de los numerosos restaurantes que dan servicio de hostelería en el lugar. El ritmo era tan frenético que los camareros parecían danzar entre las mesas. Iban y venían trayendo chatos de vino, cervezas, chupitos, bebidas y cafés. Y, por supuesto tapas, pinchos, montaditos, y porciones variadas: de chopitos, de diferentes tipos de paellas, de jamón serrano, de huevos estrellados, de patatas fritas, de patatas bravas, de empanadas y de pulpo a la gallega entre otras delicias gastronómicas.


     Muchosnombres y yo decidimos pedir un bocata de calamares, uno de los bocadillos más típicos y sabrosos que se pueden consumir en la plaza. Y para beber elegimos un tinto de La Rioja que, como se dice vulgarmente, estaba como para resucitar a un muerto.


     Aunque yo intenté dos o tres veces que habláramos del encuentro en el café Gijón en el que quedé prendado de esa mujer maravillosa que me dio el beso más intenso de mi vida, Muchosnombres esquivó hábilmente el tema hablando del tiempo; de los dos pilotos libios que, con sus correspondientes aviones de combate, aterrizaron y pidieron asilo político en Malta. Luego me propuso que jugáramos a calcular cuántas nacionalidades de turistas habría en la plaza. Estábamos en eso cuando Muchosnombres, repentinamente, exclamó:
- ¡Mira quién viene ahí!
- ¿Quién? - pregunté yo, mientras vi que Muchosnombres le hacía señas a un hombre de unos cuarenta años, alto, bien parecido y vestido de manera informal pero elegante.  
- Es el señor Destino - me contestó.
- ¿El señor Destino? Nunca había oído hablar del señor Destino.
- Es raro que no lo conozcas, querido Valentino. El señor Destino es a quien casi todo el mundo conoce y lo tutea llamándolo simplemente "destino". 
- ¿Te refieres al destino destino, a lo que se conoce como fuerzas desconocidas que influyen sobre sucesos de las vidas de los hombres?
- Sí, al mismo, al destino destino, como dices tú. El que hace que tu vida vaya para un lado o para otro sitio, el que hace que tu vida sea feliz o infeliz.
- ¡Ah!... entonces sí lo conozco. Bueno, de nombre. ¿Y tú de qué lo conoces?
- ¡Hoooombre! Eso no se pregunta Valentino. Él trabaja para mí desde siempre.
Es parte de mí igual que tú; recuerda que yo soy todo.
- ¡Fiuuuu! Estoy impresionado. Nunca antes lo había visto. Jamás me imaginé que existiera este personaje y menos que lo iba a conocer en persona.
- Naturalmente que nunca lo habías visto antes porque nadie tiene facultad para verlo; ahora lo ves porque yo te permito que lo veas.
- ¿Sabes? Nunca lo imaginé así.
- ¿Así cómo?
- Tan sencillo, tan cercano, tan humano.
- Jajajá. Recuerda que no tienes que creer en todo lo que ves. No te fíes de tus primeras impresiones. Es peligroso no contrastar. Puedes equivocarte. Nunca de fíes de él, porque cuando menos te lo esperas éste te hace una putada de las gordas.
- ¿Por qué me dices que no me fíe de mis primeras impresiones?
- Porque perteneces a una especie muy peculiar, Valentino. Soléis juzgar por la primera impresión que, como sabrás, incluso por estudios realizados por vuestros propios psicólogos y sociólogos, son altamente fallidas.
- Pero es que casi sin pensarlo, por la pinta, uno hace una primera valoración de la persona que tiene delante.
- Efectivamente es lo que soléis hacer. Pero como sois tan clasistas y racistas, casi siempre la cagáis. Reaccionáis en base a imágenes, a moldes hechos, a estereotipos. 
     Yo le encontré toda la razón. Y de vergüenza de verme retratado así, preferí hacerme el tonto. Pero igual le contesté con una frase hecha.
- Puede ser, pero no todos somos iguales.
- Valentino, eso que acabas de decir es una de las excusas más trilladas del mundo. Sucede algo parecido cuando los militares golpistas que matan y torturan se defienden diciendo: "Sólo cumplía órdenes superiores". Pero volvamos al señor Destino ¿Cómo te lo imaginabas? 
- La verdad es que no lo imaginaba. Pensaba que no era un ente, sino una suma de circunstancias que se mezclaban por azar, como un cruce eterno de caminos en el que cada uno de ellos te lleva a una situación diferente.
- No andas descaminado; algo de eso hay.


     Cuando el señor Destino llegó a nuestra mesa saludó a Muchosnombres en forma efusiva diciéndole "Hola querido, jefe" y le dio un beso en cada mejilla, mientras Muchosnombres lo invitaba a compartir la mesa.
- ¡Siéntate, majo! - le dijo.
     Y sin haberlo imaginado ni soñado me vi sentado junto a una mesa de un restaurante de la Plaza Mayor de Madrid nada menos que con Muchosnombres y con el señor Destino. Ambos ahí, al alcance de mi mano y tratándome de igual igual a mí, pobre mortal. 
     Escruté largamente al señor Destino y me di cuenta que no era diferente a la mayoría de los hombres, a no ser por un lunar con forma de estrella que tenía en medio de la frente.
     Fue entonces cuando Muchosnombres nos presentó.
- Valentino, te presento al señor Destino; señor Destino, te presento a mi amigo Valentino. 
- Encantado de conocerte - le dije yo - mientras le ofrecía mi mano.
- Ya nos conocemos - me dijo él sonriendo - y sé que tu nombre verdadero no es Valentino. Mira te conozco tan bien que te podría contar tu vida mejor que si lo hicieras tú.
- ¿Sí?
- Sí, querido amigo. Y te confieso que a lo largo de tu vida te he hecho pequeñas, medianas y grandes putadas. Y también cosas muy buenas para ti. Lo que pasa es que como no te las he hecho todas a la vez, desde pequeño te has acostumbrado a ellas.
- ¡No jodas!
- Sí ¿Quién crees que provocó tu primer exilio cuando apenas eras un niño? - confesó riéndose a mandíbula batiente mientras Muchosnombres también se carcajeaba hasta las lágrimas.     
     Me golpearon tanto su confesión y sus risotadas destempladas que yo me quedé sorprendido, como de piedra, como moai de la Isla de Pascua, sin atinar a abrir la boca.


(Continuará)