viernes, 3 de abril de 2020

Viaje a Maguncia a entrevistar a Gutenberg


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)



En el plan de entrevistas de Valentino a personajes que ya no existían en este  mundo, la próxima interviú prevista era a Johannes Gutenberg, un hombre al que el periodista admiraba por haber sido, oficialmente, el creador de la imprenta de tipos móviles, un ingenio que permitió acelerar la impresión de libros, democratizar la cultura y aumentar la divulgación de ideas. Además estaba directamente ligada al desarrollo posterior de la prensa escrita y, por ende, de los periodistas. 

Consideraba que Gutenberg y otros inventores como él, algunos cuyos nombres no ha registrado de la misma forma la Historia, habían permitido realizar un salto cultural cualitativo a la Humanidad. Como antes lo hicieron los que crearon la escritura; o quienes, ya en el siglo veinte, inventaron el computador e Internet, la red de redes.

Al igual como suelen trabajar algunos de los grandes profesionales del periodismo, antes de realizar una entrevista, Valentino solía informarse de manera  rigurosa y abundante acerca del personaje a entrevistar y de la época en la que a éste le había tocado vivir. Lo hacía con pasión, hasta encontrar galerías que le permitían llegar hasta vetas que nadie había descubierto antes. A veces le bastaba un pequeño detalle, un hecho aislado que los demás habían dejado pasar, pero que era la causa de sucesos que después se transformarían en extraordinarios. Luego se ponía en la piel del personaje e intentaba ver su interior, entenderlo, percibir sus luces y sus sombras. Consideraba que esta era la mejor forma para conseguir resultados originales y didácticos que llamaran la atención y el interés de sus lectores y, sobre todo, que les permitiera conocer mejor al ser humano y la trascendencia de su obra. Y la verdad es que le daba excelentes resultados.

A Gutenberg le había dedicado un par de horas cada mañana durante varios días, leyendo todo lo que consideraba que le podía aportar algo interesante. Luego lo dejaba, seguía trabajando en otros proyectos, comunicándose con medio mundo, saliendo a comprar y viviendo su día a día. Algunas mañanas salía a correr por el Parque del Retiro y a veces, cuando llegaba la noche, salía a cenar con Violante y algunos amigos, o iban a ver una obra de teatro. Luego regresaban a su departamento o iban al de ella a regalarse amor. Al día siguiente regresaba al inventor de la imprenta en una especie de cita invisible con un hombre a quien cada día creía conocer un poco más. Cuando consideró que tenía información suficiente, viajó a la ciudad de Valencia para visitar el Museo de la Imprenta y de las Artes Gráficas, con el objeto de chequear detalles que en Internet no le habían quedado claros.
Como todo estudiante de Periodismo, Valentino sabía desde sus tiempos de alumno en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense lo que Gutenberg había significado en el progreso humano. Asimismo tenía claro que antes de Gutenberg muchos hombres geniales también habían inventado artefactos con los que consiguieron reproducir imágenes y textos sobre papel, telas, pieles y otros materiales. En China, dos siglos antes del nacimiento de Cristo, algunos artífices ya lo hacían. Cientos de años después, en Europa, artistas como aquellos orientales, ayudados de un buril y otras herramientas similares, con gran maestría, hacían grabados sobre planchas de madera o metal creando una matriz que luego, por presión, imprimían varias veces sobre diferentes soportes, especialmente papel. Eran copias iguales de una misma matriz, que la usaban hasta que ésta se desgastaba. Para diferenciarlas y hacerlas únicas, algunas copias las enriquecían agregándoles dibujos y pinturas hechas a mano. Incluso introducían frases manuscritas como dedicatorias que las transformaba en especiales.  

Pero el invento de Gutenberg, que pasó a la historia con el nombre de imprenta, fue realmente un salto cualitativo importante porque marcó una diferencia sustancial en la técnica de impresión. La imprenta era una máquina, mediante la cual muchos reproducían ilustraciones y textos sobre papel o pergamino, pero el gran aporte de Gutenberg, lo que lo diferenció de las demás, consistió en inventar los tipos móviles individuales, fabricados tras fundir en un molde una mezcla de plomo, antimonio y estaño. Eran alargados y en un extremo llevaban una letra, un signo de puntuación o, simplemente un pequeño icono en relieve. Los maestros ordenaban los tipos en una caja o galera, disponiéndolos uno junto a otro. Con gran habilidad, iban formando sílabas y frases hasta completar una página. Cuando tenían una página lista, le aplicaban tinta y, por presión de una prensa, transferían la página completa al papel o al pergamino.


-¿Podemos irnos ya? – pregunto Muchosnombres.
-¿Por qué me lo preguntas si tú vas y vienes libremente sin pedirle el parecer a nadie, menos a mí?
- Me refiero si podemos partir ya hacia la ciudad de Maguncia.
- Por supuesto, cuando tú quieras. Me gustaría que fuéramos al año 1455.
- ¡Vamos allá! – gritó el señor Destino. Y agregó – Por esas regiones soy muy conocido porque cien años antes, en el siglo catorce, a medio mundo les di un barrido con la peste negra y me cargué nada menos que la tercera parte de los habitantes que entonces poblaban la tierra. Casi no dejé títere con cabeza.
- ¡Qué malvado eres! – le enrrostró Valentino mirándolo con rabia contenida.

Y de esa manera, sin tener conciencia de tiempo ni de espacio, los viajeros se encontraron en la Maguncia medieval en un día con un temporal de lluvia, nieve y vientos desatados que enfriaban el ambiente y hacían más oscura la ciudad ya de por sí oscura. En medio del frío y de un atardecer gris aparecieron Valentino, Muchosnombres y el señor Destino en el taller medieval del inventor de la imprenta.

Antes de que Muchosnombres permitiera que quienes estaban en el taller pudieran ver al periodista, Valentino recorrió lenta y cuidadosamente la estancia, observando con curiosidad cada objeto, cada máquina, cada artilugio, cada prensa, cada hoja recién impresa, cada libro, cada mueble, cada candil, en fin todo, porque todo le llamaba la atención en ese tibio, aunque mal iluminado taller, con el aire impregnado de una mezcla de aromas a tintas, a metal fundido y a humedad. Se acercó a una columna donde había decenas de libros apilados, impresos con técnica xilográfica, que eran el resultado de la encuadernación de una serie de páginas ordenadas y cosidas a mano, protegidas por bellas cubiertas de piel. Algunos probablemente habían sido realizados por el propio Gutenberg. Y en una estantería de madera que ocupaba un murallón, encontró preciosos manuscritos realizados a mano por algunos copistas cuyos nombres la historia no registró y que, probablemente, tardaron años en realizarlos. Eran artesanos que solían dedicar toda su vida a copiar letra a letra y dibujo a dibujo una obra, cuyo resultado, por lo general, era magnífico.
Cuando 
Valentino vio aquellos recordó algunos códices importantes que, en ocasiones especiales, había visto en algunos museos: el Códice del Beato de Liébana, que data del año 776; el Códex Emilianense, del siglo décimo; y uno de sus favoritos: “El Cantar de Mio Cid”, del siglo once, una de las obras más importantes de la literatura castellana que, en una ocasión, había tenido a un metro de sus ojos en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Bajo una alargada ventana vio a un cajista que, sobre una amplia mesa, ordenaba letras sobre una tabla rectangular llamada galera. Siguió desplazándose e, inesperadamente, en un anaquel polvoriento, vio un libro diferente a los que había visto antes. Lo tomó entre sus manos y revisó la portada. Era “El misal de Constanza”, un libro religioso, llamado así porque reproducía textos utilizados en la celebración de los oficios religiosos. Era una pieza muy especial porque fue el primer libro de la historia impreso por Gutenberg en su imprenta de tipos móviles, en colaboración con su equipo de artesanos y artistas. Fue realizado en 1449, cinco años antes que la Biblia. Una vez que Gutenberg terminó “El Misal de Constanza”, comenzó a trabajar en su primera Biblia que, dicen, la hizo tomando como modelo una de 1.300 páginas manuscritas, realizada completamente a mano, conocida como “Biblia gigante de Maguncia”.

Fue entonces cuando, cerca de una gran chimenea, a contraluz de las llamas, Valentino divisó a un hombre de cabellos grises y con larga barba, ataviado con un gorro de tela y piel. Vestía una bata amplia, de gruesa tela y daba instrucciones a quienes parecían ser dos aprendices.
¿Será él? – se preguntó emocionado el periodista.