viernes, 20 de enero de 2012

Una Nochebuena con sorpresas

Capítulo 30
(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

     La noche del 24 de diciembre el interior de la casa de montaña de los padres de Valentino estaba iluminado por el resplandor de las llamas de las dos inmensas chimeneas y por la luz cálida de decenas de velas que habían dispuesto estratégicamente por todos los rincones de la estancia.

     Después que los niños terminaron de cenar, se situaron a jugar junto a la maqueta del pesebre y al árbol de Navidad, donde reían y canturreaban villancicos. Cuando faltaban algunos minutos para las nueve de la noche, Elvira, la madre de Valentino, invitó a todo el grupo a ocupar sus puestos junto a la inmensa mesa que lucía esplendorosa, cubierta por un mantel de color verde manzana, sobre el cual habían depositado una vajilla de colores carmesí y verde oscuro; numerosos cuencos con aderezos de diferentes colores y sabores; varias botellas de cristal tallado que contenían vinos blancos y tintos; cubiertos de plata, con la marca de una herradura en los mangos, que nadie recordaba qué generación la había aportado a la familia; y como ahora está de moda, copas translúcidas, de diferentes estilos y colores: púrpuras, añiles, verdes, azules y amarillos. Frente al puesto de cada comensal había pequeños sobres con el nombre de cada uno, que contenían una tarjeta escrita a mano por la madre de Valentino, con una predicción y un deseo especial para cada miembro de la familia. La noche anterior a Nochebuena, Elvira solía decir “Me voy a mi oráculo”, y se encerraba con llave en su habitación. En hojas de papel que ella misma fabricaba utilizando fibras vegetales de su jardín, concentraba en ellos sus pensamientos y escribía un nombre de un ser querido y luego apuntaba lo que le dictaba su corazón. Solía decir que era un don, ya que ella no decidía qué escribir, insistía en que había una fuerza en su interior que hacía que su mano caligrafiara los mensajes. El juego consistía en que nadie debía enterarse de las predicciones de los demás. Era una tradición que ella aprendió de su madre, y su madre de la suya y así había sido, probablemente, desde que su linaje apareció sobre la tierra.

     A las nueve de la noche en punto comenzaron a oír los ecos de un coro de voces lejanas que cantaban canciones de Navidad. Valentino sonrió porque recordó que cuando él y sus hermanos eran adolescentes, también salían a cantar recorriendo el pueblo. Todos se asomaron a la puerta y pudieron ver cómo una fila de jóvenes, premunidos de pequeñas lámparas que parecían luciérnagas en la oscuridad, pasaron frente a la casa y luego se perdieron en las callejuelas con dirección a la iglesia.  

- Por favor, todos adentro, ya es hora de servir la cena – Suplicó Elvira.
     De inmediato todos entraron ateridos de frío buscando el calor del interior de la casa. Cuando se sentaron a la mesa sólo las dos sillas que estaban a la derecha y a la izquierda de Valentino permanecieron vacías. Entonces su madre le dijo con un mohín de tristeza:
- Hijo, te advertí que tus amigos no podrían llegar. ¿Te han llamado por teléfono?
- No funcionan los teléfonos, madre. Pero te aseguro que llegarán en unos momentos, puede que antes que comencemos a degustar el aperitivo. ¡Créeme!
- ¿Cómo puedes estar tan seguro, Valentino?
     Valentino lo estaba porque ya conocía lo suficiente a Muchosnombres. Y su pálpito no lo defraudó, porque cuando aún latía en el aire la pregunta que la madre le había hecho, golpearon tres veces a la puerta. Todos se quedaron sorprendidos y miraron a la vez a Valentino, quien se levantó y les dio a todos, sonriente, un repaso como diciéndoles con el gesto: “Os lo dije”. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y todos pudieron ver a Muchosnombres y al señor Destino cubiertos de nieve, quienes, al unísono, desearon a todos “Feliz Navidad”. La madre se levantó de inmediato para invitarlos a entrar:
- Soy Elvira, la madre de Valentino, los amigos de mis hijos son siempre bienvenidos en esta casa.

     Luego Valentino les pidió a Muchosnombres y al señor Destino sus abrigos, sombreros y bufandas, y los presentó a todos sus familiares y amigos. De inmediato casi todas las miradas se centraron en Muchosnombres, quien  vestía un elegante traje negro con un escote generoso que enmarcaba unos pechos espléndidos, en medio de los cuales se asomaba un colgante de color granate que brillaba como el fuego. Probablemente ninguno de ellos llegó a imaginar quién era realmente esa hermosa muchacha. Si bien todos sintieron una sensación extraña de unidad y de paz consigo mismos, no sospecharon que esa atmósfera de armonía se debía a que todos ellos formaban parte de Muchosnombres, porque como se lo había repetido varias veces a Valentino, ella era “todo lo existente...siempre”, algo que tampoco él nunca había llegado a entender ni, probablemente, podría conseguir comprender jamás.

     A continuación el padre de Valentino, muy parecido físicamente a su hijo, se puso de pie e invitó a todos a un brindis:
- Por todos vosotros, especialmente por los amigos que acabamos de conocer y que han llegado hasta nosotros a pesar de la oscuridad, del frío y de la nieve de esta noche de tormenta. Para que todos los hombres del mundo lleguen algún día a experimentar la felicidad que yo siento en este momento… ¡Salud!
- ¡Salud! – contestaron todos en coro, a la vez que levantaban sus copas de cristal rebosantes de cava catalán. Al exclamar “salud”, Valentino pensó, con cierta sensación de tristeza, en que lo que todos estaban viviendo no volvería a ocurrir jamás. Probablemente volverían a asistir a una Nochebuena parecida, pero como aquella nunca más, porque en la vida nada se vuelve a repetir del mismo modo.

     Apenas la cena comenzó el ambiente se llenó de conversaciones cruzadas, y del sonido producido por la manipulación de la vajilla y de los cubiertos. El primer plato consistió en sopa de cebolla con puerros y queso rallado, con dados de pan fritos y dorados en aceite de oliva. De segundo sirvieron “Pitu de caleya” acompañado de patatas panaderas, a la vez que dispusieron sobre la mesa varios boles con ensaladas distintas, aderezadas con salsas diversas.

     Mientras cenaban, una hermana de Valentino le consultó a Muchosnombres en qué trabajaban. Le confesó que el día anterior se lo habían preguntado a su hermano, y que éste había escabullido la pregunta, respondiéndoles que no sabía exactamente en qué. La única pista que les había dado es que era un trabajo altamente especializado que les obligaba a viajar mucho por todo el mundo.
- Efectivamente es como ha dicho Valentino, viajamos mucho y nadie, aparte de nosotros, puede hacer lo que hacemos.
- Pero… ¿Se puede saber en qué consiste vuestro trabajo?
    
     Muchosnombres y el señor Destino miraron a Valentino y luego de hacerle un guiño de complicidad, Muchosnombres contestó:
- Somos hipnotizadores y magos, por eso usamos estos nombres de fantasía que tanto llaman la atención a tantas personas. Hacemos trucos que nadie más sabe hacer.
- ¿Hace mucho que trabajan juntos?
- Hace mucho mucho mucho tiempo – Exclamó el señor Destino sonriendo como un bribón.
- ¿Qué tipo de hipnosis y de magia hacen? – inquirió una cuñada de Valentino.
- De todo tipo.
- ¿No tienen una especialidad?
     Entonces interrumpió Valentino, quien explicó:
- Son buenos en todo; hacen trucos que parecen imposibles.
- Me encanta la magia y la hipnosis - Confesó el padre de Valentino. Y matizó – Recuerdo que hace apenas unos siglos  la magia estaba prohibida; decían que era brujería. Por esta razón, en estas tierras, la Inquisición llevó a muchos inocentes a la hoguera.
- ¿Nos podrían regalar con algún truco? – suplicó Elvira.
- ¿Qué le gustaría, Elvira?
- No sé… ¿Podrían hacer aparecer un conejito?
- Lo del conejo lo hacen casi todos – Se excusó Muchosnombres - ¿Le parece mejor que hagamos aparecer un animalito más grande?
- Lo que usted quiera Muchosnombres - le respondió Elvira.

     Como los niños habían oído que aparecería un animalito, se acercaron a la mesa y comenzaron a chillar entusiasmados:
- Yo quiero que hagan aparecer un león.
- Y yo un elefante.
- Mejor un rinoceronte.
- Yo prefiero una jirafa con un cuello muy largo.
- Sí sí, jirafas, y también cebras.
    
     Muchosnombres y el señor Destino se entusiasmaron con la reacción de los críos y comentaron al unísono:
- Vale niños, haremos aparecer algunos animalitos africanos. Por favor, que nadie toque nada de lo que vean y que nadie se asuste, porque recuerden que es sólo una suerte de magia. Todo es fantasía. Y ahora, por favor, mírennos a los ojos.

     Y tal como había sucedido en el Restaurante del Casino de Madrid unos meses antes, en un santiamén, el inmenso comedor se transformó en una llanura africana con un sol que producía un calor sofocante, repleta de elefantes que barritaban, búfalos que mugían, hienas que aullaban, impalas que bramaban, leones que rugían, guepardos que gruñían, cebras que emitían un sonido entre un rebuzno y un relincho; sólo a las jirafas no se les oía ruido alguno porque, según explicó el señor Destino, emiten sonidos con una frecuencia muy baja, que los humanos no podemos percibir. Todos esos animales estaban allí, sobre una vasta sabana que se extendía hasta donde se perdía la vista.

     Al ver los animales, todos los comensales, con la excepción de Valentino, quien ya conocía el percal, comenzaron a inquietarse. Las hermanas y una cuñada de Valentino, al ver que los leones se comenzaban a acercar a los niños, comenzaron a gritar, mientras tres elefantes metían sus trompas en la mesa hasta zamparse un par de bandejas de turrones. Lo peor fue cuando se dejaron caer sobre la mesa una docena de buitres que empezaron a picotear todo lo que encontraban. Mientras los chavales exclamaban “¡Qué guay…qué guay!”, el resto de la familia permanecía como petrificada en sus asientos, sin mover nada más que sus ojos de derecha a izquierda y viceversa, sin poder explicarse cómo habían podido todos ellos meterse en esa llanura africana que era igualita a las que en alguna ocasión habían visto en las documentales de la National Geographic.