martes, 31 de mayo de 2011

En busca de la puesta de sol


Capítulo Nº 16.


     A medida que ascendíamos, todo lo que había abajo, en la tierra, lo iba viendo empequeñecer. Llegó un momento en que los que componían el grupo que rodeaba al camarero desmayado parecían conejos. Luego subimos lo suficiente para ver toda la hermosa ciudad de Valencia. Giré mi cabeza y a mi izquierda vi el mar azul que llegaba hasta el horizonte.


- Síguenos - me dijo Muchosnombres, quien con el cabello flotando por el viento se veía más hermosa aún.
- No temas nada; sólo piensa en que volar es lo más natural del mundo - agregó el señor Destino.
- ¿Natural? ¡Tú estás loco! - farfullé yo con mi corazón a punto de salirse por mi boca.
     Sin embargo, entonces me di cuenta que, efectivamente, todo era natural. Sentía como si desde siempre hubiera volado. Aunque ya lo había hecho en sueños, en este caso me estaba sucediendo de verdad. Además no necesitaba mover ni mis brazos ni mis piernas. Me basta con pensar en ir no sé si hacia el sur o hacia el norte, ni tan siquiera si hacia abajo o hacia arriba para avanzar en un silencio sólo roto por el zumbido del viento en mis oídos.


- ¿Hacia dónde vamos? - le consulté a Muchosnombres.
- Vamos a situarnos a una altura desde la que puedas ver la puesta de sol durante el tiempo que quieras. 


     Nos adentramos en el Mediterráneo hasta las Islas Baleares. Nos situamos justo encima de Ibiza. A mi derecha se veía la pequeña isla de Formentera. Y un poco más lejos se asomaban Mallorca y Menorca. Frente a mis ojos, sobre el horizonte, sin ningún obstáculo que me impidiera la visión, percibí una cinta de luz que parecía un anillo de oro. Después continuamos avanzando a una velocidad que me permitía seguir viendo el sol hundiéndose en el horizonte. Era un espectáculo muy bello y variado, porque a veces el cielo estaba límpido y al rato se comenzaba a llenar de nubes. Después de una hora larga Muchosnombres propuso:
- Ya que estamos volando ¿Os parece que nos alejemos un poco más?
- ¿Adónde? - pregunté yo bastante acojonado, porque aunque mi anfitrión fuera el mismísimo Muchosnombres, notaba que aquello me sobrepasaba.
- Adonde queramos ir - dijo el señor Destino - porque esto no tiene una parada final como las líneas del Metro de Madrid. Esto es infinito infinito infinito.
- Prepárate, porque vamos a salir a la estratosfera - me previno muchosnombres.
- ¿Qué has dicho? - chillé yo espantado.
- Sólo te aviso que superaremos la zona que llamáis atmósfera, pero no te sucederá nada. Ni siquiera lo notarás.
- Por lo tanto saldremos a la estratosfera - agregó feliz el señor Destino.
- Me cago en la leche...¡Esto se avisa, coño!.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué te enfadas?
- Porque este "paseíto"que estamos dando ahora, si subirme a un avión, ni a un helicóptero, ni a un disco volador, sin alas, sin paracaídas, y sin nada de nada que me proteja, está bien y hasta simpático, y será una bonita historia para contar a mis nietos cuando los tenga, pero si salgo a la estratosfera me quedaré seco ipso facto.
- Tranquilo, Valentino, no te pasará nada.
- Si lo hubiera sabido, por lo menos hubiera alquilado un traje de astronauta o de Superman.
- ¡Qué traje de astronauta o de Superman ni pollas en vinagre! ¿Vas a entender de una puñetera vez que si te invito yo no te sucederá nada desagradable? - me reprendió Muchosnombres.
- No sé no sé...mi abuelo me contó que en su pueblo conoció a uno que aseguraba que a voluntad podía separar los átomos de su cuerpo y volverlos a integrar. De modo que si alguien le disparaba una bala no le sucedería nada, porque el proyectil pasaría entre los espacios vacíos de su cuerpo desintegrado.
- ¿Y?
- Que en el pueblo no le creyeron.
- ¿Y?
- Y él insistió en que era como él decía.
- ¿Y?
- Y apostó con lo del pueblo a que le dispararan para poder comprobarlo.
- ¿Y?
- Y como nadie se atrevió a hacerlo, fue a su casa a buscar un revólver del calibre 45. Regresó y, delante de todos, en el bar del pueblo, se puso el cañón de su arma dentro de la boca.
- ¿Y?
- Durante meses estuvieron despegando con pinzas los trocitos de sesos de los muros del local.
- Por favor Valentino, no me cuentes trolas.
- Pero si fue verdad. Me lo contó mi abuelo.
- ¡Jo!... menuda imaginación tenía tu abuelo.
- Ya atravesamos la frontera - avisó el señor Destino.
- ¿La frontera de qué, señor Destino?
- El señor Destino quiere decir que ya estamos en la estratosfera. ¿Ves como no te ha pasado nada? - y esto me lo dijo con el pensamiento, porque aunque gritáramos no existía un elemento que pudiera transportar el sonido de nuestras palabras. 


     Y, efectivamente, en menos de lo que tarda una mosca en entrar y en salir de una boca abierta, dejamos la troposfera detrás y seguimos raudos por la estratosfera, la mesosfera, la termosfera, hasta la exosfera. Luego me informaron que entrábamos al llamado espacio interplanetario exterior puro y duro. Pero todo sucedió en "na de na".


     A pesar de que me sentía en perfectas condiciones físicas, sabía que estaba situado en una zona del espacio en la que no era natural que yo permaneciera allí vivito y coleando. Cualquier ser humano, irremisiblemente, hubiera muerto de frío o con su sangre hirviendo. Pero no me sucedió nada de eso. En cambio tuve la suerte de ver la tierra como se ve en las películas que graban los astronautas que, a bordo del transbordador Endeavour, van hasta la Estación Espacial Internacional, en la que llevan doce años trabajando como hormigas en tiempo de cosecha.


     Muchosnombres se acercó y, con los ojos brillantes, me transmitió:
- ¿Verdad que tu "pequeña gran pelusita de polvo" se ve hermosa desde aquí?  
- Me parece mucho más bella que en las películas y que en las fotos - le contesté eufórico.
- ¿Sabes que allí conviven siete mil millones de seres humanos como tú? Allí están ellos con sus sueños. Y también están la guerra y la paz, la abundancia y el hambre extrema, la cicatería y la generosidad, el frío y el calor, la lucha por sobrevivir y la lucha por vivir mejor, las supersticiones y la ciencia, la injusticia y la justicia, los mitos y las realidades, el odio y el amor.


     Cuando Muchosnombres terminó su discurso me quedé absorto mirando aquella pelota con forma geoide que era mi casa. Estaba sorprendido de lo maravillosa que era nuestra tierra, el tercer planeta del sistema solar, flotando en el espacio infinito, medio cubierto de nubes que dejaban entrever los continentes, los mares y los océanos. Una zona estaba iluminada, y la otra, la opuesta al sol, estaba oscura. "Allí es de noche" pensé. Y como me podían leer el pensamiento, de inmediato, con un poco de sorna, Muchosnombres saltó: 
- Y en la zona iluminada es de día.
- Es realmente guapa - señaló el señor Destino.
- Hay otras mejores - aseguró Muchosnombres.
- ¿Y dónde están? - pensé yo.
- Por aquí y por allá - pensó riéndose Muchosnombres.
- Quiere decirte que por todas partes hay planetas "guapos" - acotó el señor Destino para rebajar el tono de ironía de Muchosnombres.


     Mientras miraba mi pequeño planeta no pude evitar en volver a pensar en el primer recuerdo del que tengo memoria, que es como un destello que quedó grabado en mis neuronas cuando tenía menos de cinco años. Probablemente quedó tan marcado porque fue el primero: me veo sentado en un pequeño piso de madera, en medio del jardín de la casa de mis abuelos, surcado por mariposas, libélulas y saltamontes gigantes. Y abejas y colibríes con plumas tornasoladas que libaban el néctar de las flores de ese vergel.


- Perdona que te interrumpa y te cambie de tema - me transmitió Muchosnombres - ¿Sabes que si la tierra estuviera un diez por ciento más lejos del sol o un diez por ciento más cerca todo hubiera sido distinto? El estar a 149 millones de kilómetros de distancia ha hecho posible que haya existido ese jardín de tu infancia.


     A medida que nos alejábamos de nuestra tierra también nos alejábamos del sol. Pasamos junto a Marte, luego Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, hasta llegar al lejanísimo Plutón. Y al instante cruzamos lo que los astrónomos llaman "Nube de Oort", que tiene unos dos años/luz de extensión. Muchosnombres me dijo que era la frontera de nuestro Sistema Solar. 
- ¿Sabes qué parada viene a continuación? - me preguntó.
- ¿Puerta del sol? - pensé mientras sonreía.
- Un grupo de estrellas que llamáis "Alfa Centauri", que está a más de 4 años/luz de la "Nube de Oort".
- ¿Y luego viene "Ópera"?
- Qué bien que estés de buen humor - me transmitió Muchosnombres - no viene precisamente "Ópera", sino lo que ya puedes ver, que es una estrella binaria bautizada como "Sirio". Hemos avanzado otros cuatro años/luz. Esto significa que estamos a 81 billones de kilómetros de la tierra.
- ¿Quieres ahora comprobar cómo se ve la Vía Láctea a una distancia inimaginable para ti? - me preguntó Muchosnombres.
- Ya que estamos aquí rentabilicemos el viajecito - contesté yo.
     E instantáneamente nos alejamos lo suficiente para ver nuestra galaxia en todo su esplendor. Comprobé que tiene forma entre una lente convexa y una ensaimada. Y desde donde estábamos la veía como uno de esos pequeños fuegos artificiales con el juegan algunos niños haciendo girar su mano. Me parecía casi increíble que en medio de ese cúmulo de cuerpos celestes estaba nuestro sol, y que su tercer planeta, como diría ET, era "mi casa".


     Cuando pasamos cerca de una galaxia con forma elíptica el señor Destino me dijo:
- Mira, esa galaxia tiene muchos planetas con vida inteligente. 
- Me gustaría conocer a esos seres inteligentes ¿Podemos ir a uno de esos mundos? - pregunté.
- En otra ocasión Valentino; ahora dejemos que evolucionen en paz.
- Ni siquiera yo estoy autorizado para visitarlos - me dijo el señor Destino.
- ¿Es que no tienen destino?
- En realidad ellos tienen su propio señor Destino. 
- Pero si tú eres el señor Destino.
- Sólo lo soy de la tierra. Cada planeta con vida inteligente tiene el suyo propio.


     Ya a estas alturas o bajuras, o como se diga cuando uno anda flotando por el espacio infinito, "en la cresta de la loma" como dirían en Chile, me había entrado un poco de pena porque mi casa, el sistema solar y hasta mi galaxia habían desaparecido del mapa, tragados por las enormes distancias interestelares y me sentía muy lejos de todo lo que amaba. Por lo que propuse que volviéramos. No había terminado de pensarlo cuando en medio de la noche, me percaté que estábamos a 200 metros de altura, sobre la Plaza del Ayuntamiento de Valencia. Desde allí presenciamos el espectáculo llamado "Nit de la Cremá", que consiste en la quema de los monumentos falleros. Cuando la gran falla empezó a arder, podía oír cómo la multitud gritaba y aplaudía. Pensé en que una vez más, como venía sucediendo desde el comienzo de los tiempos, el fuego generado por los propios hombres se convertía en una energía que nos ayudaba a purificarnos...y quizás a ser mejores.