miércoles, 9 de octubre de 2013



 Los mascarones de proa de Neruda
 Entrega 41

Fotografía realizada por Aquiles Torres.


     Nadie interrumpió a Neruda mientras narraba su fascinación por el mar. Sólo cuando terminó, Valentino le hizo una propuesta:
- Don Pablo, sé que especialmente hoy usted dispone de muy poco tiempo y no queremos estropearle la velada hurtándoselo  ¿Puede ahora sentarse conmigo veinte minutos y luego mostrarnos algo más de su casa para poder hacer algunas fotografías?  Sólo le pido veinte minutos y nos marchamos.

- Adelante, aprovechemos el tiempo – contestó el poeta.
- El tiempo, el tiempo, la maldita celeridad del tiempo – exclamó la espectacular Muchosnombres con un suave matiz de ironía.

     Valentino la miró y sonrió. Después de todo ella o él era o eran también el mismísimo tiempo. Pensó las veces en que también él en su vida se había encadenado a esta especie de bruma sin sabor a nada que llamamos tiempo y que todos quieren degustar por una eternidad. Aunque ella le había insistido en que el tiempo sólo es una ilusión humana y que en realidad todo sucede a la vez, el periodista, continuaba sin entenderlo. Porque él, como la mayoría de los seres humanos, cuando se trataba de tiempo, vivía aferrado al antes, al ahora y al después.

      Mientras Valentino hacía la entrevista al flamante Premio Nobel de Literatura, los demás aprovecharon para curiosear objetos que estaban diseminados por todas partes. Cuando Pablo y Valentino regresaron y se unieron al grupo, juntos comenzaron a desplazarse por pasillos y estancias, entre botellas, caracolas, silbatos, maquetas de barcos, tallas en marfil, juguetes, sofás tapizados en piel de vaca, una olla gigantesca de hierro fundido, estribos, bolas de cristal con escorpiones en su interior, telescopios, mapas, insectos, figuras africanas, un pez volador, caleidoscopios, matasuegras, la figura de un mago, un retrato de Federico García Lorca, un colmillo de marfil tallado, globos terráqueos, brújulas, relojes de pared, vajillas azules y copas de colores. En esa especie de museo Nerudiano también había varios letreros antiguos, uno de ellos decía “Pedicuro” y otro “Don Pablo est ici”. Valentino fotografiaba con minuciosidad nuevas cosas dispersas por doquier : huevos gigantescos de piedras transparentes, barcos de velas cautivos en botellas, un unicornio de narval, escafandras, bitácoras, y otras muchas cosas; algunas que se las habían regalado, y otros tantos objetos que había traído el poeta desde todos los rincones del mundo por donde había pasado.

     Enseguida llegaron hasta una sala más alta que las demás, conocida como “pieza del caballo”. La llamaban así porque casi todo lo dominaba un inmenso caballo disecado. Este corpóreo publicitario había permanecido decenas y decenas de años junto a la puerta de una antiquísima talabartería de Temuco, en la misma ruta que, cuando niño, Pablo solía hacer desde su casa a la escuela y desde la escuela a su casa. Recordó que cuando vio el equino por primera vez le causó una impresión tan profunda, que aunque habían pasado tantos años desde entonces, esa evocación había permanecido imborrable en los pliegues de su infancia hasta ahora. Había sido uno de los temas de sus sueños de niño. Confesó que en esos años, alguien le contó que el equino de la talabartería había sido el caballo alado de un ángel. Pero que por haber perdido sus alas, el querubín se tuvo que regresar a la corte celestial sin montura, porque un caballo de ángel sin alas, por muy caballo de ángel que sea, aunque lo intente, no puede volar.

- Y yo lo creí. Pensaba que si los ángeles tenían alas, los caballos de los ángeles también las debían tener – comentó sonriente.

     Les confidenció que esa mezcla de ideas preconcebidas que abundaban entonces en la llamada Frontera, muchas noches, cuando la lluvia y el viento arreciaban y no lo dejaban dormir, él aprovechaba para soñar con los ojos abiertos. Por esta razón, cuando unos amigos le informaron que la talabartería cerraría sus puertas y que rematarían todo lo que en ella había, no cejó hasta que adquirió el caballo. De inmediato lo hizo trasladar hasta Isla Negra. Pero cuando llegó comprobaron que por su altura no cabía en ninguna habitación. Como estaba decidido a tenerlo en su casa, este obstáculo Pablo lo solucionó haciendo adaptar un habitáculo a la medida del corcel de su niñez. Cuando estuvieron junto al animal momificado, Neruda les contó sonriendo que debido a los años, la destartalada figura había llegado a Isla Negra sin cola y sin crines. Pero que de inmediato, conscientes de la importancia que él le daba al bicho, algunos de sus amigos le trajeron ambos elementos. Como eran generosos, le trajeron no una sino tres colas. De este modo, como si se tratara de un juego, en una ceremonia festiva de esas que tanto le gustaban al poeta, procedieron a prenderle una mata de crines en la cerviz y las tres coletas en el lugar adecuado. Desde entonces, es el único caballo del mundo que, al menos en las praderas de los versos de Neruda, cabalga con tres colas.

     Finalmente se detuvieron en el salón de los mascarones de proa, donde catorce originales figuras danzaban en el aire, luchando por llamar la atención para ser las más bellas y las más queridas. La mayoría de proa, aunque también había un par de las que se situaban en la popa de los barcos.

- ¿Todas tienen nombre?
- Todas, Valentino.
- ¿Usted las bautizó?
- A todas no. Varias llegaron a mí con apelativos y motes, pero a las que no lo tenían las he bautizado yo. Y a todas las conozco por su nombre, porque de alguna manera, de todas me he enamorado.
- ¿Entonces también recuerda el nombre de todas las mujeres que ha amado? – inquirió Michelle.
- De todas, incluso de las que no me amaron a mí ¿Es que acaso tu no recuerdas el nombre de tus amores? – contestó riendo socarronamente.

     Michelle se puso roja como una fresa. Entonces Neruda, con intención evidente, desvío su mirada hacia los ojos de Valentino y exclamó sonriendo:
- ¡Oh…oh! ¡Creo que he pisado terreno pantanoso!
- ¡Naturalmente que sí! – replicó el señor Destino.
- ¿Sabes Michelle?  Aquellas mozas que no me han llegado a amar también han sido importantes para mí, porque el desafecto es un condimento esencial para escribir poemas. En algunas ocasiones el desamor contiene especias con un sabor más intenso que el amor. No te olvides que los viejos solían decir “del amor al odio hay un solo paso”. Son misterios de la vida. Gracias a eso los poetas podemos tallar versos que a veces hacen sangrar el corazón.
- Tiene razón – aportó el señor Destino – Incluso hay sentimientos que algunos confunden con el odio y con la indiferencia, pero sólo son amores camuflados por la pátina del rencor.

     Cuando aún rumiaban la afirmación del señor Destino, Valentino rompió el velo del silencio preguntando cómo se llamaba un bello mascarón de proa que tenía el busto desnudo.

- Ésta que tiene sus generosos pechos al aire se llama Guillermina; aquella es Jenny Lind, dicen que fue una actriz y cantante sueca, amante del gran cuentista Hans Christian Andersen; y allí están mi sirena de Glasgow, mi Medusa, mi Venus Cabalgante, mi Gran Jefe Comanche, y la Sin Nombre.
Un poco más a la derecha está María Celeste, mi favorita, vestida con un ceñido corpiño, encima del cual lleva un hermoso broche que protege su generoso escote e impide que su pechos exploten como volcanes. Por mi parte fue un amor a primera vista. La encontré en El Mercado de las Pulgas de París un día que husmeaba por allí con mi amigo Alain. Creo que es la única que no me debe amar de la misma forma que la amo yo. Lo pienso porque suele llorar. No sé si de pena o de melancolía. Especialmente en los días grises del invierno de Isla Negra, de sus ojos de cristal caen lágrimas transparentes. Quizás sea porque no le gusta mi casa, quizás sea porque añora un amor lejano.

- Es por amor – intervino tajante el señor Destino. Y a continuación cerró su aseveración -  Llora por un marinero que, aunque fue un romance de unos pocos días, además de besos y caricias le dejó muchas promesas de amor. Pero el marinero no regresó jamás.

- Es una teoría acertada – agregó Neruda – porque probablemente no hay lágrimas más lastimeras que las que produce el mal de amores.

- ¿Quién habrá sido la modelo? – preguntó Michelle.
- Fue una muchacha gallega que trabajaba en una taberna en Villagarcía de Arosa – explicó el señor Destino.
- ¿Y qué sucedió con el marinero? - Insistió Michelle.
   
     Entonces, el señor Destino, mirando a Neruda a los ojos, cerró la historia:
- Como los marineros del poema “Farewell” del señor Neruda, una noche, abrazado a un tifón, este navegante se acostó con la muerte en el lecho del mar de la China y no despertó jamás.

- ¡Qué triste! No me gusta que los amores terminen así – reclamó Michelle.
- Es la vida, muchacha. Cuando el destino mete la cola no hay nada que hacer – Comentó el señor Destino con un soniquete cargado de picardía.

     Neruda, con unos ojos que se habían perdido en medio de los pliegues de sus párpados de koala, le clavó los ojos al señor Destino y con intención, intuyendo quién era ese personaje, recitó: “Destino…nudo de caminos, mezclador de amores, creador de dolor”. 

     Luego se dirigió a Michelle y la animó recitándole: “México mágico… apasionado…. siestero…colorido como un arcoiris… desgarrado… Frida…Diego…David y tantos más que ya no están”.
- Me siento halagada por sus palabras – manifestó Michelle. Y le confesó - ¿Sabe que en mi cuarto tengo una fotografía del cuadro de dos cabezas que Diego Rivera le pintó a su mujer? La he traído ¿Accedería usted a firmarla?
- Es un magnífico retrato de Matilde - afirmó Pablo tomando la foto entre sus manos. Y con tinta de color verde, con su característica caligrafía, escribió dos o tres líneas.

     Al despedirse Valentino aprovechó para consultarle si había pensado qué diría en Suecia, en su discurso del Nobel.

- Amigo ¿Cómo voy a hacerlo si el teléfono no para de sonar? Demasiados periodistas quieren entrevistarme; y que conste que no lo digo por vosotros, que me habéis traído un extraño sosiego. ¿De qué hablaré? Sin lugar a dudas deberé hablar de mi país que queda en el fin del mundo. También de mi exilio. Quizás desmitifique el oficio del poeta, porque andan algunos por ahí que se creen “pequeños dioses” luego de enhebrar  cuatro versos. Por supuesto que deberé mencionar las gestas y la esperanza de los hombres de América Latina; pero también hablaré de la lucha que tarde o temprano traerá “la luz, la justicia y la dignidad a todos los hombres”.

     Al salir de la casa de Isla Negra, una bocanada de aire marino con olor a yodo los envolvió. Sin hacer ningún comentario se subieron al automóvil y emprendieron el regreso a Santiago. Cuando los cuatro personajes llegaron al departamento de Michelle, Muchosnombres le recordó a Valentino que debían regresar de inmediato a Madrid, pero el periodista se disculpó diciendo que se quedaría un par de días con Michelle.

     Tras desaparecer Muchosnombres y el señor Destino de la escena, Michelle ya no recordaba nada de lo que había sucedido. Ni del viaje que habían realizado, ni del señor Destino, ni de Muchosnombres, ni de su poeta favorito que había fallecido muchos años antes. Aunque feliz, incluso se extrañó de ver a Valentino junto a ella y de tener en sus manos una fotografía que le pertenecía, pero que ahora aparecía con una dedicatoria que decía: “Para Michelle, la mexicana que se sonroja cuando le hablan de amor”. Y debajo la firma inconfundible de Pablo Neruda.