domingo, 6 de noviembre de 2011

Cantando por la Castellana de Madrid

Capítulo 26
La Castellana de Madrid

     Cuando Valentino terminó de explicarle a Michelle lo que había sentido las dos veces que se había enamorado, se quedaron en silencio, probablemente pensando en las íntimas confidencias que ambos se habían hecho, a pesar de que casi no se conocían. Fue ella quien rompió el reposo, cambiando de tema.
- Valentino… ¿Me muestras el resto de tu casa?
- Por supuesto Michelle, acompáñame.
- Aunque tiene un poco de museo, tu guarida me gusta. Es muy personal. Tiene “algo”. Muchas cosas hermosas, mucho arte.
- Me gustan las cosas que a mí me parecen bellas.
- ¡Cuánto te habrás gastado!
- No tanto como te lo imaginas; mucho de lo que tengo han sido regalos.
- ¿De mujeres?
- ¿Por qué dices de mujeres? De mujeres, de hombres, de amigos, de familiares – contestó Valentino sonriendo en forma traviesa.

     Curioseando por el departamento Michelle descubrió los dos hermosos amates mexicanos que colgaban de una de las paredes de la que Valentino llama “salita de música” que, además, es el lugar donde suele trabajar y ver películas.
- ¡Oh!... ¡Tienes dos maravillosos amates de mi país!
-  Sí, los compré en México. Son muy hermosos y llenos de color, como casi todo lo que hacen en tu tierra.
- ¿Sabes que el amate es un soporte vegetal que se fabrica con las cortezas de un árbol que llamamos jonote?
-  Sí, me lo explicaron cuando los compré. Pero una corteza de árbol es sólo una corteza de árbol, sólo adquiere valor cuando un artista pinta sobre ella. A mí me gustan los motivos populares, por eso elegí estos dos.
- Ya he visto que no son comunes. Los que venden a los turistas por cinco dólares son atroces, casi hechos a granel. Estos, en cambio, son excelentes. Tienes buen gusto Valentino. ¡Qué maravilla! Pocas veces había visto amates de tan alta calidad artística. ¿Y estos juguetes llenos de color? ¿Son de tus hijos?
- Tengo varios sobrinos, pero hijos no tengo. Eso que llamas “juguetes” son pequeñas reproducciones de personajes de cuentos.
- ¡Mmm! Tienes también a Campanita. Me agrada Campanita.
- ¿Te refieres a Campanilla?
- Sí, es que en México la llamamos Campanita. Y también tienes a Peter Pan. ¿Te gusta Peter Pan?
- Me gusta la historia de “El País de Nunca Jamás” y los personajes que lo habitan: Peter Pan, Campanilla, el Capitán Garfio, las sirenas, los Niños Perdidos. De todos los “personajes que nunca existieron”,  estos, junto con El Principito y Tin-Tin, son mis favoritos.
- ¿Has soñado con ser Peter Pan y poder permanecer siempre joven como eres ahora?
- Nunca he tenido el “Síndrome de Peter Pan”, pero he sido el Capitán Garfio.
- ¡Claro!...en tu imaginación.
- No, lo he sido de verdad.
- ¿Cómo que has sido el gran pirata del País de Nunca Jamás?
 - En un período de tiempo, en otra de mis vidas, fui el Capitán Garfio y tuve un romance con Campanilla.
- Pero ¿Qué dices? Si Campanilla odia al Capitán Garfio.
- Puede que sí, pero durante un período de tiempo, aunque quizás no fue amor por parte de ella, creo que Campanilla sí me tuvo cariño. Aunque es probable que ahora, como sucede en la obra de teatro, creada por el escritor James Matthew Barrie, nuevamente me odie.
- No entiendo nada. ¿Me puedes explicar mejor esa historia de cuando fuiste el maléfico Capitán Garfio, querido Valentino?
- Sí, te la puedo contar, pero lo haré en otra ocasión ¿Vale?
- ¡Hombres…hombres!...Casi siempre están llenos de misterios.
- Cuando me conozcas mejor te darás cuenta que no es así.

     Intempestivamente una llamada telefónica interrumpió la conversación que sostenían. Valentino se excusó y contestó:
 “¡Ah!…eres tú ¿Sabes que es la primera vez que me llamas por teléfono?... Sí, entiendo que para ti no es necesario hacerlo para hablar con quien quieras porque es como hacerlo contigo misma. Naturalmente que me interesa hacer un nuevo viaje contigo. ¿Me puedes dar alguna pista adonde iremos? ¿Una sorpresa? Vale, mañana lo cerramos. Buenas noches y gracias por la invitación”.

     Al terminar la llamada Michelle preguntó a Valentino:
- ¿Te irás de viaje?
- Sí. Es una invitación de mi amiga Muchosnombres.
- ¡Ah!...La chica con la que visitaste Atapuerca.
- Sí, se llama Muchosnombres.
- ¿Y adónde es el viaje?
- No lo sé. Me ha dicho que es una sorpresa.
- ¿Y cuándo lo harás?
- Tampoco lo sé. Muchosnombres es imprevisible. Aparece cuando menos la esperas y te invita adonde menos te imaginas. Puede ser un viaje a un lugar cercano, o al fondo del universo; e, incluso, al futuro o al pasado– dijo Valentino con sorna, recorriendo la habitación con su mirada.

     Michelle prefirió disimular la pequeña molestia que le causó la llamada y más todavía que le hablara de viajes en el tiempo o al espacio sideral donde ningún ser humano había llegado. Tomó la figura del Capitán Garfio en sus manos y se quedó observando detenidamente la curvada y puntiaguda prótesis que llevaba en su muñón izquierdo desde que el cocodrilo de la historia le zampara su mano. Luego Michelle se fijo en un par de impresionantes fotografías de dos músicos de jazz, ambos saxofonistas de primera línea: una de 1999 mostraba a Mark Turner, y la otra reproducía a Roscoe Mitchell, fotografiado en 1993.
- Me gustan; están muy bien contrastadas, el juego de los claroscuros es notable ¿Las hiciste tú?
- No. Soy aficionado a la fotografía, pero éstas no son mías. Son de mi amigo Javier Nombela. Se especializa en fotografías de jazzistas. Es un fotógrafo de raza. Aunque acaba de sufrir un infarto cerebral, y aún tiene una cánula en su garganta para poder respirar, ya está deseando salir a fotografiar la vida.
- ¿Está mal?
- Regular. Está empezando a mover de nuevo su cuerpo. Los médicos dicen que con la rehabilitación quedará bien.
- Lamento lo de tu amigo. ¿Te gusta el jazz?
- Me gusta la estética del jazz, pero su música no la siento, no me llega al alma.
- ¿Qué tipo de música te gusta, Valentino?
- Me gusta casi todo tipo de música. La música clásica me encanta: sobre todo Chopin, especialmente su “Polonesa Heroica”; algunas óperas; también algunos ballets, principalmente “El Lago de los Cisnes”; la música popular mexicana; Paco Ibáñez cantando versiones de poemas de autores iberoamericanos y españoles; cantantes y conjuntos americanos de los años cincuenta y sesenta como “The Four Aces”, Frankie Laine, Pat Boone, Little Richard, Marty Robbins y muchos otros; los italianos Nicola di Bari, Domenico Modugno, Iva Zanicchi y varios más; Verdi y su Nabucco; María Callas cuando canta “O Mio Bambino Caro”; los valses de Strauss; los fados portugueses. También los boleros y los tangos. Y, sobre todo me gustan mucho los cantautores cantando sus propias canciones, como Serrat y Joaquín Sabina. Y oír en silencio a Tania Libertad cantando “Concierto para una sola voz”.

- ¡Mmm!...Te gusta casi todo. Aparte del jazz ¿Qué más no te gusta?
- Las marchas militares.
- Me lo imaginaba.

     De repente, sin mirar a Valentino, Michelle musitó:
- ¿Puedo quedarme a dormir contigo?
- ¿Qué?
- Te he preguntado si me puedo quedar a dormir en tu departamento.
- Hoy no Michelle. No rompamos la magia. Mañana, la próxima semana, cuando tú quieras te quedas a dormir aquí, pero hoy no.
- ¿La próxima vez que venga a Madrid?
- Te lo repito, cuando tú quieras.
- ¿Tienes que salir ahora?
- Sí, tengo que salir
- ¿Adónde?
- A dejarte a tu hotel.
- ¿Y después qué? Tienes una cita ¿verdad? ¿Esperas a alguien?
- No espero a nadie, pero sí tengo una cita.
- Ya me lo imaginaba. ¿Con la chica que te llamó por teléfono?
- No, tengo una cita con mi trabajo. Me esperan por lo menos dos horas en el computador. Debo escribir y enviar dos despachos: uno a un periódico de Estados Unidos y otro a una televisión argentina.
- ¿Debo creerte?
- Créeme…aunque soy socio en un par de empresas, vivo del periodismo.

     Michelle pareció ponerse triste y se dirigió a la terraza. Hincó sus codos en la barandilla y dejó que sus ojos viajaran lejos. El aire de la noche trajo aromas a jazmín y a magnolias. Valentino esperó unos minutos. Luego se acercó y la abrazó por detrás, dulcemente. No le dijo nada; ella tampoco. Así permanecieron varios minutos. Finalmente, para animarla, le propuso:
- ¿Te parece que cantemos “El Rey”?

      Michelle se giró y se besaron dulcemente, como probablemente fueron sus primeros besos de adolescentes. Al terminar de besarse la chica le susurró:
- Vamos, por favor, trae mi bolso y ve a dejarme al hotel; mañana trabajo.
   
      Valentino la oyó en silencio sin interrumpirla. Fue a buscar sus cosas y bajaron al garaje. Cuando subieron al descapotable ella exclamó:
- ¡Qué bien! Hace tiempo que no subía a un auto desde el que se pueden mirar las estrellas, el sol y las nubes.

     Salieron por la calle Espalter hasta Ruiz de Alarcón. Allí giraron a la derecha hasta Alfonso XII. Bajaron por la calle del doctor Velasco hasta Atocha. Y a los pocos metros, pasado el edificio del Ministerio de Agricultura, giraron por el Paseo del Prado. Luego siguieron Castellana arriba.
     Para animarla, Valentino, imitando el deje mexicano, le sugirió a Michelle:
- ¿Y qué esperamos para ponernos a cantar, chava? ¿Te parece que empecemos por “La Adelita”?
-¿Aquí?... ¿En este coche abierto donde todos nos ven?
- Sí… ¿Por qué no? ¿Qué le va a importar a la gente que cantemos?
- Bueno…si tú te atreves ¿Por qué yo no, manito? Total en Madrid no me conoce nadie.
     Y a la una de la madrugada, en plena Castellana de Madrid, en el coche descapotable, se pusieron a cantar a dúo “La Adelita”.

     Mientras cantaban a todo pulmón esa canción universal que nació a principios del siglo veinte durante la Revolución Mexicana, se detuvieron en el semáforo que hay frente a la plaza Colón con Goya. Un grupo de viandantes que salían del Hard Rock Café cercano y que los oyeron, se les acercaron y durante el tiempo que estuvo el semáforo en rojo se unieron a cantar con ellos. Cuando partieron les gritaban “¡Viva Adelita y viva México!”.

     Continuaron por La Castellana. Pasaron junto al Estadio del Real Madrid hasta la rotonda de la Plaza de Cuzco. Doblaron hacia la avenida Alberto Alcocer hasta Padre Damián. Allí se detuvieron frente al hotel Eurobuilding. Antes de bajar Michelle preguntó:
- ¿Verdad que volveremos a vernos?
- Por supuesto. Y te invitaré a cenar a un restaurante que está junto a la calle Montera, se llama “La Flor de Montera”; te va a gustar.
- ¿Y volveremos a bailar y a cantar boleros, rancheras y tangos?
- Lo volveremos a hacer.

     Se rozaron sus labios. Michelle bajó. Valentino esperó hasta que la chica llegó a la puerta giratoria de la entrada al vestíbulo. Desde allí ella se despidió agitando su mano. Sólo entonces Valentino partió e hizo funcionar su reproductor de CD que comenzó a dejar oír “Concierto para una sola voz”. Mientras oía a Tania Libertad, una sonrisa triste le inundó la cara.


Concierto para una sola voz (Tania Libertad)