martes, 12 de noviembre de 2013


Valentino y Michelle entraron a un cielo 
de placer que los hizo perder la razón.

Entrega 42
  

     Fotografía realizada por Aquiles Torres 
en "El Pueblito" de Los Dominicos (Santiago de Chile)

     Apenas Muchosnombres y el señor Destino desaparecieron del departamento de Michelle, porque fue así, no se fueron, se esfumaron, Valentino y Michelle se ducharon y se cambiaron la ropa que habían usado para ir a Isla Negra. Cuando terminaron, vestidos sólo con albornoces, salieron a la pequeña terraza y allí, mirando cómo el sol de la tarde teñía de rojo la nieve de la Cordillera de los Andes, comieron fruta y bebieron té a la naranja. Luego, sin decirse nada, se levantaron de sus sillones y se fueron al dormitorio.

     En el dormitorio Michelle le confesó al periodista que estaba feliz de que hubiera venido y decidido quedarse un par de días con ella. Le confidenció que estaba consciente que sus sentimientos eran mucho más profundos que los de él, pero que no le importaba. Que lo entendía, que las circunstancias eran las que eran.
- ¡Qué bien que pienses así! Aunque la vida no es perfecta creo que vale la pena vivirla – le contestó Valentino.
- Estoy de acuerdo contigo; y te aseguro que intento vivirla con intensidad cada día. Y cuando digo con intensidad me refiero a ser consciente que cada instante sólo lo vivo una vez y que no se repetirá jamás. Por ejemplo, no sabes lo afortunada que he sido mirando en silencio la cordillera contigo. Y parecerá una cursilada, pero incluso el pensar en ti y en nuestra complicidad me ponen contenta.

     A continuación, mirándolo a los ojos le reiteró que a ella le bastaba que existiera entre ellos una relación especial, casi secreta. Que pudieran hablarse por teléfono y charlar por Internet cuando quisieran, que aunque fuera de vez en cuando tuvieran la alegría de verse en Chile o en Madrid, o en algún otro lugar del mundo. “Todo eso me hace feliz”, le expresó. Y terminó platicándole: “Me gustaría invitarte a México”.
- A mí también me gustaría ir a tu país. ¿Sabes? Justamente en mi lista de entrevistas tengo a tu compatriota Frida Kahlo. Para “entrevistarla” y escribir sobre ella deberé ir a la casa donde vivió.
- Pero Valentino ¿Eres consciente que Frida murió el año cincuenta y cuatro del siglo pasado?
- Lo sé, lo sé. Pero ya sabes que la originalidad de esta serie de entrevistas radica en que son a personas revelantes que ya no existen. Por eso he comenzado por Neruda y he venido a Chile. Neruda ya no existe, pero lo he visto y lo sentido. Y mi próximo objetivo es el faraón Akenatón. Iré a Egipto tras sus huellas, a la zona donde ordenó levantar la ciudad de Tell-el-Amarna. Es muy importante para mi trabajo pisar el lugar donde estos personajes vivieron una época de su vida. Aunque de Tell-el Amarna sólo queden vestigios, estoy seguro que su energía y la de su bella mujer Nefertiti no habrán desaparecido del todo. Creo que siempre quienes han vivido en un lugar que han amado dejan señales.

- Entonces para hacer el trabajo de Frida deberás conocer la Casa Azul en Goyoacán, donde nació, vivió y murió. Así, de acuerdo a tu teoría, contestará a tus preguntas y podrás empaparte de ella.

     Mientras hablaba de Frida Kahlo Michelle se desplazó a través del cuarto hasta el aparato de música. Eligió un disco compacto y lo puso en el reproductor. La habitación se llenó de una melodía alegre, juguetona y picante de una samba brasileña. La mujer cerró sus ojos y comenzó, en forma casi imperceptible, a mover su cuerpo de manera cadenciosa al compás de la música. Poco a poco fue entrando en una especie de trance más profundo. Valentino no quiso romper el hechizo y, sigilosamente, se sentó en el suelo, en un rincón, encima de una alfombra de lana roja. Desde allí continuó presenciando el espectáculo. A medida que los movimiento de Michelle se hacían más y más armónicos se percató que nunca antes había visto bailar a una mujer con tanta gracia, pasión y sensualidad. Mientras el periodista hacía el papel de espectador único, Michelle seguía bailando con todo su cuerpo: con sus piernas, con sus brazos, con sus caderas, con su boca, con sus ojos. En medio del fragor de los armónicos movimientos comenzó a deslizar sus manos por sus piernas, por sus caderas, por su cintura y por sus pechos. Cuando llegó a su cabeza, con sus dedos desordenó su abundante cabellera ensortijada y la comenzó a mover de izquierda a derecha con furia, como si se hubiera desencadenado un vendaval sobre ella. Luego entreabrió sus ojos y lo miró desafiante, de una forma similar a como lo hacen los toreros cuando invitan a un toro a acercarse a ellos para luego esquivarlos con su capote. Con este gesto Michelle consiguió saturar hasta tal punto de energía sensual la atmósfera que Valentino experimentó una erección sin siquiera tocarla.

     La provocativa danza de Michelle le recordó a Valentino el baile de Brigitte Bardot en la película francesa “Y dios creó a la mujer”. En una escena en que Brigitte, vestida con un body negro y una ceñida falda verde, con una abertura hasta la cintura, bailaba al compás de una melodía tropical que interpretaban seis músicos con tambores, maracas y otros instrumentos, delante de los actores Curd Jürgens y Jean-Louis Trintignant. A medida que la secuencia del film avanzaba, la música se iba haciendo cada vez más intensa. La temperatura de la música subió tanto que llevó a la Bardot junto a un espejo en el cual restregó su cuerpo con ansias. Luego comenzó a acariciarse desesperadamente, dando a entender que deseaba que unas grandes manos de hombre palparan su cuerpo. Ante la orden de que dejara de bailar de esa manera tan provocativa, la Bardot respondía agitando incluso más su cabeza, como diciendo “no, ya no puedo parar, ya crucé la frontera, ahora sólo quiero sentir placer”. Repentinamente Michelle lo liberó de sus recuerdos, lo jaló y lo apretó contra ella. Así, anudados, se prepararon para la dulce contienda del sexo que ambos sabían que vendría después. Finalmente, mirándose a los ojos con deseo, terminaron de bailar juntos.

     Cuando terminaron la danza, sin romper la magia, comenzaron a besarse y a morderse los labios desesperadamente hasta terminar fundidos el uno en el otro. A los pocos segundos parecían animales destrozándose la piel de tanto acariciarse. En pocos minutos entraron en un trance amatorio profundo, en una burbuja de suspiros de la que ya no pudieron escapar. La mexicana le suplicó que le dijera al oído que la amaba. Cuando él lo hizo, Michelle, a través de un hilillo de voz que le salía a borbotones de sus labios, comenzó a exclamar sofocada: “Yo te amo, mi amor, yo te amo”,

     Las caricias precisas y profundas, bellas como arabescos, hicieron que los dos cuerpos ya desnudos parecieran repetir un juego de malabarismo mil veces ensayado. Los besos ardientes comenzaron a causar estragos en los dos. Así, temblando de ansias por devorarse, cayeron encima del lecho donde la lengua de Valentino, como la reja de un arado, fue tatuando surcos zigzagueantes en la piel de Michelle. En el fragor del deseo la muchacha sintió en su sienes la percusión ronca de un tambor mezclada con los latidos de su corazón que bombeaba sangre hasta su sexo. Cuando Valentino comenzó a penetrarla la maraña de placer que ambos experimentaron fue tan intensa que llegaron a pensar que morirían de felicidad. En ese momento, quizás por su asociación al placer que estaba experimentando, Michelle recordó “le petit morte” de la que solían hablarle sus amigas francesas, y comenzó a sollozar y a gritar “soy feliz soy feliz, quiero que este momento no acabe nunca”. En medio de la algazara Valentino le contestó con un susurro entrecortado: “Yo también”. Y así los dos, simultáneamente, entraron a un cielo que los hizo perder la razón.

     La mañana siguiente durmieron hasta tarde. Mientras desayunaban Valentino le preguntó dónde podría comprar un regalo original para su amiga Violante, la coleccionista de cosas bellas, la que siempre era generosa con él.

- Podríamos ir a “Los Dominicos”. Y además de hacer tus compras, podríamos comer allí.
- ¿Qué son Los Dominicos?
- Es un zona comercial de artesanos, con varias callejuelas y decenas de pequeñas tiendas y talleres, construidos y dispuestos de forma tal que parecen un pequeño pueblo campesino chileno. Por esta razón también lo llaman “El Pueblito”.  
- ¿Es lejos?
- De donde estamos ahora no. Incluso para no tener que conducir podemos ir en Metro. La línea uno termina justamente al final de la avenida Apoquindo, en la estación Los Dominicos. Desde donde estamos hasta allí tardaríamos menos de quince minutos en llegar.
- Es una buena idea, así tengo la oportunidad de conocer algo más de Santiago.

     A Valentino le encantó “El Pueblito”. Degustaron una ensalada de tomates y cebollas, empanadas de horno y, de postre, se sirvieron “mote con huesillos”, sabor que él experimentaba por primera vez. También compró una inmensa bandeja de madera tallada en una sola pieza, que sería el regalo para Violante. Cuando la eligió, comentó: “Me gusta porque es una obra de arte”. En otro lugar, donde vendían cajas de madera, Valentino preguntó si mientras comían podían hacerle una de pequeño tamaño pero con dos cerraduras y con dos llaves diferentes. Cuando se la entregaron y la tuvo en sus manos se la regaló a Michelle.
- Aunque la tendrás tú, esta caja será tuya y mía - le dijo. 
- Gracias Valentino, pero ¿Por qué dos cerraduras y dos llaves diferentes?
- Porque será un objeto que formará parte de nuestro juego. La pedí pequeña para que cuando viajes y nos juntemos la lleves contigo sin dificultad. Cada vez que nos despidamos cada uno escribirá algo que depositaremos en la caja. La cerraremos y cuando nos volvamos a ver, como tendremos las dos llaves, una tú y otra yo, la podremos abrir y tú leerás lo que haya escrito yo y yo lo que hayas escrito tú. ¿Te parece bien?
- ¡Me encanta la idea! – Exclamó Michelle riendo y poniendo carita de picardía.
- ¿Te das cuenta con lo poco que uno puede a veces ser feliz? – Afirmó Valentino utilizando una pregunta. 

     Al otro día Michelle lo acompañó al aeropuerto de Santiago de Chile. Su avión de la compañía Iberia salía al mediodía. Antes de darse el último beso, Valentino le comentó un tanto fastidiado, y quizás pensando en la forma en que se había acostumbrado a viajar con Muchosnombres, que le esperaban catorce horas de vuelo antes de avistar Europa. Calculó que llegaría casi de madrugada a la capital de España, a la hora en que se apagan las luminarias de las calles y muchos madrileños comienzan a levantarse para iniciar un nuevo día.