Entrada 50
Fotografía realizada por Aquiles Torres
Aunque Valentino conocía casi de memoria el cuerpo
desnudo de Violante, una vez más, al ver el horizonte de sus caderas y la
colina de su pubis que lindaba con el maravilloso sexo de la muchacha,
experimentó un sorprendente estremecimiento de placer que le recorrió la
columna vertebral y que se quedó anidado, latiendo, en su cerebro. Entonces
rompió el silencio y en un tono muy bajito, le dijo a la guapa mujer:
- Princesa, tu sexo me recuerda a unos pastelillos que solía
comer a escondidas en mi infancia.
- ¿Te gustaban esos pastelitos de tu niñez?
- Me encantaban. Y más aún cuando estaban coronados con
nata y con una tentadora cereza al marrasquino equilibrándose encima de la
crema. En la casa de mis padres siguen haciéndolos para las fiestas familiares
especiales, y yo sigo yendo a la cocina, a escondidas, a hurtar alguno, como lo
hacía cuando era pequeño.
- ¿Qué sabor tienen?
- Tienen una mezcla de sabores. Es el resultado de la combinación de la masa de hojaldre, de la canela, del azúcar, de unas gotas de aguardiente, de una pizca de miel, de la crema y de la cereza al marrasquino.
- Tienen una mezcla de sabores. Es el resultado de la combinación de la masa de hojaldre, de la canela, del azúcar, de unas gotas de aguardiente, de una pizca de miel, de la crema y de la cereza al marrasquino.
- ¿Y si te dijera que mi pastelito es mejor? – lo desafió
Violante guiñándole sus grandes ojos, como de un hipnotizador oriental, que lo
invitaban a degustar una especia secreta.
La sutil insinuación de la mujer hizo que Valentino se
sintiera más atrapado y seducido aún en la tela sensual que minutos antes había
comenzado a tejer con ella. Ambos sabían que en las contiendas amorosas, lo que
más les seducía era el juego previo que antecedía a los maravillosos estertores
finales que, casi siempre, los hacían perder el sentido.
- ¡Mmm! Estoy seguro que el tuyo es mejor.
- Debes probarlo una vez más para que puedas comparar.
- Naturalmente que lo voy a hacer. Tengo muchas ganas de jugar con ese botón rosado que se asoma en esa golosina – dijo Valentino, y ambos se rieron en forma cómplice.
- ¡Mmm! Estoy seguro que el tuyo es mejor.
- Debes probarlo una vez más para que puedas comparar.
- Naturalmente que lo voy a hacer. Tengo muchas ganas de jugar con ese botón rosado que se asoma en esa golosina – dijo Valentino, y ambos se rieron en forma cómplice.
- Hazlo, pero muy suave, porque es el punto donde se
concentra más placer.
- Descuida, así lo haré. Iré poco a poco hasta llegar a la cereza al marrasquino, que suelo siempre dejarla para el final.
- Hazlo como quieras, pero por favor, comienza ya porque estoy ardiendo.
- Descuida, así lo haré. Iré poco a poco hasta llegar a la cereza al marrasquino, que suelo siempre dejarla para el final.
- Hazlo como quieras, pero por favor, comienza ya porque estoy ardiendo.
Valentino continuó recorriendo con sus manos el cuerpo de
la bella mujer. Mientras reptaba sobre las colinas de sus pechos y la pradera
de su vientre, pensó en lo afortunado que era y, lo más importante, que esta
vez estaba seguro que lo que sentía por ella era amor de verdad; no sólo deseo.
Luego exclamó:
- Dios mío ¡qué bella eres!
- Y también soy sabrosa. ¡Ah! y no olvides la frutita –
le recordó ella con un mohín de picardía en sus ojos.
- Princesa, por nada del mundo dejaría de saborearla.
- Es lo que ahora mismo más deseo que hagas, mi capitán. Aunque también quiero que este preámbulo maravilloso sea eterno. Ahora mismo me siento ingrávida. Estoy flotando. Me siento feliz. No necesito nada ni a nadie más que a ti.
- También yo estoy volando, pequeña.
- Anda, apriétame fuerte. Aplasta tu pecho contra los míos.
- Princesa, por nada del mundo dejaría de saborearla.
- Es lo que ahora mismo más deseo que hagas, mi capitán. Aunque también quiero que este preámbulo maravilloso sea eterno. Ahora mismo me siento ingrávida. Estoy flotando. Me siento feliz. No necesito nada ni a nadie más que a ti.
- También yo estoy volando, pequeña.
- Anda, apriétame fuerte. Aplasta tu pecho contra los míos.
- ¡Qué deliciosos son!
- Y ahora restriega mi piel con tu cuerpo y acaricia mi
cuello con tus labios.
Pero la frase se quedó suspendida en el aire porque
Valentino le cubrió, suavemente, sus labios con los suyos.
- Mientras me besas me gusta percibir tu olor.
- ¿Mi olor?
- Sí, tu olor ¿Sabes que cuando pienso en ti lo primero
que me viene a la memoria es tu olor?
- ¿Por qué mi olor?
- ¿Por qué mi olor?
- Porque tienes un olor especial, único. Es como si en tu
piel se hubieran anidado las esencias de tus viajes, de tus experiencias en
guerras, de tus entrevistas imposibles, de tus relatos maravillosos, de tus sueños,
de tus dolores y también de tus alegrías. Por eso, cuando estás lejos y quiero
traerte a mi lado, pienso en el aroma de tu cuerpo. Sólo después de percibir tu
olor se me aparece tu imagen, tus ojos, tu sonrisa, tus músculos; luego oigo tu
voz ronca. Una voz, que cuando hacemos el amor y me susurras al oído palabras y
frases tibias y tiernas, me hace desfallecer de placer.
- ¡Qué casualidad! a mí también siempre me ha gustado tu
olor, Violante.
- Probablemente sea el perfume que suelo llevar siempre, el
mismo desde que era adolescente. Valentino, quiero que sepas que para mí tú
eres un ser humano singular y que me gusta casi todo de ti.
- ¿A pesar de ser tan diferentes?
- Talvez te amo porque somos tan diferentes. Aunque
quizás lo que más me enardece son tus manos grandes, más oscuras que las mías, surcadas
de venas, como raíces que terminan entrelazadas en tus dedos.
- Mis manos son muy toscas, princesa. Me han dicho que tengo las manos típicas de un hombre brusco.
- Mis manos son muy toscas, princesa. Me han dicho que tengo las manos típicas de un hombre brusco.
- Yo no las noto toscas ni bruscas; las percibo
vigorosas, llenas de fuerza. Cuando me acarician, siento que toco el cielo y todos
los vellos de mi cuerpo se me erizan.
- Eres muy generosa conmigo, pequeña.
- No es generosidad, es sólo la verdad. Puede que sea culpa del amor que siento por ti.
Valentino no recordaba que antes se hubieran sincerado de
ese modo. Algunas de las cosas que Violante le estaba expresando, las intuía. Pero
oírlas enunciadas por ella en una ceremonia tan íntima era otra cosa. Era la confirmación
de que la muchacha también lo amaba y lo necesitaba tanto como él a ella.
Valentino era un hombre que quizás la vida, como a muchas
otras personas, lo había transformado en un ser humano especial. Era hijo de
una familia relativamente acomodada. Nada más llegar a su adolescencia se
inclinó por una opción política y comenzó a apoyar causas sociales a favor de
minorías desvalidas. Pero sólo después de sus viajes como reportero en zonas en
conflicto, tras ver y vivir los estragos de la guerra, fue cuando se convenció
que debía luchar por un mundo más justo. No fue necesario que nadie le hablara
de desigualdad, de abusos y de tropelías, porque en medio de las catástrofes y
calamidades causadas por los hombres le había tocado vivir días y semanas en situaciones
límites con los más pobres y desvalidos. Fue testigo de lo peor que los seres humanos
son capaces de hacer cuando se transforman en bestias. Sus primeros viajes
fueron muy duros. Tanto, que cuando regresaba a España, durante el día volvía a
su normalidad, pero durante las noches los infiernos en la tierra regresaban a
él y no le daban respiro. En sueños volvía a ver mujeres, niños y ancianos
mancillados y masacrados gritando piedad. Poco a poco entendió que debía hacer
algo más que denunciar esos avernos. Fue entonces cuando, entre otras cosas,
comenzó a cooperar activamente con una organización no gubernamental creada por
Violante. Así fue como, después de muchos años, se reencontraron.
Violante, en cambio, era una mujer que había nacido en
“cuna de oro de 18 kilates”. Sin embargo, a pesar de pertenecer a una minoría privilegiada
que le permitió recibir una educación en los mejores centros de enseñanza de
diferentes países; que había heredado y acrecentado un gran patrimonio formado
por bienes inmuebles, acciones, empresas, y obras de arte; y que sus amigos más
íntimos formaban parte de los grupos más influyentes, no se sintió feliz del
todo hasta que comenzó la relación con Valentino, a quien ella, a veces,
llamaba “capitán”. Desde el comienzo Valentino percibió que la “princesa” se
sentía sola, que necesitaba un hombre que fuera su cómplice, no sólo para hacer
el amor en citas secretas, sino también para sentir que tenía a su lado una
persona capaz de dar hasta su vida por ella. Y el periodista había acertado.
Ella, la importante mujer que solía moverse en los saraos sociales y culturales
más importantes y que, además, aparecía en los medios de comunicación como un
ejemplo a seguir, lo que más necesitaba eran unas simples caricias, que le
dijeran cosas hermosas en la intimidad y que le expresaran con convicción: “daría
mi vida por ti”. También necesitaba sentir abrazos auténticos y latidos de otro
corazón que retumbaran en su pecho, sobre todo en las noches en que se sentía
vulnerable.
Valentino acercó aún más su cuerpo al de ella y continuó
acariciándola con sus hábiles dedos. Sin urgencia fue recorriendo su cuerpo, y con
delicadeza extrema fue acercándose a la zona de la boca del volcán que contenía
en su interior de fuego un pequeño rubí tornasolado.
- Sigue…sigue – suplicaba ella bajito mientras Valentino continuaba
haciendo arabescos con sus labios en su piel. De este modo, pasó la frontera de
su vientre y, sin detenerse, llegó al pubis de la hermosa muchacha.
- Ahí…ahí, quédate un rato ahí, por favor. Tatúame una
mariposa con tu boca.
Pocos minutos después, empapados de palabras de amor, con un intervalo de segundos, temblando, llegaron al “país de nunca jamás”.
Pocos minutos después, empapados de palabras de amor, con un intervalo de segundos, temblando, llegaron al “país de nunca jamás”.
Los amantes estaban volviendo en sí cuando comenzaron a
oír las notas de “La Adelita”. Violante se sobresaltó. Pensó que había entrado
alguien al departamento y que, sin percatarse que estaban ellos en el
dormitorio, había puesto música en la salita donde Valentino solía trabajar.
- Tranquila, princesa, es sólo mi equipo de música que me
avisa que tengo que llamar a México por el reportaje a Frida Kahlo.
- ¿Irás?
- Sí. Ya sabes que necesito estar el lugar en que ha vivido mi entrevistado para poder inspirarme.
Valentino y Violante continuaron jugando y haciéndose caricias durante media hora más. Después, juntos, se fueron a la ducha. Luego la bella mujer secó su cuerpo, se perfumó, repasó el carmín de sus labios, se arregló su abundante cabellera y se vistió.
- Sí. Ya sabes que necesito estar el lugar en que ha vivido mi entrevistado para poder inspirarme.
Valentino y Violante continuaron jugando y haciéndose caricias durante media hora más. Después, juntos, se fueron a la ducha. Luego la bella mujer secó su cuerpo, se perfumó, repasó el carmín de sus labios, se arregló su abundante cabellera y se vistió.
- ¿Qué te apetece comer? – preguntó el anfitrión.
- Nada, mi amor; debo irme. Tengo una reunión importante.
Es por el tema de la ayuda destinada a los refugiados; y tú debes llamar a
México.
Apenas la princesa encantada se marchó aparecieron en el
departamento Muchosnombres y el señor Destino. Esta vez Muchosnombres tenía la
apariencia de un muchacho de unos veinte años.
- ¿Eres tú Muchosnombres? – inquirió Valentino.
- Si, es él – aseguró el señor Destino- Se ha cansado de su imagen de chica guapa y ahora su aspecto es casi el de un imberbe.
- Malvado, me preferías como “tía buena” ¿verdad? – le espetó
Muchosnombres.
- No es eso, es que me desconciertas. Si todos tuviéramos
ese atributo tuyo que cuando quieres te permite ser un día una persona y otro
día otra, imagínate la que se armaría en la tierra. Cuando cambias de aspecto,
de voz y de personalidad, para mí es como comenzar a conocerte de nuevo ¿Quién
eres realmente, Muchosnombres?
- Vamos, déjate de zarandajas y concentrémonos en el
“viaje” a la Casa Azul de Frida Kahlo.