sábado, 31 de diciembre de 2011

Navidad en la aldea de la infancia

Capítulo 29
(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

     El 23 de diciembre, temprano, en un día muy frío pero con mucho sol, Valentino salió desde Madrid hasta el lugar donde  pasaría la Nochebuena con sus seres queridos. Por delante le esperaban varias horas de viaje. Cuando faltaban menos de cien kilómetros para llegar a su destino el día continuaba siendo azul, pero la tierra estaba manchada de nieve. Iba feliz escuchando villancicos de Navidad. Incluso los canturreaba. Miraba la naturaleza que se le ofrecía tan bella, que casi le parecía un sueño o el escenario de un ballet. Sin embargo, igual como cambia la vida, a medida que empezó a subir hacia la montaña, el cielo se empezó a nublar, el ambiente se tornó amenazante, la temperatura bajó y, finalmente, comenzó a nevar.

     Así, conduciendo en medio de una suave nevada, llegó Valentino a un pequeño pueblo de montaña enclavado en lo más profundo de la Cordillera Cantábrica. Allí sus padres tienen una gran casa, empezada a construir más de dos siglos antes por antepasados por vía materna, que distintas generaciones la habían ido ampliando con el tiempo. La madre de Valentino la había heredado cuando era soltera. Luego, cuando se casó con el padre de Valentino, comenzaron a restaurarla y, a medida que fueron naciendo hijos, la ampliaron aún más. Desde entonces era uno de los lugares favoritos de vacaciones de la familia. También es el lar que, durante estos días de invierno, permanece tibio gracias a las dos chimeneas que mientras ellos están allí, las mantienen siempre encendidas. Es en esta casa donde todos los miembros  del clan, formado por los hermanos, hermanas, maridos, esposas, sobrinos, sobrinas y abuelos de Valentino, acostumbran a reunirse a celebrar las Pascuas. Valentino solía decir que no concebía vivir una Navidad en otro lugar que no fuera en aquel hermoso enclave del Pirineo español, porque sus primeros recuerdos de la Natividad son de allí.

     La aldea, que es como un lunar en medio de la montaña, tiene menos de doscientas casas y en el centro de ellas, en una gran plaza, hay una iglesia románica muy antigua, levantada a poco de comenzar el segundo milenio, en el mismo lugar donde la tradición cuenta que existía una ermita construida en el siglo sexto. El hermoso y austero edificio del templo románico, tal como ha permanecido hasta hoy, incluso, fue comenzado a construir medio siglo antes que la Catedral Románica de Santiago de Compostela, cuando gran parte de la Península Ibérica estaba invadida por los musulmanes, quienes tenían su capital en el sur, en la ciudad de Córdoba.

     Ese paso del milenio primero al segundo generó entonces temores irracionales en los supersticiosos hombres de la época. También coincidió con un suceso políticamente muy importante: entre las fuerzas que invadían entonces lo que en esos años era España, se produjo una “Fitna”, que en árabe significa “guerra civil o división”, tras la cual, la fuerzas invasoras se fraccionaron en decenas de facciones que se transformaron en reinos islámicos independientes llamados “Taifas”. Precisamente aquellos fueron los años en que comenzaron a construir la iglesia del pueblo de los ancestros de Valentino, época en que también se comentaba en voz baja que el llamado “Santo Grial”, que según la tradición cristiana es la copa usada por Jesucristo durante la llamada Última Cena, había sido traído a la península, para ocultarlo en esas tierras.

     Un poco más tarde, en la Edad Media, una rama de los antepasados de Valentino comenzó a fabricar herraduras y clavos, y a herrar caballos de pueblo en pueblo. Luego, la siguiente generación montó una gran herrería que los hizo amasar cierta fortuna. Pero fue sólo a fines del siglo dieciocho, cuando un pariente lejano de Valentino, propietario de una gran extensión de terreno, construyó en la pequeña villa la mejor casa de todas las que había en esas desoladas tierras.

     Por la mañana del Día de Nochebuena, los pequeños de la familia fueron los primeros en levantarse. Cuando se asomaron por los ventanales comenzaron a chillar, porque contemplaron con alegría que un fuerte temporal de nieve y viento hacía danzar densas cortinas de nieve. Vieron que todo, completamente todo, las montañas, el pequeño valle, los árboles, las calles y las viviendas del pueblo estaba cubierto de nieve. De este modo, como solía suceder cada año, definitivamente ya nadie podía llegar ni abandonar el lugar.

     Media hora después, mientras la numerosa familia tomaba un reconfortante desayuno de montaña, en una larga mesa donde había café, leche, casadiellas, pan hecho en casa, mermeladas caseras, mantequilla y quesos del pueblo, Valentino le comentó a su madre que, probablemente, dos amigos suyos vendrían a compartir con ellos la cena de Nochebuena.
- Me encanta que vengan amigos tuyos, hijo, si vienen, como siempre, serán bienvenidos, pero dudo que puedan llegar; el pueblo está incomunicado.
- No te preocupes, madre – le contestó Valentino – Los conozco; sé que llegarán.
- ¿Los conocemos nosotros? – le preguntó su madre.
- No los conocéis, soy amigo de ellos sólo desde comienzos de este año.
- ¿Son hombres o mujeres? – Interrogó su hermano mayor.
- Una chica y un chico.
- ¿Son matrimonio?
- No, trabajan juntos. Ella es su jefe.
- ¿En que trabajan?
- No sé exactamente en qué. Sólo sé que están altamente especializados en lo que hacen, que viajan mucho y que su trabajo es muy importante.
- ¿Qué edades  tienen?
- Entre treinta y cuarenta.
- ¿Es simpática ella?
- Muy simpática y muy bella. Es la mujer más hermosa que he conocido en mi vida.
- ¡Ah!...Me parece que estás entusiasmado con ella… ¿Verdad? – exclamó otra de sus hermanas.
     Y agregó la menor:
– Hermanito, ya va siendo hora que sientes la cabeza. ¿De verdad que no es tu novia ni una “amiga especial”?
- No es mi novia, y aunque es una amiga especial, no es como otras amigas especiales que tengo; ambos son sólo amigos míos.
- Qué lástima que el bellezón del que nos hablas no pueda venir. Me hubiera encantado conocer a esa mujer que nos has dicho que es tan guapa. Con el pueblo aislado, no creo que puedan llegar; es imposible – Volvió a insistir uno de los hermanos de Valentino. Y agregó - Aunque deje de nevar estaremos así por lo menos tres días, como sucedió hace dos años… ¿Recuerdas?
    
     Valentino hizo una pequeña mueca que escondía una media sonrisa y murmuró “Ya veremos, ya veremos”.

     Inmediatamente después del desayuno, mientras los críos, debidamente abrigados, hacían un gran muñeco de nieve frente a la casa, los mayores se dedicaron a trabajar en equipo en la preparación de las viandas, la decoración y en todos los detalles para la cena.

     Cuando terminaron, Valentino se calzó zapatos de alta montaña, un chubasquero verde engrasado, un sombrero del mismo material, y salió a caminar bajo el temporal de nieve. Siempre le gustó hacerlo. Además aquí se sentía más libre que en ninguna parte. Cuando fue reportero en zonas en conflicto y fue testigo de las animaladas que eran capaces de hacer los hombres: violaciones de mujeres indefensas, niños soldados matando como autómatas, hombres destripando hombres, soldados degollando niños, cuerpos irreconocibles por las explosiones de “hombres bombas”; para soportar el dolor que lo embargaba hasta las lágrimas, pensaba en “su” pequeña aldea y recordaba las felices y pacíficas Navidades de su infancia. Sólo así, ayudado de esta arma secreta que eran sus recuerdos, aguantó dos años informando al mundo y a sus lectores que si existía un infierno, éste estaba en la tierra.

     Cuando llegó a la pequeña plaza y se enfrentó con la iglesia, decidió entrar. Recordó que cuando niño había cantado en su coro. Aunque el día era frío y gris, dentro estaba tibio y una luz dorada invadía hasta los últimos resquicios de su arquitectura interior. Se sentó frente al altar mayor y cerró los ojos. Como no es creyente, no se persigno ni rezó ninguna oración a ninguna deidad. En medio del silencio pensó en los extraños acontecimientos que le habían sucedido desde aquel día de enero en que, en el Parque del Retiro de Madrid, había conocido a Muchosnombres. Ese encuentro había cambiado en parte su vida, porque desde entonces, las cosas complicadas empezaron a ser más transparentes para él; ya no se encontraba con tantos laberintos sin poder resolver; y hasta se le había aguzado el sentido común. El silencio que latía en el ambiente, el claroscuro áureo que flotaba en el aire, y la música del órgano que comenzó a danzar por los pasillos que conforman una planta de cruz latina, lo ayudó a valorar lo que le había sucedido el año que estaba a punto de terminar.
- Aunque ha sido un buen año, pudo haber sido ser mejor – exclamó bajito.

     Entonces, de todas partes y de ninguna, como un trueno, una voz que él ya conocía, exclamó:
- ¿Te das cuenta que sólo piensas en ti y que no te conformas con nada? ¿Y qué has hecho tú para que el mundo fuera mejor para todos?

      A continuación sonó una risa cristalina que, igual como vino, se fue.

     “Es verdad ¿Qué he hecho yo para que mi vida y este mundo fueran un poco mejor?”, pensó Valentino. A pesar de la reprimenda de Muchosnombres, en paz consigo, se levantó de la banca, se puso en pie y comenzó a hacer el camino de regreso hacia su hogar.   


(Adeste Fidelis)



domingo, 18 de diciembre de 2011

Besos más dulces que el vino

Capítulo 28

     Después de terminar de hablar por teléfono con Michelle,
Valentino se sentó a trabajar un par de horas en una novela, sin nombre aún, que trata de un hombre que vivió tres exilios en su vida: el del jardín de su niñez, el de su Patria, y el de su amor.

     Luego de completar tres o cuatro carillas que lo dejaron relativamente satisfecho se levantó de su silla de trabajo, se arrellanó en un sillón, encendió su aparato de música, bajó la intensidad de la luz de la lámpara de pie casi al mínimo, cerró los ojos y se dispuso a oír canciones francesas. A los pocos minutos percibió que la estancia se iluminaba y se llenaba de un calor benefactor. Abrió los ojos y se le apareció Muchosnombres, tan hermosa como siempre, tatareando un trozo de la misma canción de Brel que él estaba escuchando: “Ne me quitte pas… Il faut oublier… Tout peu s’oublier…Qui s’enfuit déjà…Oublier le temps des malentendus…”. A continuación Muchosnombres repitió los mismos versos en castellano: “…No me dejes…Hay que olvidar…Todo se puede olvidar…Lo que ya se fue…Olvidar el tiempo de los malos entendidos…”

     Tras canturrear estos versos le lanzó una flecha envenenada:
- Bella canción… ¿Verdad?
- No me digas que a ti, que eres “todotodo siempresiempre”, también te gusta esta canción.
- También me gusta. Es como un grito desgarrado lleno de dolor pero es muy hermosa. Desprende poesía desde la primera hasta la última palabra. Es emoción en esta puro, por eso es gusto de personas sensibles y cultivadas.
- Creí que tú no tenías sensibilidad Muchosnombres; que estabas por encima de estas circunstancias de nosotros los humanos.
- ¿Cómo?
- Quiero decir que pensaba que no tenías sentimientos.
- Pues estás equivocado; también los tengo – y cambiando hábilmente de tema le espetó a Valentino – A propósito de emociones… ¡Qué manera de emocionarse la mexicanita contigo! Un poco más y te lleva al huerto. Y ahora te hace una llamadita telefónica con musiquita y todo. Y tú tratándola de “pequeñaja”.
     Valentino no dijo nada; prefirió contestar con una sonora carcajada.
- Veo que es una risa de evasión, amigo mío. También te gustó a ti ¿Verdad?
- ¡Mmmmmm! Es maja, inteligente y tiene sentido del humor.

     En medio de la lacónica respuesta de Valentino. Justo entre “inteligente y tiene sentido del humor”, de la nada, apareció en escena el señor Destino quien, sin que nadie se lo preguntara, expresó:
- Yo también encuentro maja e inteligente a la mexicanita. Y muy hermosa. No como esas bellezas forzadas que parecen fotos “photoshopeadas”, con rostros planos e inexpresivos, como si les hubieran pasado un rodillo por encima de su cara. Michelle, en cambio, tiene una belleza original, un rostro sonriente, lleno de aristas y detalles que la hacen inolvidable. 
- Tampoco creía que tú pudieras apreciar bellezas especiales.
- Pues ahora lo sabes, querido “pequeñajo”.
- No entiendo a qué viene tanta alharaca. Sabéis bien que no es la primera mujer con la que paso unas horas divertidas. Es una más.
- ¿Una más? Pues es posible que esa chica de la que tú dices que es tan maja, inteligente y con sentido del humor…y que es una más, por lo menos durante un tiempo, sea importante en tu vida Valentino.
- Oye… ¡Para para! ¿En qué lío me estás metiendo, señor Destino? ¿Por qué quieres hacerme esta putada? Si a Michelle apenas la conozco.
- Todavía – le endilgó a la cara – Y acercando su rostro al de Valentino le volvió a repetir con sorna - ¡Todavía!
- De verdad señor Destino, no siento nada especial por ella.
- ¿Exactamente qué me quieres decir?
- Quiero decirte que no me hace tiritar el alma. La he visto sólo dos veces en mi vida. La primera vez en las excavaciones de Atapuerca y la segunda hace poco más de una semana, cuando yo por casualidad pasaba por allí el día que le robaron el bolso en la Gran Vía.
- ¡Inocente…más que inocente! ¿Y tú crees que ese volverse a ver fue casual? Te confirmo que la coincidencia en el espacio y en el tiempo en la Gran Vía fue cosa mía, pero lo que siguió después fue cosa tuya. Y naturalmente de ella. Porque después de acompañarla a la policía la invitaste a degustar tapas al Mercado de San Miguel, y luego a caminar por un laberinto de calles de Madrid hasta… ¡Oh milagro!... aterrizar en tu departamento. ¡Vaya, que si te llega a gustar, te casas con ella el mismo día!
- Eres un exagerado, señor Destino. De verdad, apenas la conozco.
- ¡Apenas la conozco…apenas la conozco! – Repitió el señor Destino imitando la voz de Valentino. Y remató el discurso con una frase lapidaria- ¿Y entonces por qué ponías los ojos blancos cuando cantaste canciones de amor con ella?
- Por buena educación; por normas propias de un hombre bien nacido, como yo.
- ¿Y qué me dices de esos frotamientos de labios en la terraza? ¿Eran propiamente lo que se acostumbra a llamar besos o quizás a Michelle le faltó el aire, y tú, como un hidalgo español solícito, le hiciste el “boca boca”?
- Hombre, señor Destino, apenas fue un intercambio de besitos inocentes que, después de todo, no le hacen mal a nadie.
- ¿Besitos inocentes has dicho?
- ¡Vale! Fueron, como dice una canción de Jimmie Rodgers: kisses sweeter tan wine.
- ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Besos más dulces que el vino!
¿No te fijaste cómo a ella le tiritaban sus piernas mientras bebía de tu vino, y cómo a ti se te subieron las pulsaciones a más de 130? ¡Claro! ¿Cómo te ibas a dar cuenta si en tu arrebato de pasión perdiste hasta la noción de la realidad?
- ¡Qué hocicón eres señor Destino!
- Lo que no quiero es que mires en menos a Michelle porque fui yo quien te la puso en tu camino. No olvides nunca que la vida da muchas vueltas, Valentino. Y yo conozco bien todos esos recovecos. Tú ni siquiera sabes lo que será de tu vida dentro de un mes o de un año. Ni siquiera sabes cuándo dejarás de existir.
- Te doy la razón, pero lo que sea de mi vida, al menos en parte, dependerá de mí. Por supuesto no me refiero a morir. Eso llega y no hay nada que hacer. Además creo que Michelle aún está enamorada de ese señor que conoció en el avión.
- ¡Uyuyuy pichoncito! Sabes muy bien, porque ya te ha sucedido, que el amor igual como llega se va. Vosotros los humanos tenéis una frase magistral que dice “Del amor al odio hay un solo paso”. Y ella acaba, aunque aún lentamente, de entrar en puntillas a la fase de odio que desembocará en un sentimiento totalmente neutro.
- “Del amor al odio” es sólo una frase hecha, señor Destino. En la vida cotidiana los sentimientos no suelen variar como una veleta en un día de temporal.
- Tú hablas por ti y por algunos cercanos a ti, pero yo que trato con tout le monde desde que el mundo es mundo, te aseguro que esa frase, en un alto porcentaje, es un reflejo de la realidad. La historia está llena de casos en los que el odio ha llegado a ser más fuerte que el amor.
- Como por ejemplo la historia de Sinhué y Nefernefernefer.
- No exactamente, porque en esa ligazón sólo hubo amor por parte de Sinhué el Egipcio. Recuerda que Nefernefernefer, arquetipo de mujer perversa e interesada, fingió amarlo hasta que dejó de serle útil. Si has leído la historia, recuerda que al final, al pobre Sinhué lo dejó más flaco que a un perro de alcantarilla.
- ¿Podría servir el ejemplo de Otelo y Desdémona?
- Tampoco, en ese caso no hubo odio, sino demasiado amor por parte de Otelo. Tanto, que los celos productos de ese mismo amor, hicieron que Otelo creyera las mentiras de Yago y terminara estrangulando a Desdémona. Para eso hay otra frase que dice “Hay celos que matan”. Sabes que cuando Otelo comprobó que su amada era inocente, se suicidó. Los celos, en el amor, son como una rama de espino envuelta en papel celofán.
- Querido señor Destino, te estás poniendo muy teatrero. Todo lo que explicas ocurre sólo en historias inventadas que los hombres transforman en poemas, novelas, obras de teatro, ballets, óperas y hasta películas.
- Estás equivocado. En la vida real también ocurre. ¿Sabes cuántos amores, cada día, por alguna razón, a veces sólo por una serpiente que se cruza en sus caminos, tras amarse, llegan a odiarse? Sois tan bárbaros que un poeta americano del siglo diecinueve se atrevió a escribir la siguiente frase: “Después del amor, lo más dulce es el odio”. ¿Te das cuenta?
- Esto demuestra que hay personas que al odio le encuentran un saborcillo dulce. Aunque sería más propio decir agridulce.
- Lo mismo pienso yo.

     Finalmente Valentino prefirió cortar el tema. Se quedó impasible, rumiando en silencio los comentarios del señor Destino acerca del amor y de los celos. Reconoció que, en parte, tenía razón. Fue entonces cuando Muchosnombres, que había asistido complacido al diálogo, le preguntó a Valentino dónde pasaría la Nochebuena y el día de Navidad.
- En una aldea emplazada en la Cordillera Cantábrica, donde mis padres tienen una casona del siglo diecisiete.
- ¡Fiuuu!... ¡Cuánto les habrá costado!
- No la han comprado. Es heredada de nuestros antepasados por la línea del linaje de mi madre.
- ¿lo pasaréis ellos y tú solos?
- ¡Qué va! Es una tradición que nos juntemos muchos miembros del “clan”: mis padres, mis hermanas y hermanos, mis sobrinas y sobrinos, mis abuelos maternos, y otros parientes que se apuntan o, simplemente, llegan. No es necesario ser invitado. Pero creo que este año sí que habrá unos invitados realmente excepcionales.
- ¿Quiénes?
- Quiero que tú y el señor Destino también vengáis. Nuestra casa es muy grande, muy tibia, y nos sobra el cariño. Podríais compartir con nosotros unos días maravillosos. Estaremos perdidos en medio de la nieve.

     Muchosnombres meditó un par de segundos la invitación y terminó diciendo:
- Nos va a encantar estar contigo y tu familia, pero nadie debe saber quiénes somos.
- ¡Qué bien! Lo prometo.
- ¿Qué deberemos aportar?
- Apetito, sed y ganas de pasarlo bien.
- Vale, pero debes aceptar que en Nochebuena te dé un pequeño regalo que nadie más que yo te puede dar.
- ¿Qué es?
- Es algo que a todos los hombres y mujeres de este planeta les gustaría recibir.
- ¿Qué puede ser? Viniendo de ti seguro que será especial ¿Me podrías adelantar algo?
- ¡No!
- ¿Me explicarás el secreto de la vida y de la muerte?
- ¡No!
- ¿Me permitirás entender el infinito?
- ¡No!
- ¿Llegaré a conocer el significado del concepto tiempo?
- ¡No!
- ¿Me explicarás qué es la eternidad?
- Frío frío.
- Muchosnombres ¡Anda! Dame una pista por lo menos.
- Valentino, no preguntes más ni intentes jugar a las adivinanzas conmigo porque no te diré qué es. No hagas que me arrepienta; recuerda que la curiosidad mató al ratón.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo

Capítulo 27

Interior de la galería Alcion de Madrid

     Durante una hora y media de la mañana del jueves Valentino se dedicó a caminar y a hacer fotos por Madrid. Luego se dirigió a una sala de exposiciones a buscar un cuadro que dos meses antes había encargado a Óscar, propietario de la galería Alcion, emplazada en la esquina de Orellana con Argensola.

     Alcion es una galería singular, especializada en hacer copias fieles de cuadros de pintores importantes, realizadas por copistas excepcionales, seleccionados por Óscar entre los mejores de España. Uno de los amigos de Valentino, José María, le había dado el dato. Le comentó que era el único lugar fiable de España donde se pueden comprar réplicas legales de gran calidad de cuadros de grandes maestros. También le explicó que todas las obras, por seguridad, llevaban adheridas al dorso un sello explícito que certificaba que era una copia autorizada.
- Todo es legal – le había dicho – Además te vas a sorprender de la calidad artística.

     El cuadro sería el regalo de bodas para Gaby, una de sus amigas de infancia, quien se casaba por segunda vez. Aunque a ella la conocía desde siempre, a Mario, su futuro marido, se lo habían presentado sólo meses antes, en una de las animadas tertulias de Violante, una de las llamadas “amigas especiales” de Valentino. Fue en ese encuentro social que Valentino se enteró que a Mario le gustaban los pintores franceses del siglo dieciocho. Incluso recordaba que en aquella oportunidad Mario había contado, entre otras muchas cosas, que recientemente había estado visitando el Museo del Louvre y que había descubierto un cuadro del que se había enamorado porque, cuando lo vio, le recordó a Gaby desnuda sobre la cama. Por los detalles que dio, Valentino dedujo que se trataba del cuadro titulado “Odalisca” del pintor Francois Boucher, nacido en 1703 en Francia. En su época Boucher fue muy famoso por sus pinturas de desnudos y también por haber pintado varios retratos de Madame de Pompadour, la amante más conocida del rey Luis XV. 

     Camino a la galería pasó a desayunar en el restaurante “Carril Hondón” de la calle Barquillo. Como siempre que recalaba allí, lo atendió Luz, una guapa camarera colombiana, que apenas lo veía entrar le preparaba un café con leche muy caliente que se lo servía acompañado de una napolitana de crema. Valentino degustó con deleite sus viandas y luego de leer el periódico “Público” de cabo a raro, dirigió sus pasos hacia la calle Argensola.

        Cuando Valentino entró a la galería se quedó pasmado, porque allí, frente a él, había réplicas sobresalientes de cuadros de importantes pintores que son el sueño de muchos coleccionistas: Matisse, Toulouse-Lautrec, Renoir, Chagall, Frida Khalo, Cezanne, Degas, Manet, Monet, Morisot, Sorolla, Pisarro, Modigliani, Watteau, Gainsborough, Vermeer, Rembrandt, Durero, entre otros.

     Mientras Valentino miraba con apetito cada obra de arte, Óscar, el propietario de la galería, atendía a una pareja de famosillos que Valentino reconoció de inmediato, porque durante los últimos meses solían aparecer a menudo en las llamadas “revistas del corazón”. Estaban acompañados por un insigne arquitecto que estaba muy de moda, y cuyo oficio era diseñar y construir casas para famosos. El joven de la pareja era un popular futbolista, con pendientes de diamantes en los lóbulos de las orejas y tatuajes de dudoso gusto hasta por las rendijas de los sobacos, en medio de los cuales, según él mismo suele confesar a quien quiera oírlo, acostumbra a intercalar los nombres de sus conquistas amorosas. Ella era una ex miss, ahora dedicada a modelo. Aunque en un reportaje en que salió en bolas en la revista “Interviú”, ella afirmaba: “También soy diseñadora de joyas”.

     Para Valentino era una situación divertida. Casi como un sketch de película italiana de los años sesenta.  Aunque al principio no relacionó al arquitecto con la pareja de populares, finalmente recordó que había leído en la revista “Elle” que ellos eran clientes suyos, quienes le habían comprado una casa de ocho millones de euros. Dedujo que él estaba allí en calidad de asesor artístico, pues oyó que el deportista le confesaba en voz baja que para ellos era un problema “rellenar” las paredes de su mansión. Mientras, Óscar, el culto propietario de la galería intentaba hacerles sugerencias, ella, con voz chillona y destemplada, decía: “Señor, por favor déjeme elegir a mí que yo sé lo que quiero, por algo también soy diseñadora”. Finalmente intervino el futbolista de moda preguntándole al también arquitecto de moda:
- Joaquín ¿Cuántas decenas de metros tiene la pared del fondo del salón de la casa que nos has construido?
- Veinte – le contestó él empinándose para parecer más alto de lo que era.
- Entonces ¿Sabe qué? – interrumpió ella dirigiéndose en forma altiva al propietario de la galería – Queremos por lo menos diez metros de cuadros de este señor que dice aquí que se llama Chagall; creo que podrían hacer juego con la piel de nuestros muebles.

     Apenas el trío de famosos se fue, Valentino pudo conversar con Óscar quien le mostró el resultado de su encargo.
- ¡Increíble! – Exclamó Valentino.

     En verdad el artista copista había hecho un trabajo notable. La gama cromática, la luz, la calidez del ambiente, las pinceladas, los claroscuros, la sensualidad de la muchacha, los pliegues de las telas, todo era igual que el original. Valentino pagó y se marchó feliz con su odalisca.

     Nada más entrar Valentino a su casa sonó el teléfono. Se sentó en su sillón de su salita de música y puso sus pies sobre su escritorio. Era Michelle.
- Hola Valentino, soy Michelle, la mexicana. Te llamo desde Santiago de Chile.
- Hola pequeña, ¿Cómo estás?
- Bien, muy bien. Aquí ha llegado la primavera y el aire está tibio.  
- ¡Qué bien! Te noto contenta.
- Me siento feliz. ¿Sabes, querido Valentino? He llegado a la conclusión que las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo.
- ¿Por qué me lo dices?
- Porque ayer he desatado todos los nudos que aún me ataban a la persona de la que te hablé.
- ¿Por qué has tomado esa decisión tan drástica?
- Porque no quiero ser prisionera de nadie, menos de mis recuerdos. No quiero que mis propias emociones me estén permanentemente manoseando el alma, ni que me impidan ser feliz.
- Entonces creo que has hecho bien, pequeñaja.
- Valentino.
- Sí.
- Quiero verte.
- Ya nos veremos cuando vengas.
- Cuando me toque hacer un vuelo a Madrid te avisaré. ¿Recuerdas que me prometiste que me que podría quedar una noche en tu casa?
- Por supuesto que lo recuerdo.
- ¿Sabes?... Le hablé a mi abuela española de ti.
- ¿Sí?
- Sí, le conté las circunstancias en que te había conocido, y se alegró que hayas sido tan galante. Cuando le platiqué que habíamos terminado el día cantando “La Adelita” en La Castellana, lloró. “Sólo en mi España del alma suceden esas cosas”, me dijo emocionada.
- Dile que cuando ella se anime a venir a su tierra la cantaremos los tres.
- Se lo diré. Te mando un beso. Ya te llamaré otro día. Más tarde te enviaré un correo electrónico. Por favor, antes de cortar quiero que cierres los ojos y escuches una canción. Me gusta mucho. El otro día, escarbando en Youtube, la descubrí. Se llama “Ne me quite pas”. Es de un cantante francés que se llamaba Jacques Brel. ¿La conoces?
- Sí. Y me gusta mucho.

     De inmediato empezó a oír por teléfono la desgarradora “Ne me quite pas” que, sin imaginárselo Michelle, tenía la virtud de hacerlo estremecer cuando Valentino la escuchaba. Cada vez que oía ese verso que dice: “…yo te contaré la historia de un rey que murió por no haber podido encontrarte” pensaba que, probablemente, Brel se refería a la búsqueda del amor. Creía que esos versos contenían alguna clave que el cantautor introdujo en esa canción que lanzó al mercado en 1959. Lo creía, porque cuando él escribía, también solía incrustar significados incomprensibles para la mayoría, claves que sólo podían descodificar unas pocas amigas con las que, según Valentino, mantiene un juego de emociones. También se preguntaba “¿Durante cuánto tiempo y por cuántos mundos habrá viajado ese rey en busca de esa persona misteriosa que, quizás, sólo existía en su imaginación? O incluso peor, talvez cuando el ilusionado rey la encontró se percató que ya no era especial”.

     Cuando la canción terminó, y antes de despedirse de Michelle, Valentino le comentó:
- Tienes razón pequeñaja, las personas son especiales hasta que dejan de serlo.





domingo, 6 de noviembre de 2011

Cantando por la Castellana de Madrid

Capítulo 26
La Castellana de Madrid

     Cuando Valentino terminó de explicarle a Michelle lo que había sentido las dos veces que se había enamorado, se quedaron en silencio, probablemente pensando en las íntimas confidencias que ambos se habían hecho, a pesar de que casi no se conocían. Fue ella quien rompió el reposo, cambiando de tema.
- Valentino… ¿Me muestras el resto de tu casa?
- Por supuesto Michelle, acompáñame.
- Aunque tiene un poco de museo, tu guarida me gusta. Es muy personal. Tiene “algo”. Muchas cosas hermosas, mucho arte.
- Me gustan las cosas que a mí me parecen bellas.
- ¡Cuánto te habrás gastado!
- No tanto como te lo imaginas; mucho de lo que tengo han sido regalos.
- ¿De mujeres?
- ¿Por qué dices de mujeres? De mujeres, de hombres, de amigos, de familiares – contestó Valentino sonriendo en forma traviesa.

     Curioseando por el departamento Michelle descubrió los dos hermosos amates mexicanos que colgaban de una de las paredes de la que Valentino llama “salita de música” que, además, es el lugar donde suele trabajar y ver películas.
- ¡Oh!... ¡Tienes dos maravillosos amates de mi país!
-  Sí, los compré en México. Son muy hermosos y llenos de color, como casi todo lo que hacen en tu tierra.
- ¿Sabes que el amate es un soporte vegetal que se fabrica con las cortezas de un árbol que llamamos jonote?
-  Sí, me lo explicaron cuando los compré. Pero una corteza de árbol es sólo una corteza de árbol, sólo adquiere valor cuando un artista pinta sobre ella. A mí me gustan los motivos populares, por eso elegí estos dos.
- Ya he visto que no son comunes. Los que venden a los turistas por cinco dólares son atroces, casi hechos a granel. Estos, en cambio, son excelentes. Tienes buen gusto Valentino. ¡Qué maravilla! Pocas veces había visto amates de tan alta calidad artística. ¿Y estos juguetes llenos de color? ¿Son de tus hijos?
- Tengo varios sobrinos, pero hijos no tengo. Eso que llamas “juguetes” son pequeñas reproducciones de personajes de cuentos.
- ¡Mmm! Tienes también a Campanita. Me agrada Campanita.
- ¿Te refieres a Campanilla?
- Sí, es que en México la llamamos Campanita. Y también tienes a Peter Pan. ¿Te gusta Peter Pan?
- Me gusta la historia de “El País de Nunca Jamás” y los personajes que lo habitan: Peter Pan, Campanilla, el Capitán Garfio, las sirenas, los Niños Perdidos. De todos los “personajes que nunca existieron”,  estos, junto con El Principito y Tin-Tin, son mis favoritos.
- ¿Has soñado con ser Peter Pan y poder permanecer siempre joven como eres ahora?
- Nunca he tenido el “Síndrome de Peter Pan”, pero he sido el Capitán Garfio.
- ¡Claro!...en tu imaginación.
- No, lo he sido de verdad.
- ¿Cómo que has sido el gran pirata del País de Nunca Jamás?
 - En un período de tiempo, en otra de mis vidas, fui el Capitán Garfio y tuve un romance con Campanilla.
- Pero ¿Qué dices? Si Campanilla odia al Capitán Garfio.
- Puede que sí, pero durante un período de tiempo, aunque quizás no fue amor por parte de ella, creo que Campanilla sí me tuvo cariño. Aunque es probable que ahora, como sucede en la obra de teatro, creada por el escritor James Matthew Barrie, nuevamente me odie.
- No entiendo nada. ¿Me puedes explicar mejor esa historia de cuando fuiste el maléfico Capitán Garfio, querido Valentino?
- Sí, te la puedo contar, pero lo haré en otra ocasión ¿Vale?
- ¡Hombres…hombres!...Casi siempre están llenos de misterios.
- Cuando me conozcas mejor te darás cuenta que no es así.

     Intempestivamente una llamada telefónica interrumpió la conversación que sostenían. Valentino se excusó y contestó:
 “¡Ah!…eres tú ¿Sabes que es la primera vez que me llamas por teléfono?... Sí, entiendo que para ti no es necesario hacerlo para hablar con quien quieras porque es como hacerlo contigo misma. Naturalmente que me interesa hacer un nuevo viaje contigo. ¿Me puedes dar alguna pista adonde iremos? ¿Una sorpresa? Vale, mañana lo cerramos. Buenas noches y gracias por la invitación”.

     Al terminar la llamada Michelle preguntó a Valentino:
- ¿Te irás de viaje?
- Sí. Es una invitación de mi amiga Muchosnombres.
- ¡Ah!...La chica con la que visitaste Atapuerca.
- Sí, se llama Muchosnombres.
- ¿Y adónde es el viaje?
- No lo sé. Me ha dicho que es una sorpresa.
- ¿Y cuándo lo harás?
- Tampoco lo sé. Muchosnombres es imprevisible. Aparece cuando menos la esperas y te invita adonde menos te imaginas. Puede ser un viaje a un lugar cercano, o al fondo del universo; e, incluso, al futuro o al pasado– dijo Valentino con sorna, recorriendo la habitación con su mirada.

     Michelle prefirió disimular la pequeña molestia que le causó la llamada y más todavía que le hablara de viajes en el tiempo o al espacio sideral donde ningún ser humano había llegado. Tomó la figura del Capitán Garfio en sus manos y se quedó observando detenidamente la curvada y puntiaguda prótesis que llevaba en su muñón izquierdo desde que el cocodrilo de la historia le zampara su mano. Luego Michelle se fijo en un par de impresionantes fotografías de dos músicos de jazz, ambos saxofonistas de primera línea: una de 1999 mostraba a Mark Turner, y la otra reproducía a Roscoe Mitchell, fotografiado en 1993.
- Me gustan; están muy bien contrastadas, el juego de los claroscuros es notable ¿Las hiciste tú?
- No. Soy aficionado a la fotografía, pero éstas no son mías. Son de mi amigo Javier Nombela. Se especializa en fotografías de jazzistas. Es un fotógrafo de raza. Aunque acaba de sufrir un infarto cerebral, y aún tiene una cánula en su garganta para poder respirar, ya está deseando salir a fotografiar la vida.
- ¿Está mal?
- Regular. Está empezando a mover de nuevo su cuerpo. Los médicos dicen que con la rehabilitación quedará bien.
- Lamento lo de tu amigo. ¿Te gusta el jazz?
- Me gusta la estética del jazz, pero su música no la siento, no me llega al alma.
- ¿Qué tipo de música te gusta, Valentino?
- Me gusta casi todo tipo de música. La música clásica me encanta: sobre todo Chopin, especialmente su “Polonesa Heroica”; algunas óperas; también algunos ballets, principalmente “El Lago de los Cisnes”; la música popular mexicana; Paco Ibáñez cantando versiones de poemas de autores iberoamericanos y españoles; cantantes y conjuntos americanos de los años cincuenta y sesenta como “The Four Aces”, Frankie Laine, Pat Boone, Little Richard, Marty Robbins y muchos otros; los italianos Nicola di Bari, Domenico Modugno, Iva Zanicchi y varios más; Verdi y su Nabucco; María Callas cuando canta “O Mio Bambino Caro”; los valses de Strauss; los fados portugueses. También los boleros y los tangos. Y, sobre todo me gustan mucho los cantautores cantando sus propias canciones, como Serrat y Joaquín Sabina. Y oír en silencio a Tania Libertad cantando “Concierto para una sola voz”.

- ¡Mmm!...Te gusta casi todo. Aparte del jazz ¿Qué más no te gusta?
- Las marchas militares.
- Me lo imaginaba.

     De repente, sin mirar a Valentino, Michelle musitó:
- ¿Puedo quedarme a dormir contigo?
- ¿Qué?
- Te he preguntado si me puedo quedar a dormir en tu departamento.
- Hoy no Michelle. No rompamos la magia. Mañana, la próxima semana, cuando tú quieras te quedas a dormir aquí, pero hoy no.
- ¿La próxima vez que venga a Madrid?
- Te lo repito, cuando tú quieras.
- ¿Tienes que salir ahora?
- Sí, tengo que salir
- ¿Adónde?
- A dejarte a tu hotel.
- ¿Y después qué? Tienes una cita ¿verdad? ¿Esperas a alguien?
- No espero a nadie, pero sí tengo una cita.
- Ya me lo imaginaba. ¿Con la chica que te llamó por teléfono?
- No, tengo una cita con mi trabajo. Me esperan por lo menos dos horas en el computador. Debo escribir y enviar dos despachos: uno a un periódico de Estados Unidos y otro a una televisión argentina.
- ¿Debo creerte?
- Créeme…aunque soy socio en un par de empresas, vivo del periodismo.

     Michelle pareció ponerse triste y se dirigió a la terraza. Hincó sus codos en la barandilla y dejó que sus ojos viajaran lejos. El aire de la noche trajo aromas a jazmín y a magnolias. Valentino esperó unos minutos. Luego se acercó y la abrazó por detrás, dulcemente. No le dijo nada; ella tampoco. Así permanecieron varios minutos. Finalmente, para animarla, le propuso:
- ¿Te parece que cantemos “El Rey”?

      Michelle se giró y se besaron dulcemente, como probablemente fueron sus primeros besos de adolescentes. Al terminar de besarse la chica le susurró:
- Vamos, por favor, trae mi bolso y ve a dejarme al hotel; mañana trabajo.
   
      Valentino la oyó en silencio sin interrumpirla. Fue a buscar sus cosas y bajaron al garaje. Cuando subieron al descapotable ella exclamó:
- ¡Qué bien! Hace tiempo que no subía a un auto desde el que se pueden mirar las estrellas, el sol y las nubes.

     Salieron por la calle Espalter hasta Ruiz de Alarcón. Allí giraron a la derecha hasta Alfonso XII. Bajaron por la calle del doctor Velasco hasta Atocha. Y a los pocos metros, pasado el edificio del Ministerio de Agricultura, giraron por el Paseo del Prado. Luego siguieron Castellana arriba.
     Para animarla, Valentino, imitando el deje mexicano, le sugirió a Michelle:
- ¿Y qué esperamos para ponernos a cantar, chava? ¿Te parece que empecemos por “La Adelita”?
-¿Aquí?... ¿En este coche abierto donde todos nos ven?
- Sí… ¿Por qué no? ¿Qué le va a importar a la gente que cantemos?
- Bueno…si tú te atreves ¿Por qué yo no, manito? Total en Madrid no me conoce nadie.
     Y a la una de la madrugada, en plena Castellana de Madrid, en el coche descapotable, se pusieron a cantar a dúo “La Adelita”.

     Mientras cantaban a todo pulmón esa canción universal que nació a principios del siglo veinte durante la Revolución Mexicana, se detuvieron en el semáforo que hay frente a la plaza Colón con Goya. Un grupo de viandantes que salían del Hard Rock Café cercano y que los oyeron, se les acercaron y durante el tiempo que estuvo el semáforo en rojo se unieron a cantar con ellos. Cuando partieron les gritaban “¡Viva Adelita y viva México!”.

     Continuaron por La Castellana. Pasaron junto al Estadio del Real Madrid hasta la rotonda de la Plaza de Cuzco. Doblaron hacia la avenida Alberto Alcocer hasta Padre Damián. Allí se detuvieron frente al hotel Eurobuilding. Antes de bajar Michelle preguntó:
- ¿Verdad que volveremos a vernos?
- Por supuesto. Y te invitaré a cenar a un restaurante que está junto a la calle Montera, se llama “La Flor de Montera”; te va a gustar.
- ¿Y volveremos a bailar y a cantar boleros, rancheras y tangos?
- Lo volveremos a hacer.

     Se rozaron sus labios. Michelle bajó. Valentino esperó hasta que la chica llegó a la puerta giratoria de la entrada al vestíbulo. Desde allí ella se despidió agitando su mano. Sólo entonces Valentino partió e hizo funcionar su reproductor de CD que comenzó a dejar oír “Concierto para una sola voz”. Mientras oía a Tania Libertad, una sonrisa triste le inundó la cara.


Concierto para una sola voz (Tania Libertad)

martes, 25 de octubre de 2011

Suspiros de España

Capítulo 25
Atardecer en Madrid

      A Michelle la invadió una pena inmensa al contar circunstancias de su desamor. Sin embargo se sobrepuso, suspiró, sonrió y volvió a centrarse.

- ¿Podemos seguir oyendo música?
- Por supuesto ¿Qué te apetece oír?
- ¿Te parece bien que oigamos boleros y pasodobles?
- ¿Boleros y pasodobles?... ¡Vaya mezcla! Eres muy joven aún para que te guste este tipo de música.
- Sí, soy joven, tengo menos de treinta, pero me gustan.
- ¿Por algo en especial?
- Mis abuelos paternos son mexicanos. De ellos heredé el gusto por los boleros. Siempre me cuentan que se conocieron bailando un bolero. Al principio no me gustaban porque cuentan historias como muy rebuscadas, pero de tanto oírlos y de escuchar tantas historias familiares relacionados con ellos, terminé también haciéndolos míos. Forman parte de mi vida.
- Ahora entiendo.
- Aún hoy, cuando con los padres de mi padre hacemos un viaje en automóvil, abrimos las ventanas del vehículo y cantamos boleros. Estoy tan acostumbrada a ello que cuando viajamos y no lo hacemos, lo reclamo. Son momentos en que soy muy feliz porque ellos intercambian recuerdos en voz alta, como para que yo los oiga. También se hacen preguntas, como “¿te acuerdas cómo iba vestida cuando me viste por primera vez?” o “¿Y qué sentiste cuando te pedí salir a bailar?...¿Te latió el corazón?”. El verlos contentos a los dos me llena el espíritu de alegría. A veces soy tan feliz junto a ellos que, mientras canto, lloro.

- ¿Y los padres de tu madre también son mexicanos?
- Españoles. Mi abuela materna nació en Andalucía.
- Andalucía es una tierra hermosa, de gente con donaire, salero y alegría de vivir. Además, sus mujeres son muy bellas y llenas de gracia.
- Debe ser verdad lo que dices, porque mi abuela es muy guapa y siempre está alegre y cantando. Y eso que le ha tocado sufrir lo suyo. Tiene 89 años muy bien llevados. Salió de España con 14 años de edad. Por la guerra civil. Ella, dos hermanos más, sus padres y dos tíos tuvieron que exiliarse. Primero fueron a Francia y desde allí vinieron a México, con la excepción de un tío de mi abuela.
- ¿Y qué fue de ese tío que no fue a México? ¿Regresó a España?
- No regresó. Se llamaba Jacinto. Se fue a Chile; en el Winnipeg. El Winnipeg se llamaba un barco que contrató el poeta Pablo Neruda para trasladar exiliados españoles desde Francia a Chile. Se embarcaron en el puerto francés de Trompeloup-Pauillac, que queda cerca de Burdeos. Salieron en agosto de 1939. Mi abuela me platicaba que su tío Jacinto le había contado por carta que cuando el barco levó sus anclas y empezaron a despegarse del suelo europeo, casi todos, de pie en la cubierta,  comenzaron a cantar mientras Pablo Neruda, enteramente vestido de blanco, los despedía agitando su sombrero.     
- Me puedo imaginar la escena. Debe haber sido desgarrador porque la mayoría sabrían que no iban a volver nunca más a ver su país.
- Él y más de dos mil españoles llegaron a Valparaíso en 1939. Por eso ahora elegí Chile para estudiar y trabajar. Aunque ese tío de mi abuela falleció hace muchos años, su semilla lleva también mi sangre. Sus descendientes forman parte de mi familia.
- ¿Y cómo se conocieron tus padres?
- Fue a los pocos años de haber llegado a México. Se conocieron en la casa de unos amigos también españoles, de Cataluña. Mi abuelo era catalán. Se llamaba Joan y tenía los ojos color turquesa, como la tonalidad del agua del mar de la Costa Brava. Murió hace cinco años.
- ¿Cómo se llama tu abuela?
- Elvira, se llama Elvira. Es ahora la jefa de la familia. Es una mujer muy fuerte, activa y extrovertida. Todavía canta y baila pasodobles y a veces hasta se pone su peineta de carey en su cabello y sobre sus hombros un mantón maravilloso, de seda bordada. Tanto la peineta como el mantón son muy antiguos; pertenecieron a la madre de su abuela. Su pasodoble favorito se llama “Suspiros de España” ¿Lo conoces?
- Claro que lo conozco. Además es muy hermoso. Cuentan que los exiliados y los emigrantes españoles decían que contenía el espíritu de España y que destilaba la nostalgia por el país lejano. Pocos españoles no lo deben conocer. Es casi un himno. Lo han cantado los mejores intérpretes españoles y muchos extranjeros. Hasta Plácido Domingo ha grabado una versión.
- Siempre que mi abuela Elvira oye ese primer verso que dice:  “Quiso dios, con su poder, fundir cuatro rayitos de sol y hacer con ellos una mujer” llora como una niña pequeña y exclama “Este pasodoble tiene toda la magia de mi tierra; nosotras las mujeres de España estamos hechas de rayitos de sol”.
- ¿Ha venido a España?
- A pesar que dice que le duele su recuerdo, nunca ha vuelto. A veces cuando yo le digo: “Anda abuela, anímate a ir conmigo a España, yo te invito”, me contesta: “Cuando salí de mi Andalucía sentí que me rasgaban el alma. Los primeros años sólo soñaba con regresar. Pero cuando tuve mi primer hijo juré no volver nunca. Además ahora ya no me queda nadie querido allí. Mis raíces ya no existen. Aquí está ahora mi gente, los que me van a enterrar”.
- Hermosa historia la de tu familia, Michelle.
- Sí, es hermosa. Pero tú me has hecho sólo hablar a mí. De ti no sé casi nada, Valentino. ¿Eres casado o soltero?
- Soltero.
- Pero habrán habido mujeres en tu vida.
- Sí, algunas. Pero más bien han sido amoríos.
- ¿Algunas muchas?
- Dígamos, algunas.
- No me contestes en forma evasiva. No vale contestar así. Yo te he jugado limpio. ¿Te has enamorado alguna vez, Valentino?

     Valentino se quedó mudo durante un instante, probablemente porque no esperaba esa pregunta, pero al final respondió:
- Un par de veces.
- ¿Fueron amores a primera vista como me sucedió a mí en el avión?
- Sólo en parte. En ambas ocasiones necesité algo más que una primera impresión.
- ¿Necesitaste una mezcla de sexo y sentimientos?
- No me refiero a sexo. El amor es mucho más que sexo. El sexo es sólo una necesidad física, una sensación parcial, pasajera. El amor en cambio es una mezcla de sensualidad y de emociones que invaden hasta el último poro de nuestro cuerpo y hasta la más recóndita neurona de nuestro cerebro. El amor es un ramillete de sentimientos. Cuando uno está enamorado y es correspondido, además de sentir una plenitud física, se siente infinito y eterno. Por lo menos es lo que a mí me ha sucedido en dos ocasiones.
- Tienes razón, es distinto, es un arcano que no tiene explicación racional. El amor es como el fuego, lo purifica todo. Es un remolino que nos trastorna de felicidad.
- Aunque no ha sido a primera vista, cuando me he enamorado, me he dado cuenta casi de inmediato que allí había un rescoldo que era una mezcla de fuego y de hielo. En los dos casos me bastó un primer abrazo para sentir junto a mí el sonido de un corazón palpitando. Era apenas un murmullo de un corazón latiendo, pero  repentinamente, como por arte de magia, se transformó en una sinfonía maravillosa, como si junto al mar, en medio de la noche, un coro cantara sólo para dos el “Va Pensiero” del “Nabbuco” de Verdi.
- Y no se necesita nada más y a nadie más ¿Verdad?
- Así es. En esas dos ocasiones sentí que allí lo tenía todo.

    






lunes, 26 de septiembre de 2011

Por ti volaré

Capítulo 24
Hotel "Brighton". Valparaíso. Chile.

     Busqué el CD donde estaba la canción “Amar y Vivir”. Lo puse en el reproductor e hice funcionar el aparato de música. Ella se acercó a mí y me abrazó.
- Gracias Valentino, eres muy especial – me dijo bajito.
- Tú también eres especial y, además, muy femenina – agregué yo.
- ¡Mmm! ¿Es un piropo?
- Es que lo eres de verdad.  ¿Por qué me has pedido esta canción?
- Porque era “nuestra canción” – me confesó.
- ¿Cuánto tiempo duró tu romance, Michelle?
- Casi un año.
- ¿Es mexicano, como tú?
- Es español – me contestó sonriendo con una mueca de tristeza.
- ¿Lo conociste aquí, en España?
- No, fue en un avión.
- ¿En un avión?... ¿Lo atendiste y surgió la chispa?
- No, fue en un vuelo en que no iba trabajando como tripulante. Viajaba como pasajera a Francia, por un asunto familiar grave.
- ¿Entonces cómo fue que coincidisteis?
- ¿Crees en el destino?
- Hombre…a veces creo y a veces no – dije sonriendo con sorna mientras recordaba al señor Destino que sabía habría metido la cola en la relación que Michelle me relataba. Y que de nuevo la estaría metiendo.
- Yo sí creo. En mi caso fue el destino quien nos puso frente a frente.
- ¿Frente a frente?
- Sí. Fue muy divertido. Te contaba que viajaba a Francia. Bien, al entrar al avión tropecé, tiré todo lo que llevaba en mis manos, me agaché a recoger mis cosas pero él llegó antes a mis bártulos que estaban tirados por el pasillo, los cogió y, mirándome a los ojos, me los entregó mientras me ayudaba a levantarme.
- ¿Y?
- Me dijo: “Creo que esto es tuyo”. Su mirada fue tan profunda que sentí que penetró dentro de mí y dio cien vueltas por mi cerebro. No sé cuánto duró ese instante pero a mí me pareció una eternidad. Me quedé obnubilada. En ese momento me sentí feliz sin saber bien porqué.
- ¿Y luego?
- Él viajaba en Clase Business, pero apenas el vuelo alcanzó la altura de crucero, vino a Clase Turista y me invitó a que nos cambiáramos a dos asientos libres que había en la última fila del avión.
- ¿Aceptaste?
- Claro que acepté. Y ni él ni yo volvimos a nuestros asientos. Hicimos juntos todo el vuelo, conversando de nuestras vidas, conociéndonos, riéndonos, mirándonos, deseándonos, desnudándonos con los ojos.
- ¡Uf!...Fue un flechazo con curare.
- Me contó que desde hacía un año trabajaba en Chile, como expatriado para una multinacional española. Que aunque hacía continuos viajes al extranjero, en Santiago su empresa tenía lo que denominó como el “headquarter” para Sudamérica y donde, además, él tenía lo que consideraba su casa. Me dijo que sería así hasta que le ordenaran cambiar de país, porque, según él, “estos cambios forman parte de lo que en las multinacionales llamamos desarrollo de carrera”. Me confesó que a él le gustaba este juego porque le permitiría llegar a lo más alto.
- ¿También viajaba a Francia?
- No. Él se quedó en Madrid donde había sido citado a varias  reuniones. Yo, en cambio, hice escala para seguir a París en un vuelo de Iberia. Cuando nos separamos en la Terminal 4 del aeropuerto de Barajas me pidió mi dirección electrónica y me preguntó si podía ir a verme a París. Riendo, yo le contesté “évidemment”. Aunque por supuesto no lo tomé en serio. Sin embargo, nada más llegar a Francia tenía cinco e-mails de él con fotografías de flores.
- Michelle, eso significa que le gustaste de verdad. ¿Y fue a verte a Francia?
- Sí, cumplió su palabra. A los tres días llegó a París. Me invitó a cenar a un restaurante muy romántico llamado “Le Coupe-Chou”, que está escondido en medio de las hermosas calles del Barrio Latino.
- Conozco ese restaurante, está cerca del Pantheón. Sirven unos postres formidables. ¿Fue una cena agradable?
- Tan agradable como este encuentro que esta noche estoy viviendo contigo. ¿Sabes que te pareces un poco a él?
- ¿Sí?
- Pero él es más serio, más introvertido, más tímido. Creo que le da demasiada importancia a su trabajo. En cambio me parece que tú eres mucho más abierto. Tú sonríes más. Por lo que he visto te gusta comunicarte con todo el mundo. Sabes mezclar el trabajo con el juego de la vida. Dicen que eso es un don.
- ¿Y luego de la cena?
- Luego me invitó a su hotel y terminamos desayunando juntos.
Él se regresó a España a mediodía, pero antes acordamos volver a vernos en Santiago de Chile a nuestro regreso.
- ¿Y os visteis?
- Sí. Vinieron varios meses de gloria que no los olvidaré en mi vida. Aunque yo vivo en forma independiente, cada vez que coincidíamos en Chile me iba a vivir a su departamento. Íbamos al cine; a los museos; cocinábamos comida mexicana y española; platicábamos; oíamos música; alquilábamos películas para verlas por televisión; sin hablar, tomados de la mano, nos sentábamos en la terraza a mirar la cordillera nevada; nos besábamos; hacíamos el amor mientras la luna nos iluminaba. ¿Has hecho el amor mientras la luna te ilumina?
- Sí, y no lo he olvidado nunca. Es una experiencia maravillosa. Además en esa ocasión oíamos el ruido del mar que nos cantaba.
- ¡Ah, amigo!…tú también tienes tu historia. ¿Sigues con ella? 
- Ya no; me sucedió algo parecido a lo que te ocurrió a ti: la distancia nos separó.
- ¡La distancia es una mierrrda! Casi siempre uno de los dos no la resiste.
- En mi caso ella desató los nudos. ¿Y viajabais mucho? – le pregunté cada vez más interesado en su experiencia.
- Sí, pero siempre dentro de Chile. Cuando juntábamos días libres nos íbamos fuera de Santiago. Buscábamos algún sitio especial y jugábamos a imaginarnos que no existía nadie más que nosotros en el mundo. La verdad es que cuando estaba con él no necesitaba a nadie más.
- Ese guión lo conozco – dije asintiendo con la cabeza.
- ¿Sabes Valentino? Nunca voy a olvidar el primer lugar al que fuimos a pasar un fin de semana. Viajamos a Valparaíso. Fuimos al puerto, caminamos por la playa, visitamos “La Sebastiana”, una de las casas de Neruda. Y nos hospedamos en un pequeño hotel lleno de encanto que se llama “The Brighton”. Está emplazado en un cerro llamado Concepción, en el pasaje Atkinson. Por fuera está pintado de color amarillo. Tiene muy pocas habitaciones. La nuestra tenía un pequeño balcón desde donde podíamos ver todo el puerto y parte del litoral. Recuerdo que por la noche, cuando bajamos al comedor a tomarnos una copa, nos encontramos con la actuación de un conjunto musical y un cantante que tenía la voz muy parecida a Andrea Bocelli. Interpretó varias canciones. Me quedó grabada una porque fue como premonitoria. Además cuando en un pequeño grupo alguien canta, la intimidad crea una atmósfera protectora que te hace hasta olvidar el mundo exterior.
- ¿Cuál es esa canción?
- Se llama “Por ti volaré”.
- No la conozco – me excusé.

     Pero no había terminado de decir que no la conocía cuando se comenzó a oír el “Por ti volaré”. De inmediato me di cuenta de lo que sucedía y murmuré al aire: “Perdona Muchosnombres, me había olvidado que estás en todas partes”. Por suerte Michelle, al irrumpir su canción se emocionó tanto que no se dio cuenta que yo me estaba excusando con un ser que ella no podía ver. Si se hubiera percatado hubiera pensado que estaba loco. A continuación ambos, en un silencio sepulcral, comenzamos a sentir dolor al llenar la canción la estancia.
- Es una canción muy hermosa, pero triste – le comenté a Michelle.
- Es triste, pero a mí me hace volar. Pienso que a veces también él la oye y me recuerda.
- ¿Y por qué terminasteis?
- Quizás porque la felicidad no dura para siempre. A él lo trasladaron de país.
- ¿Muy lejos?
- Al otro lado del mundo; a Hong Kong.
- ¿Hace mucho que no tenéis contacto?
- Hace varios meses que no sé nada de él.
- ¿Qué fue lo último que supiste de él?
- Recibí un mensaje que, entre otras cosas, decía: “… los momentos pasados junto a ti jamás los olvidaré. Han sido inmensamente bellos y quiero que todo esto permanezca dentro de mi corazón y de mi alma por siempre…”.
- ¿Desde entonces nada?
- Desde entonces sólo silencio.