jueves, 3 de enero de 2013


Valentino informa a Michelle que viajará a Chile para hacer una entrevista imaginaria a Neruda

Capítulo 38


Una vista de Santiago de Chile.
Fotografía realizada por Aquiles Torres

     Después de pasar varios días con Valentino en Madrid, Michelle, 
con un mohín de tristeza en su hermoso rostro, comenzó a preparar su valija para irse al aeropuerto a tomar el avión que la llevaría a Santiago de Chile donde estaba la base de su trabajo. Hubiera preferido quedarse una semana más, pero sus vacaciones llegaban a su fin. A media mañana Valentino la llevó a la Terminal 4 del Aeropuerto de Barajas. Aparcó donde lo hacía siempre. En la zona D, la misma en la que a las nueve y un minuto de la mañana del 30 de diciembre de 2006, ETA hizo estallar una furgoneta cargada con 200 kilos de explosivos, causando la muerte de dos hombres ecuatorianos, numerosos heridos, y severos daños a la estructura del edificio.

     Gracias a que llegaron al aeropuerto con antelación, tuvieron tiempo parta sentarse en una de las cafeterías de la planta de salidas del aeropuerto. Mientras degustaban un “cortado”, en medio del tráfago de viajeros, aprovecharon para retomar la conversación sobre su relación que habían dejado inconclusa la noche anterior.

     Efectivamente, horas antes, en el amplio y acogedor salón del departamento de Valentino, acompañados por música clásica, intercambiaron puntos de vista acerca de su vínculo. Michelle fue franca, le confesó que cada día se sentía emocionalmente más próxima a él y que, probablemente, ya estaba cerca de la frontera del amor y que ella estaba dispuesta atravesar esa línea. Valentino le precisó con delicadeza que la profunda amistad que sentía por ella aún no había entrado en un sentimiento del calado que comentaba ella. Le explicó que por ahora le era difícil ir más allá, porque el nudo que le había dejado la última mujer de la que había estado profundamente enamorado, hacía muy poco lo había desatado del todo. Michelle le contestó que lo entendía y que no le importaba esperar todo el tiempo que hiciera falta, que igual era feliz cuando estaba cerca de él o cuando escribía o leía las cartas que se intercambiaban por correo electrónico. Le recordó que él sabía que a ella, en un par de ocasiones también le había sucedido algo parecido, y que en ambas oportunidades, sólo después de un tiempo de finalizar esas relaciones, se había arrepentido no haber cortado antes y de haber sido tan generosa entregando a manos llenas sus sentimientos y su intimidad.

- Me alegro que lo entiendas – Le contestó Valentino, y le aseguró que él ya estaba en esa etapa en que por las noches podía dormirse sin pensar en aquella muchacha que lo había defraudado. Y agregó, entrecerrando los ojos - ¿Sabes? Aunque casi siempre que se extingue un amor solemos decir casi lo mismo, ahora no entiendo cómo pude haberla llegado a amar. Debe haber sido por ese velo celeste que nos pone el amor ante los ojos y que hace que veamos todo como en un caleidoscopio.

- Pero ¿No te diste cuenta que ese amor podía terminarse?

- Al principio no. Porque cuando uno se enamora cree que es para siempre. En este caso aunque unos amigos me advirtieron de su exagerado egocentrismo y de que mantenía un espeso poso de rencor, no lo tomé en cuenta; pensé que podía ser envidia de quienes me lo contaron. Entonces cometí un grave error. E, incluso, aunque percibí evidencias de los comentarios, seguí negándome a creer que esa mujer era de esas personas adictas a mantener encendida la llama del rencor.

- ¿Solías mirarla a los ojos?

- Sí, lo hacía. Pero probablemente no supe leer en su interior. Ahora recuerdo que tampoco nunca la oí pedir perdón. Se creía infalible. Y poco a poco, por fruslerías, comenzaron las brisas del desencuentro. Y lo que al comienzo fueron puntos de vista distintos sobre determinados asuntos, poco a se fueron transformando en un huracán de desavenencias. Pero no la culpo de nada. Ella es así y, probablemente será así hasta el último día de su vida. Y lo más probable es que a ella le sucediera lo mismo respecto a mí. Talvez vio mi imagen reflejada en un espejo y no mi a verdadero yo.

- ¿Fue un período largo?

- Fue más largo porque prolongué en el tiempo una decisión final, pensado en que iba a cambiar. Y esa decisión fue otro error, porque no tuve en cuenta que a nuestra edad los seres humanos, en lo substancial, no cambiamos hasta que morimos. En fin, fueron las circunstancias, el maldito destino que primero nos enceguece y nos impide descifrar el interior del ser amado.

- Así es. Y una vez que las emociones se han desbocado, los hados nos obligan a hacer malabarismos con los sentimientos hasta que un día, sólo cuando todo se ha desmoronado, volvemos a la realidad. Sin embargo yo te veo bien, te percibo feliz, Valentino.

 - Me ves feliz porque estoy feliz. En realidad casi toda mi vida he visto el vaso medio lleno. Cada día suelo levantarme lleno de energía e irme a la cama contento con mi vida. El tiempo me ha devuelto el tono emocional. Ahora ya siento por ella sólo un batiburrillo de sentimientos neutros. Como nos sucede a todos, ella también debe tener sus razones para ser como es. Y hasta creo conocerlas. Pero lo que es yo, siempre que me ha ocurrido algo parecido, he necesitado de cierta distancia de tiempo para intentar volver a sentir la necesidad de enamorarme de nuevo.

     Michelle le volvió a recordar que a ella le había sucedido algo parecido, pero que ya se le había pasado el sarampión. En su caso creía que él era el bálsamo que habían hecho desaparecer las marcas de esos tatuajes oscuros que, dicen, a veces permanecen en la piel hasta la muerte.

     Cuando se percataron que para Michelle se aproximaba la hora de embarcar, dejaron de lado el tema de su, por ahora, amistad con derecho a cariño, a caricias y hasta sexo. Valentino aprovechó para contarle que había comenzando a escribir el primero de una serie de entrevistas imaginarias a personajes notables que ya habían muerto, y que comenzaría con Pablo Neruda. Por esta razón creía que pronto se volverían a ver en Santiago de Chile.

- ¿Por qué quieres comenzar por Neruda, Valentino?

- Primero por su genialidad que lo llevó a obtener el Premio Nobel de Literatura en 1971. Pero también porque quiero conocer más detalles de su vida tan intensa, que fue casi toda ella una interesante aventura. Y por supuesto, quiero conocer más detalles de su muerte acaecida el 23 de septiembre de 1973. Aunque Pablo Neruda estaba enfermo de cáncer, falleció en circunstancias todavía no aclaradas del todo. Dicen que también influyó una fuerte dosis de tristeza y decepción al comprobar que el proceso por el que había luchado toda su vida se había derrumbado.

     Efectivamente, pocos días antes del fin de la vida del gran vate, el 11 de septiembre de 1973, cuatro militares sediciosos, con el traicionero general Pinochet a la cabeza, dieron un cruento golpe militar contra el presidente constitucional de Chile.

     Del golpe se hablaba desde hacía meses y, de hecho, hubo una tentativa frustrada unos meses antes. Pero esa madrugada, cuando el Presidente Allende se convenció que esta vez era el golpe definitivo, ordenó a sus escoltas que los trasladaran desde su residencia de Tomás Moro hacia el palacio presidencial situado en el centro de Santiago. Cuando llegó a su puesto de mando se percató que era una batalla perdida. Sin embargo decidió luchar hasta el final defendiendo la frágil democracia. Y así lo hizo saber a quienes lo acompañaban, y a todos los chilenos a través de una emisión que transmitió una de las pocas radioemisoras que aún podían hacerlo. A pesar de la tensión del momento, improvisó uno de los discursos más emotivos, de más sentido común y de más hondo calado político desde la independencia del país.

     Los golpistas fueron tan desalmados y tramposos, que cuando se aseguraron que tenían a su favor a la mayoría de los miembros de las fuerzas armadas para luchar contra el pueblo desarmado, para aparentar generosidad, a través de un militar de enlace de voz engolada que tenía su puesto de mando en el Ministerio de Defensa, situado apenas a doscientos metros del palacio de gobierno, le propusieron al Presidente perdonarle la vida a cambio de su renuncia. Le llegaron a ofrecer un avión para que saliera al exilio. Pero lo que realmente querían, y esto está demostrado por unas grabaciones de radioaficionados que luego se hicieron públicas y dieron la vuelta al mundo, era atacar y abatir la aeronave para simular un accidente. Como el valiente mandatario declinó la oferta y también renunciar al cargo que había conseguido en las urnas en un proceso democrático, una hora más tarde, el cobarde Pinochet, escondido en su guarida de mando en las faldas de la Cordillera de los Andes, ordenó atacar el Palacio de La Moneda por tierra y aire. De este modo, y a pesar de la desigualdad de fuerzas en relación al número de patriotas que decidieron permanecer junto al Presidente para defender La Moneda, soldados de infantería armados hasta los dientes y parapetados tras sus carros de combate, comenzaron a disparar contra el palacio de gobierno. No contentos con su superioridad, entre las 11:52 y las 12:13 horas, aviones de guerra Hawker Hunter cargados con rokers y pilotados por aviadores sin honor, hicieron siete pasadas soltando sus proyectiles para incendiar y destruir La Moneda con el fin de forzar al Presidente Allende a rendirse. Sin embargo, en un gesto que lo hizo pasar a la historia, Allende no se rindió y luchó hasta la muerte.

     Cuando todavía el cadáver del Presidente mártir estaba tibio, los golpistas cobardes oficializaron lo que, pomposamente, denominaron “junta de gobierno”, intentando maquillarla para que todo pareciera legal. Lo que sucedió a partir de entonces fue infernal: miles de asesinados y desaparecidos; decenas de miles de torturados; innumerables detenidos en campos de concentración; cientos de miles de exiliados; y todos los logros conseguidos por años y años de lucha de los trabajadores, cercenados. Todavía hoy, a casi cuarenta años del inicio de esa barbarie, no ha sido posible calcular las unidades de dolor que causaron y siguen causando los cuatro cabecillas, sus lugartenientes, y todos los secuaces que integraron esa banda diabólica. A pesar del tiempo transcurrido, las heridas siguen sin cerrar del todo y el dolor continúa. Los mancillados y los seres queridos de las víctimas insisten que sólo sentirán alivio a su aflicción cuando el último de los golpistas desaparezca de la faz de la tierra.