miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo

Capítulo 27

Interior de la galería Alcion de Madrid

     Durante una hora y media de la mañana del jueves Valentino se dedicó a caminar y a hacer fotos por Madrid. Luego se dirigió a una sala de exposiciones a buscar un cuadro que dos meses antes había encargado a Óscar, propietario de la galería Alcion, emplazada en la esquina de Orellana con Argensola.

     Alcion es una galería singular, especializada en hacer copias fieles de cuadros de pintores importantes, realizadas por copistas excepcionales, seleccionados por Óscar entre los mejores de España. Uno de los amigos de Valentino, José María, le había dado el dato. Le comentó que era el único lugar fiable de España donde se pueden comprar réplicas legales de gran calidad de cuadros de grandes maestros. También le explicó que todas las obras, por seguridad, llevaban adheridas al dorso un sello explícito que certificaba que era una copia autorizada.
- Todo es legal – le había dicho – Además te vas a sorprender de la calidad artística.

     El cuadro sería el regalo de bodas para Gaby, una de sus amigas de infancia, quien se casaba por segunda vez. Aunque a ella la conocía desde siempre, a Mario, su futuro marido, se lo habían presentado sólo meses antes, en una de las animadas tertulias de Violante, una de las llamadas “amigas especiales” de Valentino. Fue en ese encuentro social que Valentino se enteró que a Mario le gustaban los pintores franceses del siglo dieciocho. Incluso recordaba que en aquella oportunidad Mario había contado, entre otras muchas cosas, que recientemente había estado visitando el Museo del Louvre y que había descubierto un cuadro del que se había enamorado porque, cuando lo vio, le recordó a Gaby desnuda sobre la cama. Por los detalles que dio, Valentino dedujo que se trataba del cuadro titulado “Odalisca” del pintor Francois Boucher, nacido en 1703 en Francia. En su época Boucher fue muy famoso por sus pinturas de desnudos y también por haber pintado varios retratos de Madame de Pompadour, la amante más conocida del rey Luis XV. 

     Camino a la galería pasó a desayunar en el restaurante “Carril Hondón” de la calle Barquillo. Como siempre que recalaba allí, lo atendió Luz, una guapa camarera colombiana, que apenas lo veía entrar le preparaba un café con leche muy caliente que se lo servía acompañado de una napolitana de crema. Valentino degustó con deleite sus viandas y luego de leer el periódico “Público” de cabo a raro, dirigió sus pasos hacia la calle Argensola.

        Cuando Valentino entró a la galería se quedó pasmado, porque allí, frente a él, había réplicas sobresalientes de cuadros de importantes pintores que son el sueño de muchos coleccionistas: Matisse, Toulouse-Lautrec, Renoir, Chagall, Frida Khalo, Cezanne, Degas, Manet, Monet, Morisot, Sorolla, Pisarro, Modigliani, Watteau, Gainsborough, Vermeer, Rembrandt, Durero, entre otros.

     Mientras Valentino miraba con apetito cada obra de arte, Óscar, el propietario de la galería, atendía a una pareja de famosillos que Valentino reconoció de inmediato, porque durante los últimos meses solían aparecer a menudo en las llamadas “revistas del corazón”. Estaban acompañados por un insigne arquitecto que estaba muy de moda, y cuyo oficio era diseñar y construir casas para famosos. El joven de la pareja era un popular futbolista, con pendientes de diamantes en los lóbulos de las orejas y tatuajes de dudoso gusto hasta por las rendijas de los sobacos, en medio de los cuales, según él mismo suele confesar a quien quiera oírlo, acostumbra a intercalar los nombres de sus conquistas amorosas. Ella era una ex miss, ahora dedicada a modelo. Aunque en un reportaje en que salió en bolas en la revista “Interviú”, ella afirmaba: “También soy diseñadora de joyas”.

     Para Valentino era una situación divertida. Casi como un sketch de película italiana de los años sesenta.  Aunque al principio no relacionó al arquitecto con la pareja de populares, finalmente recordó que había leído en la revista “Elle” que ellos eran clientes suyos, quienes le habían comprado una casa de ocho millones de euros. Dedujo que él estaba allí en calidad de asesor artístico, pues oyó que el deportista le confesaba en voz baja que para ellos era un problema “rellenar” las paredes de su mansión. Mientras, Óscar, el culto propietario de la galería intentaba hacerles sugerencias, ella, con voz chillona y destemplada, decía: “Señor, por favor déjeme elegir a mí que yo sé lo que quiero, por algo también soy diseñadora”. Finalmente intervino el futbolista de moda preguntándole al también arquitecto de moda:
- Joaquín ¿Cuántas decenas de metros tiene la pared del fondo del salón de la casa que nos has construido?
- Veinte – le contestó él empinándose para parecer más alto de lo que era.
- Entonces ¿Sabe qué? – interrumpió ella dirigiéndose en forma altiva al propietario de la galería – Queremos por lo menos diez metros de cuadros de este señor que dice aquí que se llama Chagall; creo que podrían hacer juego con la piel de nuestros muebles.

     Apenas el trío de famosos se fue, Valentino pudo conversar con Óscar quien le mostró el resultado de su encargo.
- ¡Increíble! – Exclamó Valentino.

     En verdad el artista copista había hecho un trabajo notable. La gama cromática, la luz, la calidez del ambiente, las pinceladas, los claroscuros, la sensualidad de la muchacha, los pliegues de las telas, todo era igual que el original. Valentino pagó y se marchó feliz con su odalisca.

     Nada más entrar Valentino a su casa sonó el teléfono. Se sentó en su sillón de su salita de música y puso sus pies sobre su escritorio. Era Michelle.
- Hola Valentino, soy Michelle, la mexicana. Te llamo desde Santiago de Chile.
- Hola pequeña, ¿Cómo estás?
- Bien, muy bien. Aquí ha llegado la primavera y el aire está tibio.  
- ¡Qué bien! Te noto contenta.
- Me siento feliz. ¿Sabes, querido Valentino? He llegado a la conclusión que las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo.
- ¿Por qué me lo dices?
- Porque ayer he desatado todos los nudos que aún me ataban a la persona de la que te hablé.
- ¿Por qué has tomado esa decisión tan drástica?
- Porque no quiero ser prisionera de nadie, menos de mis recuerdos. No quiero que mis propias emociones me estén permanentemente manoseando el alma, ni que me impidan ser feliz.
- Entonces creo que has hecho bien, pequeñaja.
- Valentino.
- Sí.
- Quiero verte.
- Ya nos veremos cuando vengas.
- Cuando me toque hacer un vuelo a Madrid te avisaré. ¿Recuerdas que me prometiste que me que podría quedar una noche en tu casa?
- Por supuesto que lo recuerdo.
- ¿Sabes?... Le hablé a mi abuela española de ti.
- ¿Sí?
- Sí, le conté las circunstancias en que te había conocido, y se alegró que hayas sido tan galante. Cuando le platiqué que habíamos terminado el día cantando “La Adelita” en La Castellana, lloró. “Sólo en mi España del alma suceden esas cosas”, me dijo emocionada.
- Dile que cuando ella se anime a venir a su tierra la cantaremos los tres.
- Se lo diré. Te mando un beso. Ya te llamaré otro día. Más tarde te enviaré un correo electrónico. Por favor, antes de cortar quiero que cierres los ojos y escuches una canción. Me gusta mucho. El otro día, escarbando en Youtube, la descubrí. Se llama “Ne me quite pas”. Es de un cantante francés que se llamaba Jacques Brel. ¿La conoces?
- Sí. Y me gusta mucho.

     De inmediato empezó a oír por teléfono la desgarradora “Ne me quite pas” que, sin imaginárselo Michelle, tenía la virtud de hacerlo estremecer cuando Valentino la escuchaba. Cada vez que oía ese verso que dice: “…yo te contaré la historia de un rey que murió por no haber podido encontrarte” pensaba que, probablemente, Brel se refería a la búsqueda del amor. Creía que esos versos contenían alguna clave que el cantautor introdujo en esa canción que lanzó al mercado en 1959. Lo creía, porque cuando él escribía, también solía incrustar significados incomprensibles para la mayoría, claves que sólo podían descodificar unas pocas amigas con las que, según Valentino, mantiene un juego de emociones. También se preguntaba “¿Durante cuánto tiempo y por cuántos mundos habrá viajado ese rey en busca de esa persona misteriosa que, quizás, sólo existía en su imaginación? O incluso peor, talvez cuando el ilusionado rey la encontró se percató que ya no era especial”.

     Cuando la canción terminó, y antes de despedirse de Michelle, Valentino le comentó:
- Tienes razón pequeñaja, las personas son especiales hasta que dejan de serlo.