lunes, 13 de junio de 2011

Un sábado en Madrid

Capítulo Nº 17. 


     Eran las once de la mañana del sábado cuando me despertó la llamada telefónica de Violante, una amiga divorciada, con la que de vez en cuando solemos ir al teatro, al cine, a caminar por la ciudad, a visitar alguna exposición, y con la que casi siempre terminamos haciendo sexo. Me llamaba para invitarme a ir por la noche a su departamento, a una cena de amigos. Para entusiasmarme me dio los nombres de algunos de los asistentes y agregó que si me portaba bien, me podría quedar a dormir con ella. En medio de un susurro me contó que recién había regresado de la India donde, pensando en mí, se había comprado un baby doll de seda natural color camel.

- Es infartante y lo quiero estrenar contigo – me dijo riendo con la libertad de las personas que tienen la suerte de poder hacer lo que se les ocurra con su vida. Violante es una de estas afortunadas. Todavía es joven, es hermosa, está sana, tiene dinero y es dueña de su tiempo. Naturalmente yo acepté encantado, porque además de ser una excelente anfitriona y preparar unas caipiriñas soberbias, es una maestra en sexo tántrico, gracias a lo cual, tanto ella como sus parejas, aunque en este caso el afortunado sería yo, suelen alcanzar  un grado de placer muy por encima de la media. Confieso que a veces, haciendo sexo con ella, he conseguido ver una luz brillante al final de un túnel y experimentar una sensación de levitación que me ha dejado sonriente varios días.

     De los asistentes al encuentro en su departamento me interesaban especialmente un par de periodistas que habían estado cubriendo el Movimiento 15 M en Madrid y en Barcelona, y un corresponsal que recientemente había regresado de Libia. De los primeros quería sus opiniones acerca del futuro que le ven a esta marea que ha nacido en la Puerta del Sol, que ya se extiende por las principales ciudades de España y del mundo. Y al que venía de Libia que me aclarara cuál era la verdadera situación de la lucha por el poder entre el ejército de Gaddafi y los rebeldes que, como las termitas,  lentamente, al parecer le van ganando terreno al dictador.    

     Cuando colgué el teléfono me di cuenta en que aún tenía casi todo el día para mí. La noche anterior había hecho todo mi trabajo y lo había despachado vía Internet. Aunque tenía hambre preferí no desayunar, sino quedarme un rato más envuelto en la tibieza de las sábanas de mi cama. Cerré los ojos y pensé en qué estaría haciendo el resto del mundo. Sólo cuando me desperecé por completo me bajé y encendí el ordenador. Leí varios periódicos para informarme de los últimos acontecimientos y contesté algunos e-mails que me habían llegado mientras dormía. Luego me fui a la cocina y me comí tres mandarinas con una cucharada de miel de La Alcarria.

     Mientras me duchaba decidí ir a la Puerta del Sol a ver a aquellos idealistas que desde hacía un par de semanas permanecían acampados allí. Pensé: “esto puedo cambiar la historia; no te lo debes perder”.

Apenas estuve listo bajé a la calle de Espalter y caminando enfilé por la Plaza de Murillo, situada entre el Real Jardín Botánico y el Museo del Prado. Luego, bordeando el museo llegué hasta la puerta de Goya. Como siempre, estaba lleno de gente que hacía cola para entrar al museo. Probablemente había turistas de varias nacionalidades, pero lo que más vi fueron grupos de disciplinados japoneses que seguían a sus guías que portaban unas pequeñas varas a modo de astas con unas banderitas de color rojo. Atravesé hasta la terraza/jardín del hotel Ritz y crucé hasta la Plaza de la Lealtad, donde está el monumento A los Caídos por España, con su llama permanentemente encendida. Atravesé La Castellana bordeando la rotonda de la Plaza de Neptuno hasta el Museo Thyssen. Seguí por la Carrera de San Jerónimo por la acera del  Congreso de los Diputados hasta desembocar en la Puerta del Sol, llena de tiendas de campaña y de manifestantes del llamado Movimiento 15 M, también conocidos como “Indignados”. El campamento me pareció un inmenso caldero donde se estaba preparando una nueva ideología. Probablemente si este movimiento tenía éxito podría ser el inicio de un nuevo Renacimiento, de un cambio de actitud del hombre ante la vida en el siglo veintiuno. La Puerta del Sol me pareció una especie de Arca de Noé, donde se estaban concentrando las especies humanas que sobrevivirían a los vaivenes sociales que está viviendo el mundo. Pensé: “Aquí puede generarse una semilla ideológica genéticamente superior”. Entre curiosos, turistas, periodistas, fotógrafos, viandantes como yo, entré por una de las “calles” del campamento y charlé con algunos de los “indignados”. Me explicaron que este tsunami social se generó espontáneamente producto de una necesidad colectiva de cambiar el actual sistema electoral bipartidista; que el paso inicial tuvo lugar el 15 de mayo, cuando veinte mil jóvenes se concentraron en la Puerta del Sol, convocados a través de las redes sociales; que de forma espontánea decidieron acampar allí, donde poco a poco comenzaron a unirse hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales; que su petición inicial fue cambiar el actual sistema electoral bipartidista.

- Estamos concentrados en esta plaza porque queremos una sociedad nueva, que dé prioridad a la vida por encima de los interese políticos y económicos; que se fiscalicen en forma rigurosa las cuentas de los partidos políticos; que se publiquen los patrimonios de los políticos que ocupen cargos elegidos por el pueblo; que se impida que los parlamentarios puedan tener bufetes privados; que se eliminen los  privilegios en las pensiones de los diputados; que se prohiba que los representantes del pueblo reciban regalos superiores a 50 euros; que en caso de una deuda hipotecaria que no pueda pagarse, ésta se considere cancelada con la entrega de la vivienda; y así, como éstas, me enumeraron muchas peticiones y objetivos más.

     A la una y media de la tarde, en medio de un conglomerado de gente que iba y que venía, decidí partir a hacer unas compras al barrio de Chueca. Bajé por la calle Alcalá hasta la esquina del Instituto Cervantes. Giré en la calle Barquillo a visitar un par de tiendas que me habían recomendado. Una era una juguetería pequeñita llamada “Machinine”, especializada en juguetes de muy buen gusto. Buscaba algo diferente de lo que ofrecen las macro jugueterías, para hacer un regalo original al pequeño hijo de un amigo.  El local parecía un pequeño museo lleno de piezas dignas de ser coleccionadas.  Había juguetes maravillosos. Finalmente me decidí por un caleidoscopio.  Cuando salí de “Machinine” caminé 500 metros más hasta “Scotch&Soda”, una franquicia holandesa especializada en ropa casual muy original, atendida por dos chicas encantadoras: Estefanía y Daniela. Me habían hablado de la excelente calidad de sus polos y, efectivamente encontré lo que buscaba. Con mi caleidoscopio y mis polos me fui a comer a un local llamado “San Wich”, sito en la calle Hortaleza 78, donde venden sándwiches y algunos postres chilenos. Pedí un “chacarero” y cerveza. De postre un mote con huesillos. Y el café express más fuerte que tenían.

     Una vez satisfecha mi hambre y mi sed decidí saciar mi apetito de cultura. Caminando regresé a La Castellana para ir hasta el Museo Reina Sofía. Quería ver una exposición titulada El movimiento de la fotografía obrera. 1926 – 1939” de la que había leído  algunas críticas. Me pareció que podía ser una muestra interesante. Son fotografías hechas entre las dos grandes guerras mundiales. Y también, por supuesto, quería volver a ver algunos Dalí y el “Guernica” de Picasso. Cada vez que voy a este museo, igual como en El Prado paso a ver “mis Meninas” de Velázquez, me voy a mirar durante quince minutos esta obra maestra que Picasso pintó entre mayo y junio de 1937. Se lo encargó el gobierno de la República Española para exponerlo en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. El objetivo es que fuera una especie de “anuncio propagandístico” contra la brutalidad de la Guerra Civil que había comenzado el 18 de julio de 1i936 y había dividido España en dos bandos irreconciliables. Como el bando nacional, también llamado “sublevado” triunfó barrió con la democracia española, el cuadro no fue traído a España. Picasso dispuso que fuera custodiado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York y que, cuando volviera la democracia, el “Guernica” viniera a vivir a su país. Por fin, en 1981 lo pudimos tener entre nosotros.

     Mientras miraba arrobado la magnífica obra de arte, sentí que me decían al oído:
-  Esta es una de las grandes diferencias entre vosotros y los animales inferiores: el hacer arte.
- ¡Muchosnombres! ¿Dónde estás?
- Aunque ahora no me ves, estoy a tu lado, como siempre. Recuerda que tú formas parte de mí, por lo tanto siempre estás conmigo. No somos tú y yo; somos yo y yo.
- Es un poco complejo el concepto, pero lo entiendo.
- Sigue, sigue mirando el Guernica. Recuerda que esta noche tienes tertulia en casa de esa chica que te hace volar sobre los tejados – me dijo en medio de una carcajada.
- ¿Vendrás?
- Puede. Sigue mirando a este exiliado que después de 44 años pudo, por fin, volver a su país.

     Y ahí me quedé yo, absorto, pensando en todos los exiliados “que han sido, que son y que serán”. En todos esos hombres y mujeres que, igual que esta obra artística, no les permiten vivir en los países en que han nacido. En el caso del Guernica, que ni siquiera es un ser humano, tuvo que permanecer en el exilio por ser la representación plástica de un grito de denuncia contra las dictaduras, la sinrazón y la muerte.
“¿Hay algo más doloroso que le impidan vivir en el lugar donde uno ha nacido y tiene todo lo querido?” – pensé y se mi hizo un nudo amargo en la garganta. Así, cabizbajo comencé a caminar hacia mi departamento para descansar, dormir un rato y luego ducharme para acercarme más tarde hasta la casa de Violante a compartir un rato con los amigos de ella y los conocidos míos. Y luego, cuando se fueran todos, hacer el amor con mi amiga hasta quedar exhaustos y perder el sentido de tanto placer.-

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