viernes, 8 de julio de 2011

De Madrid a la villa de Atapuerca

Capítulo Nº 19
Villa de Atapuerca (Provincia de Burgos)

     El punto de encuentro para ir a Burgos era la Plaza de España.
Y la hora: las nueve de la mañana. Como iba adelantado pasé antes a una cafetería de la Gran Vía a tomarme un café con leche y churros recién hechos. Luego caminé hasta el lugar donde estaba aparcado el autobús que nos llevaría a Atapuerca y Burgos, junto a los jardines de la Plaza de España. 

     Di mi nombre a los organizadores de la Asociación de Corresponsales Extranjeros que eran los anfitriones, me buscaron en la lista y me dieron la bienvenida. Subí al autobús, saludé y charlé un rato con algunos de los invitados que habían llegado antes que yo. Como el autobús todavía tenía muchas plazas sin ocupar, elegí un asiento del lado derecho del vehículo. De esta forma, cuando pasáramos junto a la villa de Lerma, emplazada a pocos kilómetros de Burgos, la podría ver desde el autobús. Después me puse los auriculares para oír un CD de música americana de los años sesenta, cerré los ojos y le di a comenzar. Casualmente la primera canción que sonó era “Sólo el amor puede romper el corazón” de Gene Pitney, una bella pieza musical que me trasladó a un viaje en autobús que hice en una noche de lluvia muchos años atrás, cuando era un adolescente que creía que me iba a comer el mundo. En esa ocasión la canción la oí a través de la megafonía del vehículo. Desde entonces cuando escucho esta canción rememoro aquel viaje que me llevó a un pueblo donde viví unas vacaciones en que pasé días maravillosos junto a familiares, y a chicos y chicas de mi edad.

      El autobús partió a las nueve y cuarto. Justo en ese momento, como por arte de magia, apareció junto a mí Muchosnombres. Guapa como siempre, vestía un pantalón bermudas y una sahariana; ambas prendas de color beige. A modo de diadema traía unas gafas de sol gigantescas y en el cuello un pañuelo con un diseño de piel de leopardo. No sé cómo se las arregló, pero su nombre también estaba en la lista de invitados. Como conozco sus circunstancias ni siquiera me molesté en preguntarle cómo lo había hecho. Cuando me puse de pie para besar sus mejillas noté que había una docena de ojos mirándola. No puedo decir que la miraran sólo con deseo, porque Muchosnombres es una mujer que es mucho más que un cuerpo espectacular y una cara bonita. Tiene también unos ojos que tranquilizan e hipnotizan a la vez. Hay algo en ella, que es como un aura que la envuelve y que la hace especial. Sin embargo su aspecto superficial es una mezcla de ángel y demonio.

     En mitad del trayecto nos detuvimos en una cafetería de la autopista, para que los que no lo habían hecho pudieran desayunar. Muchosnombres y yo nos dedicamos a observar a la gente que abarrotaba el local. Había turistas de varias nacionalidades, pero la mayoría eran jubilados españoles que, aprovechando los planes del Instituto de Mayores y Servicios Sociales de España (Imserso), durante gran parte del año viajan y hacen turismo por España y por el extranjero. Casi todos estaban acompañados por sus parejas y se les notaba que aún tenían rescoldos de amor en sus corazones. Los miraba y pensaba en todos los años que, todos ellos juntos, podrían sumar. Quizás cuántas madrugadas, regañinas injustas, chaqueteos, abusos, envidias y lágrimas habrían tenido que soportar en sus vidas laborales. Por suerte ahora podían disfrutar de algunos años de libertad y bienestar, viajar y conocer las maravillas de su país.

- Tú no lo puedes ver, pero detrás de cada uno de ellos hay historias que podrían ser argumentos de películas dignas del mejor cine que produjo el Neorrealismo Italiano– me dijo Muchosnombres.
- Es que la vida es una obra maestra – contesté yo.
- ¡Mmm!…compruebo que estás aprendiendo, querido Valentino – me dijo Muchosnombres al oído y me mordió en forma tan suave mi oreja derecha que casi me desmayé de la emoción, e hizo que se me erizarán los vellos de mis brazos y que me temblaran las aletas de mi nariz.

     Después de media hora continuamos el viaje. Eran casi las once y media de la mañana cuando asomó la Villa Ducal de Lerma. Le conté a Muchosnombres que sólo en una ocasión había estado visitándola. Aunque estuve sólo horas me había quedado enamorado de su arquitectura, de su historia y de su gastronomía. Recordé que en esa oportunidad acompañaba a una ex compañera de universidad llamada Gela, que estaba haciendo un post grado en arte medieval. Juntos, durante una semana, en que mezclamos amor y cultura, recorrimos los monasterios más importantes de la zona: San Pedro de Cardeña, Santo Domingo de  Silos, San Pedro de Arlanza, Santa María de la Vid, Santa María la Real de las Huelgas; y aprovechando nuestra vuelta a Madrid, visitamos Lerma para reponer fuerzas.

     Entonces era invierno y tanto la ciudad como sus alrededores estaban nevados. Después de visitar su gran plaza y recorrer sus estrechas y bellas callejuelas, ateridos de frío, entramos a un pequeño restaurante donde había una chimenea con un fuego generoso y en cuyo ambiente flotaba una mezcla de olores formada por aceite de oliva, ajo, romero, comino, guindillas, albahaca, clavo, canela y muchas otras especias intensas. Tuvimos la suerte de degustar allí una sopa castellana servida en cuencos de barro que nos devolvió el alma al cuerpo, y un cordero lechal lermeño de oveja “churra”, que nos supo a gloria bendita. Todo regado con un vino tinto Lerma crianza que, según el camarero estaba hecho a medida para las comidas locales. De postre nos azotamos con trufas y “mostachones” preparados por las Monjas Clarisas de la villa. Y para terminar nos servimos unas roscas de dulce bendecidas en el Monasterio de san Blas, regadas con un aguardiente con guindas.

     Mi acompañante de esa visita, me explicó que la historia de Lerma está indisolublemente relacionada con Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma y valido del rey Felipe III. Valido era el puesto de mayor confianza de un monarca en cuestiones temporales. Era mucho más que un consejero, ya que cuando éste no quería ocuparse de los asuntos del Estado, el valido gobernaba en nombre del monarca. Por esta circunstancia, este hombre, que a caballo entre los siglos XVI y XVII ocupó este cargo durante 23 años, llegó a tener un poder inmenso, tanto como el propio el rey. Este poder le permitió enriquecerse todavía más vendiendo cargos públicos, especulando con propiedades, y traficando con influencias. Gran parte de su fortuna la invirtió en embellecer y hacer más grande la ciudad de Lerma. En 1601 Francisco de Sandoval y Rojas ordenó el inicio la construcción del palacio ducal de Lerma, un magnífico edificio que, tras ser íntegramente restaurado, hoy se conserva como en sus mejores tiempos. Actualmente es uno de los más bellos recintos de la Red de Paradores Nacionales de Turismo de España.

     Lerma, sus sabores y aromas quedaron atrás y cerca del mediodía llegamos al Municipio de Atapuerca, villa de poco más de  200 habitantes, hermanada con la ciudad chilena de Puerto Montt. Tiene sólo unas pocas calles y una media docena de tabernas y restaurantes. Desde hace cientos de años Atapuerca es cruce de caminos de viajantes. Doy fe que sigue siendo así porque desde el autobús vi a varios peregrinos que, caminando, premunidos de un morral y un cayado, hacían una de las rutas del “Camino de Santiago” que llevan a la Catedral de Santiago de Compostela donde, según la tradición, descansan los restos del Apóstol Santiago. La leyenda cuenta que en el año 814, un ermitaño llamado Pelayo, tras ver unas extrañas señales luminosas en el cielo, descubrió la tumba de Santiago. Un obispo llamado Teodomiro consideró el descubrimiento un milagro e informó al rey Alfonso II de Asturias y Galicia, quien hizo construir allí una capilla. A partir de entonces, hombres y mujeres de todo el mundo, creyentes o no, hacen el llamado “Camino de Santiago”, considerado por algunos como un viaje iniciático.

     A menos de un kilómetro de Atapuerca está emplazado el moderno edifico que alberga al “Centro de Recepción de Visitantes”, donde nos esperaba el Alcalde para darnos la bienvenida. Luego de un intercambio de saludos volvimos a nuestro autobús y acompañados de una guía seguimos viaje hasta las excavaciones de la Sierra de Atapuerca, que es una colina donde se han descubierto numerosos restos de animales y de seres humanos, en las llamadas “simas”, que son grandes cavidades o grietas en las que, accidentalmente, a lo largo de cientos de miles de años cayeron animales que quedaron allí atrapados. Estas cavernas naturales fueron utilizadas por hombres de diferentes épocas como cobijo y refugio donde intentaban sobrevivir en medio de la soledad. Durante cientos de miles de años los restos de los animales que estos hombres abatieron o que encontraron muertos, y los suyos propios, fueron quedando allí cubiertos por capas de sedimentos arcillosos que terminaron por cerrar en forma hermética las cuevas. Gracias a que los pasadizos subterráneos quedaron aislados de las inclemencias del exterior estos restos se han preservado en buenas condiciones hasta hoy.

     Cuando íbamos llegando a la zona de excavaciones le recordé a Muchosnombres que me había prometido “un viaje dentro del viaje”.
- No lo he olvidado; ¡alucinarás! – me contestó sonriente.