martes, 6 de julio de 2021

"Muchosnombres" se transforma en novela.


Portada de la novela "Muchosnombres", 
diseñada por Alejandro Torres González.


Queridos amigos lectores de este blog:

Durante 2020 y parte de 2021 , aprovechando el enclaustramiento forzoso debido a la pandemia, he terminado esta historia que se llama "Conversaciones con Muchosnombres" y la he transformada en una novela que se llamará "Muchosmbres".

Tiene más de 110 mil palabras y signos, divididos en 29 capítulos, contenidos en 350 páginas.


El próximo paso será publicarla en la plataforma Amazon, donde quienes quieran, podrán leerla completa, ya sea en formato papel o digital.

Los títulos de los 29 capítulos son:


01- Cómo se conocieron Valentino y Muchosnombres.
02- Comida en el restaurante del Casino de Madrid.
03- Encuentro en el café Gijón.
04
- Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid.
05- 
Y los sueños, sueños son.
06- La fallas de Valencia, la velocidad de la luz y una mujer llamada Venus.
07- Un paseo por el cosmos.
08- Una visita al Guernica de Picasso y una velada con premio en la casa de Violante.
09- Un viaje de 400 mil años al pasado. Valentino conoce a unos primos lejanos.
10- Michelle.
11- Las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo.
12- Navidad en la aldea de la infancia.
13- Valentino en el infierno sirio.
14- Hasta los gatos, que tienen siete vidas, mueren.
15- Entrevista a Pablo Neruda.
16- Valentino y Michelle entraron a un cielo de placer que les hizo perder la razón.
17- Valentino conoce a los Príncipes de Asturias.
18- Entrevista al faraón Akenatón.
19- Tengo ganas de ti.
20- Entrevista a Frida Kahlo.
21- Valentino y Violante se miraron el alma.
22- Los seres humanos no dejan nunca de soñar.
23- Entrevista a Gutenberg.
24- Un fin de semana en Barcelona.
25- Entrevista a Cristóbal Colón.
26- ¡Ay, Carmela!
27- Entrevista a los hermanos Lumière.
28- La conciencia atormenta a Valentino.
29- Adiós, Valentino, adiós.

Próximamente os informaré de la fecha de su publicación. Mientras, a todos os mando un abrazo y les pido que se cuiden mucho, porque todavía "el monstruo" anda suelto.


domingo, 13 de diciembre de 2020

Una historia mágica que nunca ha existido



Muchosnombres.

"Muchosnombres" es una historia que mezcla el amor y el desamor, el sexo y la amistad, la paz y la guerra, la realidad y la magia. Nos muestra algunos de los cielos de la vida y, también, los peores infiernos que existen hoy sobre la tierra. Pero, sobre todo, es una historia mágica que transforma en posible lo imposible.

El protagonista de esta historia extraordinaria es Valentino, un periodista español que vive en Madrid y que, parte de su trabajo, consiste en hacer reportajes en zonas en guerras. También escribe para varios otros medios nacionales e internacionales. En este caso, parte de la narración está dedicada a una serie de seis entrevistas a seres humanos extraordinarios que ya no existen, pero que han influido enormemente en la cultura y el progreso de la Humanidad. Estas seis entrevistas se las encarga una revista femenina de lujo, que se publica en varios países del mundo. Gracias a su amigo Muchosnombres Valentino viaja en el tiempo y puede entrevistar a estas notabilidades cuando aún estaban vivas, en algunos de los lugares en que vivieron y donde, aún, se conserva la esencia y las claves de sus vidas.

Otro de los personajes importantes es Violante, el gran amor de Valentino. Es una mujer extraordinariamente culta y rica, propietaria de varias galerías de arte, pero que dedica gran parte de su dinero y de su tiempo a ayudar a los más necesitados.

También hay dos personajes básicos en la narración: Muchosnombres y el señor Destino. Muchosnombres, como él mismo se define, es "todotodo siempresiempre". Incluso usted, que ahora está leyendo este texto, también forma parte de él.

Muchosnombres afirma, y termina demostrándole a Valentino, que él nunca ha nacido, porque ha existido siempre. Por esta razón también él es el tiempo que, para nosotros los humanos es un concepto incognoscible  y que, para intentar entenderlo, dividimos en pasado, presente y futuro. Para Muchosnombres el tiempo tiene otro significado y es una realidad distinta. Lo mismo que la muerte. 

Además Muchosnombres es infinito: no tiene principio ni fin. Sería fácil decir: "entonces es Dios". Pero no lo es. Es sólo un ente que, además de ser eterno, lo ocupa todo, razón por la que no puede existir la nada. Muchosnombres no es sólo el universo que, según algunos científicos comenzó con el Big Bang ocurrido hace 13.700 millones de años, singularidad con la que habría comenzado el tiempo y el espacio. Muchosnombres le explica a Valentino que 13.700 millones de años es mucho menos que un instante. También afirma que no ha habido sólo un Big Bang, sino que estos sucesos ocurren periódicamente. También dice que nuestro universo, el que nosotros conocemos como tal, es sólo uno más entre infinitos universos.

Otro personaje especial de esta narración es el señor Destino que es un empleado de Muchosnombres. Como su nombre lo indica, es lo que nosotros los humanos llamamos "destino", que son las fuerzas sobrenaturales que actúan sobre nuestras vidas y que nos hacen ser quienes somos: sanos o enfermos, inteligentes o retrasados, pobres o ricos, felices o infelices.   

Pero lo más sorprendente de esta historia es el final inesperado que tiene y que escribí el mismo día en que comencé este blog. Este final inaudito sólo lo conozco yo, pero todos podrán leerlo cuando termine esta aventura.   
  

 

lunes, 31 de agosto de 2020

Un fin de semana en Barcelona.

 


Fotografía realizada por Aquiles Torres


Entrada 59

 

 

Cuando Violante terminó de darse su baño, envuelta en su bata, se dirigió a juntarse con Valentino. Nuevamente lo encontró dormitando, mientras la tele continuaba informando sobre sucesos terribles en todos los rincones del mundo. No lo despertó. En silencio fue a la cocina a preparar una cena ligera. Cortó dos lechugas romanas, las lavó y las puso a escurrir. Cogió un gran bol de cristal y agregó aceite de oliva extra virgen, mucho limón, una pizca de sal, algo de miel, aceitunas gordal sevillanas sin hueso, daditos de queso de cabra y anchoas Sanfilippo. Cuando estuvieron todos los componentes en el cuenco los removió varias veces con una cuchara de madera. Sólo entonces agregó las dos lechugas troceadas y volvió a revolver. Probó la ensalada y agregó sólo un poco más de sal y unas cuantas pasas Corinto.

 
Luego extendió el mantel y puso las servilletas, la vajilla y los cubiertos. Sacó la botella de vino que ya estaba abierta, más dos copas limpias. Y agregó una fuente con melocotones maduros y uvas blancas. Apagó la luz y encendió dos pequeños candelabros que le daban un tono mágico al habitáculo. Sólo cuando estuvo todo a punto despertó a Valentino.

- ¿Has preparado la cena? – preguntó Valentino.

- Sí – contestó sonriendo Violante.
- Perdona, aún estoy un poco aturdido por mi siesta ¿Celebramos algo?
- Celebramos  por lo que tú me dijiste antes de irme a tomar el baño. ¿Recuerdas?: “porque nos amamos”. ¿Sabes que cuando estoy contigo no necesito a nadie más junto a mí? Eres como mi universo.

- A mí me sucede lo mismo, cariño. El amor es como un milagro. ¡Y es un bien tan escaso!
- Así es. Mira tú que hay seres humanos en la tierra y que justo fuéramos a coincidir tú y yo en el tiempo y en el espacio y, además, que llegáramos a sentir amor el uno por el otro.

- Tienes razón; es increíble.

- Pareciera que el amor correspondido está en todas partes y, por desgracia, no es así.

- El amor genuino, el de verdad, es un bien muy escaso.

Primero brindaron, y luego se sirvieron la magnífica ensalada.


- ¡Mmm! ¡Está deliciosa! ¿Cómo se llama?
- No tiene nombre, la acabo de inventar.
- Entonces se llamará “Ensalada Violante”. ¿Te parece bien?
- Me gusta la idea. La próxima deberás inventarla tú.
- Acepto el desafío; te sorprenderé. La mezcla que has hecho genera un sabor delicioso. Me gusta el fondo de miel con anchoas y el queso de cabra.
- ¡Salud, amor!

- Salud, Violante.

 

Mientras cenaban hablaron de sus cosas. Violante le contó que debía ir a Barcelona a una reunión por temas de su galería de arte y de su fundación.


- ¿Tienes algo que hacer el viernes? – le preguntó a Valentino. Y, a continuación, le pidió que pasaran el fin de semana juntos en Barcelona.
- Me gusta la idea, pero quería cerrar la entrevista a Gutenberg. Me comprometí a ir a la redacción de la revista la próxima semana. Además de entregar la entrevista debo elegir las fotografías que ellos han preseleccionado. Pero es una buena idea que te acompañe. Me llevaré el computador y trabajaré en el hotel mientras estés reunida.
- Gracias por aceptar la invitación. Después de las reuniones han organizado una cena. ¿Quieres asistir?
- No. Prefiero que nos quedemos el fin de semana y aprovechemos a hacer un poco de turismo. Incluso el sábado nos podemos dar el lujo de levantarnos sin apremio.

- Vale. Haré las reservas de los vuelos y de la habitación en el mismo hotel de las reuniones.

El viernes tomaron el avión del puente aéreo

de las ocho de la mañana y a las diez ya estaban registrándose en un hotel de Paseo de Gracia. Valentino se quedó trabajando la entrevista en la habitación y Violante subió a la planta de la reunión.

A las siete de la tarde Violante regresó a ducharse y a cambiarse ropa para asistir a la cena. Valentino pidió al servicio de habitaciones unos bocadillos, cerveza y café. Cuando la muchacha regresó encontró al periodista mirando una documental sobre la Segunda Guerra Mundial.
- ¿Has avanzado en tu trabajo? – le preguntó. 
- Mucho. La entrevista ya está casi terminada. Hace media hora me han llamado de la editorial para que confirmara la cita y aprovechamos a conversar sobre algunos detalles del contenido y les han gustado. ¿Y qué tal te ha ido a ti?
- También me ha ido bien. Ahora han entrado los franceses en el proyecto. ¿Sabes? en la reunión también participaron los propietarios de una galería arte de Barcelona y al finalizar me pidieron una reunión privada. Su objetivo es que me asocie con ellos. Aunque los oí sin ningún compromiso por mi parte, la próxima semana me mandarán un dossier completo a Madrid. También me presentaron la nueva página Web que han diseñado y me ha encantado. Hablaré con mi oficina para que investiguen la sociedad. Si la empresa es solvente estudiaré la posibilidad de hacer una pequeña inversión en este proyecto. Por lo menos lo que he visto me ha gustado, sobre todo porque trabajan con talentos emergentes del Tercer Mundo.

- ¿Los conocías?
- Algunas referencias tenía de ellos. Pero ya te dije que sólo hoy me hablaron de su interés para que me una a ellos.

- ¡No paras, Violante!. ¿Es que no es bastante con todo el trabajo que tienes ahora?

- Amor, por favor, dejemos el trabajo a un lado y aprovechemos estos dos días sólo para nosotros. ¿Vale?
- Vale, vale. ¿Bajamos a caminar un rato?

- No, afuera amenaza tormenta, prefiero que veamos una película de amor.

- ¡Qué buena idea! Me gustan las películas de amor.

jueves, 20 de agosto de 2020

Valentino regresa a Madrid.

 


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)


Entrada 58. 

 

Apenas Valentino regresó de su viaje al pasado a su departamento de Madrid, antes de abrir su computador y su IPhone, se dirigió a la cocina, eligió una botella de vino blanco pescador, escanció una copa y se la llevó al salón.

Primero invirtió unos cuantos segundos en percibir el aroma del caldo y luego lo degustó  con deleite. Mentalmente, lo comparó con el vino especiado que le habían servido en el taller de Johannes Gutenberg, varios cientos de años atrás en el tiempo. ¡Qué diferentes le parecieron!

Se sentó en un sillón y comenzó a pensar cómo había cambiado, para bien y para mal, el mundo desde ese 1455 que acababa de dejar atrás. Y cómo el hombre, un ser vivo, aparentemente, tan vulnerable comparado con varios otros animales con los que ha compartido el planeta, había sido capaz de sobrevivir y progresar como especie. Centrado en la imprenta de Gutenberg pensó en algunos de los ingenios creados por el ser humano, desde la rueda a la sonda Voyager 1, que es el objeto fabricado por el hombre que más alejado está de la tierra, y que ahora, casi medio siglo después de ser lanzada, continúa navegando en el espacio interestelar.

 

Cuando dejó de lado sus pensamientos sobre el progreso humano, tomó el mando de su equipo de música, eligió un disco compacto y lo instaló en la ranura del aparato. Apretó el botón y, como el sol entre las nubes de un amanecer, comenzó a emerger la voz de Tania Libertad interpretando “Concierto para una sola voz”. El periodista apoyó la cabeza en el respaldo de su butaca. Comenzaron a caerle unas cuantas lágrimas por las mejillas y pensó: “¡Qué feliz soy! ¡Tengo miedo de ser tan feliz!”.

 

Terminó de beber y cerró los ojos. Dejó la copa vacía sobre una mesita, se relajó y, con placer, comenzó a quedarse dormido. De no haber sido por una llamada a su teléfono móvil, probablemente, hubiera continuado así por horas. Valentino, aún medio dormido, contestó. Era su madre.

– Hola, hijo querido, sólo quiero saber cómo estás.
- Hola, madre. Estoy bien. Por tu voz percibo que estás preocupada. ¿Es por mí?
- Sí, es por ti. ¡Ingrato! Te pierdes por semanas, hijo. Hace diez día que no sabemos nada de ti. Entendemos que tienes mucho trabajo y eso es bueno para ti, pero aunque no pueda verte tanto como quisiera, por lo menos quiero oír tu voz.
- Tienes razón, madre. Prometo comenzar a llamaros más seguido. No tengo ninguna justificación para no hacerlo. Pero aunque os llamo poco, te prometo que cada día pienso en vosotros.
- Pero ¿estás bien?
- Sí, madre. Pocas veces me he sentido mejor. Acabo de llorar un poco mientras oía a Tania Libertad cantar “Concierto para una sola voz”.
- ¿Llorar un poco? ¿Es que estás triste, hijo?

- He llorado de emoción, de felicidad, mamá, de oír algo tan bello que me ha llenado el espíritu y el corazón de guirnaldas de flores. A veces las lágrimas endulzan, equilibran y temperan el espíritu. Nos hacen más humanos.
- ¿Seguro que estás bien, hijo?
- Sí, madre, sí.

- Me habías preocupado, hijo.

 

Luego hablaron de asuntos familiares y quedaron que en un par de semanas iría a visitarlos, a pasar un par de días con ellos.
- Cuando vaya iré con Violante. También ella quiere veros.
- ¡Qué bien que vengas con ella, hijo!. Hace mucho que no la vemos.
- ¿Sabes? Cuando vayamos me encantaría degustar esa tortilla de patatas que a ti te queda tan sabrosa.
- Te gusta porque la preparo con un componente secreto: cariño – y se puso a reír.

- Pues esta vez ponle el doble de ese componente secreto.
- Lo haré, Valentino, lo haré. También prepararé el postre que tanto os gustaba a ti y a tus hermanos cuando erais pequeños.

- ¡Mmm! Eso sería rizar el rizo.

Cuando cortó se quedó con un pequeño remordimiento en el corazón. Tras reponerse encendió la televisión justo en el momento en que comenzaba el telediario de la noche. La mayoría de las noticias eran pésimas: pandemias, huracanes, incendios, sequía en un lugar e inundaciones en otros, homicidios, robos, violaciones, drogadicción, guerras.
- ¡Qué mierda de mundo! Todavía el maestro Gutenberg no debe volver. Sus soñados tiempos de oro aún no han llegado – musitó Valentino y se volvió a dormitar.

 

Repentinamente se desperezó y abrió los ojos. Frente a él, mirándolo con amor, estaba Violante.

- Hola dormilón. Te he estado observando durante un par de minutos. ¡Con qué placidez dormías! – le dijo con cariño.
- Hola, mi Dulcinea. ¡Qué bella estás!
- Eres un adulador. Sé que no estoy bella. Estoy cansada. He tenido un día muy ajetreado y necesito darme un baño tibio. Y luego quiero mimos de una persona a la que estoy mirando.
- No creo que hayas tenido un día más movido que el mío - 
Le contestó Valentino con sorna.

- Cariño, pero si hoy ni siquiera has salido de casa.
- Eso es lo que tú crees. Espera, traeré la botella de vino blanco que dejé sobre la mesa de la cocina y brindaremos.
- ¿Por algo especial, mi periodista favorito? 
- Porque estamos vivos, porque estamos juntos y porque nos amamos ¿Existen razones más importantes?.

 

domingo, 16 de agosto de 2020

Valentino se despide de Gutenberg.


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)


Entrada 57.


Gutenberg invitó a Valentino a desplazarse a otro aposento donde había una segunda chimenea encendida. A tres metros de esta maravillosa fuente de calor, había una gran mesa de comedor junto a la cual el maestro Gutenberg invitó al periodista a sentarse. A los pocos minutos una mujer trajo una jarra de vino con especias y miel, y dos vasos de metal dorado.
- ¡Prost…prost! Brindemos Valentino para que los tiempos que se avecinan sean mejores que estos que ahora estamos viviendo.

- Sí, maestro, ¡prost!, para que haya más libertad y más justicia para todos los que poblamos la tierra.
- Y para que los tiranos, brujos, hechiceros, nigromantes y villanos de toda condición desparezcan de la tierra y se impongan la ciencia y los científicos.
- Eso será difícil de conseguir, maestro. Tampoco toda la culpa es de los pícaros, sean pobres o sean ricos y poderosos. Para los malvados timar, hacer sufrir y explotar a los inocentes y no tan inocentes es su negocio. De eso viven, de eso se alimentan. Así acrecientan su poder. Saben que la incultura es un terreno fértil en el que ellos pueden sembrar y cosechar fácilmente. Pero también nosotros somos culpables porque no nos unimos para hacerles frente ni hacemos lo suficiente para conseguir enderezar esta situación. Sin embargo, a pesar de todo, creo que poco a poco, estamos consiguiendo hacer un mundo mejor. Una prueba de ello es su imprenta con tipos móviles metálicos, maestro. Es una herramienta prodigiosa que producirá millones de libros y los libros facilitan intercambiar ideas, conocimientos y opiniones. Cuantos menos analfabetos haya más hombres cultos habrá. De este modo menos poder tendrán los que quieren transformarnos en bestias.
- Es posible que los hombres terminemos por conseguir ese mundo mejor que tú mencionas, querido “cuentanoticias” pero, por desgracia, por mi edad, yo no alcanzaré a ver el día en que la ciencia acabe con la oscuridad, en el que la luz venza a las tinieblas, en el que el dolor sea sólo un mal recuerdo y, sobre todo, en el que los seres humanos seamos más humanos.
- Tiene razón, maestro. Es probable que esos tiempos todavía estén muy lejos. O quizás no lleguen nunca.
- Tendrán que llegar, Valentino. Y te aseguro que cuando lleguen volveré, no sé si de los infiernos o de los cielos, a ver esa concordia universal, ese periodo de oro en que todos vivirán mejor y serán más felices.

A continuación comenzaron a traer algunas sencillas viandas calientes que a Valentino le parecían una bendición porque estaba hambriento. A pesar de los fuegos encendidos, aún sentía algo escarchados los huesos. Había platos, vasos, cuchillos y cucharas; y aunque escasos en esa época, también había trinches, una especie de tenedor de dos picos. Gutenberg sólo usaba el cuchillo y la cuchara. Se ayudaba con sus manos para sujetar trozos de carne que luego, con su mano izquierda, se llevaba a la boca. Valentino, acostumbrado en sus viajes como reportero de guerra a ver cómo en pleno siglo veintiuno muchos pueblos seguían comiendo como en la Edad Media, optó por imitar al maestro y empezó a degustar las meriendas que le supieron sabrosas, aunque muy especiadas. Para pasarlas recurría al vino que también le sabía muy distinto al que él solía beber en su vida normal. Y entre copa y copa, la conversación también se fue entibiando. 
Valentino estaba fascinado. El maestro Gutenberg era un hombre extraordinariamente elocuente y demostraba gran sabiduría y experiencia. Por supuesto, cuando el vino fue lubricando la relación, el periodista llevó la conversación hacia el motivo de su entrevista, y que para Gutenberg en ese momento eran su razón de vivir: impresiones y libros. A continuación el artesano hizo un aporte interesante. Comenzó a contarle de una especie de impreso conocido como Jikii, que es la abreviatura de un título larguísimo de un documento realizado en Corea, que había sido impreso en 1377, setenta y seis años antes de su biblia. Lo habían encargado monjes budistas y contenía las enseñanzas de los preceptos de Buda.

Valentino lo oía fascinado, razón por la que Gutenberg, al notar el interés del “cuentanoticias”, siguió ahondando en el tema.

- Esos monjes creían que el budismo que llegó a Corea era inconsistente con la esencia del pensamiento de Buda. Esto los llevó a la conclusión  que, como no existía, necesitaban crear un instrumento que pudiera ayudar a imprimir la doctrina y que, a la vez, sirviera como material didáctico y de transmisión del verdadero espíritu de Buda. Aunque se quejaban de las reinterpretaciones, ellos también crearon un budismo reinterpretado que llamaron Tongbulgyo, en el que reunieron todas las ideas que se habían dispersado justamente por no tener un soporte físico con el ideario de Buda Gautama. Y lo consiguieron.
- La historia está llena de interpretaciones de interpretaciones que, al final, deforman el espíritu original de las religiones y de las filosofías. A veces, lo que en un principio era santo, termina siendo diabólico. ¿Cuántos millones de ideas se habrán desvanecido en el aire porque nadie se preocupó de dejarlas guardadas en un soporte físico?
- Justamente ese fue uno de los motivos que me impulsó a imprimir La Biblia. Imprimir, Valentino, es una forma  de dejar almacenadas las ideas para que no se malinterpreten.
- ¿Fue un trabajo duro, maestro?
- ¡Uf! No sólo duro, también largo y complicado. Han sido más de cinco años de arduo trabajo. Conseguimos hacer lo que nadie antes había hecho. Y eso es siempre difícil, porque todo es nuevo. Antes, libros como los que hemos impreso, sólo los hacían a mano los copistas. Y, de hecho, los siguen haciendo. En cambio nosotros, gracias a nuestros tipos móviles, mi equipo y yo, hicimos 185 ejemplares en poco menos de cinco años.
- Aproximadamente 10 copias por día.
- Exactamente. Ten en cuenta que un monje copista, con muchos años de práctica, sólo es capaz de escribir unos dos folios por día. A lo que hay que sumar las mayúsculas iniciales miniadas y las ilustraciones.    

- Y luego encuadernar.
- Naturalmente.
- ¡Vaya logro! ¿Y estos 185 ejemplares son todos iguales, maestro?
- La base impresa es igual, pero ningún ejemplar es igual a los demás. Son todos únicos. 45 están impresos en vitela y 135 en papel.
- ¿Qué es exactamente vitela?
- Es un tipo de pergamino finísimo, pulido con mimo y paciencia, cuya base es la piel de becerros de pocos días.

A continuación el impresor pidió a uno de sus ayudantes que le trajera dos ejemplares. Uno impreso en vitela y el otro en papel. Cuando los tuvo en sus manos abrió uno de los ejemplares e invitó al periodista a examinar la extraordinaria pieza impresa en vitela.

- Mira, Valentino, toca la calidad de la vitela que hemos utilizado.

Valentino recibió el ejemplar en sus manos y palpó y acarició suavemente la piel curtida. Aprovechó a examinar con minuciosidad unas cuantas páginas, cada una de ellas con 42 líneas impresas a dos columnas, con una tipografía gótica muy oscura. Le llamó la atención que los comienzos de páginas y las mayúsculas que encabezaban algunos párrafos estaban adornadas con bellos arabescos en tinta de un tono rojo.

- Es un material magnífico – comentó emocionado de tener tal tesoro entre sus manos.
- Gracias, a mí también me lo parece – arguyó Gutenberg.  

Y el maestro insistió en que, a pesar que los 185 ejemplares habían sido impresos con los mismos tipos y la misma técnica, artistas miniaturistas excepcionales habían “iluminado”, fue el terminó usado por el impresor, algunas páginas con bellos arabescos y dibujos, lo cual los hacía diferentes y únicos.

- Mira este otro ejemplar, “cuentanoticias”, compara las mismas páginas de uno y del otro.

Y, efectivamente, Valentino pudo comprobar que las miniaturas hechas a mano que las adornaban eran distintas y, en ambos casos, extraordinariamente bellas.  

- ¡Un gran trabajo! – exclamó Valentino. Y agregó con sorna – En los siglos venideros estos primeros ejemplares salidos de su imprenta valdrán más que el oro.
- Dios te oiga, hijo, Dios te oiga -  agregó el “anciano” Gutenberg que en ese año 1455 tenía 56 años de edad. De hecho había superado en unos quince años la esperanza de vida en la Edad Media. Entonces la media de vida apenas superaba un poco más de 40 años en los hombres; y algo menos en las mujeres.

El periodista y su “entrevistado” continuaron charlando durante dos horas más. Cuando consideró que ya tenía los contenidos suficientes con los cuales luego trabajaría para transformarlos en una entrevista sobresaliente, le preguntó a Muchosnombres, quien siempre había permanecido junto a él.
- Podemos ya regresar al futuro?

lunes, 20 de abril de 2020

Valentino conoce a Gutenberg


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

Entrada 56. 


Valentino se acercó al hombre que permanecía a contraluz de las llamas de la gran chimenea. Cuando la lumbre le iluminó el rostro lo reconoció: era Gutenberg. A pesar de tener sólo 55 años parecía un anciano.

Fue en ese momento cuando  Muchosnombres permitió que todos los que estaban en el taller pudieran ver a Valentino. Por suerte para él, a ninguno le pareció un extraño venido del futuro porque, en esos años, en plena Edad Media, por los caminos, callejuelas, plazas, mercados, palacios, templos, casas de meretrices y tabernas se veía una amplia tipología humana. Aunque era el corazón de Europa, por todas partes pululaban hombres venidos de distintos puntos del mundo conocido de entonces, de oriente, del norte de África, de otros países de Europa. Era una fauna ataviada de las más extravagantes formas, con calzados, ropajes y sombreros diversos. A veces, hablando lenguas desconocidas y entendiéndose por señas.

En esa sopa carnavalesca danzaba una amplia muestra de la sociedad de la época: santones, titiriteros, comerciantes, curas, príncipes, nobles, tahúres, delincuentes de toda calaña, niños abandonados, artesanos, mercaderes, artistas, prostitutas, pícaros, alquimistas, enfermos, tullidos, soldados, artistas, sacerdotes, curanderos, pordioseros y, quizás, hasta extraterrestres.

Lo que no sabía entonces ni el propio Gutenberg es que los inventos y descubrimientos medievales, especialmente su ingenio para imprimir, iban a ser claves en un cambio de la actitud del hombre ante la vida. Su imprenta abriría caminos, puertas y ventanas para que la cultura llegara a todas partes y sería un factor importante en el inicio de un mundo nuevo.

Aunque ya en el siglo once, y en los posteriores, en Europa se crearon las primeras universidades que comenzaron a profundizar en la búsqueda de respuestas a todas las incógnitas para entender al hombre, al mundo y al universo, todavía la cultura era como una mesa llena de manjares junto a la cual se sentaban a comer sólo unos poquísimos afortunados. En esta efervescencia cultural también comenzaron a generarse corrientes de pensamiento que rescataron la cultura clásica, especialmente la filosofía, para intentar entender, de forma racional, tanto las religiones como las ciencias, es decir la búsqueda de la verdad.

Cuando Gutenberg vio a la desconocida visita, le preguntó:
- ¿Quién eres, visitante?
- Me llamo Valentino, vengo del reino de Castilla; estoy de paso por Maguncia.
- ¿Quién es tu rey?
- Enrique IV.
- ¿Al que llaman “El Impotente”?
- Sí, ese es su sobrenombre.
- ¡Bienvenido a mi taller, Valentino! ¿A qué te dedicas?
- Relato lo que veo, lo que hace el ser humano.
- ¿Qué?
- Cuento lo que sucede en el mundo.
- ¿Lo bueno y lo malo?
- Sí, maestro, por desgracia también he estado varias veces en el infierno, en medio de guerras donde he visto la cara más sangrienta, perversa y cruel de los seres humanos.
- Entiendo. Eres como un cuentahistorias que vas por los vericuetos del mundo contando lo que sucede en cada pueblo que visitas.
- Sí, algo así. Aunque yo a las historias las llamo noticias y, antes de divulgarlas, compruebo que sean reales, porque no sólo informo acerca de lo que veo, también de lo que oigo y de lo que me cuentan. Y como me han llegado rumores de que has inventado algo extraordinario he venido a conocer tu invento y, por supuesto, a ti.
- ¿Te refieres a esto? – Le preguntó Gutenberg mostrándole una imprenta magnífica, tal como él se la había imaginado y que ya la había visto detenidamente varias veces en Internet.
- Sí, me refiero a tu máquina de impresión. Aunque me han dicho que lo realmente original ha sido que has inventado esto, los tipos móviles metálicos - le respondió tomando en sus manos una pieza compuesta de una aleación de antimonio, estaño y plomo que correspondía a la letra uve de Valentino.
Gutenberg lo quedó mirando con expresión incrédula, y le soltó:
- ¿Cómo sabes tú de tipos móviles metálicos si tu tiempo lo dedicas a ir de aquí para allá?
- Justamente porque voy de aquí para allá, sé más de lo que usted se imagina, maestro.
- Ya me había percatado que no eres un simple cuentacuentos; perdón…cuentanoticias.
- Así es, maestro Gutenberg.
- Me imagino todo lo que habrás podido ver y oír viajando de un lado a otro del mundo.
- Mucho, maestro, mucho. También sé que usted no siempre se ha dedicado a la impresión. Me han relatado que antes pulía espejos.
- Veo que sabes más de mí que muchos de mis empleados y clientes.
- Pero lo de los espejos ¿es verdad o no?
- Sí. Fabricar espejos no era un mal negocio.
- Maestro ¿y qué otras cosas ha hecho antes de llegar a su imprenta?
- Muchas cosas, Cuentanoticias. Desde mi pubertad no he parado de laborar. Mi padre fue mi maestro. He trabajado como herrero, he sido orfebre y hasta he dedicado tiempo al oficio de la acuñación de moneda. Incluso aprendí a tallar gemas.
- ¿En Estrasburgo?
- Sí. En Estrasburgo. Cuando era muy joven también mi padre me inició en la confección de matrices y en la fundición de la plata y del oro.
- Ahora entiendo cómo llegó a los moldes de sus tipos. Y como estos le han permitido desembocar en la impresión mecánica con ellos.
- Metálicos, Valentino, tipos móviles metálicos. Ellos han sido mi gran aporte al proceso de impresión mecánico. La verdad, es que durante toda mi vida no he parado de trabajar, pero 
aunque la mayor parte de mi tiempo lo paso ocupado en este taller, también estoy al tanto que en el mundo están sucediendo hechos extraordinarios. - El mundo está cambiando, maestro Gutenberg.
- Lo sé, lo sé. A pesar que todos estos últimos años he estado sumido en impresiones, en libros y en mi imprenta, soy consciente de lo que nuestro mundo está cambiando, cuentanoticias.

Mientras lo oía, Valentino lo miraba como hipnotizado. La frase “soy consciente de lo que nuestro mundo está cambiando, cuentanoticias” fue como un bofetón para el periodista, que le ayudó a centrarse en esa coyuntura histórica de la Europa de mediados del siglo quince. En realidad ese mundo no sólo estaba en plena transformación gracias a nuevos inventos, a nuevas técnicas y a nuevas doctrinas y teorías, sino que pronto también se ampliaría y sus confines llegarían más allá del horizonte hasta entonces conocido. Pero el periodista tenía claro que en medio de ese remolino de acontecimientos, ni Gutenberg ni el más avezado vidente, podían imaginar que apenas 37 años después, el 12 de octubre de 1492, un marino llamado Cristóbal Colón, acompañado por 87 hombres que navegaron por el Océano Atlántico en tres endebles naves, descubriría un nuevo continente. Fue un sueño o una visión de Cristóbal Colón que, gracias a sus dotes de persuasión, consiguió hacerla realidad. Fue mérito suyo el conseguir convencer a los reyes católicos, Isabel y Fernando, para que aceptaran financiar tan magna aventura. De este modo los reyes de Castilla y de Aragón, deslumbrados por el oro y los tesoros que Colón les aseguró que allí estaban al alcance de las manos, se “asociaron” a él, quien, finalmente, terminó descubriendo vastas tierras hasta entonces ignotas.

Aunque Muchosnombres le había dejado claro a Valentino que no diera información sobre hechos venideros, el periodista no pudo controlar su afán de informar y le comentó al gran Gutenberg, a quien consideraba su colega:
- Maestro, ni se imagina lo que nos traerá el futuro: nuevas tierras, nuevos mundos, nuevas formas de comunicación.


viernes, 3 de abril de 2020

Viaje a Maguncia a entrevistar a Gutenberg


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)



En el plan de entrevistas de Valentino a personajes que ya no existían en este  mundo, la próxima interviú prevista era a Johannes Gutenberg, un hombre al que el periodista admiraba por haber sido, oficialmente, el creador de la imprenta de tipos móviles, un ingenio que permitió acelerar la impresión de libros, democratizar la cultura y aumentar la divulgación de ideas. Además estaba directamente ligada al desarrollo posterior de la prensa escrita y, por ende, de los periodistas. 

Consideraba que Gutenberg y otros inventores como él, algunos cuyos nombres no ha registrado de la misma forma la Historia, habían permitido realizar un salto cultural cualitativo a la Humanidad. Como antes lo hicieron los que crearon la escritura; o quienes, ya en el siglo veinte, inventaron el computador e Internet, la red de redes.

Al igual como suelen trabajar algunos de los grandes profesionales del periodismo, antes de realizar una entrevista, Valentino solía informarse de manera  rigurosa y abundante acerca del personaje a entrevistar y de la época en la que a éste le había tocado vivir. Lo hacía con pasión, hasta encontrar galerías que le permitían llegar hasta vetas que nadie había descubierto antes. A veces le bastaba un pequeño detalle, un hecho aislado que los demás habían dejado pasar, pero que era la causa de sucesos que después se transformarían en extraordinarios. Luego se ponía en la piel del personaje e intentaba ver su interior, entenderlo, percibir sus luces y sus sombras. Consideraba que esta era la mejor forma para conseguir resultados originales y didácticos que llamaran la atención y el interés de sus lectores y, sobre todo, que les permitiera conocer mejor al ser humano y la trascendencia de su obra. Y la verdad es que le daba excelentes resultados.

A Gutenberg le había dedicado un par de horas cada mañana durante varios días, leyendo todo lo que consideraba que le podía aportar algo interesante. Luego lo dejaba, seguía trabajando en otros proyectos, comunicándose con medio mundo, saliendo a comprar y viviendo su día a día. Algunas mañanas salía a correr por el Parque del Retiro y a veces, cuando llegaba la noche, salía a cenar con Violante y algunos amigos, o iban a ver una obra de teatro. Luego regresaban a su departamento o iban al de ella a regalarse amor. Al día siguiente regresaba al inventor de la imprenta en una especie de cita invisible con un hombre a quien cada día creía conocer un poco más. Cuando consideró que tenía información suficiente, viajó a la ciudad de Valencia para visitar el Museo de la Imprenta y de las Artes Gráficas, con el objeto de chequear detalles que en Internet no le habían quedado claros.
Como todo estudiante de Periodismo, Valentino sabía desde sus tiempos de alumno en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense lo que Gutenberg había significado en el progreso humano. Asimismo tenía claro que antes de Gutenberg muchos hombres geniales también habían inventado artefactos con los que consiguieron reproducir imágenes y textos sobre papel, telas, pieles y otros materiales. En China, dos siglos antes del nacimiento de Cristo, algunos artífices ya lo hacían. Cientos de años después, en Europa, artistas como aquellos orientales, ayudados de un buril y otras herramientas similares, con gran maestría, hacían grabados sobre planchas de madera o metal creando una matriz que luego, por presión, imprimían varias veces sobre diferentes soportes, especialmente papel. Eran copias iguales de una misma matriz, que la usaban hasta que ésta se desgastaba. Para diferenciarlas y hacerlas únicas, algunas copias las enriquecían agregándoles dibujos y pinturas hechas a mano. Incluso introducían frases manuscritas como dedicatorias que las transformaba en especiales.  

Pero el invento de Gutenberg, que pasó a la historia con el nombre de imprenta, fue realmente un salto cualitativo importante porque marcó una diferencia sustancial en la técnica de impresión. La imprenta era una máquina, mediante la cual muchos reproducían ilustraciones y textos sobre papel o pergamino, pero el gran aporte de Gutenberg, lo que lo diferenció de las demás, consistió en inventar los tipos móviles individuales, fabricados tras fundir en un molde una mezcla de plomo, antimonio y estaño. Eran alargados y en un extremo llevaban una letra, un signo de puntuación o, simplemente un pequeño icono en relieve. Los maestros ordenaban los tipos en una caja o galera, disponiéndolos uno junto a otro. Con gran habilidad, iban formando sílabas y frases hasta completar una página. Cuando tenían una página lista, le aplicaban tinta y, por presión de una prensa, transferían la página completa al papel o al pergamino.


-¿Podemos irnos ya? – pregunto Muchosnombres.
-¿Por qué me lo preguntas si tú vas y vienes libremente sin pedirle el parecer a nadie, menos a mí?
- Me refiero si podemos partir ya hacia la ciudad de Maguncia.
- Por supuesto, cuando tú quieras. Me gustaría que fuéramos al año 1455.
- ¡Vamos allá! – gritó el señor Destino. Y agregó – Por esas regiones soy muy conocido porque cien años antes, en el siglo catorce, a medio mundo les di un barrido con la peste negra y me cargué nada menos que la tercera parte de los habitantes que entonces poblaban la tierra. Casi no dejé títere con cabeza.
- ¡Qué malvado eres! – le enrrostró Valentino mirándolo con rabia contenida.

Y de esa manera, sin tener conciencia de tiempo ni de espacio, los viajeros se encontraron en la Maguncia medieval en un día con un temporal de lluvia, nieve y vientos desatados que enfriaban el ambiente y hacían más oscura la ciudad ya de por sí oscura. En medio del frío y de un atardecer gris aparecieron Valentino, Muchosnombres y el señor Destino en el taller medieval del inventor de la imprenta.

Antes de que Muchosnombres permitiera que quienes estaban en el taller pudieran ver al periodista, Valentino recorrió lenta y cuidadosamente la estancia, observando con curiosidad cada objeto, cada máquina, cada artilugio, cada prensa, cada hoja recién impresa, cada libro, cada mueble, cada candil, en fin todo, porque todo le llamaba la atención en ese tibio, aunque mal iluminado taller, con el aire impregnado de una mezcla de aromas a tintas, a metal fundido y a humedad. Se acercó a una columna donde había decenas de libros apilados, impresos con técnica xilográfica, que eran el resultado de la encuadernación de una serie de páginas ordenadas y cosidas a mano, protegidas por bellas cubiertas de piel. Algunos probablemente habían sido realizados por el propio Gutenberg. Y en una estantería de madera que ocupaba un murallón, encontró preciosos manuscritos realizados a mano por algunos copistas cuyos nombres la historia no registró y que, probablemente, tardaron años en realizarlos. Eran artesanos que solían dedicar toda su vida a copiar letra a letra y dibujo a dibujo una obra, cuyo resultado, por lo general, era magnífico.
Cuando 
Valentino vio aquellos recordó algunos códices importantes que, en ocasiones especiales, había visto en algunos museos: el Códice del Beato de Liébana, que data del año 776; el Códex Emilianense, del siglo décimo; y uno de sus favoritos: “El Cantar de Mio Cid”, del siglo once, una de las obras más importantes de la literatura castellana que, en una ocasión, había tenido a un metro de sus ojos en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Bajo una alargada ventana vio a un cajista que, sobre una amplia mesa, ordenaba letras sobre una tabla rectangular llamada galera. Siguió desplazándose e, inesperadamente, en un anaquel polvoriento, vio un libro diferente a los que había visto antes. Lo tomó entre sus manos y revisó la portada. Era “El misal de Constanza”, un libro religioso, llamado así porque reproducía textos utilizados en la celebración de los oficios religiosos. Era una pieza muy especial porque fue el primer libro de la historia impreso por Gutenberg en su imprenta de tipos móviles, en colaboración con su equipo de artesanos y artistas. Fue realizado en 1449, cinco años antes que la Biblia. Una vez que Gutenberg terminó “El Misal de Constanza”, comenzó a trabajar en su primera Biblia que, dicen, la hizo tomando como modelo una de 1.300 páginas manuscritas, realizada completamente a mano, conocida como “Biblia gigante de Maguncia”.

Fue entonces cuando, cerca de una gran chimenea, a contraluz de las llamas, Valentino divisó a un hombre de cabellos grises y con larga barba, ataviado con un gorro de tela y piel. Vestía una bata amplia, de gruesa tela y daba instrucciones a quienes parecían ser dos aprendices.
¿Será él? – se preguntó emocionado el periodista.