sábado, 31 de diciembre de 2011

Navidad en la aldea de la infancia

Capítulo 29
(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

     El 23 de diciembre, temprano, en un día muy frío pero con mucho sol, Valentino salió desde Madrid hasta el lugar donde  pasaría la Nochebuena con sus seres queridos. Por delante le esperaban varias horas de viaje. Cuando faltaban menos de cien kilómetros para llegar a su destino el día continuaba siendo azul, pero la tierra estaba manchada de nieve. Iba feliz escuchando villancicos de Navidad. Incluso los canturreaba. Miraba la naturaleza que se le ofrecía tan bella, que casi le parecía un sueño o el escenario de un ballet. Sin embargo, igual como cambia la vida, a medida que empezó a subir hacia la montaña, el cielo se empezó a nublar, el ambiente se tornó amenazante, la temperatura bajó y, finalmente, comenzó a nevar.

     Así, conduciendo en medio de una suave nevada, llegó Valentino a un pequeño pueblo de montaña enclavado en lo más profundo de la Cordillera Cantábrica. Allí sus padres tienen una gran casa, empezada a construir más de dos siglos antes por antepasados por vía materna, que distintas generaciones la habían ido ampliando con el tiempo. La madre de Valentino la había heredado cuando era soltera. Luego, cuando se casó con el padre de Valentino, comenzaron a restaurarla y, a medida que fueron naciendo hijos, la ampliaron aún más. Desde entonces era uno de los lugares favoritos de vacaciones de la familia. También es el lar que, durante estos días de invierno, permanece tibio gracias a las dos chimeneas que mientras ellos están allí, las mantienen siempre encendidas. Es en esta casa donde todos los miembros  del clan, formado por los hermanos, hermanas, maridos, esposas, sobrinos, sobrinas y abuelos de Valentino, acostumbran a reunirse a celebrar las Pascuas. Valentino solía decir que no concebía vivir una Navidad en otro lugar que no fuera en aquel hermoso enclave del Pirineo español, porque sus primeros recuerdos de la Natividad son de allí.

     La aldea, que es como un lunar en medio de la montaña, tiene menos de doscientas casas y en el centro de ellas, en una gran plaza, hay una iglesia románica muy antigua, levantada a poco de comenzar el segundo milenio, en el mismo lugar donde la tradición cuenta que existía una ermita construida en el siglo sexto. El hermoso y austero edificio del templo románico, tal como ha permanecido hasta hoy, incluso, fue comenzado a construir medio siglo antes que la Catedral Románica de Santiago de Compostela, cuando gran parte de la Península Ibérica estaba invadida por los musulmanes, quienes tenían su capital en el sur, en la ciudad de Córdoba.

     Ese paso del milenio primero al segundo generó entonces temores irracionales en los supersticiosos hombres de la época. También coincidió con un suceso políticamente muy importante: entre las fuerzas que invadían entonces lo que en esos años era España, se produjo una “Fitna”, que en árabe significa “guerra civil o división”, tras la cual, la fuerzas invasoras se fraccionaron en decenas de facciones que se transformaron en reinos islámicos independientes llamados “Taifas”. Precisamente aquellos fueron los años en que comenzaron a construir la iglesia del pueblo de los ancestros de Valentino, época en que también se comentaba en voz baja que el llamado “Santo Grial”, que según la tradición cristiana es la copa usada por Jesucristo durante la llamada Última Cena, había sido traído a la península, para ocultarlo en esas tierras.

     Un poco más tarde, en la Edad Media, una rama de los antepasados de Valentino comenzó a fabricar herraduras y clavos, y a herrar caballos de pueblo en pueblo. Luego, la siguiente generación montó una gran herrería que los hizo amasar cierta fortuna. Pero fue sólo a fines del siglo dieciocho, cuando un pariente lejano de Valentino, propietario de una gran extensión de terreno, construyó en la pequeña villa la mejor casa de todas las que había en esas desoladas tierras.

     Por la mañana del Día de Nochebuena, los pequeños de la familia fueron los primeros en levantarse. Cuando se asomaron por los ventanales comenzaron a chillar, porque contemplaron con alegría que un fuerte temporal de nieve y viento hacía danzar densas cortinas de nieve. Vieron que todo, completamente todo, las montañas, el pequeño valle, los árboles, las calles y las viviendas del pueblo estaba cubierto de nieve. De este modo, como solía suceder cada año, definitivamente ya nadie podía llegar ni abandonar el lugar.

     Media hora después, mientras la numerosa familia tomaba un reconfortante desayuno de montaña, en una larga mesa donde había café, leche, casadiellas, pan hecho en casa, mermeladas caseras, mantequilla y quesos del pueblo, Valentino le comentó a su madre que, probablemente, dos amigos suyos vendrían a compartir con ellos la cena de Nochebuena.
- Me encanta que vengan amigos tuyos, hijo, si vienen, como siempre, serán bienvenidos, pero dudo que puedan llegar; el pueblo está incomunicado.
- No te preocupes, madre – le contestó Valentino – Los conozco; sé que llegarán.
- ¿Los conocemos nosotros? – le preguntó su madre.
- No los conocéis, soy amigo de ellos sólo desde comienzos de este año.
- ¿Son hombres o mujeres? – Interrogó su hermano mayor.
- Una chica y un chico.
- ¿Son matrimonio?
- No, trabajan juntos. Ella es su jefe.
- ¿En que trabajan?
- No sé exactamente en qué. Sólo sé que están altamente especializados en lo que hacen, que viajan mucho y que su trabajo es muy importante.
- ¿Qué edades  tienen?
- Entre treinta y cuarenta.
- ¿Es simpática ella?
- Muy simpática y muy bella. Es la mujer más hermosa que he conocido en mi vida.
- ¡Ah!...Me parece que estás entusiasmado con ella… ¿Verdad? – exclamó otra de sus hermanas.
     Y agregó la menor:
– Hermanito, ya va siendo hora que sientes la cabeza. ¿De verdad que no es tu novia ni una “amiga especial”?
- No es mi novia, y aunque es una amiga especial, no es como otras amigas especiales que tengo; ambos son sólo amigos míos.
- Qué lástima que el bellezón del que nos hablas no pueda venir. Me hubiera encantado conocer a esa mujer que nos has dicho que es tan guapa. Con el pueblo aislado, no creo que puedan llegar; es imposible – Volvió a insistir uno de los hermanos de Valentino. Y agregó - Aunque deje de nevar estaremos así por lo menos tres días, como sucedió hace dos años… ¿Recuerdas?
    
     Valentino hizo una pequeña mueca que escondía una media sonrisa y murmuró “Ya veremos, ya veremos”.

     Inmediatamente después del desayuno, mientras los críos, debidamente abrigados, hacían un gran muñeco de nieve frente a la casa, los mayores se dedicaron a trabajar en equipo en la preparación de las viandas, la decoración y en todos los detalles para la cena.

     Cuando terminaron, Valentino se calzó zapatos de alta montaña, un chubasquero verde engrasado, un sombrero del mismo material, y salió a caminar bajo el temporal de nieve. Siempre le gustó hacerlo. Además aquí se sentía más libre que en ninguna parte. Cuando fue reportero en zonas en conflicto y fue testigo de las animaladas que eran capaces de hacer los hombres: violaciones de mujeres indefensas, niños soldados matando como autómatas, hombres destripando hombres, soldados degollando niños, cuerpos irreconocibles por las explosiones de “hombres bombas”; para soportar el dolor que lo embargaba hasta las lágrimas, pensaba en “su” pequeña aldea y recordaba las felices y pacíficas Navidades de su infancia. Sólo así, ayudado de esta arma secreta que eran sus recuerdos, aguantó dos años informando al mundo y a sus lectores que si existía un infierno, éste estaba en la tierra.

     Cuando llegó a la pequeña plaza y se enfrentó con la iglesia, decidió entrar. Recordó que cuando niño había cantado en su coro. Aunque el día era frío y gris, dentro estaba tibio y una luz dorada invadía hasta los últimos resquicios de su arquitectura interior. Se sentó frente al altar mayor y cerró los ojos. Como no es creyente, no se persigno ni rezó ninguna oración a ninguna deidad. En medio del silencio pensó en los extraños acontecimientos que le habían sucedido desde aquel día de enero en que, en el Parque del Retiro de Madrid, había conocido a Muchosnombres. Ese encuentro había cambiado en parte su vida, porque desde entonces, las cosas complicadas empezaron a ser más transparentes para él; ya no se encontraba con tantos laberintos sin poder resolver; y hasta se le había aguzado el sentido común. El silencio que latía en el ambiente, el claroscuro áureo que flotaba en el aire, y la música del órgano que comenzó a danzar por los pasillos que conforman una planta de cruz latina, lo ayudó a valorar lo que le había sucedido el año que estaba a punto de terminar.
- Aunque ha sido un buen año, pudo haber sido ser mejor – exclamó bajito.

     Entonces, de todas partes y de ninguna, como un trueno, una voz que él ya conocía, exclamó:
- ¿Te das cuenta que sólo piensas en ti y que no te conformas con nada? ¿Y qué has hecho tú para que el mundo fuera mejor para todos?

      A continuación sonó una risa cristalina que, igual como vino, se fue.

     “Es verdad ¿Qué he hecho yo para que mi vida y este mundo fueran un poco mejor?”, pensó Valentino. A pesar de la reprimenda de Muchosnombres, en paz consigo, se levantó de la banca, se puso en pie y comenzó a hacer el camino de regreso hacia su hogar.   


(Adeste Fidelis)