jueves, 28 de julio de 2011

Un viaje a cuatrocientos mil años atrás

Capítulo 20
Excavaciones de Atapuerca: La Trinchera del Ferrocarril.

     El autobús que nos llevaba se detuvo a pocos metros de la entrada de las excavaciones de Atapuerca, junto a la zona de trabajo de los arqueólogos, paleontólogos y geólogos. Inmediatamente después que nuestra guía nos dio las instrucciones y advertencias pertinentes comenzamos a bajar. Allí coincidimos con otro grupo formado sólo por hermosas mujeres que portaban en sus blusas unas insignias de una línea aérea. Algunas las llevaban de LAN Perú, otras de LAN Ecuador y otro grupo lucía las de LAN Chile. A mí casi se me descoyuntó el pescuezo de tanto mirar y sonreírles. Como varias contestaron mi sonrisa, pensé en acercarme a saludarlas, pero de inmediato nuestra guía nos llamó al orden y nuestro grupo se adentró hacia la llamada “Trinchera del Ferrocarril”, que es una zanja inmensa, en algunos tramos hasta de 20 metros de profundidad, hecha por la mano del hombre hace más de un siglo. Fue a fines del siglo XIX cuando, debido a que las siderurgias vascas requirieron mucho carbón y hierro, la compañía The Sierra Company Limited comenzó a construir en ese preciso lugar, una vía férrea de vía estrecha para transportar los minerales, que fue inaugurada en 1901.

     Aunque desde el punto de vista arqueológico el lugar era conocido desde hace varios cientos de años, a medida que los obreros profundizaron en la tierra fueron quedando al descubierto diferentes estratos y también varias cuevas rellenas de material, donde se  encontraron herramientas prehistóricas de piedra, huesos de animales y también de homínidos.

     Actualmente en la Sierra de Atapuerca hay catalogadas más de 40 cuevas o simas. Las primeras quedaron expuestas a la luz con la construcción del ferrocarril, pero posteriormente se han ido descubriendo otras. Los principales lugares en que han trabajado estos últimos años los paleontólogos son La Gran Dolina, la Galería-Covacha de los Zarpazos, El Yacimiento Penal, la Sima de los Elefantes, la Sima de los Huesos y la Cueva del Mirador.

     A medida que avanzábamos por el acantilado la guía nos explicaba en forma detallada lo que era y representaba ese lugar que, a mí, me pareció un museo al aire libre donde había ocurrido gran parte de la evolución de mi especie. Especialmente me impactó la historia de “Miguelón”, un homo heildelbergensis que vivió allí hace unos 400.000 años. Según los científicos tenía una capacidad craneal de apenas 1.100 centímetros cúbicos, lo que demostró que no era precisamente el más listo del clan. Sin embargo es, por ahora, a nivel  mundial uno de los más famosos, porque cuando en 1992 se descubrieron las piezas de su cráneo, científicamente llamado “Cráneo 5”, los  paleoantropólogos comprobaron que en su maxilar superior izquierdo había una alteración ósea severa. Concluyeron que uno de sus dientes, por alguna razón, se le había roto causándole una gran infección que le originó un flemón y mucho dolor. Poco después los científicos encontraron una pieza dental que encajaba perfectamente en la mandíbula del cráneo de Miguelón y completaron el rompecabezas. Ahora todos los que visitan el Museo de la Evolución del Hombre de Burgos, pueden ver el cráneo, la mandíbula y el diente de este antepasado nuestro que debe haber pasado días, y quizás hasta semanas, sufriendo un dolor terrible debido a un desgraciado accidente.

     Mientras la guía nos hablaba de “Miguelón” y yo miraba al grupo de las chicas LAN que estaba a unos cincuenta metros de nosotros, Muchosnombres me preguntó:
- Valentino ¿Quieres ver cómo era esto hace cuatrocientos mil años atrás?
- Naturalmente que me gustaría verlo. Pero eso es imposible. Además podría ser peligroso.
- Confía en mí y acompáñame - me espetó Muchosnombres. Tomó mi mano e, instantáneamente, sin ver luces extrañas ni sentir zumbidos como los de las películas de ciencia ficción, me vi a la intemperie de una colina medio nevada, bajo un cielo gris amenazador y un fuerte viento que, aunque yo no lo sentía, imaginé que debe haber calado los huesos de todo bicho viviente que anduviera por allí.
- Muchosnombres ¿Dónde se metió la gente que nos acompañaba?
- Están a cuatrocientos mil años de nosotros, en lo que tú llamas futuro, Valentino.
- Pero esto es distinto al lugar que visitábamos.
- Naturalmente, recuerda que la trinchera del ferrocarril la terminaron de hacer sólo a fines del siglo XIX, antes, esto era esta colina. O algo parecido a esto. Ya sabes que la tierra es también algo vivo que va cambiando con el tiempo. Aunque en el caso del desfiladero del ferrocarril no lo hizo la naturaleza; lo hizo tu especie.
- No entiendo ¿Y todo el tiempo que hay en medio de este instante y el tiempo en que estábamos hace un minuto dónde está?
- Está ahí mismo amigo, lo que pasa es que tú no puedes percibirlo.
- Vale que no lo pueda percibir, como dices tú, pero cómo hemos podido trasladarnos hacia atrás como si fuera tan fácil como cepillarse los dientes. No lo puedo entender, Muchosnombres.
- Una vez más con el “no lo puedo entender Muchosnombres”. Ya te he dicho que es normal que no lo entiendas. Nunca vas a poder entenderlo. Te vas a morir sin poder entenderlo.

     Mientras Muchosnombres y yo conversábamos se desencadenó un viento embravecido, el cielo se encapotó más aún y comenzaron a caer copos de nieve. Observé a mi alrededor y, a pesar que estaba con Muchosnombres, me sentí como si hubiera sido el único hombre que en ese momento existía en el universo. La soledad me aplastó tan bruscamente y con tanta fuerza que sentí que mi corazón se encogía y me dieron ganas de llorar.

- ¿Sabes lo que pienso? Ahora me doy cuenta que sin otros seres humanos no vale la pena vivir – le dije a Muchosnombres.
- Pero aunque ahora no los veas hay muchos hombres y mujeres de la familia humana sobre tu planeta.

     Entonces pensé en mis familiares, en los amores de mi vida, en mis amigos, en mis conocidos. Me di cuenta que en ese momento ninguno de ellos había nacido aún. Tampoco mis antepasados próximos. Experimenté una sensación que no había sentido nunca. Emocionalmente me sentía como flotando en medio de la nada, sin ningún cabo que me sujetara a la vida. “Esto se debe sentir cuando uno muere”, pensé.     
- ¿Qué te sucede? – me preguntó Muchosnombres.
- Tengo mucha pena, nunca había estado tan lejos de todo lo querido. Cuatrocientos mil años de distancia son muchos años.
- ¡Qué va! A niveles cósmicos no es nada. 
- Para ti no es nada, pero para mí sólo intentar entenderlo es como repetir un millón de veces el trabalenguas: “El cielo está enladrillado ¿quién lo desenladrillará? el buen desenladrillador que lo desenladrille buen desenladrillador será” sin equivocarme.
- ¡Que trágico te pones a veces!  Cuando algo te parezca complicado simplifícalo, segméntalo en varios ladrillos… ¡ejem! ...digo en varias partes.
- Pero el tiempo no está formado precisamente por ladrillos.
- Claro que no. Lo que te quiero decir es que si comprimes en un año los trece mil setecientos millones de años, que es cuando comenzó el el último big-bang hasta ahora, podrás darte cuenta con más facilidad que estos cuatrocientos mil años que hemos retrocedido son algo así como quince minutos.
- ¿Cómo dice que dijo? – le expresé a Muchosnombres, imitando a un amigo mexicano que suele repetir esta frase cuando no entiende algo. Cuando Muchosnombres oyó mi “¿Cómo dice que dijo?” con acento mexicano y vio mi cara se puso a reír hasta que le dio hipo sin darle importancia a las fieras de la colina que, en busca de algo sólido que engullir, ya se encontraban a pocos metros de nosotros, gruñendo en forma enloquecida de hambre.