sábado, 6 de agosto de 2011

En medio de la desolación oyeron sonidos guturales de seres humanos

Capítulo 21
Nuestra guía en las excavaciones de Atapuerca

     Aunque sentía terror por los animales que se nos acercaban, a la vez estaba feliz de vivir una experiencia que, probablemente, ningún otro ser humano había vivido. Porque esto de viajar en el tiempo no es como viajar desde Nueva York a Lima, o como ir en el Metro de París desde la estación Odeón hasta Porte d’Orléans, ni hay una línea aérea que nos pueda llevar ni siquiera cinco minutos hacia atrás o cinco minutos hacia adelante. Intento imaginarme la cara que pondría un empleado del Tren de Alta Velocidad si yo, en la Estación de Atocha de Madrid, le dijera:
- Deme un pasaje, por favor.
- Sí… ¿Para dónde lo quiere?
- Para retroceder 3.360 años años en el tiempo porque ¿sabe usted? tengo una cita con la reina Nefertiti.

     En cambio, sin comprar pasajes ni nada parecido, sólo gracias a que Muchosnombres me había invitado, en un pispás yo había retrocedido la friolera de 400.000 años. Esto hacía que estuviera cada vez más convencido que ser amigo de Muchosnombres era un chollo. Así y todo, aunque estaba contento, tenía muy presente que ella, él o lo que sea Muchosnombres, me había advertido que si pedía algo para mí me diría “ni hablar del peluquín”. Pero también sabía que cada vez que Muchosnombres me invitaba me lo pasaba bien. Incluso, gracias a Muchosnombres, creo que el señor Destino se estaba portando generoso conmigo. Después de todo es algo así como su jefa.

     Todo lo anterior lo pensé con la celeridad que un rayo rompe la noche, porque la verdad es que lo que más me preocupaba en ese momento es que estábamos en esa desapacible colina, cuatrocientos mil años separados del tiempo real que me había tocado vivir mi vida para lo bueno y para lo malo, y que venían unas manadas de lobos y osos gigantescos  precisamente hacia donde estábamos nosotros, mientras en el cielo revoloteaban bandadas de pájaros negros muy grandes que hacían que todo pareciera más tétrico y que no hacían presagiar nada bueno.

     Así y todo volví a pensar: “Aunque Muchosnombres me ha explicado que lo que estoy viviendo es como un bucle en el tiempo, que se inició mientras visitábamos la Trinchera del Ferrocarril, en el mismo momento en que nuestra guía, que sostenía en sus manos dos reproducciones de calaveras, una de un hombre actual y otro de uno prehistórico, nos hablaba de “Miguelón”, a la vez que yo intentaba llamar la atención de alguna de las guapas chicas de LAN, todavía no me creo que hayamos retrocedido 400.000 años o quince minutos como intenta explicarme ella. Por la sencilla razón que 400.000 años no pueden ser igual a quince minutos ¿Quién coño entiende esto?” 

     Apenas terminé de pensar lo anterior, como Muchosnombres está en todas partes tanto para adelante como para atrás, y más encima lee el pensamiento a todo bicho viviente, y tiene un montón de poderes más, de inmediato saltó diciéndome:
- Todavía no lo entiendes querido Valentino ¿Verdad?
- La verdad es que del todo no - Contesté yo con cara de circunstancias y disculpándome con un gesto teatral que hice con mis manos, como suelen hacerlo los italianos.
- Valentino, en el fondo da igual que lo entiendas o no. Pero como soléis decir “el saber no ocupa lugar”, para que te resulte más fácil y termines entendiéndolo del todo, piensa por un momento en que si los trece mil setecientos millones de años de edad que tiene el único universo conocido por vosotros los condensamos en un año, y como un año tiene 365 días, cada día equivaldrá a 37.534.246 años; cada hora a 1.563.927 años; cada minuto a 26.065 años y cada segundo a 436 años.
- ¿Significa que si retrocedo un minuto en el tiempo, digamos normal, es como si hubiera viajado 26.065 años en ese año concentrado del que hablas tú?
- Sí. Veo que por fin empiezas a entender.
- Lo empiezo a entender. Por favor continúa, pero ahora más lentito, como me gusta a mí bailar los boleros.
- Bien, seguiré lentito como bailas tú los boleros románticos. Ahora bien, si convenimos que 2011, que es el año en que vives, es la última mil milésima parte del último segundo del último minuto de la última hora del último día de este súper año cósmico que concentra los trece mil setecientos millones de años que tiene el universo, entonces bastaría con retroceder apenas quince minutos de este año cósmico supuesto para vivir lo que estamos viviendo ahora mismito, aquí, en esta colina gris y verde.
- ¿Cuánto dices que hemos retrocedido exactamente nosotros en ese año cósmico del que hablas?
- ¡Vaya paciencia tengo que tener contigo!... hemos retrocedido unos 15 minutos de los 525.600 minutos que tiene el año cósmico. Como convinimos que cada minuto equivale a 26.065 años, 400.000 años son unos quince minutos y 20 segundos. O sea… ¡una mierdecilla!
- Ahora sí que lo entiendo Muchosnombres.
- ¿De verdad?
- ¡De verdad!
- ¡Ya iba siendo hora Valentino…ya iba siendo hora!
- Entonces, y sólo por curiosidad, amiga mía ¿En cuál de esos 525.600 minutos que tiene ese súper año comprimido inventamos la escritura?
- ¿Horas?...Amigo, sigues más perdido que una patata en una cazuela de un pobre, la escritura la inventasteis cuando faltaban sólo 12 segundos para que os comierais las uvas o las lentejas y os abrazarais deseándoos un feliz año nuevo.
- ¿Y la rueda?
- Menos aún… Casi cuando este año que te he puesto de ejemplo ya estaba terminando. A nueve segundos de estas doce campanadas imaginarias inventasteis esa maravilla que se llama rueda.
- ¿Sólo hace 9 segundos inventamos la rueda? ¡No somos nada! – resoplé yo.
- Tanto como nada…tanto como nada…más bien yo diría que no sois gran cosa, pero no es justo decir nada nada.
- Lo digo porque a pesar de que hemos evolucionado e inventado tantos artilugios maravillosos seguimos sin ser inmortales.
- ¡Ya empezamos!… ya empezamos de nuevo con el dichoso tema de la  inmortalidad.
- Pero es que me cuesta aceptarlo ¿Por qué tenemos que morir?
- Ya te lo he dicho en varias ocasiones, la muerte no es precisamente como la ves tú. Todo en mí, o sea en todo lo que existe incluido el universo que ves y los infinitos universos que no ves, el cambio es constante y eterno. Se está naciendo y se está muriendo. Se está pasando de un estado a otro para que, como dicen los artistas, continúe la función.
- Vaaaaaale, lo acepto. Pero dime ¿Qué sentiré cuando esté muerto?
- No sentirás nada, porque ya no serás lo que ahora eres. Te desconectarás de tu realidad actual. Te quedarás sin batería, sin software y todo ello, más tu hardware, se transformarán en otra cosa, probablemente en polvo, en gas, en fin… ¡chatarra cósmica!

      Enzarzados en esas disquisiciones volví a la realidad de ese momento en que ya sentía las dentelladas de esos animales hambrientos que, para no transformarse en “chatarra cósmica”  buscaban desesperadamente algo que echarse a la boca. Aunque seguíamos sin ver rastros de seres humanos los lobos y los osos ya estaban junto a nosotros con sus fauces llenas de babas y mostrando a todo el que lo quisiera ver unos colmillos inmensos como cuchillos. Sin embargo al final respiré aliviado y me calmé porque, aunque nos rozaron, pasaron de largo como si no hubiéramos estado allí.

- ¿Ves como los animales no te han hecho nada? En cuanto a tus congéneres, como hace tanto frío, probablemente estarán refugiados en algunas cavernas cercanas – me dijo al instante Muchosnombres.

     Después de comprobar que no había acabado en las fauces de las fieras, con el alma nuevamente en el cuerpo, seguimos caminando sobre una colina cubierta de arbustos que, por efectos del viento, parecían un mar embravecido con tsunami incluido.

- Aunque menos, sigo con miedo – le expresé a Muchosnombres.
- ¡Hombre, Valentino! A menos que yo lo permita nadie te puede ver ni oler, ni nada que se le parezca. Incluso el frío que sientes es sicológico porque mi invitación es como “un todo incluido” que contempla el mantenerte tan confortable como si estuvieras en el jacuzzi con Venus – y cuando dijo “Venus” se puso a reír en forma pícara. Luego, señalando un lugar que estaría a unos tres metros de nosotros pero que yo no había visto, agregó:
- Mira, allí hay una cueva, vamos a inspeccionarla.
- Yo no veo nada parecido a una cueva – le comenté.
- Sí la hay. Allí está el agujero que debe ser la entrada. ¿No sientes los sonidos guturales humanos que vienen desde dentro?
- ¡Es verdad… es verdad! ¡Son sonidos de gargantas humanas!