domingo, 22 de febrero de 2015


Nefertiti parecía de una belleza tan actual que Valentino se la imaginó entrando a la tienda Hermés de la exclusiva calle Ortega y Gasset 
de Madrid, ataviada con jeans, camisa de lino celeste, y chaquetilla torera corta, 
de piel negra

Entrada 47

Fotografía de una momia egipcia realizada por Aquiles Torres 
en el Museo Arqueológico de Madrid 


     Finalmente el faraón Akenatón se incorporó, pero continuó con su cabeza gacha y con sus ojos cerrados ante la presencia de los visitantes que él creía que venían del reino del Dios Atón. Era una muestra inequívoca de sumisión. Valentino no le volvió a dar ninguna orden, porque sintió una especie de vergüenza ajena al comprobar que, incluso hasta los más poderosos, inclinan la cerviz y se humillan ante aquellos que consideran más poderosos que ellos.

     El periodista se mantuvo en silencio y aprovechó a observar detenidamente al rey de Egipto. Comprobó que casi todas las descripciones físicas que había leído acerca de él eran acertadas. Pensó que si hubiera que describirlo físicamente con dos palabras hubiera sido “poco agraciado”. Tenía un cuerpo con rasgos femeninos que, calculó, no superaría el metro y sesenta y cinco centímetros. Lucía completamente depilado y con un maquillaje hábilmente trabajado. Desde su cintura hasta sus rodillas vestía una falda blanca de lino muy fino. Sus caderas eran amplias, la cabeza alargada, los labios carnosos y la nariz prominente. Sus piernas eran tan flacas que Valentino pensó: “Cómo esas piernas, aparentemente tan débiles, pueden soportar su cuerpo; son más delgadas que mis brazos”. En su torso desnudo resaltaban unas tetillas hinchadas que parecían más bien unas tetas menudas, del tamaño que las tienen las jóvenes adolescentes cuando comienzan a ser mujeres. Valentino se imaginó que, probablemente, el faraón fuera hermafrodita. El periodista estaba envuelto en estos pensamientos cuando del grupo se alzó una hermosa voz femenina:
- ¡Sean bienvenidos al templo de Atón, nuestro señor!

     Valentino giró la cabeza hacia el lugar de donde había emergido la voz y comprobó que quien les daba la bienvenida era Nefertiti, la Gran Esposa Real de Akenatón. El periodista recordó que su nombre, que significa “Bondad de Atón, la bella ha llegado”, le hacía honor porque poseía una belleza que embriaga a quien la mirara. Aunque parecía físicamente frágil, nada más verla se adivinaba que no sólo era inteligente y sagaz, sino que también poseía un fuerte carácter con el que, probablemente, manejaba tanto política como religiosamente al gran farón y, por lo tanto a todo Egipto.

     Su rostro era mucho más hermoso que el valioso busto de piedra caliza policromada que realizó el artesano y escultor Tutmose allí, en Amarna, descubierto en 1912 y que, actualmente, se exhibe en la sala de la cúpula norte del Museo Egipcio de Berlín. Y no sólo llamaba la atención por su belleza, sino también porque era más alta y espigada que la mayoría de las personas que componían el grupo de cortesanos. Valentino, en forma descarada, la volvió a mirar atentamente. Tenía el cuello largo y elegante, pómulos abultados y un maquillaje que realzaba aún más su majestuosa femineidad. Parecía una modelo de alta costura del siglo veintiuno a punto de subir a una pasarela. Le pareció de una belleza tan actual que se la imaginó entrando a la tienda Hermés de la exclusiva calle Ortega y Gasset de Madrid, ataviada con jeans, camisa de lino celeste, y chaquetilla torera corta, de piel negra. Sus ojos eran almendrados, la nariz bien proporcionada y, a pesar de su delgadez, sus labios lucían tan sensuales que daban ganas de besarla con pasión. Le recordó a Audrey Hepburn, la actriz que Valentino consideraba la más bella e interesante de la historia del cine. Como todos, también ella llevaba vestimenta blanca. Un vestido transparente, probablemente de seda, que traslucía su cuerpo desnudo y que dejaba ver sus clavículas marcadas, sus pechos proporcionados, el contorno de sus caderas, su ombligo y hasta su pubis depilado.

     Se dice que Nefertiti era hermana de Akenatón y que fue la madre de Tutankamón, conocido como “el faraón niño”, quien también llegó a reinar Egipto después del rey llamado Smenkkhara. Probablemente en ese momento, Tutankamón, aunque de cortos años, debe haber estado allí presente. Al igual que su padre, Tutankamón se casó con su hermana llamada Anjesenpaatón, la cual, para hacer público que también era hija de Akenatón y Nefertiti, siempre a su nombre solía agregar la leyenda:"…de las entrañas del faraón, nacida de la reina Nefertiti".  

     En medio de una maraña de estímulos sensoriales, Valentino tuvo que hacer un esfuerzo para centrarse en lo que había ido a hacer: una entrevista a Akenatón. Sobre todo quería enterarse de boca del propio faraón cómo este ser humano que por caprichos del destino había sido investido el hombre más poderoso de uno de los reinos más importantes de la antigüedad, había llegado a concebir la idea de un Dios único, algo tan poco común en esa época.  Y, por supuesto, también detalles de los últimos años de su reinado, que los investigadores afirman que fueron muy enrevesados y llenos de traiciones, sobre todo por parte del cuerpo sacerdotal casi intocable, que entonces era una mezcla de casta y de mafia.

     Valentino agradeció a Nefertiti la bienvenida y le transmitió a ella y al faraón que quería hablar a solas con ambos. Para despertar un mayor interés, agregó que les entregaría un mensaje secreto del Dios Atón. El faraón ya repuesto y animado por su esposa real, invitó a Valentino a pasar a una estancia cercana, mientras los demás, con Muchosnombres y el señor Destino, se desplazaron a una gran sala donde había mesas con numerosas bandejas con pescados, carnes, dátiles y frutas frescas; también cántaros con jugos y néctares. Varios sirvientes se acercaron a Muchosnombres y al señor Destino para ofrecerles comida y bebida. Como conocían perfectamente las normas elementales del protocolo de la corte de Amarna, inmediatamente aceptaron y comenzaron a degustar los abundantes manjares, mientras la corte en pleno, sin pronunciar palabra, los miraba embobados comer. Rompiendo el embarazoso silencio, el señor Destino exclamó:
- Son los mejores dátiles que he probado en mi vida.
Esta frase rompió el hielo. Quienes los rodeaban comenzaron a mirarse entre ellos, a sonreír y a hacer movimientos de aprobación moviendo su cabeza de arriba abajo.

     Y el señor Destino no mentía, los dátiles eran soberbios. Cuando los ingirió para saborearlos, de inmediato, la pulpa de los frutos explotó en su boca. Los mezcló con una especie de cerveza turbia que generó una mixtura de sabores agridulces, que le hizo percibir una sensación gustativa que le recordó una cena que, en una ocasión, acompañado por Muchosnombres y Napoléon, disfrazado de ejecutivo agresivo, había degustado en el famoso restaurante “El Bulli” de Ferran Adrià, emplazado junto a la cala Montjoi en la Costa Brava Catalana, considerado durante varios años el mejor restaurante del mundo. Le parecieron bocados tan sobresalientes como los de esa llamada Nouvelle Cuisine creada por los mejores chefs y cocineros que, por lo general, solían presumir de estrellas Michelin.

     Mientras los demás paladeaban las exquisiteces de la cocina real del faraón, Valentino comenzó a hacerle a Akenatón las preguntas que tenía en el cuestionario mental que había preparado en días anteriores.

     Entre otros comentarios, Akenaton explicó que cuando decidió venir de Tebas, Tell el Amarna era un erial.
- Elegí este lugar por la cantidad de días con sol que tiene. Es un sitio ideal para estar en contacto con Atón, nuestro Dios – explicó el faraón.

     Cuando Valentino quiso saber por qué había decidido romper con la religión politeísta, Akenatón lo miró mansamente y le explicó que Atón, su Señor, se lo había ordenado. Comentó que éste le había explicado que era necesario, porque la corrupción religiosa había llegado a cotas tales que, incluso, ponía en peligro la supervivencia del propio Egipto. Agregó que las supercherías estaban debilitando la voluntad de sus súbditos hasta el punto que en caso de una invasión, podrían ser arrollados por los ejércitos de reinos extranjeros, aquellos que desde siempre, habían mirado con ojos ávidos las riquezas de Egipto.

- ¿Tan grave era la situación?
- Sí. La religión dejó de ser un instrumento de liberación y por la codicia de la clase sacerdotal que seguía a Amón, se había transformado en una herramienta de opresión y desigualdad. Los pícaros, y las mafias religiosas y políticas se habían enriquecido como nunca antes había sucedido en Egipto – e insistió- Fue mi Señor Atón quien me dio la orden de romper aquel nudo de iniquidad y liberar a Egipto.



miércoles, 10 de septiembre de 2014

Madrid, miércoles 10 de septiembre de 2014.

Estimados lectores:

Para facilitarle la lectura a aquellas personas que no hayan leído nunca este relato, o que hayan leído sólo algunas entregas, a continuación les transcribo las direcciones de las 46 entradas que he publicado hasta la fecha.



Les sugiero que para entender mejor la trama de este relato mágico que está tejido con hebras de amor y desamor, de sexo y de ternura, y de vida y de muerte, comiencen a leerlo por la entrega Nº 1.


Entrega 1 (comienzo).

Entrega 2.
Entrega 3.
Entrega 4.
Entrega 5.
Entrega 6.
Entrega Nº 7.
Entrega Nº 8.
Entrega Nº 9.
Entrega Nº 10.
Entrega Nº 11.
Entrega Nº 12.
Entrega Nº 13.
Entrega Nº 14.
Entrega Nº 15.
Entrega Nº 16.
Entrega Nº 17.
Entrega Nº 18.
Entrega Nº 19.
Entrega Nº 20.
Entrega Nº 21.
Entrega Nº 22.
Entrega Nº 23.
Entrega Nº 24.
Entrega Nº 25.
Entrega Nº 26.
Entrega Nº 27.
Entrega Nº 28.
Entrega Nº 29.
Entrega Nº 30.
Entrega Nº 31.
Entrega Nº 32.
Entrega Nº 33.
Entrega Nº 34.
Entrega Nº 35.
Entrega Nº 36.
Entrega Nº 37.
Entrega Nº 38.
Entrega Nº 39.
Entrega Nº 40.
Entrega Nº 41.
Entrega Nº 42,
Entrega Nº 43.
Entrega Nº 44.
Entrega Nº 45.
Entrega Nº46.


domingo, 24 de agosto de 2014


Akenatón se desmayó de la emoción al ver aparecer a Valentino, a Muchosnombres y al señor Destino 
en medio de un rayo de luz que lo encegueció

Entrada 46
Fotografía de una momia egipcia realizada por Aquiles Torres en el Museo Arqueológico Nacional(Madrid)


     Y volando, los tres siguieron el curso del río Nilo.

     Cuando Valentino vio Tebas desde el aire, recordó que el sujeto de su entrevista, Akenatón, había sido coronado en esta ciudad mítica. Y que ostentando el rango de faraón de Egipto había vivido en esta ciudad durante siete años antes de ordenar el traslado de la corte y de su gobierno a Tell El Amarna. Fue en Tebas, quizás hastiado de los excesos de la casta sacerdotal, donde comenzó a cuestionar los cimientos de la religión politeísta que hasta ese momento había dirigido la espiritualidad de los egipcios durante siglos. Y fue en esa ciudad, antes conocida como Waset, donde ordenó que el pueblo egipcio comenzara a adorar a un solo Dios: Atón.  

     Aunque Valentino físicamente no la experimentaba, los viajeros del tiempo se desplazaban a una gran velocidad, tanta, que a los pocos minutos apareció bajo sus ojos la primera catarata del Nilo. 

     Un rato después Valentino se quedó impresionado cuando el señor Destino, con el dedo índice de su mano derecha indicando hacia abajo, le señaló la ciudad mandada a construir por el faraón Akenatón, conocida como Tell El Amarna, que ahora era el corazón y el cerebro de Egipto. Aunque se había documentado bien, a Valentino le pareció una urbe más grande de lo que se había imaginado, tomando en cuenta que estaba viviendo una realidad anterior en más de 3350 años a su propio tiempo, aunque mil años después de la construcción de las grandes pirámides mandadas a construir por los faraones Keops, Kefrén y Micerino. De norte a sur, Tell El Amarna tenía 15 kilómetros de extensión. Pudo ver perfectamente el trazado de sus callejuelas, palacios y templos situados en el corazón de la población, que se destacaban de las pequeñas construcciones del pueblo llano que parecían rastrojos en un campo de cebollas.

     “Casi no puedo creer que allí, en algún lugar, ahora están Akenatón y Nefertiti”, pensó el reportero.
- ¿Qué te parece la ciudad, Valentino? – Lo interrogó Muchosnombres.
- Me parece una obra descomunal. Más aún teniendo en cuenta que ha sido construida en medio del desierto y sin  la tecnología que tenemos en el siglo veintiuno.
- Debemos bajar ¿Estás nervioso?
- Sí, lo estoy. Sobre todo pienso en cómo llegaremos hasta el faraón…en cómo conseguiremos ser recibidos por él.

     El señor Destino repitió la frase “…cómo llegaremos hasta el faraón…cómo conseguiremos ser recibidos por él” y lanzó una de sus acostumbradas sonoras carcajadas. Luego, con rostro serio, le explicó:
- No te preocupes; ya está arreglado. Hace una hora él ha recibido un mensaje de Atón. Su Dios le ha informado que tres mensajeros suyos llegarán desde el cielo. Probablemente también ya habrá informado y advertido a Nefertiti y a todo su cuerpo de sacerdotes, escribas, criados, concubinas, guardias y familiares que hoy ocurrirá un “milagro”.
- ¿Un milagro?
- ¡Hombre!…es un decir. Tú y yo sabemos que los milagros no existen. Me refiero a un hecho extraordinario, sombroso, sin explicación para ellos.

     Y fue entonces cuando de la nada, Valentino, Muchosnombres y el señor Destino, envueltos en una luz cegadora acompañada de un fortísimo estruendo y sonido de fanfarrias, se aparecieron frente a Akenatón.

     A pesar de su rango de faraón, el más alto y sagrado de Egipto, Akenatón primero sufrió un profundo golpe emocional que le produjo un desvanecimiento que, durante unos segundos, le hizo perder su verticalidad y la conciencia. Luego, aún tambaleante y casi sin poder ver, se lanzó al suelo como muestra de sumisión. 

     Los centenares de hombres y mujeres que lo acompañaban, entre los que estaban parte de la familia real, importantes cargos y otros empleados de mayores o menores rangos, sintieron más temor aún al ver a su Señor en unas circunstancias inimaginables, nunca vistas antes. De inmediato, todos, despavoridos y con sus corazones latiendo desenfrenadamente, imitando a su Señor, se lanzaron también en plancha al suelo. Lo que estaba sucediendo, probablemente, era lo más insólito que habían visto y verían mientras vivieran. Era un acontecimiento extraordinario que formaría parte de las anécdotas que transmitirían a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Y, probablemente, los hijos de los hijos de sus hijos a sus correspondientes descendientes.

- ¿No crees que te has pasado un poquito con los efectos de luz y sonido? – reclamó Valentino a Muchosnombres.
- ¿Que me he pasado? ¿Es que no sabes que de la intensidad de los primeros estímulos dependen las reacciones que vendrán después?
- Si tú lo dices.
- ¡Sí, yo lo digo! Y tú, como un comunicador profesional que eres, lo sabes muy bien. ¡Vamos Valentino, actúa!. Dirige tú el encuentro – le ordenó telepáticamente Muchosnombres a Valentino.
- ¿Qué digo?
- ¿Cómo qué digo? Estás acostumbrado a hablar en público, a hacer entrevistas a sabios y a villanos y ahora preguntas qué dices. ¡Improvisa! ¿Es que no trabajas en comunicación? Entra a matar. Están esperando que uno de nosotros les dé una orden. Si no lo hacemos pueden seguir así horas. Recuerda que para Akenatón y los suyos nosotros somos enviados de su Dios. ¿Eres capaz de imaginar la emoción que estarán sintiendo? Piensa que creen que podrán conversar con emisarios de su deidad. ¿Qué sentirías tú si en medio de la noche, se te apareciera, repentinamente, un portavoz de tu Dios?
- Miedo, yo sentiría miedo. Ya sabes que no creo en Dios. creería que es un delincuente que ha entrado a robar.
- ¡Vamos! No empieces con excusas huevonas. Colabora un poquito…no te acojones ahora  ¡Creatividad, amigo, creatividad! Aprovecha a comenzar a hacer ahora mismo tu entrevista, que es a lo que hemos venido. Lo tienes ahí a tus pies, dispuesto hasta confesar que en el futuro matará al Presidente Kennedy.

Finalmente Valentino pudo reaccionar.
- ¡Levántate! – le ordenó Valentino a Akenatón en un idioma que jamás había hablado, pero que en ese instante mágico pasó a ser como el suyo de toda la vida.

     El faraón estaba lívido, demudado, intensamente emocionado. Es normal, no todos los días uno puede tener a un metro de distancia, mirar a la cara y dialogar con tres comisionados de Dios.

     Debido a que Akenatón continuaba sin reaccionar, Valentino volvió a demandarle que se irguiera. Sólo entonces, el faraón y Señor de Egipto comenzó a dar señales de vida y, con movimientos torpes, terminó de alzarse del todo.
















viernes, 4 de julio de 2014

Valentino, Muchosnombres y el señor Destino entraron a Egipto volando.


Entrada 45


"Atardecer", fotografía realizada por Aquiles Torres


     Después de pasar varias horas consultando algunos libros que trataban sobre la vida en el Egipto durante la Dinastía XVIII, Valentino decidió irse a dormir. Miró su reloj. Eran casi las dos de la madrugada y estaba cansado. Cuando terminaba de cerrar el libro que trataba sobre la vida en el harén del faraón Amenhotep III, padre de Akenatón, intempestivamente, aparecieron en la estancia la escultural Muchosnombres acompañada de su lugarteniente el señor Destino, quien venía con su cabeza totalmente rapada y brillante como una bola de billar; y con un piercing dorado en su nariz.
Aunque el periodista ya estaba acostumbrado a estas visitas y encuentros imprevistos, esta vez se asustó y reaccionó dando un salto.

- ¿Qué te pasa? – le espetó Muchosnombres,
- ¿Que qué me pasa….que qué me pasa? ¿Crees que es normal aparecer de la nada en medio de la noche?

     El señor Destino, sarcástico como acostumbraba ser, le imitó a la perfección su voz repitiendo su frase “¿Que qué me pasa…que qué me pasa?”, mientras daba saltitos sincopados para hacer más cómica la escena. Luego, como era habitual en él, se comenzó a reír a mandíbula batiente acariciándose su cabeza desnuda. Cuando dejó de reír le comentó a Valentino: “¿Sabes por qué me he rapado mi bella cabellera?
- No – contestó Valentino.
- Lo he hecho por ti. Quiero que Akenatón crea que realmente soy un egipcio. Completaré mi atuendo con un faldellín de lino real, y como hablo todos los idiomas que habéis creado los hombres, podré hacerte de intérprete.

     Muchosnombres, en cambio, lo miró seria y le soltó una retahíla de reproches, cerrando el largo rosario con una frase final suave, pero punzante como una daga:

- Valentino querido ¿Cuántas veces te he repetido que no existe lo que tú llamas “tarde”? 
- Muchas veces, pero a pesar de tu afirmación, para mí son las dos de la madrugada. No es que crea yo que es tarde, es que para mí sí es tarde. Y, además, estoy cansado.
- Amigo, ¿Por qué te cuesta tanto entender que no es ni tarde ni temprano ni antes ni después? Intenta aceptarlo. Quizás así no te cansarías tanto. Existe sólo lo que tú llamas “ahora”. Cuando lo aceptes vas a sentirte más libre y serás más feliz.
- Vale, Muchosnombres. Tienes razón. Aunque estoy cambiando respecto a hábitos como éste de la rigidez del tiempo, todavía me quedan residuos que a veces me producen infelicidad.

- Vale…vale, no ha pasado nada, ven, para que cambies tu humor, quiero abrazarte y acariciarte ¿Sabes que estás muy guapo y atractivo? Si tantas mujeres querrían estrujarte entre sus brazos ¿por qué yo no? – Y sonriente, Muchosnombres lo abrazó. Luego, suavemente, acercó sus labios a los de él. A continuación, con una gran carga de sensualidad, le introdujo su lengua en su boca para juguetear con la del periodista que estaba perplejo.

     Valentino se sorprendió porque Muchosnombres nunca había hecho una incursión tan profunda en él. Tanto así que le produjo una excitación que desembocó en una erección intensa. Muchosnombres se percató y deslizó su mano hasta el miembro del periodista. Se lo apretó diciéndole: “¡Mmm! ¿No dijiste que estabas cansado? ¿O es la hora en que las serpientes salen de cacería? Por ahora sólo un beso, machote; luego quizás algo más” – y agregó -  Tienes diez minutos para prepararte. Nos largamos para lo que tú llamas “el Egipto de hace tres mil trescientos cincuenta años atrás”.

     En realidad Muchosnombres se lo dijo para que psicológicamente se preparara para cambiar de situación. Porque para ella no era lo que los seres humanos consideraríamos un viaje. Se trataba, simplemente de cerrar, abrir los ojos y encontrarse en otra realidad que para la mayoría de los mortales estaba enterrada. Sólo existía en los museos y en los libros de historia antigua. De todos modos Valentino, en menos de diez minutos, se vistió con ropa de color caqui, cogió su mochila donde solía llevar una tablet, una cámara fotográfica y una grabadora, y exclamó: “estoy listo”.  
- Muchosnombres, quiero pedirte un favor.
- Pídelo.
- Antes del encuentro con Akenatón, siguiendo el curso del río Nilo me gustaría sobrevolar el Egipto de la Dinastía XVIII.
- ¡Concedido tu deseo!

     Y nada más oír la respuesta de Muchosnombres a su petición, Valentino se vio volando como un pájaro, pero sin mover ni un músculo. No sintió miedo. Ya se había acostumbrado a estas sorpresas que le regalaba aquella mujer extraordinaria.

     Entraron, por decir algo, desde el Mar Mediterráneo. La visión era maravillosa. Tenía conciencia que abajo había varias civilizaciones que en su siglo veintiuno ya no existían: entre otros, los Hititas; los reinos de Mitanni, de Urartu, de Frigia, de Elam; el Imperio Asirio y el Babilonio. Y, por supuesto, el Egipto de faraón Akenatón.

     Desde el aire pudo ver el espectacular delta del Nilo que parecía una inmensa tela de araña.

- Mira Valentino, bajo tus narices tienes el Bajo Egipto. Y a tu izquierda el Mar Rojo. Y más allá el reino de Mitanni. Y allí puedes ver Tebas. Tell El Amarna, que es adonde vamos, está a unos 300 kilómetros más adelante, siguiendo el río.

    Allí, en ese preciso instante, en el gran templo de Tell El Amarna, sin que el faraón supiera que venían visitas volando por el cielo azul de Egipto, Akenatón, acompañado de Nefertiti, comenzaba a oficiar una ceremonia en honor al dios Atón.