Valentino y
Michelle entraron a un cielo
de placer que los hizo perder la razón.
Entrega 42
Fotografía realizada por Aquiles Torres
en "El Pueblito" de Los Dominicos (Santiago de Chile)
Apenas Muchosnombres y el señor Destino desaparecieron del departamento
de Michelle, porque fue así, no se fueron, se esfumaron, Valentino y Michelle
se ducharon y se cambiaron la ropa que habían usado para ir a Isla Negra.
Cuando terminaron, vestidos sólo con albornoces, salieron a la pequeña terraza
y allí, mirando cómo el sol de la tarde teñía de rojo la nieve de la Cordillera
de los Andes, comieron fruta y bebieron té a la naranja. Luego, sin decirse
nada, se levantaron de sus sillones y se fueron al dormitorio.
En el dormitorio Michelle le confesó al periodista que estaba feliz de
que hubiera venido y decidido quedarse un par de días con ella. Le confidenció que estaba consciente
que sus sentimientos eran mucho más profundos que los de él, pero que no le
importaba. Que lo entendía, que las circunstancias eran las que eran.
- ¡Qué bien que pienses así! Aunque la vida no es
perfecta creo que vale la pena vivirla – le contestó Valentino.
- Estoy de acuerdo contigo; y te aseguro que intento
vivirla con intensidad cada día. Y cuando digo con intensidad me refiero a ser
consciente que cada instante sólo lo vivo una vez y que no se repetirá jamás.
Por ejemplo, no sabes lo afortunada que he sido mirando en silencio la cordillera contigo. Y parecerá una cursilada, pero incluso el pensar en ti y en nuestra
complicidad me ponen contenta.
A continuación, mirándolo a los ojos le reiteró que a ella le bastaba
que existiera entre ellos una relación especial, casi secreta. Que pudieran
hablarse por teléfono y charlar por Internet cuando quisieran, que aunque fuera
de vez en cuando tuvieran la alegría de verse en Chile o en Madrid, o en algún
otro lugar del mundo. “Todo eso me hace feliz”, le expresó. Y terminó
platicándole: “Me gustaría invitarte a México”.
- A mí también me gustaría ir a tu país. ¿Sabes? Justamente
en mi lista de entrevistas tengo a tu compatriota Frida Kahlo. Para “entrevistarla”
y escribir sobre ella deberé ir a la casa donde vivió.
- Pero Valentino ¿Eres consciente que Frida murió el año cincuenta
y cuatro del siglo pasado?
- Lo sé, lo sé. Pero ya sabes que la originalidad de esta
serie de entrevistas radica en que son a personas revelantes que ya no existen.
Por eso he comenzado por Neruda y he venido a Chile. Neruda ya no existe, pero
lo he visto y lo sentido. Y mi próximo objetivo es el faraón Akenatón. Iré a
Egipto tras sus huellas, a la zona donde ordenó levantar la ciudad de Tell-el-Amarna.
Es muy importante para mi trabajo pisar el lugar donde estos personajes
vivieron una época de su vida. Aunque de Tell-el Amarna sólo queden vestigios,
estoy seguro que su energía y la de su bella mujer Nefertiti no habrán
desaparecido del todo. Creo que siempre quienes han vivido en un lugar que han
amado dejan señales.
- Entonces para hacer el trabajo de Frida deberás conocer
la Casa Azul en Goyoacán, donde nació, vivió y murió. Así, de acuerdo a tu
teoría, contestará a tus preguntas y podrás empaparte de ella.
Mientras hablaba de Frida Kahlo Michelle se desplazó a través del cuarto
hasta el aparato de música. Eligió un disco compacto y lo puso en el
reproductor. La habitación se llenó de una melodía alegre, juguetona y picante
de una samba brasileña. La mujer cerró sus ojos y comenzó, en forma casi
imperceptible, a mover su cuerpo de manera cadenciosa al compás de la música.
Poco a poco fue entrando en una especie de trance más profundo. Valentino no
quiso romper el hechizo y, sigilosamente, se sentó en el suelo, en un rincón,
encima de una alfombra de lana roja. Desde allí continuó presenciando el
espectáculo. A medida que los movimiento de Michelle se hacían más y más
armónicos se percató que nunca antes había visto bailar a una mujer con tanta
gracia, pasión y sensualidad. Mientras el periodista hacía el papel de
espectador único, Michelle seguía bailando con todo su cuerpo: con sus piernas,
con sus brazos, con sus caderas, con su boca, con sus ojos. En medio del fragor
de los armónicos movimientos comenzó a deslizar sus manos por sus piernas, por
sus caderas, por su cintura y por sus pechos. Cuando llegó a su cabeza, con sus
dedos desordenó su abundante cabellera ensortijada y la comenzó a mover de
izquierda a derecha con furia, como si se hubiera desencadenado un vendaval
sobre ella. Luego entreabrió sus ojos y lo miró desafiante, de una forma
similar a como lo hacen los toreros cuando invitan a un toro a acercarse a ellos
para luego esquivarlos con su capote. Con este gesto Michelle consiguió saturar
hasta tal punto de energía sensual la atmósfera que Valentino experimentó una
erección sin siquiera tocarla.
La provocativa danza de Michelle le recordó a Valentino el baile de
Brigitte Bardot en la película francesa “Y dios creó a la mujer”. En una escena
en que Brigitte, vestida con un body negro y una ceñida falda verde, con una
abertura hasta la cintura, bailaba al compás de una melodía tropical que
interpretaban seis músicos con tambores, maracas y otros instrumentos, delante
de los actores Curd Jürgens y Jean-Louis Trintignant. A medida que la secuencia del film avanzaba, la música
se iba haciendo cada vez más intensa. La temperatura de la música subió tanto
que llevó a la Bardot junto a un espejo en el cual restregó su cuerpo con
ansias. Luego comenzó a acariciarse desesperadamente, dando a entender que deseaba
que unas grandes manos de hombre palparan su cuerpo. Ante la orden de que dejara
de bailar de esa manera tan provocativa, la Bardot respondía agitando incluso
más su cabeza, como diciendo “no, ya no puedo parar, ya crucé la frontera,
ahora sólo quiero sentir placer”. Repentinamente Michelle lo liberó de sus
recuerdos, lo jaló y lo apretó contra ella. Así, anudados, se prepararon para
la dulce contienda del sexo que ambos sabían que vendría después. Finalmente, mirándose
a los ojos con deseo, terminaron de bailar juntos.
Cuando terminaron la danza, sin romper la magia, comenzaron a besarse y
a morderse los labios desesperadamente hasta terminar fundidos el uno en el
otro. A los pocos segundos parecían animales destrozándose la piel de tanto acariciarse.
En pocos minutos entraron en un trance amatorio profundo, en una burbuja de
suspiros de la que ya no pudieron escapar. La mexicana le suplicó que le dijera
al oído que la amaba. Cuando él lo hizo, Michelle, a través de un hilillo de
voz que le salía a borbotones de sus labios, comenzó a exclamar sofocada: “Yo
te amo, mi amor, yo te amo”,
Las caricias precisas y profundas, bellas como arabescos, hicieron que
los dos cuerpos ya desnudos parecieran repetir un juego de malabarismo mil
veces ensayado. Los besos ardientes comenzaron a causar estragos en los dos. Así,
temblando de ansias por devorarse, cayeron encima del lecho donde la lengua de
Valentino, como la reja de un arado, fue tatuando surcos zigzagueantes en la
piel de Michelle. En el fragor del deseo la muchacha sintió en su sienes la percusión
ronca de un tambor mezclada con los latidos de su corazón que bombeaba sangre
hasta su sexo. Cuando Valentino comenzó a penetrarla la maraña de placer que ambos
experimentaron fue tan intensa que llegaron a pensar que morirían de felicidad.
En ese momento, quizás por su asociación al placer que estaba experimentando, Michelle
recordó “le petit morte” de la que solían hablarle sus amigas francesas, y comenzó
a sollozar y a gritar “soy feliz soy feliz, quiero que este momento no acabe
nunca”. En medio de la algazara Valentino le contestó con un susurro
entrecortado: “Yo también”. Y así los dos, simultáneamente, entraron a un cielo
que los hizo perder la razón.
La mañana siguiente durmieron hasta tarde. Mientras desayunaban
Valentino le preguntó dónde podría comprar un regalo original para su amiga Violante,
la coleccionista de cosas bellas, la que siempre era generosa con él.
- Podríamos ir a “Los Dominicos”. Y además de hacer tus
compras, podríamos comer allí.
- ¿Qué son Los Dominicos?
- Es un zona comercial de artesanos, con varias
callejuelas y decenas de pequeñas tiendas y talleres, construidos y dispuestos
de forma tal que parecen un pequeño pueblo campesino chileno. Por esta razón
también lo llaman “El Pueblito”.
- ¿Es lejos?
- De donde estamos ahora no. Incluso para no tener que
conducir podemos ir en Metro. La línea uno termina justamente al final de la
avenida Apoquindo, en la estación Los Dominicos. Desde donde estamos hasta allí
tardaríamos menos de quince minutos en llegar.
- Es una buena idea, así tengo la oportunidad de conocer
algo más de Santiago.
A Valentino le encantó “El Pueblito”. Degustaron una ensalada de tomates
y cebollas, empanadas de horno y, de postre, se sirvieron “mote con huesillos”,
sabor que él experimentaba por primera vez. También compró una inmensa bandeja
de madera tallada en una sola pieza, que sería el regalo para Violante. Cuando
la eligió, comentó: “Me gusta porque es una obra de arte”. En otro lugar, donde
vendían cajas de madera, Valentino preguntó si mientras comían podían hacerle
una de pequeño tamaño pero con dos cerraduras y con dos llaves diferentes. Cuando se la entregaron y la tuvo en sus manos se la regaló a
Michelle.
- Aunque la tendrás tú, esta caja será tuya y mía - le dijo.
- Gracias Valentino, pero ¿Por qué dos cerraduras y dos
llaves diferentes?
- Porque será un objeto que formará parte de nuestro
juego. La pedí pequeña para que cuando viajes y nos juntemos la lleves contigo
sin dificultad. Cada vez que nos despidamos cada uno escribirá algo que
depositaremos en la caja. La cerraremos y cuando nos volvamos a ver, como
tendremos las dos llaves, una tú y otra yo, la podremos abrir y tú leerás lo
que haya escrito yo y yo lo que hayas escrito tú. ¿Te parece bien?
- ¡Me encanta la idea! – Exclamó Michelle riendo y poniendo carita de picardía.
- ¿Te das cuenta con lo poco que uno puede a veces ser
feliz? – Afirmó Valentino utilizando una pregunta.
Al otro día Michelle lo acompañó al aeropuerto de Santiago de
Chile. Su avión de la compañía Iberia salía al mediodía. Antes de darse el último beso, Valentino le comentó un tanto fastidiado, y quizás pensando en la forma en que se había acostumbrado a viajar con Muchosnombres, que le esperaban catorce horas de vuelo antes de avistar Europa. Calculó que llegaría casi de madrugada a la capital de
España, a la hora en que se apagan las luminarias de las calles y muchos
madrileños comienzan a levantarse para iniciar un nuevo día.
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