lunes, 18 de abril de 2011

Viaje a Valencia (cuarta parte)

Capítulo Nº 12.
Trenes de alta velocidad en la estación de Atocha


     Mientras conversaba con Muchosnombres, el tren de alta velocidad seguía devorando kilómetros. Casi sin darme cuenta me percaté que ya nos encontrábamos en la mitad del trayecto, a poco más de media hora de Valencia, porque ya habíamos dejado atrás Cuenca y nos acercábamos a Requena.


     Me satisfizo que Muchosnombres dijera respecto a nosotros los humanos: "La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución". Preferí callarme durante un rato y pensar en ello. Esa frase de Muchosnombres era una forma de reconocer el esfuerzo de todos los individuos que hemos conformado la cadena de homínidos, cuyo último eslabón somos ahora nosotros los homo sapiens sapiens, en pleno despegue, aunque prácticamente comenzando a entender el mundo y a domar la naturaleza.


     Es una realidad que, desde que aparecieron nuestros primeros antepasados sobre la faz de la tierra, apenas han transcurrido un par de millones de años.
Aunque a nosotros los humanos nos parece un espacio de tiempo que da para mucho, bien pensado es un suspiro en escala cosmológica. Así y todo, en este "breve período" temporal, mientras las decenas de miles de especies que han compartido y comparten el planeta con nosotros han dedicado todo su tiempo a sobrevivir, a mirar a su exterior y a propagarse, nosotros, además de todo eso, hemos mirado hacia nuestro interior y hemos sentido la curiosidad de preguntarnos de dónde venimos, en que lugar vivimos, qué hay más allá, por qué estamos aquí, y hacia donde vamos.


     Pese a todas nuestras limitaciones, que son muchas, en este corto espacio de tiempo, hemos podido inventar herramientas, máquinas, artilugios y métodos prodigiosos para crear una "cáscara" de sobrenaturaleza que, para bien o para mal, ha cambiado el planeta. Todo esto gracias a que nuestro cerebro se ha transformado en el más evolucionado de todos los seres vivos que poblamos la tierra. El tener un cerebro más desarrollado que los demás inquilinos de esta nave común, nos ha dado ventajas añadidas muy importantes. Por ejemplo nos permitió darnos cuenta que trabajando en equipo
podíamos satisfacer mejor nuestras necesidades básicas, como la seguridad y la alimentación. Fue gracias a que nos empezamos a alimentar mejor que conseguimos un mayor desarrollo cerebral. A su vez el trabajar en equipo nos obligó a crear una forma de entendernos con los demás, a comunicarnos entre nosotros. Puede que por esta razón, hace unos doscientos mil años, emitimos los primeros sonidos que, más tarde, conformarían el lenguaje. Es posible que esta necesidad forzara a nuestro organismo a generar una proteína denominada "FOXP2" situada en el cromosoma 7. En la actualidad está científicamente demostrado que la capacidad de hablar de nuestra especie fue posible debido a que los neandertales tenían en su organismo esta proteína. 


     Todas estas circunstancias y factores a nuestro favor, nos permitieron conseguir algo que ningún otro ser vivo, por lo menos en este planeta, ha conseguido: comunicarnos, hacer públicas nuestras ideas, representarlas y compartirlas. Primero fue con un lenguaje primario, después con ideogramas elementales, luego creando y utilizando códigos más complejos. Inventamos la escritura cuneiforme hace apenas unos siete mil años. Lo hicimos utilizando estiletes sobre tablillas de barro blando. Con este invento extraordinario que es la escritura, pudimos comenzar a entregar a la generación siguiente todo un caudal de conocimientos y experiencias que, de este modo, podían quedar registradas en un soporte físico. El conseguir "imprimir" nuestras ideas fue decisivo para progresar.


     Tal como se han desarrollado las cosas, probablemente en el futuro, mediante la ingeniería genética, podamos modificarnos a nosotros mismos y dar un salto cualitativo en la capacidad de comprender ciertos arcanos de la realidad, que ahora mismo, tal como somos, es imposible dilucidar. Sería algo así como que a nuestro "hardware", que es nuestro cuerpo, le agregáramos un "software" con un sistema operativo diez, cien o mil veces mayor que el que traemos de origen. Quizás esta sería la forma de entender algo más a Muchosnombres, averiguar por qué estamos aquí, y enterarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos.


     A pesar de toda esta lucha intensa y dolorosa por sobrevivir, muchos niños del siglo XXI, e incluso algunos adultos, creen que todos los adelantos que ahora nos rodean han existido siempre, que venían con la naturaleza. Entrar a una habitación a oscuras, apretar un botón y hacer que la estancia se ilumine lo consideran como lo más natural del mundo. Y, sin embargo, sólo hace ciento ochenta años, en 1831, un científico llamado Faraday consiguió producir corrientes eléctricas. Y cuarenta y ocho años más tarde, en 1879, otro hombre de ciencia, Thomas Alva Edison, inventó la primera bombilla eléctrica. La electricidad pareciera ser un invento más, pero gracias a la electricidad, en mayor o menor medida, otros muchos inventos han podido ser fabricados y pueden funcionar, como por ejemplo el telégrafo, la radio, la televisión, el láser, los computadores, la Tomografía Axial Computarizada (TAC) e, incluso, el Acelerador de Partículas. También utilizamos la electricidad para hacer subir y bajar los ascensores, para conservar los alimentos, iluminar los quirófanos, hacer funcionar las incubadoras...en fin, no se concibe el mundo actual sin la electricidad.


     Y todo se debe a la "máquina" más perfecta que poseemos los hombres: nuestro cerebro. Si no ¿Cómo se puede explicar que Eratóstenes, hace unos veintitrés siglos atrás, sin más herramientas que su cerebro, pudiera calcular la circunferencia de la tierra en 250 estadios, equivalentes más o menos a 40.000 kilómetros, tomando en cuenta que ahora sabemos que la cifra exacta es 40.070 kilómetros? 


     Estaba pensando en todo esto cuando Muchosnombres, dulcemente me dijo:
- He estado oyéndote en silencio, Valentino.
- Pero si yo no he hablado. Sólo he estado pensando en un montón de cosas diversas: en la relatividad del tiempo, en nuestra especie, en lo que el hombre ha conseguido crear, en que tienes razón cuando a veces me dices "Esto sucedió hace apenas un instante".
- Lo sé.
- Quizás no me haya dado cuenta y hablara mientras pensaba.
- Mon ami ¿Te tengo que recordar que no necesito que me hables para entender lo que piensas?
- ¿Verdad que puedes leer el pensamiento Muchosnombres?
- Sí, si lo quieres llamar así.
- ¿Es algo así como la telepatía?
- Sí, algo así como lo que llamas telepatía.
- ¿Y yo podría hacerlo?
- Si te empeñas ¿Por qué no?


     Muchosnombres se quedó en silencio mirándome a los ojos y a los pocos minutos me preguntó:
- ¿Me has entendido lo que te he dicho?
- Sí.
- Demuéstramelo, resume lo que te he dicho.
- Has pensado en algo así como "Si estás tan interesado en saber de dónde vienes, te puedo decir que los átomos de tu cuerpo, antes de formar parte de ti, desde la eternidad, han conformado otros organismos inteligentes y no inteligentes, de todas las constelaciones de todos los universos que existen y que han existido".
- Sí, me has entendido relativamente bien.
- ¿Y cuando muera qué me sucederá?
- ¿Cuando mueras?
- Sí, cuando deje de ser yo y desaparezca.
- Nunca desaparecerás del todo. Cuando se desorganice tu cuerpo actual ni yo sé qué ocurrirá con tus partículas, porque es un juego en el que no quiero influir.
- No te entiendo del todo.
- Digamos que eres como un caleidoscopio. Los trocitos de vidrio transparente son los mismos, pero cada vez que lo mueves y vuelves a mirar, ves una figura diferente.
- Ahora lo entiendo - le dije, y agregué - aprovechando que hoy estás más generosa que otras veces ¿Podríamos ahora hablar telepaticamente del concepto tiempo?
- Me parece que tú quieres saber demasiado, my dear. Mejor dejémoslo para otra vez... ¿Vale?
- ¡Vale! - gruñí yo un tanto desencantado.


     Justo en ese momento comenzamos a entrar a la estación Joaquín Sorolla de Valencia.


Continuará.

viernes, 8 de abril de 2011

Viaje a Valencia (tercera parte)

Capítulo Nº 11.
Jardín Tropical de la Estación de Atocha de Madrid
Antes de salir de mi departamento, Muchosnombres miró de nuevo a través de los ventanales del salón que dan al Real Jardín Botánico y se quedó unos segundos en silencio. Luego bajamos por el ascensor. En la calle nos esperaba un taxi que habíamos pedido por teléfono. Cuando llegamos a la Estación de Atocha eran las nueve y diez minutos de la mañana. El taxi nos dejó junto a las puertas de arriba, las que están al lado del parking público. 


     Cuando el taxista abrió el maletero para entregarnos nuestros trolleys, no aguantó su curiosidad y, sin disimular, le hizo un recorrido visual completo al cuerpo de Muchosnombres, que ese día no llevaba ninguna joya encima. Yo me sonreí, porque entendí que es muy difícil abstenerse de mirar de arriba a abajo y de lado a lado a esta mujer que, por lo menos para mí, es la más hermosa que he visto en la vida real e, incluso en los medios de comunicación. Y ella, que debe estar acostumbrada a ser el centro de atracción allí donde va, en vez de enfadarse por esa mirada lasciva, se despidió del chófer con una sonrisa amplia y con un "Que tenga usted un buen día, amigo".


     El primer edificio de la Estación de Atocha, que fue inaugurada el 9 de febrero de 1851, fue la primera estación de ferrocarril de Madrid. Entonces se le llamó Estación del Mediodía. Posteriormente, debido a un incendio, tuvo que ser reconstruida bajo la dirección de Alberto de Palacio, colaborador de gran Gustave Eiffel. Básicamente es el edificio que conocemos ahora.   
   
     Como hago cada vez que visitó este lugar, antes de bajar por las escaleras mecánicas me quedé mirando el llamado "Invernadero de Atocha", que es un jardín exótico, con plantas tropicales y subtropicales que situaron en medio del antiguo apeadero, e hice unas cuantas fotos. Es realmente hermoso este jardín, y los chorros de vapor de agua que el sistema de irrigación suelta intermitentemente, produce una sensación aún más real de estar junto a una selva tropical.


     Cuando bajamos hasta los pequeños lagos artificiales, comprobé que las pequeñas tortugas que pusieron allí hace algunos años atrás, ahora ya han alcanzado el tamaño de un gato pequeño. Y hay tantas, que las que no están en el agua escondidas entre las plantas acuáticas, tienen que estar, prácticamente, unas encima de otras en las terrazas que les han instalado para que tomen el aire y descansen.


     Íbamos a sentarnos en una de las terrazas del restaurante que está junto a la escultura "El Viajero" del gran artista Eduardo Urculo a tomarnos un café, pero finalmente decidimos irnos directamente a pasar los controles de pasajeros que son similares a los de los aeropuertos. 


     A las nueve y treinta y cinco minutos subimos al aerodinámico tren. Estaba previsto que el convoy saliera a las 09:40. Y a esa hora, ni un minuto antes ni un minuto después, partimos hacia la ciudad de Valencia. 


     Nada más subir nos recibieron con una copa de cava de bienvenida, nos entregaron la prensa del día y la revista "Paisajes". Ambos hojeamos por encima los periódicos. Cuando terminamos de hacerlo, hicimos breves comentarios sobre las principales noticias de actualidad: las repercusiones de la decisión del presidente Rodríguez Zapatero de no presentarse como candidato a una nueva elección, los acontecimientos en libia y, por supuesto, al nuevo terremoto de 7,1 grados que ha estremecido de nuevo al Japón, casi en la misma zona del gran sismo de 9,1 del 11 de marzo recién pasado.


     Aunque teníamos auriculares para escuchar música o seguir la banda sonora de la película, con Muchosnombres preferimos conversar.
- Valencia está junto al Mediterráneo a 352 kilómetros de Madrid. Por lo tanto, como este tren irá a una velocidad media de unos 300 kilómetros por hora, tardará menos de 100 minutos en llegar a la también llamada "Capital del Turia" - le comenté yo a Muchosnombres.
- ¿Y 300 kilómetros por hora te parece rápido, Valentino?
- Sí, para ser un vehículo terrestre me parece rápido; incluso estos trenes pueden llegar a velocidades cercanas a los 400 kilómetros por hora. ¡Imagínate!
- Quizás debíamos haber viajado por el sistema que suelo viajar yo.
- ¿A qué velocidad te puedes desplazar?
- A una velocidad, digamos "instantánea", porque te recuerdo que yo soy todo.
Es como si fuera un viaje a mí misma.
- ¿Y por qué no lo hacemos ahora?
- ¡Bah!... no tiene gracia para mí. Ya lo haremos otro día. Viajar en un Tren de Alta Velocidad, y más encima en clase Club, mirando el horizonte y cómo se suceden los paisajes, es algo digno de saborear. Como este cava Codorníu brut que está en su punto - dijo levantando la copa y mirando a contraluz las burbujas del vino blanco espumoso procedente de Cataluña, de los viñedos de Sant Sadurní D'Anoia.


     Yo me sentía feliz porque Muchosnombres de verdad parecía estar relajada y cómoda. Sentía que realmente estaba allí, sólo para mí, aparentemente sin importarle nada más, aunque su extensión fuera infinita y no tuviera fronteras ni siquiera más allá de un millón de un millón de universos similares al nuestro. Algo en lo que desde que la conocí me había dado en pensar y no había caso, siempre llegaba a un límite donde me decía a mí mismo que allí terminaba todo y empezaba la nada. Y en dos o tres ocasiones en que le confesé lo que pensaba se echó a reír mientras me decía: "Sigue, sigue más allá porque la nada no existe". Y yo le intentaba sonsacar que me descubriera la clave del infinito, pero siempre terminaba riéndose todavía más. Luego me cogía de las orejas, me rozaba mis labios con los suyos y me decía: "¿Por qué quiere saber tanto este cachorro mío?". Y yo, sólo porque me hiciera este mimo, cada vez que la veía le preguntaba de nuevo sobre el infinito. En esta ocasión intenté desviar hacia ese tema nuestra conversación y pensé: "Voy en este tren fabuloso cruzando España, bebiendo una copa de un excelente cava, el que más encima esta hermosura me tire las orejas y a la vez me dé un beso suave, es casi como morir de felicidad". Por esta razón volví a la carga.


- ¿Qué velocidad consideras tú respetable? - le espeté intentando meterla en mi corral.
- A partir de 299.792.458 kilómetros por segundo.
- ¡Fiuuuu!...o sea la velocidad de la luz en el vacío.
- Sí, porque todo lo que baje de esa cifra, digamos que a efectos cosmológicos es baladí. Por ejemplo ¿Sabes cuál es la velocidad mayor alcanzada por una máquina creada por vosotros los humanos?
- No lo sé.
- La sonda "Voyager 1", lanzada al espacio en 1977, se aleja de la tierra a una velocidad de un poco más de 61.000 kilómetros por hora. Junto con su compañera la "Voyager 2" son los ingenios creados por vosotros que están más lejos de vuestro planeta. Pero digamos, aunque existiera sólo un universo, en estas inmensidades mías, decir "más lejos" es casi una broma.
- ¡Vale! ...pero algo es algo.
- Sí, tienes razón que es algo. Lo habeís conseguido gracias a los 17 kilómetros por segundo a los que se desplaza la "Voyager 1". La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución.


(Continuará)

miércoles, 30 de marzo de 2011

Viaje a Valencia (Segunda parte)

Capítulo Nº 10.
Flor del Real Jardín Botánico de Madrid.
    
 El sentir el pie de Muchosnombres en mi entrepierna me puso tan nervioso que al instante me levanté fingiendo que necesitaba más azúcar. Al girarme aproveché a mirarme sin disimulo en un espejo que hay junto a la nevera para comprobar si se me notaba mucho o poco la cara de bobo que sentía que en ese momento tenía.
     Cuando volví a la mesa alcancé a ver a Muchosnombres traspasando la puerta de la cocina sin abrirla. Cuando terminó de desaparecer yo aproveché para pellizcarme los mofletes y comprobar de este modo que lo que me estaba pasando era real. Al final opté también por salir de la cocina e ir al salón a intentar ordenar mis pensamientos. Apenas me senté en el sofá empecé a farfullar:
- Por favor que sea verdad, que sea verdad.
     Al instante Muchosnombres apareció de la nada ataviada sólo con sujetador y bragas. Se sentó en uno de los sillones mirándome con picardía, mientras me decía: "¿Quieres que juguemos a las escondidas?". E ipso facto desapareció nuevamente.


     Cuando quedé solo, desesperado, comencé a darme cabezazos contra un muro del salón para asegurarme que todo aquello que me estaba pasando no era un película. Me estaba dando el tercer golpetazo cuando oí la voz de esa hermosura que no sé desde dónde me llamaba, alargando descaradamente las letras "i" y "o" de mi nombre.
- Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo.
     Cuando oí mi nombre mencionado con esa cadencia melodiosa pensé en el flautista de Hammelin, y entendí porqué todos los pobres ratones del pueblo
lo siguieron cautivados por esa música que debe haber sido mágica.


 Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo - oí de nuevo.
     Esta vez, en vez de calmarme, reaccioné como si me hubieran introducido una guindilla en medio de lo más profundo de mis nalgas, y comencé a girar como peonza intentando dar con el punto desde donde venía la graciosa voz de Muchosnombres. Finalmente salí disparado sin saber exactamente hacia dónde me dirigía.
- Aquí estoy, aquí estoy - empecé a gritar tan desorientado que me tropecé con la mesita de centro del salón tirando por el suelo un juego de matrioskas rusas que había traído el año anterior de un viaje a San Petesburgo. Cuando estaba recogiendo las muñecas del suelo para volver a ponerlas en su sitio oí de nuevo a Muchosnombres.
- Je suis ici, mon cher - lo decía, probablemente, con la intención de darme  pistas para que siguiera el camino más recto hacia donde ella se había instalado.
     Me pareció que estaba en mi dormitorio. Y aunque no lo creí posible me dirigí hasta allí. Y, efectivamente, allí estaba ella tendida en mi lecho, tapada por las sábanas doradas de mi cama, como una una reina cubierta de láminas de oro, flotando en un lago de nenúfares egipcios, envuelta por el mismo aroma que exhalaba su cuerpo cuando ella llegó.
- ¡Oh, my God! - exclamé.


     Debe haberse sorprendido al verme transpirando y con el cabello completamente revuelto, porque con gracia me ordenó:
- Ragazzo, vai a fare la doccia e tornare.
- ¿Qué? ¿Qué dices?
- Que vayas a ducharte y regresas; estás sudando, muchacho.


     Yo cumplí su orden sin chistar y en tres saltos estuve metido dentro del habitáculo del plato de ducha de mi cuarto de baño. De inmediato, en forma automática, giré el mando del grifo hasta el fondo, con tal mala suerte que no me percaté que el selector de temperatura marcaba el máximo. Entonces salió un chorro potente de agua hirviendo que cayó justo encima de mis partes más sacrosantas. Fue tal el dolor que sentí que no aguanté y comencé a gritar como un verraco a punto de ser sacrificado.
- ¿Qué pasa? - preguntó Muchosnombres desde el dormitorio.
- Uf, nada, es que el agua ha salido muy caliente y me he quemado un poquito.
- Pero ¿Es mucho? ¿Por qué pareces tan nervioso?
     "Como para no estarlo", murmuré yo.
- ¿Qué dices?
- Nada nada, ya casi estoy. Ahora me seco y me pongo desodorante.  
     Finalmente enfundado en una bata de color naranja con ribetes marrones entré en forma marcial al dormitorio, intentando aparentar que tenía calculado hasta el último detalle todo lo que estaba haciendo. 
     Aunque notaba cierta parte de mi cuerpo inflamada como una bombilla de 100 vatios, simulaba que todo iba bien y que era el dueño de la situación, y que ese tipo de circunstancias las vivía, por lo menos, día por medio. Me detuve a dos metros de la cama para pensar en cómo dar el siguiente paso y en si iba a ser capaz de dar el subsiguiente. 


Pero fue ella quien me facilitó las cosas porque me pidió:
- Deja caer tu bata al suelo.
- ¿Quéééééé?
- Lo que has oído, no te hagas el sordo, deja caer la bata al suelo.
     Y sin tener otra alternativa, inundado de pavor, me despojé de mi atuendo.
- ¡Mamma mía! - exclamó ella - nunca había visto una cosa tan original. Su aspecto está entre una guinda de un pastel de cumpleaños y una castaña marrón glacé. Ven, ven aquí con mamá.
- ¿Puedo bajar las persianas? - pregunté bajito para no hacerla enfadar.
- Haz lo que quieras, pero ven porque quiero comprobar si lo que veo es de verdad o es photoshop.


     Después que dejé la habitación en penumbras, en puntillas me acerqué hasta el lecho y me metí debajo de las sábanas intentando no moverme mucho. La hermosa mujer se giró hacia mí y me abrazó suavemente. Luego me apretó contra su cuerpo que yo sentí desnudo, y me comenzó a besar como nadie me había besado hasta entonces. En ese instante sentí que empezaba a subir al séptimo cielo y que luego bajaba por un tobogán de jalea de mango.


     "Dí, dí algo Valentino; en estos casos se debe decir algo", me dije a mí mismo. Y al instante le solté:
- Je t'aime je t'aime, mon amour - Y lo hice en francés porque me nació del corazón hablarle en ese idioma. 
- ¿Hablas francés, mi petit gorrión? - me preguntó ella.
- ¡Francés, alemán, rumano, y hasta chino si es necesario! - grité fuera de mí, porque a esas alturas hasta podría haber cantado en arameo y hecho los coros en swahili.
- Cálmate, petit gorrión, cálmate. Ahora quiero que te olvides de todo y que te concentres en mí; que me beses todo mi cuerpo y que me hagas volar como un colibrí - me dijo en un tono bajito pero lleno de electricidad.


     Naturalmente yo obedecí de inmediato. Comencé por besarle su cuello, y cuando iba a empezar a bajar en busca de territorios ignotos, comenzó a sonar la mierda del timbre de la puerta con tanta insistencia que me hizo despertar de mi delicioso sueño. Me senté en la cama sobresaltado, con el corazón latiéndome como un caballo desbocado, sin tener aún conciencia de lo que me sucedía, hasta que me vi reflejado en el espejo de mi habitación, dándole besos y chupetones a mi propia almohada. 
- ¡Me cago en la leche! ¡Lo que me temía! ¡Parecía tan real, pero era sólo un sueño! - vociferé, mientras el timbre volvió a sonar.


Me puse la bata y zigzagueando, intentando centrarme, llegué hasta la puerta.
- Sí - dije yo, y agregué "¿Quién es?".
Entonces una voz femenina que llenó de melodías la estancia, me contestó del otro lado:
- Soy yo chico malo, soy Muchosnombres. Vengo a invitarte a ir a Valencia.-


Ver vídeo del Real Jardín Botánico de Madrid:
http://www.youtube.com/watch?v=O6sagLx1ZCo&feature=related

martes, 22 de marzo de 2011

Viaje a Valencia

Primera parte
Entrega Nº 9.


     Cuando sonó el timbre de mi departamento yo todavía estaba en pijama, asomado al ventanal que da hacia la entrada del Real Jardín Botánico, mirando sin ver. Pensaba en cómo, en caso que sucediere, iría a ser el apocalipsis. Mientras un noticiero de radio informaba sobre los últimos acontecimientos de la intervención militar en Libia ordenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y bautizada como "Odisea del Amanecer". 


     Medio adormilado aún y caminando como un autómata fui hasta puerta y fisgué por la mirilla. "¡No puede ser!", exclamé. Y en vez de abrir me fui directo al cuarto de baño a meter mi cabeza debajo de la ducha hasta dejármela empapada de agua fría para asegurarme que lo que había visto no era una alucinación. El timbre volvió a sonar y esta vez por partida doble. Regresé a la puerta intentando secar mis cabellos con una toalla color arena. Volví a mirar y pensé "Ésta debe ser una jugarreta del señor Destino por haberle dicho cuatro cosas la semana pasada" e, inmediatamente abrí la puerta y me quedé más quieto que una estatua de sal.


     Allí, delante de mí, de cuerpo entero, estaba Muchosnombres en versión femenina, la mujer que desde que la conocí en el café Gijón me había hecho dormir inquieto por las noches; la misma que hacía que a veces me descubriera en plena calle hablando solo, contestando a preguntas que en mi imaginación ella me hacía. Incluso me había sorprendido sentado en el Metro de Madrid recitando y volviendo a recitar ese famoso poema de Lope "Desmayarse, atreverse, estar furioso..." rodeado de gente que me miraba, probablemente, pensando en que estaba loco.


     Muchosnombres tiraba un pequeño trolley. Llevaba el cabello enmarañado y lucía un vestido ibicenco de hilo de color blanco tan fino, que me permitió adivinar el contorno de su cuerpo y darme cuenta que no llevaba sujetador. En su cuello y en sus muñecas portaba hermosas joyas de artesanía en plata. Representaban figuras de águilas tan primorosamente labradas que daban la impresión que en cualquier momento se iban a dejar caer sobre una presa que me hizo pensar "¡Ojalá la presa sea yo!".


- ¿No me invitas a entrar, Valentino? - me dijo con voz sensual y sugerente.


     Pero estaba tan alelado que en vez de reaccionar continué atónito, sin creerme aún que estaba viendo a la mujer de mis sueños, a mi Dulcinea de mis días y de mis noches, a mi Julieta Capuleto de mis amaneceres junto al balcón de Verona.


     La bella mujer, al ver que yo no reaccionaba, avanzó, se acercó a mí y me besó en la comisura de mis labios. Y con sus ojos casi dentro de los míos me dijo sonriendo:
- Cuando me miras pones cara de gato hambriento.


     Cuando percibí su piel tibia sobre la mía, sentí una corriente eléctrica que me recorrió de arriba abajo la columna vertebral, mientras un aroma embriagador envolvió la atmósfera.
     Afortunadamente al fin pude salir de mi atolondramiento y empecé a reaccionar.
- ¡Qué bien hueles! - exclamé.
- Es que vengo con "Giorgio" - me contestó.
- ¿Giorgio?...¿Es que vienes acompañada?
- No tontuelo, Giorgio Beverly Hills, es un perfume que me encanta. Lo alterno con otro que se llama "Metal" de Paco Rabanne. Tienen muchos años, pero ambos son mis favoritos.


     Aunque todavía turbado, finalmente la invité a entrar y dije la frase típica que se suele decir en estos casos:
- Perdona el desorden, pero me acabo de levantar.
- Ya me había dado cuenta; pero no tengo nada de qué perdonarte, mon ami, es tu guarida. 
- Me iba a preparar el desayuno ¿Me quieres acompañar?
- Sí, es una buena idea.
- ¿Qué quieres tomar? ¿Té, café, zumo de naranja, bollos, tostadas, mantequilla, mermelada de naranjas amargas, manjar blanco?
- Un té Ceylán y tostadas con aceite de oliva virgen, por favor.


     Juntos pasamos hasta la cocina y mientras yo terminaba de preparar el té y las tostadas, la beldad me soltó:
- Es muy hermosa la vista que tienes desde aquí. Me encantan los parques en medio de las ciudades. Son como los oasis en los desiertos. ¿Has dormido alguna vez en el desierto?
- No, pero he oído que es una experiencia muy especial. ¿Azúcar o sacarina?
- Aunque no tengo ni tendré nunca problemas ni con mi peso ni con mi figura, al té prefiero ponerle una cucharada de miel.
- ¿Por qué llevas un trolley? ?¿Te vas de viaje? - pregunté.
- Sí, y voy contigo.
- ¿Qué? - exclamé incrédulo.
- He venido a invitarte a las Fallas de Valencia, nunca he visto la "nit del foc" y no quiero experimentar sola esa sensación que dicen que satura los sentidos.


     Estuve a punto de tirar la tetera en la que preparaba el té y empezar a chillar "¡Hurra...hurra viva mi buena suerte!", pero me contuve e intenté disimular la tembladera de piernas que comencé a experimentar en ese momento.


- Valentino ¿No me oyes? Vengo a invitarte a Valencia, tengo reservado hotel y billetes para el tren de alta velocidad.
- Sí, y de paso servirnos una paella en "La Marcelina" ¿Verdad? - dije yo en forma socarrona pensando que era una broma.
- Buena idea, me encanta la paella. Y dicen que en ese restaurante las preparan bien.


     Finalmente nos sentamos enfrentados, y así, mirándonos a los ojos, comenzamos a beber el té que recién había preparado y a servirnos las tostadas que yo había bordado con aceite de oliva virgen.
- ¡Mmmmmm! Es delicioso este té ¿Dónde lo compras? - musitó el angelito.
- ¿Te gusta? Lo adquiero a granel en Barcelona, en una tienda especializada en especias que queda en el carrer de la Princesa, a pocos metros del Museo Picasso.
- Sabe a gloria. Tiene una mezcla de sabores que me agradan mucho. ¿Es una fórmula secreta?
- No...¿Qué va!. Es té Ceylán. Quizás el secreto consista en que, antes de verter el agua hirviendo a la tetera, le agrego unas astillitas de canela y unas rodajas de naranja. Y en algunas ocasiones un clavo de olor.


     Cuando terminé de explicarle mi receta del té se produjo un silencio que me recordó que en algunos pueblos del Mediterráneo, cuando en un grupo, de repente todos se quedan callados, suelen decir "Ha pasado un ángel". En este caso no había pasado, porque el ángel seguía allí frente a mí.


     Aproveché el silencio para mirar sus ojos verdes. Y me di cuenta que según la cantidad de luz que recibían cambiaban de tonalidad. Estaba como hipnotizado cuando, repentinamente, sentí que me rozaban mi pierna derecha. Pensé "es una casualidad". Pero no había sido una casualidad porque el pie de Muchosnombres, como una serpiente, siguió subiendo hasta quedar acomodado en mi entrepierna. Ante esta situación inesperada opté por quedarme quieto como un conejo acosado por un lince ibérico. Y con los ojos a punto de escaparse de mis órbitas oí que me susurraba:
- ¡Mmmmm!... pillín, veo que estás empezando a despertar de verdad.


Continuará.     






lunes, 14 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Cuarta parte.
Entrega Nº 8.


Del capítulo anterior:
     "Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.

- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido".

     La señora dejó un momento el teléfono y le gritó: 
- Han atropellado a Martita; está muy grave en un hospital de Buenos Aires y a continuación la mujer estalló en un llanto histérico.
- No puede ser, no puede ser - gemía él mientras ella se desvanecía desmayada en su silla.
     A mí la verdad es que todo aquello me pareció cruel. Y de mal gusto.  Por lo que decidí sacar un poco de genio ante ese personaje que se le supone con tanto poder, para exigirle que por mí no hiciera esa prueba.
- ¿Que me dices? Situaciones como éstas suceden millones de veces cada día - me comentó extrañado, probablemente porque nunca nadie le había plantado cara.
- No seas cabrón coño, por favor rebobina hacia atrás lo que acabas de desencadenar.
- Valentino ¿Qué sucede? Pero si tú me has pedido una prueba.
- Pero ahora te digo que ya no la quiero; así no.

     Debo haber estado muy convincente porque el señor Destino me miró sin inmutarse y, de inmediato, todo volvió a ser normal. La mujer volvió en sí casi sin percatarse de lo que le había sucedido y el hombre que antes gemía miraba entusiasmado todo lo que en ese momento le ofrecía la vida. A los pocos segundos la pareja continuó bebiendo su sangría, felices de la vida hablando en un delicioso tono porteño "de lo lindo que está Madrid, che".
- Que conste que lo he hecho por ti - me dijo el señor Destino con voz 
conciliadora.
- Gracias ¿Y qué sucederá ahora?
- Nada, no ha sucedido nada.
- Pero ¿recordarán algo ellos?
- Creerán que han tenido una pesadilla, eso será todo. Probablemente llamarán a Martita para decirles que han tenido un sueño feo y ella les dirá que en casa todo está normal.
- Gracias ¿Por qué no haces una prueba positiva? Algo que nos alegre el espíritu.
- ¡Vaaale!...Elige a un chico y a una chica cualesquiera.
     Y yo le enseñé a un chico rubio que estaba sentado en una terraza cercana a la nuestra, en un grupo mixto, formado por chicos y chicas blancos y de color, que parecían ser estudiantes norteamericanos en un intercambio cultural, o por lo menos ésa es la idea que me dieron a mí.
- Es de San Francisco - me confidenció el señor Destino - Está en Madrid en un curso para perfeccionar su castellano. ¿Y quién más?
- ¿Cómo quién más?
- Quiero decir que elijas a otro ser humano, da igual que sea hombre o mujer.

     Observé la diversidad que paseaba y, entre todos, fijé mis ojos en una chica morena con una inmensa mata de cabellos ensortijados maravillosos que portaba una gran mochila a sus espaldas. En la mochila llevaba una pegatina de una bandera chilena. Estaba entusiasmada mirando al grupo que seguía interpretando canciones de amor en el centro de la plaza.
- Esa niña morena, la de la mochila - le señalé yo.
- Es chilena - me dijo el señor Destino - Estudia arte en Santiago.

     Y se produjo un hecho extraordinario que sólo lo había visto en las películas francesas de los años sesenta. Instantáneamente la mujer giró su cabeza y miró al adolescente rubio y le sonrió. Él se puso de pie y caminó hacia ella en el momento justo en el que el cantante empezó a cantar "Bailar pegados". El chico le hizo un gesto para invitarla a bailar. Ella se desprendió de su mochila y comenzaron a danzar cuando se oyó: "Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solos". Y entonces sucedió algo prodigioso. Todos, los que paseaban, los camareros, los artistas que pintaban, los que comían y bebían en las terrazas, un hombre de color que vendía el periódico "La Farola", un grupo de Hare Krishna que atravesaba la plaza, los niños y sus globos de colores, todo se detuvo. Todo quedó congelado como si hubieran sido figuras de cera. Sólo los músicos y el cantante tenían vida. Repentinamente la estrella que el señor Destino tenía sobre la frente se encendió como el sol, y la pareja de danzarines comenzó a emitir luz, igual como lo había visto en el restaurante del Casino de Madrid.
- ¿Qué está sucediendo - pregunté yo.
- Lo que está viendo - me susurró Muchosnombres - ¿Verdad que es emocionante?
- Querías una demostración positiva ¿Verdad? - dijo el señor Destino - pues ya lo ves, he hecho nacer en ellos lo que llamáis amor a primera vista. Ahora de ellos dependerá que su vidas la vivan juntos, entre San Francisco y Viña del Mar; que él sea un ingeniero de energías alternativas y ella una pintora talentosa; que tengan tres hijos; y que mueran muy viejos el mismo día y a la misma hora. Pero te repito, para que todo eso suceda ellos tendrán que poner mucho de su parte. ¿Quién sabe, verdad?
     Y este "¿Quién sabe verdad?" me lo dijo con recochineo, como queriendo decirme "Que eso es lo que va a suceder, inocente, más que inocente"

     Muchosnombres  miró su reloj de bolsillo. Luego nos preguntó:
- ¿Quieren servirse algo más?
     Tanto el señor Destino como yo dijimos que no. Ya era tarde, casi mediodía y, por lo menos yo, tenía otras cosas que hacer.
- Entonces voy a pedir la cuenta - nos dijo Muchosnombres, y agregó - Oye ¿Y por qué este buen hombre ha insistido en que tu cara le parece conocida?
     El señor Destino sonrió y nos contó la historia:
- De acuerdo a mi plan de trabajo, hace quince días atrás facilité las circunstancias para que su mujer le pusiera los cuernos con el mejor amigo de él. Aunque no me veían yo estaba allí. Y lo arreglé todo para que, en forma desacostumbrada, nuestro camarero regresara a su casa tres horas antes de lo previsto. Hubieran visto la cara que se puso cuando entró a su dormitorio y se encontró a los amantes en pelota viva jugando a papá y a mamá. Fue tal su impresión que no se le ocurrió otra cosa que exclamar: "Compadre, hace mucho tiempo que no lo veía ¿Pero qué hace usted metido en mi cama?" Lo dijo de una manera tan inocente que decidí detener la acción. Y me descuidé. Y por unos segundos vio mi rostro reflejado en un espejo.
     
     Muchosnombres lo miró y lo reprendió:
- Creo que te estás haciendo viejo para este trabajo, señor Destino.
- Pero ¿Entonces no ocurrió nada? - inquirí yo.
- Nada de nada, todo quedó en un mal sueño. Como sucedió antes con la pareja de argentinos, aborté la acción.
     Muchosnombres movió su cabeza como dando a entender que no le gustaba mucho lo que acababa de oír, miró su reloj de bolsillo, agitó la mano e hizo un movimiento como de escribir en el aire, indicando que nos trajeran la cuenta. A los tres minutos vino el empleado y volvió a 
mirar a los ojos al señor Destino. Entonces éste le preguntó:
- ¿Sabe por fin porqué mi cara le parece conocida?
- Señor, lo siento, pero por más que lo intento no logro recordar.
- Talvez me ha visto en un sueño - le dijo sonriendo el señor Destino.
     E inmediatamente el camarero saltó como un resorte y dijo con vehemencia:
- ¿Sabe que tiene razón? Tuve un sueño muy desagradable hace un par de semanas, y por alguna razón creo que usted aparecía en él. Debe ser por eso que recordaba especialmente sus ojos.

     Cobró la cuenta y se marchó feliz. Mientras caminaba se golpeaba la palma de su mano izquierda con el puño de su mano derecha, a la vez que decía muy quedo: "Lo sabía...sabía que lo conocía de algo...es que a mí no se me va una".-

martes, 8 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Tercera parte.
Entrega Nº 7.




     Al parecer el camarero que nos atendía debe haber notado que algo extraño había ocurrido en nuestra mesa. Durante las veces que vino a atendernos, más las que pasó cerca de nosotros, vio que éramos dos y, repentinamente,  descubrió que casi por arte de magia había aparecido uno más que él no tenía controlado. Medio descolocado, durante unos segundos se quedó mirando al señor Destino con la boca abierta, como si hubiera visto una aparición, que para él sí lo era.

- Por favor tráigale al señor lo mismo que a nosotros - le ordenó Muchosnombres. Y aunque el hombre algo quiso replicar, al final no dijo ni mu, anotó el pedido, se dio media vuelta y partió raudo hacia la zona de la barra del restaurante donde le entregaban los pedidos que luego servía.

     A los pocos minutos llegó con el bocadillo de calamares para el señor Destino y con una copa de cristal para que bebiera de nuestra botella de Rioja. El pan venía humeante y despedía un aroma que parecía gloria bendita. El señor Destino, que estaba hambriento, de inmediato  le hincó el diente y exclamó: "¡Mmmmm...bocata di cardinale!", queriendo acentuar que estaba exquisito.

     Mientras el señor Destino masticaba el pan con rodajas de calamares fritas en aceite de oliva, el camarero se quedó de pie junto a nosotros, con un gran signo de interrogación en su rostro. Finalmente rompió ese momento glorioso que se produce cuando uno está concentrado saboreando algo delicioso, y le consultó al señor Destino inocentemente:
- ¿Sabe que usted me parece cara conocida?
- ¿Cara conocida? ¿La mía? - le preguntó el señor Destino mientras trituraba el manjar que tenía en su boca.
- Perdone usted, pero creo que lo conozco de algo pero no me acuerdo de qué -
le dijo en forma cándida. Luego entrecerró los ojos. Probablemente intentaba rebobinar algunos recuerdos para conseguir que ese rostro calzara en el puzle que debe haber tenido a medio armar en su cabeza. 
     Muchosnombres acudió en su ayuda para sacarlo de su ensimismamiento, diciéndole en forma gentil:
- A veces también me pasa a mí que una cara me parece conocida y me cuesta acordarme de qué. ¡Ya se acordará, jefe, ya se acordará!.
- Tiene usted razón señor. Espero acordarme antes que se vayan.
     Y el hombre se alejó lentito, repitiendo en voz baja: "¿De qué lo conozco...de qué lo conozco? – Y terminó con un estentóreo - ¿De qué lo conozco, coño?"

     A esas alturas de la mañana la plaza se había llenado de una multitud de gente de toda condición. El murmullo era tan alto que a mí me daba la sensación de tener la cabeza dentro de una colmena de abejas. Pero incluso así alcanzaba a oír los boleros que interpretaba el cantante latino que, acompañado de varios músicos, deleitaba a la concurrencia junto a la estatua de Felipe III.

Mientras el sol acariciaba la piel de mi rostro, pensé que esa situación tan placentera no se repetiría tan fácilmente. Cerré los ojos y comencé a oír la canción "Mar y Cielo", uno de mis boleros favoritos. Pero Muchosnombres interrumpió la sensación de placer que estaba experimentando:
- Valentino ¿Te animas con otro bocata?
- No - le contesté - perdona que haya cerrado los ojos, pero ese bolero me gusta mucho, me transporta a un pasado en que fui muy feliz.
- Si te gusta tanto ¿Por qué te has puesto triste? 
- Porque todo aquello ya no existe.
- Por lo menos existe la canción.
- Sí. Y me trae unos recuerdos que sólo son eso... ¡recuerdos!
- ¡Qué emotivos sois los humanos! - expresó el señor Destino. 
- No sé si lo dices con sorna, pero por lo menos yo sí lo soy. Además esa canción esconde algo que creo que me pertenece, pero no sé lo que es ni tampoco tengo la clave para saber en qué rincón de mi subconsciente está.

     Entonces se produjo un breve silencio que yo aproveché para cambiar de tema, preguntándole al señor Destino:
- ¿Cómo realizas tu trabajo?
- ¡Uf! de muchas maneras; no siempre utilizo la misma técnica.
- Pero a efectos prácticos ¿Cómo la aplicas?
- ¿Quieres que te haga una demostración? Mira - me dijo - observa lo que voy hacer que ocurra ahora.
     Y mientras esto sucedía Muchosnombres se arrellanó en su silla y disimuladamente sonrió en forma socarrona.
- ¿Que va a suceder?
- Ya lo verás.
     Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.
- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido.

Continuará.

martes, 1 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid (*)

Segunda parte.
Entrega Nº 6.

Plano general de la Plaza Mayor de Madrid

     Después de relajar mis músculos faciales y tras desaparecer la cara de moai que se me puso al contarme el señor Destino la trastada que me había hecho cuando era un crío, tardé varios segundos más en cerrar la boca. Durante todo ese tiempo, mis dos compañeros de mesa continuaron desternillándose de la risa a costa mía. Cuando por fin pude reaccionar, inmediatamente le enrostré al señor Destino:
- Increíble señor Destino...y yo sin enterarme que me has estado jodiendo la marrana desde que nací.
- Efectivamente Valentino, y lo seguiré haciendo hasta que mueras.

     Y la frase "...lo seguiré haciendo hasta que mueras" la dijo sin siquiera arrugar la frente. Como la cosa más natural del mundo. Creo que fue en ese momento cuando entendí más profundamente de qué va este juego de la vida, del destino y de la muerte. Afortunadamente desde hace mucho tiempo yo tengo asumido este proceso de degradación biológica, que unos más aceleradamente que otros vamos sufriendo a lo largo de nuestra existencia. Me parece que no es más que una desorganización lenta de nuestro organismo pero que nos lleva a todos al mismo fin. 

     Todo lo anterior me hizo acordarme de la hermosa Amparo Muñoz quien, en 1974, fue coronada Miss Universo y que acababa de fallecer a los 56 años. Como se suele decir, lo tuvo casi todo y, sin embargo, murió 28 años antes de los 84 años que es la media actual de esperanza de vida de las mujeres en España. Aunque fue bella entre las bellas, como todos, experimentó el proceso de envejecimiento permanente que no ocurre nunca en el sentido inverso, porque mientras vivimos, aunque a veces nos lo parezca, jamás rejuvenecemos.

     Y a su vez la muerte de Amparo Muñoz me hizo desembocar en esa palabra de origen griego que se denomina "entropía". Había estudiado sus varios significados, pero en estadística es algo así como "la tendencia al caos". Esta es probablemente la razón por la que esta palabreja siempre se me viene a la mente cuando pienso en el proceso del envejecimiento y en la muerte. Pero como decía antes, ya tengo la suficiente experiencia y madurez para aceptar esta realidad. Sé que tarde o temprano, como todos, también yo tendré que atravesar el gran lago para seguir formando parte del cosmos, aunque por supuesto en otro estado, de otra forma, posiblemente sin tener conciencia de que pertenezco a algo que no tiene límites y que vulgarmente conocemos como universo. Seré un montón de polvo en un cementerio, o clorofila en una planta, o energía en un rayo de luz. Y casi sin pensarlo, en voz baja me puse a recitar los primeros versos de las "Coplas por la muerte de su padre" de Jorge Manrique, simplemente porque me nació del corazón:
- Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando..." .

     Mientras musitaba esos versos, miraba mi interior. Debo haber puesto de nuevo cara de circunstancia porque el señor Destino me tomó del brazo y me dijo:
- Amigo Valentino, no te pongas tan trágico, tómalo con deportividad. Esto es como un juego. Para que te quedes más tranquilo te aseguro que mi influencia sobre tu vida y las de todos tus congéneres es sólo relativa, yo apenas marco unas pautas. De vosotros depende si conseguís o no conseguís los objetivos y metas que os trazáis.
- Explícate mejor.
- Vale, te lo aclararé. Imagínate que yo hago coincidir tus objetivos con una gran oportunidad en tu vida. Si no diseñas la estrategia y el plan adecuados, si no te esfuerzas lo suficiente, si no luchas, si no eres perseverante, si no eres riguroso, es probable que venga otro más listo que tú y te "pispe" esa ocasión. Y adiós gran oportunidad. ¿Entiendes, querido amigo?
- Entiendo, creo que en este sentido pensamos igual. Pero ¿Por qué dijiste que provocaste mi primer exilio? Que yo recuerde sólo he vivido uno. 
- ¡Hombre...Valentino! Es una manera de decirlo. Me refiero a esa primera separación temprana y brusca de la tierra en que vivías con tus abuelos.
- Tienes razón en llamarlo así, aquello era como un paraíso para mí.
- Exactamente, desde entonces fue tu paraíso perdido.
- ¿Fuiste tú quien me arrebató ese jardín de mi infancia?
- Digamos que yo puse las condiciones, señorito Valentino.

     Cuando dijo "yo puse las condiciones" dejó a un lado la seriedad con que me había hablado durante unos minutos y de nuevo comenzó con sus risas mientras Muchosnombres ahora miraba serio, un poco compungido, como condoliéndose un tanto del dolor que me había empezado a embargar. Lo que me extrañó es que nadie nos mirara mientras manteníamos ese diálogo un tanto áspero con el señor Destino.
- ¡Y cómo lloraste en aquella oportunidad! Fue el período de tu vida en que más lágrimas derramaste. Recuerdo que luego casi caíste en una depresión profunda.
- Yo entonces no sabía lo que era una depresión, pero es verdad, no tenía ganas de nada, todo me daba igual. Sólo quería regresar al lugar de donde mis padres me habían arrancado.
- ¿Te acuerdas que estabas en la playa, en pleno verano, jugando con esqueletos de erizos, con más de 30 grados de calor y, sin embargo, tiritabas de frío?
- No era frío físico, era frío emocional. Entonces tenía mucha pena, se me habían acabado las ganas de vivir.
- No fue para tanto, tú te lo tomaste muy a la tremenda.
- ¿Cómo que muy a la tremenda? ¿Qué harías tú si a los diez años de edad, de la noche a la mañana, te alejan del lugar donde has vivido esos primeros diez años de vida y te llevan a otra ciudad con otra gente?
- Pero Valentino, quienes te llevaron no eran "otra gente", era tus padres, tenían derecho a hacerlo.
- Eso es discutible y prefiero que no lo hagamos ahora.

     En ese momento me distraje un instante y miré en rededor. Me di cuenta que mientras el señor Destino y yo platicábamos sobre mi vida, en medio de la plaza, junto a la estatua ecuestre del rey Felipe III, un conjunto latino interpretaba canciones de amor. Mientras, Muchosnombres aprovechaba la atmósfera romántica para ligar con una guapa chica de color que estaba dos mesas a la derecha de la nuestra. Mi amigo le sonreía y le lanzaba besos en forma descarada. Probablemente a ella debe haberle gustado el juego porque también le hacía guiños con los ojos. Aunque el señor Destino también vio toda la escena no le dio importancia y volvió a retomar el tema en que estábamos enfrascados.
- ¿Sabes Valentino? Debo reconocer que a veces me producías ternura, porque te sentías tan desvalido que hasta llegué a pensar que no serías capaz de remontar el vuelo.
- Pero lo remonté, me costó pero salí adelante.
     Por fin Muchosnombres volvió con nosotros, dejó de lanzarle besitos a hermosa la mujer y dirigiéndose al señor Destino, le espetó:
- Aquí no sólo se viene a dar conferencias magistrales ¿Qué quieres comer y qué quieres beber?
- Lo mismo que vosotros, a mí también me chiflan los bocatas de calamares. Hará por lo menos sesenta años que no los pruebo.
     Muchosnombres llamó al camarero y cuando éste estuvo junto a nosotros permitió que él también pudiera ver al señor Destino.

(Continuará)

*http://es.wikipedia.org/wiki/Plaza_Mayor_de_Madrid






martes, 22 de febrero de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Quinta entrega.
Febrero de 2011.
Artista callejero actuando en la Puerta del Sol de Madrid
     A pesar de ser invierno Madrid había amanecido lleno de sol.
La noche anterior los programas del tiempo de las televisiones regionales y nacionales habían anunciado que al día siguiente se alcanzarían los quince grados de temperatura. Y habían acertado. Esa misma semana en algunos árboles ya habían empezado a nacer las primeras flores blancas y rosadas que anunciaban una primavera adelantada. La temperatura y los primeros árboles floridos, unido a una brisa suave que acariciaba el rostro, aumentaban en la gente las ganas de vivir y de echarse a la calle. Todo eso, unido a la gran cantidad de turistas que inundan todo el año Madrid, hacía que la capital de España pareciera una fiesta.


     El desayuno con Muchosnombres sería en la Plaza Mayor a las diez de la mañana. Como es muy difícil aparcar en esa zona de Madrid, opté por tomar el Metro. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando me bajé en la parada Gran Vía. Cuando salí al exterior, con mucho placer comencé a bajar por la calle Montera que, como es habitual, estaba repleta de prostitutas morenas, la mayoría latinas. También había algunas rubias y altas, algunas tan jóvenes que parecían ser menores de edad. Estas últimas, probablemente, de los Países del Este por el color de su piel y de sus cabellos. 


     Al llegar a la Puerta del Sol me detuve un rato a ver un espectáculo que presentaba un grupo de mariachis mexicanos quienes, impecablemente ataviados y premunidos de guitarras, trompetas, vihuelas, guitarrones y hasta un acordéon, hacían las delicias de un numeroso público tocando y cantando rancheras y corridos de su país. Cuando yo me uní al grupo los charros estaban terminando de cantar en forma impecable "...no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey". Recordé que días antes había leído que esta famosa canción llamada "El Rey" es de un conocido autor llamado José Alfredo Jiménez, considerado el mejor compositor mexicano de música ranchera. A continuación siguieron con "Pénjamo", una antigua ranchera que popularizó Pedro Infante y que yo oía cuando era niño.


Una vez dejé el conjunto de mariachis me encontré con el grupo de "hombres estatuas" que a veces, incluso de madrugada, están allí inmóviles esperando que alguien les dé una moneda para iniciar un movimiento, la mayoría de las veces inesperado y jocoso. Luego tomé por la calle Mayor y seguí por la calle Postas. Al arribar a la hermosa Plaza Mayor de Madrid miré mi reloj. Faltaban cinco minutos para las diez de la mañana. Di una vuelta hasta que vi a Muchosnombres sentado en una terraza con un emplazamiento privilegiado, gracias a lo cual recibía una gran cantidad de sol. Estaba leyendo "El País" en el que la noticia destacada eran los cruentos sucesos que estaban teniendo lugar en Libia.


     Confieso que me desilusionó verlo como en nuestros primeros encuentros y no como esa bella mujer con la que había charlado en el café Gijón, que me había dejado obsesionado con el beso de despedida. Pero inmediatamente me repuse y la verdad es que me acerqué feliz a abrazar a Muchosnombres en su versión yang. Después del saludo me senté y me percaté que estábamos en la terraza que está junto al hermoso edificio que se conoce como "Casa de la Panadería". Es un edificio de cuatro plantas terminado en 1619, con unos frescos de hermosos colores en su fachada, que representan personajes mitológicos que fueron realizados en 1992 por el artista Carlos Franco.


     El gran rectángulo de la plaza, como sucede casi siempre, estaba repleto de centenares de turistas, algunos caminando de un lado a otro, y otros sentados en las sillas de las terrazas de los numerosos restaurantes que dan servicio de hostelería en el lugar. El ritmo era tan frenético que los camareros parecían danzar entre las mesas. Iban y venían trayendo chatos de vino, cervezas, chupitos, bebidas y cafés. Y, por supuesto tapas, pinchos, montaditos, y porciones variadas: de chopitos, de diferentes tipos de paellas, de jamón serrano, de huevos estrellados, de patatas fritas, de patatas bravas, de empanadas y de pulpo a la gallega entre otras delicias gastronómicas.


     Muchosnombres y yo decidimos pedir un bocata de calamares, uno de los bocadillos más típicos y sabrosos que se pueden consumir en la plaza. Y para beber elegimos un tinto de La Rioja que, como se dice vulgarmente, estaba como para resucitar a un muerto.


     Aunque yo intenté dos o tres veces que habláramos del encuentro en el café Gijón en el que quedé prendado de esa mujer maravillosa que me dio el beso más intenso de mi vida, Muchosnombres esquivó hábilmente el tema hablando del tiempo; de los dos pilotos libios que, con sus correspondientes aviones de combate, aterrizaron y pidieron asilo político en Malta. Luego me propuso que jugáramos a calcular cuántas nacionalidades de turistas habría en la plaza. Estábamos en eso cuando Muchosnombres, repentinamente, exclamó:
- ¡Mira quién viene ahí!
- ¿Quién? - pregunté yo, mientras vi que Muchosnombres le hacía señas a un hombre de unos cuarenta años, alto, bien parecido y vestido de manera informal pero elegante.  
- Es el señor Destino - me contestó.
- ¿El señor Destino? Nunca había oído hablar del señor Destino.
- Es raro que no lo conozcas, querido Valentino. El señor Destino es a quien casi todo el mundo conoce y lo tutea llamándolo simplemente "destino". 
- ¿Te refieres al destino destino, a lo que se conoce como fuerzas desconocidas que influyen sobre sucesos de las vidas de los hombres?
- Sí, al mismo, al destino destino, como dices tú. El que hace que tu vida vaya para un lado o para otro sitio, el que hace que tu vida sea feliz o infeliz.
- ¡Ah!... entonces sí lo conozco. Bueno, de nombre. ¿Y tú de qué lo conoces?
- ¡Hoooombre! Eso no se pregunta Valentino. Él trabaja para mí desde siempre.
Es parte de mí igual que tú; recuerda que yo soy todo.
- ¡Fiuuuu! Estoy impresionado. Nunca antes lo había visto. Jamás me imaginé que existiera este personaje y menos que lo iba a conocer en persona.
- Naturalmente que nunca lo habías visto antes porque nadie tiene facultad para verlo; ahora lo ves porque yo te permito que lo veas.
- ¿Sabes? Nunca lo imaginé así.
- ¿Así cómo?
- Tan sencillo, tan cercano, tan humano.
- Jajajá. Recuerda que no tienes que creer en todo lo que ves. No te fíes de tus primeras impresiones. Es peligroso no contrastar. Puedes equivocarte. Nunca de fíes de él, porque cuando menos te lo esperas éste te hace una putada de las gordas.
- ¿Por qué me dices que no me fíe de mis primeras impresiones?
- Porque perteneces a una especie muy peculiar, Valentino. Soléis juzgar por la primera impresión que, como sabrás, incluso por estudios realizados por vuestros propios psicólogos y sociólogos, son altamente fallidas.
- Pero es que casi sin pensarlo, por la pinta, uno hace una primera valoración de la persona que tiene delante.
- Efectivamente es lo que soléis hacer. Pero como sois tan clasistas y racistas, casi siempre la cagáis. Reaccionáis en base a imágenes, a moldes hechos, a estereotipos. 
     Yo le encontré toda la razón. Y de vergüenza de verme retratado así, preferí hacerme el tonto. Pero igual le contesté con una frase hecha.
- Puede ser, pero no todos somos iguales.
- Valentino, eso que acabas de decir es una de las excusas más trilladas del mundo. Sucede algo parecido cuando los militares golpistas que matan y torturan se defienden diciendo: "Sólo cumplía órdenes superiores". Pero volvamos al señor Destino ¿Cómo te lo imaginabas? 
- La verdad es que no lo imaginaba. Pensaba que no era un ente, sino una suma de circunstancias que se mezclaban por azar, como un cruce eterno de caminos en el que cada uno de ellos te lleva a una situación diferente.
- No andas descaminado; algo de eso hay.


     Cuando el señor Destino llegó a nuestra mesa saludó a Muchosnombres en forma efusiva diciéndole "Hola querido, jefe" y le dio un beso en cada mejilla, mientras Muchosnombres lo invitaba a compartir la mesa.
- ¡Siéntate, majo! - le dijo.
     Y sin haberlo imaginado ni soñado me vi sentado junto a una mesa de un restaurante de la Plaza Mayor de Madrid nada menos que con Muchosnombres y con el señor Destino. Ambos ahí, al alcance de mi mano y tratándome de igual igual a mí, pobre mortal. 
     Escruté largamente al señor Destino y me di cuenta que no era diferente a la mayoría de los hombres, a no ser por un lunar con forma de estrella que tenía en medio de la frente.
     Fue entonces cuando Muchosnombres nos presentó.
- Valentino, te presento al señor Destino; señor Destino, te presento a mi amigo Valentino. 
- Encantado de conocerte - le dije yo - mientras le ofrecía mi mano.
- Ya nos conocemos - me dijo él sonriendo - y sé que tu nombre verdadero no es Valentino. Mira te conozco tan bien que te podría contar tu vida mejor que si lo hicieras tú.
- ¿Sí?
- Sí, querido amigo. Y te confieso que a lo largo de tu vida te he hecho pequeñas, medianas y grandes putadas. Y también cosas muy buenas para ti. Lo que pasa es que como no te las he hecho todas a la vez, desde pequeño te has acostumbrado a ellas.
- ¡No jodas!
- Sí ¿Quién crees que provocó tu primer exilio cuando apenas eras un niño? - confesó riéndose a mandíbula batiente mientras Muchosnombres también se carcajeaba hasta las lágrimas.     
     Me golpearon tanto su confesión y sus risotadas destempladas que yo me quedé sorprendido, como de piedra, como moai de la Isla de Pascua, sin atinar a abrir la boca.


(Continuará)