Akenatón se desmayó de la emoción al ver aparecer a Valentino, a
Muchosnombres y al señor Destino
en medio de un rayo de luz que lo encegueció
Entrada 46
Fotografía de una momia egipcia realizada por Aquiles Torres en el Museo Arqueológico Nacional(Madrid)
Y volando, los tres siguieron el curso del río Nilo.
Cuando Valentino vio Tebas desde el aire, recordó que el sujeto de su
entrevista, Akenatón, había sido coronado en esta ciudad mítica. Y que ostentando
el rango de faraón de Egipto había vivido en esta ciudad durante siete años
antes de ordenar el traslado de la corte y de su gobierno a Tell El Amarna. Fue
en Tebas, quizás hastiado de los excesos de la casta sacerdotal, donde comenzó
a cuestionar los cimientos de la religión politeísta que hasta ese momento
había dirigido la espiritualidad de los egipcios durante siglos. Y fue en esa
ciudad, antes conocida como Waset, donde ordenó que el pueblo egipcio comenzara
a adorar a un solo Dios: Atón.
Aunque Valentino físicamente no la experimentaba, los viajeros del
tiempo se desplazaban a una gran velocidad, tanta, que a los pocos minutos
apareció bajo sus ojos la primera catarata del Nilo.
Un rato después Valentino
se quedó impresionado cuando el señor Destino, con el dedo índice de su mano
derecha indicando hacia abajo, le señaló la ciudad mandada a construir por el
faraón Akenatón, conocida como Tell El Amarna, que ahora era el corazón y el
cerebro de Egipto. Aunque se había documentado bien, a Valentino le pareció una
urbe más grande de lo que se había imaginado, tomando en cuenta que estaba
viviendo una realidad anterior en más de 3350 años a su propio tiempo, aunque mil
años después de la construcción de las grandes pirámides mandadas a construir
por los faraones Keops, Kefrén y Micerino. De norte a sur, Tell El Amarna tenía
15 kilómetros de extensión. Pudo ver perfectamente el trazado de sus
callejuelas, palacios y templos situados en el corazón de la población, que se
destacaban de las pequeñas construcciones del pueblo llano que parecían
rastrojos en un campo de cebollas.
“Casi no puedo creer que allí, en algún lugar, ahora están Akenatón y
Nefertiti”, pensó el reportero.
- ¿Qué te parece la ciudad, Valentino? – Lo interrogó Muchosnombres.
- Me parece una obra descomunal. Más aún teniendo en cuenta que ha sido
construida en medio del desierto y sin
la tecnología que tenemos en el siglo veintiuno.
- Debemos bajar ¿Estás nervioso?
- Sí, lo estoy. Sobre todo pienso en cómo llegaremos hasta el faraón…en
cómo conseguiremos ser recibidos por él.
El señor Destino repitió la frase “…cómo llegaremos hasta el faraón…cómo
conseguiremos ser recibidos por él” y lanzó una de sus acostumbradas sonoras
carcajadas. Luego, con rostro serio, le explicó:
- No te preocupes; ya está arreglado. Hace una hora él ha recibido un
mensaje de Atón. Su Dios le ha informado que tres mensajeros suyos llegarán desde el cielo.
Probablemente también ya habrá informado y advertido a Nefertiti y a todo su
cuerpo de sacerdotes, escribas, criados, concubinas, guardias y familiares que
hoy ocurrirá un “milagro”.
- ¿Un milagro?
- ¡Hombre!…es un decir. Tú y yo sabemos que los milagros no existen. Me
refiero a un hecho extraordinario, sombroso, sin explicación para ellos.
Y fue entonces cuando de la nada, Valentino, Muchosnombres y el señor
Destino, envueltos en una luz cegadora acompañada de un fortísimo estruendo y
sonido de fanfarrias, se aparecieron frente a Akenatón.
A pesar de su rango de faraón, el más alto y sagrado de Egipto, Akenatón
primero sufrió un profundo golpe emocional que le produjo un desvanecimiento
que, durante unos segundos, le hizo perder su verticalidad y la conciencia. Luego,
aún tambaleante y casi sin poder ver, se lanzó al suelo como muestra de
sumisión.
Los centenares de hombres y mujeres que lo acompañaban, entre los que
estaban parte de la familia real, importantes cargos y otros empleados de mayores
o menores rangos, sintieron más temor aún al ver a su Señor en unas
circunstancias inimaginables, nunca vistas antes. De inmediato, todos, despavoridos
y con sus corazones latiendo desenfrenadamente, imitando a su Señor, se
lanzaron también en plancha al suelo. Lo que estaba sucediendo, probablemente,
era lo más insólito que habían visto y verían mientras vivieran. Era un acontecimiento
extraordinario que formaría parte de las anécdotas que transmitirían a sus
hijos y a los hijos de sus hijos. Y, probablemente, los hijos de los hijos de
sus hijos a sus correspondientes descendientes.
- ¿No crees que te has pasado un poquito con los efectos de luz y
sonido? – reclamó Valentino a Muchosnombres.
- ¿Que me he pasado? ¿Es que no sabes que de la intensidad de los primeros
estímulos dependen las reacciones que vendrán después?
- Si tú lo dices.
- ¡Sí, yo lo digo! Y tú, como un comunicador profesional que eres, lo sabes muy
bien. ¡Vamos Valentino, actúa!. Dirige tú el encuentro – le ordenó
telepáticamente Muchosnombres a Valentino.
- ¿Qué digo?
- ¿Cómo qué digo? Estás acostumbrado a hablar en público, a hacer entrevistas a
sabios y a villanos y ahora preguntas qué dices. ¡Improvisa! ¿Es que no
trabajas en comunicación? Entra a matar. Están esperando que uno de nosotros les
dé una orden. Si no lo hacemos pueden seguir así horas. Recuerda que para Akenatón
y los suyos nosotros somos enviados de su Dios. ¿Eres capaz de imaginar la
emoción que estarán sintiendo? Piensa que creen que podrán conversar con
emisarios de su deidad. ¿Qué sentirías tú si en medio de la noche, se te
apareciera, repentinamente, un portavoz de tu Dios?
- Miedo, yo sentiría miedo. Ya sabes que no creo en Dios. creería que es un delincuente
que ha entrado a robar.
- ¡Vamos! No empieces con excusas huevonas. Colabora un poquito…no te
acojones ahora ¡Creatividad, amigo, creatividad! Aprovecha a comenzar a hacer
ahora mismo tu entrevista, que es a lo que hemos venido. Lo tienes ahí a tus pies, dispuesto hasta confesar que en el
futuro matará al Presidente Kennedy.
Finalmente Valentino pudo reaccionar.
- ¡Levántate! – le ordenó Valentino a Akenatón en un idioma que jamás
había hablado, pero que en ese instante mágico pasó a ser como el suyo de toda
la vida.
El faraón estaba lívido, demudado, intensamente emocionado. Es normal,
no todos los días uno puede tener a un metro de distancia, mirar a la cara y
dialogar con tres comisionados de Dios.