Fotografía realizada por Aquiles Torres.
Nadie interrumpió a Neruda
mientras narraba su fascinación por el mar. Sólo cuando terminó, Valentino le hizo
una propuesta:
-
Don Pablo, sé que especialmente hoy usted dispone de muy poco tiempo y no
queremos estropearle la velada hurtándoselo ¿Puede ahora sentarse conmigo
veinte minutos y luego mostrarnos algo más de su casa para poder hacer algunas
fotografías? Sólo le pido veinte minutos y nos marchamos.
- Adelante, aprovechemos el tiempo – contestó el poeta.
- El tiempo, el tiempo, la maldita celeridad del tiempo – exclamó la
espectacular Muchosnombres con un suave matiz de ironía.
Valentino la miró y sonrió. Después de todo ella o él era o eran también
el mismísimo tiempo. Pensó las veces en que también él en su vida se había
encadenado a esta especie de bruma sin sabor a nada que llamamos tiempo y que todos
quieren degustar por una eternidad. Aunque ella le había insistido en que el
tiempo sólo es una ilusión humana y que en realidad todo sucede a la vez, el
periodista, continuaba sin entenderlo. Porque él, como la mayoría de los seres
humanos, cuando se trataba de tiempo, vivía aferrado al antes, al ahora y al
después.
Mientras Valentino hacía la entrevista al flamante Premio Nobel de
Literatura, los demás aprovecharon para curiosear objetos que estaban
diseminados por todas partes. Cuando Pablo y Valentino regresaron y se unieron
al grupo, juntos comenzaron a desplazarse por pasillos y estancias, entre
botellas, caracolas, silbatos, maquetas de barcos, tallas en marfil, juguetes, sofás
tapizados en piel de vaca, una olla gigantesca de hierro fundido, estribos, bolas de cristal con
escorpiones en su interior, telescopios, mapas, insectos, figuras africanas, un
pez volador, caleidoscopios, matasuegras, la figura de un mago, un retrato de Federico
García Lorca, un colmillo de marfil tallado, globos terráqueos,
brújulas, relojes de pared, vajillas azules y copas de colores. En esa especie
de museo Nerudiano también había varios letreros antiguos, uno de ellos decía
“Pedicuro” y otro “Don Pablo est ici”. Valentino fotografiaba con minuciosidad
nuevas cosas dispersas por doquier : huevos gigantescos de piedras transparentes,
barcos de velas cautivos en botellas, un unicornio de narval, escafandras,
bitácoras,
y otras muchas cosas; algunas que se las habían regalado, y otros tantos objetos
que había traído el poeta desde todos los rincones del mundo por donde había
pasado.
Enseguida llegaron hasta
una sala más alta que las demás, conocida como “pieza del caballo”. La llamaban
así porque casi todo lo dominaba un inmenso caballo disecado. Este corpóreo publicitario
había permanecido decenas y decenas de años junto a la puerta de una
antiquísima talabartería de Temuco, en la misma ruta que, cuando niño, Pablo solía
hacer desde su casa a la escuela y desde la escuela a su casa. Recordó que
cuando vio el equino por primera vez le causó una impresión tan profunda, que aunque
habían pasado tantos años desde entonces, esa evocación había permanecido imborrable
en los pliegues de su infancia hasta ahora. Había sido uno de los temas de sus
sueños de niño. Confesó que en esos años, alguien le contó que el equino de la
talabartería había sido el caballo alado de un ángel. Pero que por haber
perdido sus alas, el querubín se tuvo que regresar a la corte celestial sin
montura, porque un caballo de ángel sin alas, por muy caballo de ángel que sea, aunque lo intente, no puede
volar.
- Y yo lo creí. Pensaba que si los ángeles tenían alas, los caballos de los ángeles también las debían tener – comentó sonriente.
Les confidenció que
esa mezcla de ideas preconcebidas que abundaban entonces en la llamada
Frontera, muchas noches, cuando la lluvia y el viento arreciaban y no lo
dejaban dormir, él aprovechaba para soñar con los ojos abiertos. Por esta
razón, cuando unos amigos le informaron que la talabartería cerraría sus
puertas y que rematarían todo lo que en ella había, no cejó hasta que adquirió
el caballo. De inmediato lo hizo
trasladar hasta Isla Negra. Pero cuando llegó comprobaron que por su altura no
cabía en ninguna habitación. Como estaba decidido a tenerlo en su casa, este
obstáculo Pablo lo solucionó haciendo adaptar un habitáculo a la medida del
corcel de su niñez. Cuando estuvieron junto al animal momificado, Neruda les
contó sonriendo que debido a los años, la destartalada figura había llegado a
Isla Negra sin cola y sin crines. Pero que de inmediato, conscientes de la
importancia que él le daba al bicho, algunos de sus amigos le trajeron ambos elementos.
Como eran generosos, le trajeron no una sino tres colas. De este modo, como si
se tratara de un juego, en una ceremonia festiva de esas que tanto le gustaban
al poeta, procedieron a prenderle una mata de crines en la cerviz y las tres
coletas en el lugar adecuado. Desde entonces, es el único caballo del mundo que,
al menos en las praderas de los versos de Neruda, cabalga con tres colas.
Finalmente se
detuvieron en el salón de los mascarones de proa, donde catorce originales figuras
danzaban en el aire, luchando por llamar la atención para ser las más bellas
y las más queridas. La mayoría de proa, aunque
también había un par de las que se situaban en la popa de los barcos.
- ¿Todas tienen nombre?
- Todas, Valentino.
- ¿Usted las bautizó?
- A todas no. Varias llegaron a mí con apelativos y motes, pero a las
que no lo tenían las he bautizado yo. Y a todas las conozco por su nombre, porque
de alguna manera, de todas me he enamorado.
- ¿Entonces también recuerda el nombre de todas las mujeres que ha amado? –
inquirió Michelle.
- De todas, incluso de las que no me amaron a mí ¿Es que acaso tu no
recuerdas el nombre de tus amores? – contestó riendo socarronamente.
Michelle
se puso roja como una fresa. Entonces Neruda, con intención evidente, desvío su
mirada hacia los ojos de Valentino y exclamó sonriendo:
- ¡Oh…oh! ¡Creo que he pisado terreno pantanoso!
- ¡Naturalmente que sí! – replicó el señor Destino.
- ¡Oh…oh! ¡Creo que he pisado terreno pantanoso!
- ¡Naturalmente que sí! – replicó el señor Destino.
- ¿Sabes Michelle? Aquellas mozas que no me han llegado a amar también
han sido importantes para mí, porque el desafecto es un condimento esencial
para escribir poemas. En algunas ocasiones el desamor contiene especias con un
sabor más intenso que el amor. No te olvides que los viejos solían decir “del
amor al odio hay un solo paso”. Son misterios de la vida. Gracias a eso los poetas
podemos tallar versos que a veces hacen sangrar el corazón.
- Tiene razón – aportó el señor Destino – Incluso hay sentimientos que
algunos confunden con el odio y con la indiferencia, pero sólo son amores
camuflados por la pátina del rencor.
Cuando
aún rumiaban la afirmación del señor Destino, Valentino rompió el velo del
silencio preguntando cómo se llamaba un bello mascarón de proa que tenía el
busto desnudo.
- Ésta que tiene sus generosos pechos al aire se
llama Guillermina; aquella es Jenny Lind, dicen que fue una actriz y cantante
sueca, amante del gran cuentista Hans Christian Andersen; y allí están mi
sirena de Glasgow, mi Medusa, mi Venus Cabalgante, mi Gran Jefe Comanche, y la
Sin Nombre.
Un poco más a la derecha está María Celeste, mi favorita, vestida con un ceñido corpiño, encima del cual lleva un hermoso broche que protege su generoso escote e impide que su pechos exploten como volcanes. Por mi parte fue un amor a primera vista. La encontré en El Mercado de las Pulgas de París un día que husmeaba por allí con mi amigo Alain. Creo que es la única que no me debe amar de la misma forma que la amo yo. Lo pienso porque suele llorar. No sé si de pena o de melancolía. Especialmente en los días grises del invierno de Isla Negra, de sus ojos de cristal caen lágrimas transparentes. Quizás sea porque no le gusta mi casa, quizás sea porque añora un amor lejano.
Un poco más a la derecha está María Celeste, mi favorita, vestida con un ceñido corpiño, encima del cual lleva un hermoso broche que protege su generoso escote e impide que su pechos exploten como volcanes. Por mi parte fue un amor a primera vista. La encontré en El Mercado de las Pulgas de París un día que husmeaba por allí con mi amigo Alain. Creo que es la única que no me debe amar de la misma forma que la amo yo. Lo pienso porque suele llorar. No sé si de pena o de melancolía. Especialmente en los días grises del invierno de Isla Negra, de sus ojos de cristal caen lágrimas transparentes. Quizás sea porque no le gusta mi casa, quizás sea porque añora un amor lejano.
- Es por amor – intervino tajante el señor Destino.
Y a continuación cerró su aseveración - Llora por un marinero que, aunque fue un romance de unos
pocos días, además de besos y caricias le dejó muchas promesas de amor. Pero el
marinero no regresó jamás.
- Es una teoría acertada – agregó Neruda – porque probablemente
no hay lágrimas más lastimeras que las que produce el mal de amores.
- ¿Quién habrá sido la modelo? – preguntó Michelle.
- Fue una muchacha gallega que trabajaba en una
taberna en Villagarcía de Arosa – explicó el señor Destino.
- ¿Y qué sucedió con el marinero? - Insistió
Michelle.
Entonces, el señor Destino, mirando a
Neruda a los ojos, cerró la historia:
- Como los marineros del poema “Farewell” del señor
Neruda, una noche, abrazado a un tifón, este navegante se acostó con la muerte
en el lecho del mar de la China y no despertó jamás.
- ¡Qué triste! No me gusta que los amores terminen
así – reclamó Michelle.
- Es la vida, muchacha. Cuando el destino mete la
cola no hay nada que hacer – Comentó el señor Destino con un soniquete cargado
de picardía.
Neruda, con unos ojos que se habían perdido en medio de los pliegues de sus párpados de koala, le clavó los ojos al señor Destino y con intención, intuyendo quién era ese personaje, recitó: “Destino…nudo de caminos, mezclador de amores, creador de dolor”.
Luego se dirigió a Michelle y la animó recitándole: “México mágico… apasionado….
siestero…colorido como un arcoiris… desgarrado… Frida…Diego…David y tantos más
que ya no están”.
- Me siento halagada por sus palabras
– manifestó Michelle. Y le confesó - ¿Sabe que en mi cuarto tengo una
fotografía del cuadro de dos cabezas que Diego Rivera le pintó a su mujer? La
he traído ¿Accedería usted a firmarla?
- Es un magnífico retrato de Matilde - afirmó Pablo tomando la foto entre sus manos. Y con tinta de color verde, con su característica caligrafía, escribió dos o tres líneas.
- Es un magnífico retrato de Matilde - afirmó Pablo tomando la foto entre sus manos. Y con tinta de color verde, con su característica caligrafía, escribió dos o tres líneas.
Al despedirse Valentino
aprovechó para consultarle si había pensado qué diría en Suecia, en su discurso
del Nobel.
- Amigo ¿Cómo
voy a hacerlo si el teléfono no para de sonar? Demasiados periodistas quieren
entrevistarme; y que conste que no
lo digo por vosotros, que me habéis traído un extraño sosiego. ¿De qué hablaré?
Sin lugar a dudas deberé hablar de mi país que queda en el fin del mundo. También
de mi exilio. Quizás desmitifique el oficio del poeta, porque andan algunos por
ahí que se creen “pequeños dioses” luego de enhebrar cuatro versos. Por supuesto que deberé mencionar las gestas
y la esperanza de los hombres de América Latina; pero también hablaré de la
lucha que tarde o temprano traerá “la luz, la justicia y la dignidad a todos
los hombres”.
Al salir de la casa de Isla Negra, una
bocanada de aire marino con olor a yodo los envolvió. Sin hacer ningún
comentario se subieron al automóvil y emprendieron el regreso a Santiago. Cuando
los cuatro personajes llegaron al departamento de Michelle, Muchosnombres le
recordó a Valentino que debían regresar de inmediato a Madrid, pero el
periodista se disculpó diciendo que se quedaría un par de días con Michelle.
Tras desaparecer Muchosnombres y el señor Destino de la escena, Michelle ya no recordaba nada de lo que había sucedido. Ni del viaje que habían realizado, ni del señor Destino, ni de Muchosnombres, ni de su poeta favorito que había fallecido muchos años antes. Aunque feliz, incluso se extrañó de ver a Valentino junto a ella y de tener en sus manos una fotografía que le pertenecía, pero que ahora aparecía con una dedicatoria que decía: “Para Michelle, la mexicana que se sonroja cuando le hablan de amor”. Y debajo la firma inconfundible de Pablo Neruda.
Tras desaparecer Muchosnombres y el señor Destino de la escena, Michelle ya no recordaba nada de lo que había sucedido. Ni del viaje que habían realizado, ni del señor Destino, ni de Muchosnombres, ni de su poeta favorito que había fallecido muchos años antes. Aunque feliz, incluso se extrañó de ver a Valentino junto a ella y de tener en sus manos una fotografía que le pertenecía, pero que ahora aparecía con una dedicatoria que decía: “Para Michelle, la mexicana que se sonroja cuando le hablan de amor”. Y debajo la firma inconfundible de Pablo Neruda.