domingo, 16 de agosto de 2020

Valentino se despide de Gutenberg.


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)


Entrada 57.


Gutenberg invitó a Valentino a desplazarse a otro aposento donde había una segunda chimenea encendida. A tres metros de esta maravillosa fuente de calor, había una gran mesa de comedor junto a la cual el maestro Gutenberg invitó al periodista a sentarse. A los pocos minutos una mujer trajo una jarra de vino con especias y miel, y dos vasos de metal dorado.
- ¡Prost…prost! Brindemos Valentino para que los tiempos que se avecinan sean mejores que estos que ahora estamos viviendo.

- Sí, maestro, ¡prost!, para que haya más libertad y más justicia para todos los que poblamos la tierra.
- Y para que los tiranos, brujos, hechiceros, nigromantes y villanos de toda condición desparezcan de la tierra y se impongan la ciencia y los científicos.
- Eso será difícil de conseguir, maestro. Tampoco toda la culpa es de los pícaros, sean pobres o sean ricos y poderosos. Para los malvados timar, hacer sufrir y explotar a los inocentes y no tan inocentes es su negocio. De eso viven, de eso se alimentan. Así acrecientan su poder. Saben que la incultura es un terreno fértil en el que ellos pueden sembrar y cosechar fácilmente. Pero también nosotros somos culpables porque no nos unimos para hacerles frente ni hacemos lo suficiente para conseguir enderezar esta situación. Sin embargo, a pesar de todo, creo que poco a poco, estamos consiguiendo hacer un mundo mejor. Una prueba de ello es su imprenta con tipos móviles metálicos, maestro. Es una herramienta prodigiosa que producirá millones de libros y los libros facilitan intercambiar ideas, conocimientos y opiniones. Cuantos menos analfabetos haya más hombres cultos habrá. De este modo menos poder tendrán los que quieren transformarnos en bestias.
- Es posible que los hombres terminemos por conseguir ese mundo mejor que tú mencionas, querido “cuentanoticias” pero, por desgracia, por mi edad, yo no alcanzaré a ver el día en que la ciencia acabe con la oscuridad, en el que la luz venza a las tinieblas, en el que el dolor sea sólo un mal recuerdo y, sobre todo, en el que los seres humanos seamos más humanos.
- Tiene razón, maestro. Es probable que esos tiempos todavía estén muy lejos. O quizás no lleguen nunca.
- Tendrán que llegar, Valentino. Y te aseguro que cuando lleguen volveré, no sé si de los infiernos o de los cielos, a ver esa concordia universal, ese periodo de oro en que todos vivirán mejor y serán más felices.

A continuación comenzaron a traer algunas sencillas viandas calientes que a Valentino le parecían una bendición porque estaba hambriento. A pesar de los fuegos encendidos, aún sentía algo escarchados los huesos. Había platos, vasos, cuchillos y cucharas; y aunque escasos en esa época, también había trinches, una especie de tenedor de dos picos. Gutenberg sólo usaba el cuchillo y la cuchara. Se ayudaba con sus manos para sujetar trozos de carne que luego, con su mano izquierda, se llevaba a la boca. Valentino, acostumbrado en sus viajes como reportero de guerra a ver cómo en pleno siglo veintiuno muchos pueblos seguían comiendo como en la Edad Media, optó por imitar al maestro y empezó a degustar las meriendas que le supieron sabrosas, aunque muy especiadas. Para pasarlas recurría al vino que también le sabía muy distinto al que él solía beber en su vida normal. Y entre copa y copa, la conversación también se fue entibiando. 
Valentino estaba fascinado. El maestro Gutenberg era un hombre extraordinariamente elocuente y demostraba gran sabiduría y experiencia. Por supuesto, cuando el vino fue lubricando la relación, el periodista llevó la conversación hacia el motivo de su entrevista, y que para Gutenberg en ese momento eran su razón de vivir: impresiones y libros. A continuación el artesano hizo un aporte interesante. Comenzó a contarle de una especie de impreso conocido como Jikii, que es la abreviatura de un título larguísimo de un documento realizado en Corea, que había sido impreso en 1377, setenta y seis años antes de su biblia. Lo habían encargado monjes budistas y contenía las enseñanzas de los preceptos de Buda.

Valentino lo oía fascinado, razón por la que Gutenberg, al notar el interés del “cuentanoticias”, siguió ahondando en el tema.

- Esos monjes creían que el budismo que llegó a Corea era inconsistente con la esencia del pensamiento de Buda. Esto los llevó a la conclusión  que, como no existía, necesitaban crear un instrumento que pudiera ayudar a imprimir la doctrina y que, a la vez, sirviera como material didáctico y de transmisión del verdadero espíritu de Buda. Aunque se quejaban de las reinterpretaciones, ellos también crearon un budismo reinterpretado que llamaron Tongbulgyo, en el que reunieron todas las ideas que se habían dispersado justamente por no tener un soporte físico con el ideario de Buda Gautama. Y lo consiguieron.
- La historia está llena de interpretaciones de interpretaciones que, al final, deforman el espíritu original de las religiones y de las filosofías. A veces, lo que en un principio era santo, termina siendo diabólico. ¿Cuántos millones de ideas se habrán desvanecido en el aire porque nadie se preocupó de dejarlas guardadas en un soporte físico?
- Justamente ese fue uno de los motivos que me impulsó a imprimir La Biblia. Imprimir, Valentino, es una forma  de dejar almacenadas las ideas para que no se malinterpreten.
- ¿Fue un trabajo duro, maestro?
- ¡Uf! No sólo duro, también largo y complicado. Han sido más de cinco años de arduo trabajo. Conseguimos hacer lo que nadie antes había hecho. Y eso es siempre difícil, porque todo es nuevo. Antes, libros como los que hemos impreso, sólo los hacían a mano los copistas. Y, de hecho, los siguen haciendo. En cambio nosotros, gracias a nuestros tipos móviles, mi equipo y yo, hicimos 185 ejemplares en poco menos de cinco años.
- Aproximadamente 10 copias por día.
- Exactamente. Ten en cuenta que un monje copista, con muchos años de práctica, sólo es capaz de escribir unos dos folios por día. A lo que hay que sumar las mayúsculas iniciales miniadas y las ilustraciones.    

- Y luego encuadernar.
- Naturalmente.
- ¡Vaya logro! ¿Y estos 185 ejemplares son todos iguales, maestro?
- La base impresa es igual, pero ningún ejemplar es igual a los demás. Son todos únicos. 45 están impresos en vitela y 135 en papel.
- ¿Qué es exactamente vitela?
- Es un tipo de pergamino finísimo, pulido con mimo y paciencia, cuya base es la piel de becerros de pocos días.

A continuación el impresor pidió a uno de sus ayudantes que le trajera dos ejemplares. Uno impreso en vitela y el otro en papel. Cuando los tuvo en sus manos abrió uno de los ejemplares e invitó al periodista a examinar la extraordinaria pieza impresa en vitela.

- Mira, Valentino, toca la calidad de la vitela que hemos utilizado.

Valentino recibió el ejemplar en sus manos y palpó y acarició suavemente la piel curtida. Aprovechó a examinar con minuciosidad unas cuantas páginas, cada una de ellas con 42 líneas impresas a dos columnas, con una tipografía gótica muy oscura. Le llamó la atención que los comienzos de páginas y las mayúsculas que encabezaban algunos párrafos estaban adornadas con bellos arabescos en tinta de un tono rojo.

- Es un material magnífico – comentó emocionado de tener tal tesoro entre sus manos.
- Gracias, a mí también me lo parece – arguyó Gutenberg.  

Y el maestro insistió en que, a pesar que los 185 ejemplares habían sido impresos con los mismos tipos y la misma técnica, artistas miniaturistas excepcionales habían “iluminado”, fue el terminó usado por el impresor, algunas páginas con bellos arabescos y dibujos, lo cual los hacía diferentes y únicos.

- Mira este otro ejemplar, “cuentanoticias”, compara las mismas páginas de uno y del otro.

Y, efectivamente, Valentino pudo comprobar que las miniaturas hechas a mano que las adornaban eran distintas y, en ambos casos, extraordinariamente bellas.  

- ¡Un gran trabajo! – exclamó Valentino. Y agregó con sorna – En los siglos venideros estos primeros ejemplares salidos de su imprenta valdrán más que el oro.
- Dios te oiga, hijo, Dios te oiga -  agregó el “anciano” Gutenberg que en ese año 1455 tenía 56 años de edad. De hecho había superado en unos quince años la esperanza de vida en la Edad Media. Entonces la media de vida apenas superaba un poco más de 40 años en los hombres; y algo menos en las mujeres.

El periodista y su “entrevistado” continuaron charlando durante dos horas más. Cuando consideró que ya tenía los contenidos suficientes con los cuales luego trabajaría para transformarlos en una entrevista sobresaliente, le preguntó a Muchosnombres, quien siempre había permanecido junto a él.
- Podemos ya regresar al futuro?

lunes, 20 de abril de 2020

Valentino conoce a Gutenberg


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

Entrada 56. 


Valentino se acercó al hombre que permanecía a contraluz de las llamas de la gran chimenea. Cuando la lumbre le iluminó el rostro lo reconoció: era Gutenberg. A pesar de tener sólo 55 años parecía un anciano.

Fue en ese momento cuando  Muchosnombres permitió que todos los que estaban en el taller pudieran ver a Valentino. Por suerte para él, a ninguno le pareció un extraño venido del futuro porque, en esos años, en plena Edad Media, por los caminos, callejuelas, plazas, mercados, palacios, templos, casas de meretrices y tabernas se veía una amplia tipología humana. Aunque era el corazón de Europa, por todas partes pululaban hombres venidos de distintos puntos del mundo conocido de entonces, de oriente, del norte de África, de otros países de Europa. Era una fauna ataviada de las más extravagantes formas, con calzados, ropajes y sombreros diversos. A veces, hablando lenguas desconocidas y entendiéndose por señas.

En esa sopa carnavalesca danzaba una amplia muestra de la sociedad de la época: santones, titiriteros, comerciantes, curas, príncipes, nobles, tahúres, delincuentes de toda calaña, niños abandonados, artesanos, mercaderes, artistas, prostitutas, pícaros, alquimistas, enfermos, tullidos, soldados, artistas, sacerdotes, curanderos, pordioseros y, quizás, hasta extraterrestres.

Lo que no sabía entonces ni el propio Gutenberg es que los inventos y descubrimientos medievales, especialmente su ingenio para imprimir, iban a ser claves en un cambio de la actitud del hombre ante la vida. Su imprenta abriría caminos, puertas y ventanas para que la cultura llegara a todas partes y sería un factor importante en el inicio de un mundo nuevo.

Aunque ya en el siglo once, y en los posteriores, en Europa se crearon las primeras universidades que comenzaron a profundizar en la búsqueda de respuestas a todas las incógnitas para entender al hombre, al mundo y al universo, todavía la cultura era como una mesa llena de manjares junto a la cual se sentaban a comer sólo unos poquísimos afortunados. En esta efervescencia cultural también comenzaron a generarse corrientes de pensamiento que rescataron la cultura clásica, especialmente la filosofía, para intentar entender, de forma racional, tanto las religiones como las ciencias, es decir la búsqueda de la verdad.

Cuando Gutenberg vio a la desconocida visita, le preguntó:
- ¿Quién eres, visitante?
- Me llamo Valentino, vengo del reino de Castilla; estoy de paso por Maguncia.
- ¿Quién es tu rey?
- Enrique IV.
- ¿Al que llaman “El Impotente”?
- Sí, ese es su sobrenombre.
- ¡Bienvenido a mi taller, Valentino! ¿A qué te dedicas?
- Relato lo que veo, lo que hace el ser humano.
- ¿Qué?
- Cuento lo que sucede en el mundo.
- ¿Lo bueno y lo malo?
- Sí, maestro, por desgracia también he estado varias veces en el infierno, en medio de guerras donde he visto la cara más sangrienta, perversa y cruel de los seres humanos.
- Entiendo. Eres como un cuentahistorias que vas por los vericuetos del mundo contando lo que sucede en cada pueblo que visitas.
- Sí, algo así. Aunque yo a las historias las llamo noticias y, antes de divulgarlas, compruebo que sean reales, porque no sólo informo acerca de lo que veo, también de lo que oigo y de lo que me cuentan. Y como me han llegado rumores de que has inventado algo extraordinario he venido a conocer tu invento y, por supuesto, a ti.
- ¿Te refieres a esto? – Le preguntó Gutenberg mostrándole una imprenta magnífica, tal como él se la había imaginado y que ya la había visto detenidamente varias veces en Internet.
- Sí, me refiero a tu máquina de impresión. Aunque me han dicho que lo realmente original ha sido que has inventado esto, los tipos móviles metálicos - le respondió tomando en sus manos una pieza compuesta de una aleación de antimonio, estaño y plomo que correspondía a la letra uve de Valentino.
Gutenberg lo quedó mirando con expresión incrédula, y le soltó:
- ¿Cómo sabes tú de tipos móviles metálicos si tu tiempo lo dedicas a ir de aquí para allá?
- Justamente porque voy de aquí para allá, sé más de lo que usted se imagina, maestro.
- Ya me había percatado que no eres un simple cuentacuentos; perdón…cuentanoticias.
- Así es, maestro Gutenberg.
- Me imagino todo lo que habrás podido ver y oír viajando de un lado a otro del mundo.
- Mucho, maestro, mucho. También sé que usted no siempre se ha dedicado a la impresión. Me han relatado que antes pulía espejos.
- Veo que sabes más de mí que muchos de mis empleados y clientes.
- Pero lo de los espejos ¿es verdad o no?
- Sí. Fabricar espejos no era un mal negocio.
- Maestro ¿y qué otras cosas ha hecho antes de llegar a su imprenta?
- Muchas cosas, Cuentanoticias. Desde mi pubertad no he parado de laborar. Mi padre fue mi maestro. He trabajado como herrero, he sido orfebre y hasta he dedicado tiempo al oficio de la acuñación de moneda. Incluso aprendí a tallar gemas.
- ¿En Estrasburgo?
- Sí. En Estrasburgo. Cuando era muy joven también mi padre me inició en la confección de matrices y en la fundición de la plata y del oro.
- Ahora entiendo cómo llegó a los moldes de sus tipos. Y como estos le han permitido desembocar en la impresión mecánica con ellos.
- Metálicos, Valentino, tipos móviles metálicos. Ellos han sido mi gran aporte al proceso de impresión mecánico. La verdad, es que durante toda mi vida no he parado de trabajar, pero 
aunque la mayor parte de mi tiempo lo paso ocupado en este taller, también estoy al tanto que en el mundo están sucediendo hechos extraordinarios. - El mundo está cambiando, maestro Gutenberg.
- Lo sé, lo sé. A pesar que todos estos últimos años he estado sumido en impresiones, en libros y en mi imprenta, soy consciente de lo que nuestro mundo está cambiando, cuentanoticias.

Mientras lo oía, Valentino lo miraba como hipnotizado. La frase “soy consciente de lo que nuestro mundo está cambiando, cuentanoticias” fue como un bofetón para el periodista, que le ayudó a centrarse en esa coyuntura histórica de la Europa de mediados del siglo quince. En realidad ese mundo no sólo estaba en plena transformación gracias a nuevos inventos, a nuevas técnicas y a nuevas doctrinas y teorías, sino que pronto también se ampliaría y sus confines llegarían más allá del horizonte hasta entonces conocido. Pero el periodista tenía claro que en medio de ese remolino de acontecimientos, ni Gutenberg ni el más avezado vidente, podían imaginar que apenas 37 años después, el 12 de octubre de 1492, un marino llamado Cristóbal Colón, acompañado por 87 hombres que navegaron por el Océano Atlántico en tres endebles naves, descubriría un nuevo continente. Fue un sueño o una visión de Cristóbal Colón que, gracias a sus dotes de persuasión, consiguió hacerla realidad. Fue mérito suyo el conseguir convencer a los reyes católicos, Isabel y Fernando, para que aceptaran financiar tan magna aventura. De este modo los reyes de Castilla y de Aragón, deslumbrados por el oro y los tesoros que Colón les aseguró que allí estaban al alcance de las manos, se “asociaron” a él, quien, finalmente, terminó descubriendo vastas tierras hasta entonces ignotas.

Aunque Muchosnombres le había dejado claro a Valentino que no diera información sobre hechos venideros, el periodista no pudo controlar su afán de informar y le comentó al gran Gutenberg, a quien consideraba su colega:
- Maestro, ni se imagina lo que nos traerá el futuro: nuevas tierras, nuevos mundos, nuevas formas de comunicación.


viernes, 3 de abril de 2020

Viaje a Maguncia a entrevistar a Gutenberg


(Fotografía realizada por Aquiles Torres)



En el plan de entrevistas de Valentino a personajes que ya no existían en este  mundo, la próxima interviú prevista era a Johannes Gutenberg, un hombre al que el periodista admiraba por haber sido, oficialmente, el creador de la imprenta de tipos móviles, un ingenio que permitió acelerar la impresión de libros, democratizar la cultura y aumentar la divulgación de ideas. Además estaba directamente ligada al desarrollo posterior de la prensa escrita y, por ende, de los periodistas. 

Consideraba que Gutenberg y otros inventores como él, algunos cuyos nombres no ha registrado de la misma forma la Historia, habían permitido realizar un salto cultural cualitativo a la Humanidad. Como antes lo hicieron los que crearon la escritura; o quienes, ya en el siglo veinte, inventaron el computador e Internet, la red de redes.

Al igual como suelen trabajar algunos de los grandes profesionales del periodismo, antes de realizar una entrevista, Valentino solía informarse de manera  rigurosa y abundante acerca del personaje a entrevistar y de la época en la que a éste le había tocado vivir. Lo hacía con pasión, hasta encontrar galerías que le permitían llegar hasta vetas que nadie había descubierto antes. A veces le bastaba un pequeño detalle, un hecho aislado que los demás habían dejado pasar, pero que era la causa de sucesos que después se transformarían en extraordinarios. Luego se ponía en la piel del personaje e intentaba ver su interior, entenderlo, percibir sus luces y sus sombras. Consideraba que esta era la mejor forma para conseguir resultados originales y didácticos que llamaran la atención y el interés de sus lectores y, sobre todo, que les permitiera conocer mejor al ser humano y la trascendencia de su obra. Y la verdad es que le daba excelentes resultados.

A Gutenberg le había dedicado un par de horas cada mañana durante varios días, leyendo todo lo que consideraba que le podía aportar algo interesante. Luego lo dejaba, seguía trabajando en otros proyectos, comunicándose con medio mundo, saliendo a comprar y viviendo su día a día. Algunas mañanas salía a correr por el Parque del Retiro y a veces, cuando llegaba la noche, salía a cenar con Violante y algunos amigos, o iban a ver una obra de teatro. Luego regresaban a su departamento o iban al de ella a regalarse amor. Al día siguiente regresaba al inventor de la imprenta en una especie de cita invisible con un hombre a quien cada día creía conocer un poco más. Cuando consideró que tenía información suficiente, viajó a la ciudad de Valencia para visitar el Museo de la Imprenta y de las Artes Gráficas, con el objeto de chequear detalles que en Internet no le habían quedado claros.
Como todo estudiante de Periodismo, Valentino sabía desde sus tiempos de alumno en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense lo que Gutenberg había significado en el progreso humano. Asimismo tenía claro que antes de Gutenberg muchos hombres geniales también habían inventado artefactos con los que consiguieron reproducir imágenes y textos sobre papel, telas, pieles y otros materiales. En China, dos siglos antes del nacimiento de Cristo, algunos artífices ya lo hacían. Cientos de años después, en Europa, artistas como aquellos orientales, ayudados de un buril y otras herramientas similares, con gran maestría, hacían grabados sobre planchas de madera o metal creando una matriz que luego, por presión, imprimían varias veces sobre diferentes soportes, especialmente papel. Eran copias iguales de una misma matriz, que la usaban hasta que ésta se desgastaba. Para diferenciarlas y hacerlas únicas, algunas copias las enriquecían agregándoles dibujos y pinturas hechas a mano. Incluso introducían frases manuscritas como dedicatorias que las transformaba en especiales.  

Pero el invento de Gutenberg, que pasó a la historia con el nombre de imprenta, fue realmente un salto cualitativo importante porque marcó una diferencia sustancial en la técnica de impresión. La imprenta era una máquina, mediante la cual muchos reproducían ilustraciones y textos sobre papel o pergamino, pero el gran aporte de Gutenberg, lo que lo diferenció de las demás, consistió en inventar los tipos móviles individuales, fabricados tras fundir en un molde una mezcla de plomo, antimonio y estaño. Eran alargados y en un extremo llevaban una letra, un signo de puntuación o, simplemente un pequeño icono en relieve. Los maestros ordenaban los tipos en una caja o galera, disponiéndolos uno junto a otro. Con gran habilidad, iban formando sílabas y frases hasta completar una página. Cuando tenían una página lista, le aplicaban tinta y, por presión de una prensa, transferían la página completa al papel o al pergamino.


-¿Podemos irnos ya? – pregunto Muchosnombres.
-¿Por qué me lo preguntas si tú vas y vienes libremente sin pedirle el parecer a nadie, menos a mí?
- Me refiero si podemos partir ya hacia la ciudad de Maguncia.
- Por supuesto, cuando tú quieras. Me gustaría que fuéramos al año 1455.
- ¡Vamos allá! – gritó el señor Destino. Y agregó – Por esas regiones soy muy conocido porque cien años antes, en el siglo catorce, a medio mundo les di un barrido con la peste negra y me cargué nada menos que la tercera parte de los habitantes que entonces poblaban la tierra. Casi no dejé títere con cabeza.
- ¡Qué malvado eres! – le enrrostró Valentino mirándolo con rabia contenida.

Y de esa manera, sin tener conciencia de tiempo ni de espacio, los viajeros se encontraron en la Maguncia medieval en un día con un temporal de lluvia, nieve y vientos desatados que enfriaban el ambiente y hacían más oscura la ciudad ya de por sí oscura. En medio del frío y de un atardecer gris aparecieron Valentino, Muchosnombres y el señor Destino en el taller medieval del inventor de la imprenta.

Antes de que Muchosnombres permitiera que quienes estaban en el taller pudieran ver al periodista, Valentino recorrió lenta y cuidadosamente la estancia, observando con curiosidad cada objeto, cada máquina, cada artilugio, cada prensa, cada hoja recién impresa, cada libro, cada mueble, cada candil, en fin todo, porque todo le llamaba la atención en ese tibio, aunque mal iluminado taller, con el aire impregnado de una mezcla de aromas a tintas, a metal fundido y a humedad. Se acercó a una columna donde había decenas de libros apilados, impresos con técnica xilográfica, que eran el resultado de la encuadernación de una serie de páginas ordenadas y cosidas a mano, protegidas por bellas cubiertas de piel. Algunos probablemente habían sido realizados por el propio Gutenberg. Y en una estantería de madera que ocupaba un murallón, encontró preciosos manuscritos realizados a mano por algunos copistas cuyos nombres la historia no registró y que, probablemente, tardaron años en realizarlos. Eran artesanos que solían dedicar toda su vida a copiar letra a letra y dibujo a dibujo una obra, cuyo resultado, por lo general, era magnífico.
Cuando 
Valentino vio aquellos recordó algunos códices importantes que, en ocasiones especiales, había visto en algunos museos: el Códice del Beato de Liébana, que data del año 776; el Códex Emilianense, del siglo décimo; y uno de sus favoritos: “El Cantar de Mio Cid”, del siglo once, una de las obras más importantes de la literatura castellana que, en una ocasión, había tenido a un metro de sus ojos en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Bajo una alargada ventana vio a un cajista que, sobre una amplia mesa, ordenaba letras sobre una tabla rectangular llamada galera. Siguió desplazándose e, inesperadamente, en un anaquel polvoriento, vio un libro diferente a los que había visto antes. Lo tomó entre sus manos y revisó la portada. Era “El misal de Constanza”, un libro religioso, llamado así porque reproducía textos utilizados en la celebración de los oficios religiosos. Era una pieza muy especial porque fue el primer libro de la historia impreso por Gutenberg en su imprenta de tipos móviles, en colaboración con su equipo de artesanos y artistas. Fue realizado en 1449, cinco años antes que la Biblia. Una vez que Gutenberg terminó “El Misal de Constanza”, comenzó a trabajar en su primera Biblia que, dicen, la hizo tomando como modelo una de 1.300 páginas manuscritas, realizada completamente a mano, conocida como “Biblia gigante de Maguncia”.

Fue entonces cuando, cerca de una gran chimenea, a contraluz de las llamas, Valentino divisó a un hombre de cabellos grises y con larga barba, ataviado con un gorro de tela y piel. Vestía una bata amplia, de gruesa tela y daba instrucciones a quienes parecían ser dos aprendices.
¿Será él? – se preguntó emocionado el periodista.