(Fotografía realizada por Aquiles Torres)
Entrada 57.
Gutenberg invitó a Valentino a desplazarse a otro aposento donde había una segunda chimenea encendida. A tres metros de esta maravillosa fuente de calor, había una gran mesa de comedor junto a la cual el maestro Gutenberg invitó al periodista a sentarse. A los pocos minutos una mujer trajo una jarra de vino con especias y miel, y dos vasos de metal dorado.
- ¡Prost…prost! Brindemos Valentino para que los tiempos que se avecinan sean mejores que estos que ahora estamos viviendo.
- Sí, maestro, ¡prost!, para que haya más libertad y más justicia para todos los que poblamos la tierra.
- Y para que los tiranos, brujos, hechiceros, nigromantes y villanos de toda condición desparezcan de la tierra y se impongan la ciencia y los científicos.
- Eso será difícil de conseguir, maestro. Tampoco toda la culpa es de los pícaros, sean pobres o sean ricos y poderosos. Para los malvados timar, hacer sufrir y explotar a los inocentes y no tan inocentes es su negocio. De eso viven, de eso se alimentan. Así acrecientan su poder. Saben que la incultura es un terreno fértil en el que ellos pueden sembrar y cosechar fácilmente. Pero también nosotros somos culpables porque no nos unimos para hacerles frente ni hacemos lo suficiente para conseguir enderezar esta situación. Sin embargo, a pesar de todo, creo que poco a poco, estamos consiguiendo hacer un mundo mejor. Una prueba de ello es su imprenta con tipos móviles metálicos, maestro. Es una herramienta prodigiosa que producirá millones de libros y los libros facilitan intercambiar ideas, conocimientos y opiniones. Cuantos menos analfabetos haya más hombres cultos habrá. De este modo menos poder tendrán los que quieren transformarnos en bestias.
- Es posible que los hombres terminemos por conseguir ese mundo mejor que tú mencionas, querido “cuentanoticias” pero, por desgracia, por mi edad, yo no alcanzaré a ver el día en que la ciencia acabe con la oscuridad, en el que la luz venza a las tinieblas, en el que el dolor sea sólo un mal recuerdo y, sobre todo, en el que los seres humanos seamos más humanos.
- Tiene razón, maestro. Es probable que esos tiempos todavía estén muy lejos. O quizás no lleguen nunca.
- Tendrán que llegar, Valentino. Y te aseguro que cuando lleguen volveré, no sé si de los infiernos o de los cielos, a ver esa concordia universal, ese periodo de oro en que todos vivirán mejor y serán más felices.
A continuación comenzaron a traer algunas sencillas viandas calientes que a Valentino le parecían una bendición porque estaba hambriento. A pesar de los fuegos encendidos, aún sentía algo escarchados los huesos. Había platos, vasos, cuchillos y cucharas; y aunque escasos en esa época, también había trinches, una especie de tenedor de dos picos. Gutenberg sólo usaba el cuchillo y la cuchara. Se ayudaba con sus manos para sujetar trozos de carne que luego, con su mano izquierda, se llevaba a la boca. Valentino, acostumbrado en sus viajes como reportero de guerra a ver cómo en pleno siglo veintiuno muchos pueblos seguían comiendo como en la Edad Media, optó por imitar al maestro y empezó a degustar las meriendas que le supieron sabrosas, aunque muy especiadas. Para pasarlas recurría al vino que también le sabía muy distinto al que él solía beber en su vida normal. Y entre copa y copa, la conversación también se fue entibiando.
Valentino estaba fascinado. El maestro Gutenberg era un hombre extraordinariamente elocuente y demostraba gran sabiduría y experiencia. Por supuesto, cuando el vino fue lubricando la relación, el periodista llevó la conversación hacia el motivo de su entrevista, y que para Gutenberg en ese momento eran su razón de vivir: impresiones y libros. A continuación el artesano hizo un aporte interesante. Comenzó a contarle de una especie de impreso conocido como Jikii, que es la abreviatura de un título larguísimo de un documento realizado en Corea, que había sido impreso en 1377, setenta y seis años antes de su biblia. Lo habían encargado monjes budistas y contenía las enseñanzas de los preceptos de Buda.
Valentino lo oía fascinado, razón por la que Gutenberg, al notar el interés del “cuentanoticias”, siguió ahondando en el tema.
- Esos monjes creían que el budismo que llegó a Corea era inconsistente con la esencia del pensamiento de Buda. Esto los llevó a la conclusión que, como no existía, necesitaban crear un instrumento que pudiera ayudar a imprimir la doctrina y que, a la vez, sirviera como material didáctico y de transmisión del verdadero espíritu de Buda. Aunque se quejaban de las reinterpretaciones, ellos también crearon un budismo reinterpretado que llamaron Tongbulgyo, en el que reunieron todas las ideas que se habían dispersado justamente por no tener un soporte físico con el ideario de Buda Gautama. Y lo consiguieron.
- La historia está llena de interpretaciones de interpretaciones que, al final, deforman el espíritu original de las religiones y de las filosofías. A veces, lo que en un principio era santo, termina siendo diabólico. ¿Cuántos millones de ideas se habrán desvanecido en el aire porque nadie se preocupó de dejarlas guardadas en un soporte físico?
- Justamente ese fue uno de los motivos que me impulsó a imprimir La Biblia. Imprimir, Valentino, es una forma de dejar almacenadas las ideas para que no se malinterpreten.
- ¿Fue un trabajo duro, maestro?
- ¡Uf! No sólo duro, también largo y complicado. Han sido más de cinco años de arduo trabajo. Conseguimos hacer lo que nadie antes había hecho. Y eso es siempre difícil, porque todo es nuevo. Antes, libros como los que hemos impreso, sólo los hacían a mano los copistas. Y, de hecho, los siguen haciendo. En cambio nosotros, gracias a nuestros tipos móviles, mi equipo y yo, hicimos 185 ejemplares en poco menos de cinco años.
- Aproximadamente 10 copias por día.
- Exactamente. Ten en cuenta que un monje copista, con muchos años de práctica, sólo es capaz de escribir unos dos folios por día. A lo que hay que sumar las mayúsculas iniciales miniadas y las ilustraciones.
- Y luego encuadernar.
- Naturalmente.
- ¡Vaya logro! ¿Y estos 185 ejemplares son todos iguales, maestro?
- La base impresa es igual, pero ningún ejemplar es igual a los demás. Son todos únicos. 45 están impresos en vitela y 135 en papel.
- ¿Qué es exactamente vitela?
- Es un tipo de pergamino finísimo, pulido con mimo y paciencia, cuya base es la piel de becerros de pocos días.
A continuación el impresor pidió a uno de sus ayudantes que le trajera dos ejemplares. Uno impreso en vitela y el otro en papel. Cuando los tuvo en sus manos abrió uno de los ejemplares e invitó al periodista a examinar la extraordinaria pieza impresa en vitela.
- Mira, Valentino, toca la calidad de la vitela que hemos utilizado.
Valentino recibió el ejemplar en sus manos y palpó y acarició suavemente la piel curtida. Aprovechó a examinar con minuciosidad unas cuantas páginas, cada una de ellas con 42 líneas impresas a dos columnas, con una tipografía gótica muy oscura. Le llamó la atención que los comienzos de páginas y las mayúsculas que encabezaban algunos párrafos estaban adornadas con bellos arabescos en tinta de un tono rojo.
- Es un material magnífico – comentó emocionado de tener tal tesoro entre sus manos.
- Gracias, a mí también me lo parece – arguyó Gutenberg.
Y el maestro insistió en que, a pesar que los 185 ejemplares habían sido impresos con los mismos tipos y la misma técnica, artistas miniaturistas excepcionales habían “iluminado”, fue el terminó usado por el impresor, algunas páginas con bellos arabescos y dibujos, lo cual los hacía diferentes y únicos.
- Mira este otro ejemplar, “cuentanoticias”, compara las mismas páginas de uno y del otro.
Y, efectivamente, Valentino pudo comprobar que las miniaturas hechas a mano que las adornaban eran distintas y, en ambos casos, extraordinariamente bellas.
- ¡Un gran trabajo! – exclamó Valentino. Y agregó con sorna – En los siglos venideros estos primeros ejemplares salidos de su imprenta valdrán más que el oro.
- Dios te oiga, hijo, Dios te oiga - agregó el “anciano” Gutenberg que en ese año 1455 tenía 56 años de edad. De hecho había superado en unos quince años la esperanza de vida en la Edad Media. Entonces la media de vida apenas superaba un poco más de 40 años en los hombres; y algo menos en las mujeres.
El periodista y su “entrevistado” continuaron charlando durante dos horas más. Cuando consideró que ya tenía los contenidos suficientes con los cuales luego trabajaría para transformarlos en una entrevista sobresaliente, le preguntó a Muchosnombres, quien siempre había permanecido junto a él.
- Podemos ya regresar al futuro?