viernes, 20 de enero de 2012

Una Nochebuena con sorpresas

Capítulo 30
(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

     La noche del 24 de diciembre el interior de la casa de montaña de los padres de Valentino estaba iluminado por el resplandor de las llamas de las dos inmensas chimeneas y por la luz cálida de decenas de velas que habían dispuesto estratégicamente por todos los rincones de la estancia.

     Después que los niños terminaron de cenar, se situaron a jugar junto a la maqueta del pesebre y al árbol de Navidad, donde reían y canturreaban villancicos. Cuando faltaban algunos minutos para las nueve de la noche, Elvira, la madre de Valentino, invitó a todo el grupo a ocupar sus puestos junto a la inmensa mesa que lucía esplendorosa, cubierta por un mantel de color verde manzana, sobre el cual habían depositado una vajilla de colores carmesí y verde oscuro; numerosos cuencos con aderezos de diferentes colores y sabores; varias botellas de cristal tallado que contenían vinos blancos y tintos; cubiertos de plata, con la marca de una herradura en los mangos, que nadie recordaba qué generación la había aportado a la familia; y como ahora está de moda, copas translúcidas, de diferentes estilos y colores: púrpuras, añiles, verdes, azules y amarillos. Frente al puesto de cada comensal había pequeños sobres con el nombre de cada uno, que contenían una tarjeta escrita a mano por la madre de Valentino, con una predicción y un deseo especial para cada miembro de la familia. La noche anterior a Nochebuena, Elvira solía decir “Me voy a mi oráculo”, y se encerraba con llave en su habitación. En hojas de papel que ella misma fabricaba utilizando fibras vegetales de su jardín, concentraba en ellos sus pensamientos y escribía un nombre de un ser querido y luego apuntaba lo que le dictaba su corazón. Solía decir que era un don, ya que ella no decidía qué escribir, insistía en que había una fuerza en su interior que hacía que su mano caligrafiara los mensajes. El juego consistía en que nadie debía enterarse de las predicciones de los demás. Era una tradición que ella aprendió de su madre, y su madre de la suya y así había sido, probablemente, desde que su linaje apareció sobre la tierra.

     A las nueve de la noche en punto comenzaron a oír los ecos de un coro de voces lejanas que cantaban canciones de Navidad. Valentino sonrió porque recordó que cuando él y sus hermanos eran adolescentes, también salían a cantar recorriendo el pueblo. Todos se asomaron a la puerta y pudieron ver cómo una fila de jóvenes, premunidos de pequeñas lámparas que parecían luciérnagas en la oscuridad, pasaron frente a la casa y luego se perdieron en las callejuelas con dirección a la iglesia.  

- Por favor, todos adentro, ya es hora de servir la cena – Suplicó Elvira.
     De inmediato todos entraron ateridos de frío buscando el calor del interior de la casa. Cuando se sentaron a la mesa sólo las dos sillas que estaban a la derecha y a la izquierda de Valentino permanecieron vacías. Entonces su madre le dijo con un mohín de tristeza:
- Hijo, te advertí que tus amigos no podrían llegar. ¿Te han llamado por teléfono?
- No funcionan los teléfonos, madre. Pero te aseguro que llegarán en unos momentos, puede que antes que comencemos a degustar el aperitivo. ¡Créeme!
- ¿Cómo puedes estar tan seguro, Valentino?
     Valentino lo estaba porque ya conocía lo suficiente a Muchosnombres. Y su pálpito no lo defraudó, porque cuando aún latía en el aire la pregunta que la madre le había hecho, golpearon tres veces a la puerta. Todos se quedaron sorprendidos y miraron a la vez a Valentino, quien se levantó y les dio a todos, sonriente, un repaso como diciéndoles con el gesto: “Os lo dije”. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y todos pudieron ver a Muchosnombres y al señor Destino cubiertos de nieve, quienes, al unísono, desearon a todos “Feliz Navidad”. La madre se levantó de inmediato para invitarlos a entrar:
- Soy Elvira, la madre de Valentino, los amigos de mis hijos son siempre bienvenidos en esta casa.

     Luego Valentino les pidió a Muchosnombres y al señor Destino sus abrigos, sombreros y bufandas, y los presentó a todos sus familiares y amigos. De inmediato casi todas las miradas se centraron en Muchosnombres, quien  vestía un elegante traje negro con un escote generoso que enmarcaba unos pechos espléndidos, en medio de los cuales se asomaba un colgante de color granate que brillaba como el fuego. Probablemente ninguno de ellos llegó a imaginar quién era realmente esa hermosa muchacha. Si bien todos sintieron una sensación extraña de unidad y de paz consigo mismos, no sospecharon que esa atmósfera de armonía se debía a que todos ellos formaban parte de Muchosnombres, porque como se lo había repetido varias veces a Valentino, ella era “todo lo existente...siempre”, algo que tampoco él nunca había llegado a entender ni, probablemente, podría conseguir comprender jamás.

     A continuación el padre de Valentino, muy parecido físicamente a su hijo, se puso de pie e invitó a todos a un brindis:
- Por todos vosotros, especialmente por los amigos que acabamos de conocer y que han llegado hasta nosotros a pesar de la oscuridad, del frío y de la nieve de esta noche de tormenta. Para que todos los hombres del mundo lleguen algún día a experimentar la felicidad que yo siento en este momento… ¡Salud!
- ¡Salud! – contestaron todos en coro, a la vez que levantaban sus copas de cristal rebosantes de cava catalán. Al exclamar “salud”, Valentino pensó, con cierta sensación de tristeza, en que lo que todos estaban viviendo no volvería a ocurrir jamás. Probablemente volverían a asistir a una Nochebuena parecida, pero como aquella nunca más, porque en la vida nada se vuelve a repetir del mismo modo.

     Apenas la cena comenzó el ambiente se llenó de conversaciones cruzadas, y del sonido producido por la manipulación de la vajilla y de los cubiertos. El primer plato consistió en sopa de cebolla con puerros y queso rallado, con dados de pan fritos y dorados en aceite de oliva. De segundo sirvieron “Pitu de caleya” acompañado de patatas panaderas, a la vez que dispusieron sobre la mesa varios boles con ensaladas distintas, aderezadas con salsas diversas.

     Mientras cenaban, una hermana de Valentino le consultó a Muchosnombres en qué trabajaban. Le confesó que el día anterior se lo habían preguntado a su hermano, y que éste había escabullido la pregunta, respondiéndoles que no sabía exactamente en qué. La única pista que les había dado es que era un trabajo altamente especializado que les obligaba a viajar mucho por todo el mundo.
- Efectivamente es como ha dicho Valentino, viajamos mucho y nadie, aparte de nosotros, puede hacer lo que hacemos.
- Pero… ¿Se puede saber en qué consiste vuestro trabajo?
    
     Muchosnombres y el señor Destino miraron a Valentino y luego de hacerle un guiño de complicidad, Muchosnombres contestó:
- Somos hipnotizadores y magos, por eso usamos estos nombres de fantasía que tanto llaman la atención a tantas personas. Hacemos trucos que nadie más sabe hacer.
- ¿Hace mucho que trabajan juntos?
- Hace mucho mucho mucho tiempo – Exclamó el señor Destino sonriendo como un bribón.
- ¿Qué tipo de hipnosis y de magia hacen? – inquirió una cuñada de Valentino.
- De todo tipo.
- ¿No tienen una especialidad?
     Entonces interrumpió Valentino, quien explicó:
- Son buenos en todo; hacen trucos que parecen imposibles.
- Me encanta la magia y la hipnosis - Confesó el padre de Valentino. Y matizó – Recuerdo que hace apenas unos siglos  la magia estaba prohibida; decían que era brujería. Por esta razón, en estas tierras, la Inquisición llevó a muchos inocentes a la hoguera.
- ¿Nos podrían regalar con algún truco? – suplicó Elvira.
- ¿Qué le gustaría, Elvira?
- No sé… ¿Podrían hacer aparecer un conejito?
- Lo del conejo lo hacen casi todos – Se excusó Muchosnombres - ¿Le parece mejor que hagamos aparecer un animalito más grande?
- Lo que usted quiera Muchosnombres - le respondió Elvira.

     Como los niños habían oído que aparecería un animalito, se acercaron a la mesa y comenzaron a chillar entusiasmados:
- Yo quiero que hagan aparecer un león.
- Y yo un elefante.
- Mejor un rinoceronte.
- Yo prefiero una jirafa con un cuello muy largo.
- Sí sí, jirafas, y también cebras.
    
     Muchosnombres y el señor Destino se entusiasmaron con la reacción de los críos y comentaron al unísono:
- Vale niños, haremos aparecer algunos animalitos africanos. Por favor, que nadie toque nada de lo que vean y que nadie se asuste, porque recuerden que es sólo una suerte de magia. Todo es fantasía. Y ahora, por favor, mírennos a los ojos.

     Y tal como había sucedido en el Restaurante del Casino de Madrid unos meses antes, en un santiamén, el inmenso comedor se transformó en una llanura africana con un sol que producía un calor sofocante, repleta de elefantes que barritaban, búfalos que mugían, hienas que aullaban, impalas que bramaban, leones que rugían, guepardos que gruñían, cebras que emitían un sonido entre un rebuzno y un relincho; sólo a las jirafas no se les oía ruido alguno porque, según explicó el señor Destino, emiten sonidos con una frecuencia muy baja, que los humanos no podemos percibir. Todos esos animales estaban allí, sobre una vasta sabana que se extendía hasta donde se perdía la vista.

     Al ver los animales, todos los comensales, con la excepción de Valentino, quien ya conocía el percal, comenzaron a inquietarse. Las hermanas y una cuñada de Valentino, al ver que los leones se comenzaban a acercar a los niños, comenzaron a gritar, mientras tres elefantes metían sus trompas en la mesa hasta zamparse un par de bandejas de turrones. Lo peor fue cuando se dejaron caer sobre la mesa una docena de buitres que empezaron a picotear todo lo que encontraban. Mientras los chavales exclamaban “¡Qué guay…qué guay!”, el resto de la familia permanecía como petrificada en sus asientos, sin mover nada más que sus ojos de derecha a izquierda y viceversa, sin poder explicarse cómo habían podido todos ellos meterse en esa llanura africana que era igualita a las que en alguna ocasión habían visto en las documentales de la National Geographic. 

sábado, 31 de diciembre de 2011

Navidad en la aldea de la infancia

Capítulo 29
(Fotografía realizada por Aquiles Torres)

     El 23 de diciembre, temprano, en un día muy frío pero con mucho sol, Valentino salió desde Madrid hasta el lugar donde  pasaría la Nochebuena con sus seres queridos. Por delante le esperaban varias horas de viaje. Cuando faltaban menos de cien kilómetros para llegar a su destino el día continuaba siendo azul, pero la tierra estaba manchada de nieve. Iba feliz escuchando villancicos de Navidad. Incluso los canturreaba. Miraba la naturaleza que se le ofrecía tan bella, que casi le parecía un sueño o el escenario de un ballet. Sin embargo, igual como cambia la vida, a medida que empezó a subir hacia la montaña, el cielo se empezó a nublar, el ambiente se tornó amenazante, la temperatura bajó y, finalmente, comenzó a nevar.

     Así, conduciendo en medio de una suave nevada, llegó Valentino a un pequeño pueblo de montaña enclavado en lo más profundo de la Cordillera Cantábrica. Allí sus padres tienen una gran casa, empezada a construir más de dos siglos antes por antepasados por vía materna, que distintas generaciones la habían ido ampliando con el tiempo. La madre de Valentino la había heredado cuando era soltera. Luego, cuando se casó con el padre de Valentino, comenzaron a restaurarla y, a medida que fueron naciendo hijos, la ampliaron aún más. Desde entonces era uno de los lugares favoritos de vacaciones de la familia. También es el lar que, durante estos días de invierno, permanece tibio gracias a las dos chimeneas que mientras ellos están allí, las mantienen siempre encendidas. Es en esta casa donde todos los miembros  del clan, formado por los hermanos, hermanas, maridos, esposas, sobrinos, sobrinas y abuelos de Valentino, acostumbran a reunirse a celebrar las Pascuas. Valentino solía decir que no concebía vivir una Navidad en otro lugar que no fuera en aquel hermoso enclave del Pirineo español, porque sus primeros recuerdos de la Natividad son de allí.

     La aldea, que es como un lunar en medio de la montaña, tiene menos de doscientas casas y en el centro de ellas, en una gran plaza, hay una iglesia románica muy antigua, levantada a poco de comenzar el segundo milenio, en el mismo lugar donde la tradición cuenta que existía una ermita construida en el siglo sexto. El hermoso y austero edificio del templo románico, tal como ha permanecido hasta hoy, incluso, fue comenzado a construir medio siglo antes que la Catedral Románica de Santiago de Compostela, cuando gran parte de la Península Ibérica estaba invadida por los musulmanes, quienes tenían su capital en el sur, en la ciudad de Córdoba.

     Ese paso del milenio primero al segundo generó entonces temores irracionales en los supersticiosos hombres de la época. También coincidió con un suceso políticamente muy importante: entre las fuerzas que invadían entonces lo que en esos años era España, se produjo una “Fitna”, que en árabe significa “guerra civil o división”, tras la cual, la fuerzas invasoras se fraccionaron en decenas de facciones que se transformaron en reinos islámicos independientes llamados “Taifas”. Precisamente aquellos fueron los años en que comenzaron a construir la iglesia del pueblo de los ancestros de Valentino, época en que también se comentaba en voz baja que el llamado “Santo Grial”, que según la tradición cristiana es la copa usada por Jesucristo durante la llamada Última Cena, había sido traído a la península, para ocultarlo en esas tierras.

     Un poco más tarde, en la Edad Media, una rama de los antepasados de Valentino comenzó a fabricar herraduras y clavos, y a herrar caballos de pueblo en pueblo. Luego, la siguiente generación montó una gran herrería que los hizo amasar cierta fortuna. Pero fue sólo a fines del siglo dieciocho, cuando un pariente lejano de Valentino, propietario de una gran extensión de terreno, construyó en la pequeña villa la mejor casa de todas las que había en esas desoladas tierras.

     Por la mañana del Día de Nochebuena, los pequeños de la familia fueron los primeros en levantarse. Cuando se asomaron por los ventanales comenzaron a chillar, porque contemplaron con alegría que un fuerte temporal de nieve y viento hacía danzar densas cortinas de nieve. Vieron que todo, completamente todo, las montañas, el pequeño valle, los árboles, las calles y las viviendas del pueblo estaba cubierto de nieve. De este modo, como solía suceder cada año, definitivamente ya nadie podía llegar ni abandonar el lugar.

     Media hora después, mientras la numerosa familia tomaba un reconfortante desayuno de montaña, en una larga mesa donde había café, leche, casadiellas, pan hecho en casa, mermeladas caseras, mantequilla y quesos del pueblo, Valentino le comentó a su madre que, probablemente, dos amigos suyos vendrían a compartir con ellos la cena de Nochebuena.
- Me encanta que vengan amigos tuyos, hijo, si vienen, como siempre, serán bienvenidos, pero dudo que puedan llegar; el pueblo está incomunicado.
- No te preocupes, madre – le contestó Valentino – Los conozco; sé que llegarán.
- ¿Los conocemos nosotros? – le preguntó su madre.
- No los conocéis, soy amigo de ellos sólo desde comienzos de este año.
- ¿Son hombres o mujeres? – Interrogó su hermano mayor.
- Una chica y un chico.
- ¿Son matrimonio?
- No, trabajan juntos. Ella es su jefe.
- ¿En que trabajan?
- No sé exactamente en qué. Sólo sé que están altamente especializados en lo que hacen, que viajan mucho y que su trabajo es muy importante.
- ¿Qué edades  tienen?
- Entre treinta y cuarenta.
- ¿Es simpática ella?
- Muy simpática y muy bella. Es la mujer más hermosa que he conocido en mi vida.
- ¡Ah!...Me parece que estás entusiasmado con ella… ¿Verdad? – exclamó otra de sus hermanas.
     Y agregó la menor:
– Hermanito, ya va siendo hora que sientes la cabeza. ¿De verdad que no es tu novia ni una “amiga especial”?
- No es mi novia, y aunque es una amiga especial, no es como otras amigas especiales que tengo; ambos son sólo amigos míos.
- Qué lástima que el bellezón del que nos hablas no pueda venir. Me hubiera encantado conocer a esa mujer que nos has dicho que es tan guapa. Con el pueblo aislado, no creo que puedan llegar; es imposible – Volvió a insistir uno de los hermanos de Valentino. Y agregó - Aunque deje de nevar estaremos así por lo menos tres días, como sucedió hace dos años… ¿Recuerdas?
    
     Valentino hizo una pequeña mueca que escondía una media sonrisa y murmuró “Ya veremos, ya veremos”.

     Inmediatamente después del desayuno, mientras los críos, debidamente abrigados, hacían un gran muñeco de nieve frente a la casa, los mayores se dedicaron a trabajar en equipo en la preparación de las viandas, la decoración y en todos los detalles para la cena.

     Cuando terminaron, Valentino se calzó zapatos de alta montaña, un chubasquero verde engrasado, un sombrero del mismo material, y salió a caminar bajo el temporal de nieve. Siempre le gustó hacerlo. Además aquí se sentía más libre que en ninguna parte. Cuando fue reportero en zonas en conflicto y fue testigo de las animaladas que eran capaces de hacer los hombres: violaciones de mujeres indefensas, niños soldados matando como autómatas, hombres destripando hombres, soldados degollando niños, cuerpos irreconocibles por las explosiones de “hombres bombas”; para soportar el dolor que lo embargaba hasta las lágrimas, pensaba en “su” pequeña aldea y recordaba las felices y pacíficas Navidades de su infancia. Sólo así, ayudado de esta arma secreta que eran sus recuerdos, aguantó dos años informando al mundo y a sus lectores que si existía un infierno, éste estaba en la tierra.

     Cuando llegó a la pequeña plaza y se enfrentó con la iglesia, decidió entrar. Recordó que cuando niño había cantado en su coro. Aunque el día era frío y gris, dentro estaba tibio y una luz dorada invadía hasta los últimos resquicios de su arquitectura interior. Se sentó frente al altar mayor y cerró los ojos. Como no es creyente, no se persigno ni rezó ninguna oración a ninguna deidad. En medio del silencio pensó en los extraños acontecimientos que le habían sucedido desde aquel día de enero en que, en el Parque del Retiro de Madrid, había conocido a Muchosnombres. Ese encuentro había cambiado en parte su vida, porque desde entonces, las cosas complicadas empezaron a ser más transparentes para él; ya no se encontraba con tantos laberintos sin poder resolver; y hasta se le había aguzado el sentido común. El silencio que latía en el ambiente, el claroscuro áureo que flotaba en el aire, y la música del órgano que comenzó a danzar por los pasillos que conforman una planta de cruz latina, lo ayudó a valorar lo que le había sucedido el año que estaba a punto de terminar.
- Aunque ha sido un buen año, pudo haber sido ser mejor – exclamó bajito.

     Entonces, de todas partes y de ninguna, como un trueno, una voz que él ya conocía, exclamó:
- ¿Te das cuenta que sólo piensas en ti y que no te conformas con nada? ¿Y qué has hecho tú para que el mundo fuera mejor para todos?

      A continuación sonó una risa cristalina que, igual como vino, se fue.

     “Es verdad ¿Qué he hecho yo para que mi vida y este mundo fueran un poco mejor?”, pensó Valentino. A pesar de la reprimenda de Muchosnombres, en paz consigo, se levantó de la banca, se puso en pie y comenzó a hacer el camino de regreso hacia su hogar.   


(Adeste Fidelis)



domingo, 18 de diciembre de 2011

Besos más dulces que el vino

Capítulo 28

     Después de terminar de hablar por teléfono con Michelle,
Valentino se sentó a trabajar un par de horas en una novela, sin nombre aún, que trata de un hombre que vivió tres exilios en su vida: el del jardín de su niñez, el de su Patria, y el de su amor.

     Luego de completar tres o cuatro carillas que lo dejaron relativamente satisfecho se levantó de su silla de trabajo, se arrellanó en un sillón, encendió su aparato de música, bajó la intensidad de la luz de la lámpara de pie casi al mínimo, cerró los ojos y se dispuso a oír canciones francesas. A los pocos minutos percibió que la estancia se iluminaba y se llenaba de un calor benefactor. Abrió los ojos y se le apareció Muchosnombres, tan hermosa como siempre, tatareando un trozo de la misma canción de Brel que él estaba escuchando: “Ne me quitte pas… Il faut oublier… Tout peu s’oublier…Qui s’enfuit déjà…Oublier le temps des malentendus…”. A continuación Muchosnombres repitió los mismos versos en castellano: “…No me dejes…Hay que olvidar…Todo se puede olvidar…Lo que ya se fue…Olvidar el tiempo de los malos entendidos…”

     Tras canturrear estos versos le lanzó una flecha envenenada:
- Bella canción… ¿Verdad?
- No me digas que a ti, que eres “todotodo siempresiempre”, también te gusta esta canción.
- También me gusta. Es como un grito desgarrado lleno de dolor pero es muy hermosa. Desprende poesía desde la primera hasta la última palabra. Es emoción en esta puro, por eso es gusto de personas sensibles y cultivadas.
- Creí que tú no tenías sensibilidad Muchosnombres; que estabas por encima de estas circunstancias de nosotros los humanos.
- ¿Cómo?
- Quiero decir que pensaba que no tenías sentimientos.
- Pues estás equivocado; también los tengo – y cambiando hábilmente de tema le espetó a Valentino – A propósito de emociones… ¡Qué manera de emocionarse la mexicanita contigo! Un poco más y te lleva al huerto. Y ahora te hace una llamadita telefónica con musiquita y todo. Y tú tratándola de “pequeñaja”.
     Valentino no dijo nada; prefirió contestar con una sonora carcajada.
- Veo que es una risa de evasión, amigo mío. También te gustó a ti ¿Verdad?
- ¡Mmmmmm! Es maja, inteligente y tiene sentido del humor.

     En medio de la lacónica respuesta de Valentino. Justo entre “inteligente y tiene sentido del humor”, de la nada, apareció en escena el señor Destino quien, sin que nadie se lo preguntara, expresó:
- Yo también encuentro maja e inteligente a la mexicanita. Y muy hermosa. No como esas bellezas forzadas que parecen fotos “photoshopeadas”, con rostros planos e inexpresivos, como si les hubieran pasado un rodillo por encima de su cara. Michelle, en cambio, tiene una belleza original, un rostro sonriente, lleno de aristas y detalles que la hacen inolvidable. 
- Tampoco creía que tú pudieras apreciar bellezas especiales.
- Pues ahora lo sabes, querido “pequeñajo”.
- No entiendo a qué viene tanta alharaca. Sabéis bien que no es la primera mujer con la que paso unas horas divertidas. Es una más.
- ¿Una más? Pues es posible que esa chica de la que tú dices que es tan maja, inteligente y con sentido del humor…y que es una más, por lo menos durante un tiempo, sea importante en tu vida Valentino.
- Oye… ¡Para para! ¿En qué lío me estás metiendo, señor Destino? ¿Por qué quieres hacerme esta putada? Si a Michelle apenas la conozco.
- Todavía – le endilgó a la cara – Y acercando su rostro al de Valentino le volvió a repetir con sorna - ¡Todavía!
- De verdad señor Destino, no siento nada especial por ella.
- ¿Exactamente qué me quieres decir?
- Quiero decirte que no me hace tiritar el alma. La he visto sólo dos veces en mi vida. La primera vez en las excavaciones de Atapuerca y la segunda hace poco más de una semana, cuando yo por casualidad pasaba por allí el día que le robaron el bolso en la Gran Vía.
- ¡Inocente…más que inocente! ¿Y tú crees que ese volverse a ver fue casual? Te confirmo que la coincidencia en el espacio y en el tiempo en la Gran Vía fue cosa mía, pero lo que siguió después fue cosa tuya. Y naturalmente de ella. Porque después de acompañarla a la policía la invitaste a degustar tapas al Mercado de San Miguel, y luego a caminar por un laberinto de calles de Madrid hasta… ¡Oh milagro!... aterrizar en tu departamento. ¡Vaya, que si te llega a gustar, te casas con ella el mismo día!
- Eres un exagerado, señor Destino. De verdad, apenas la conozco.
- ¡Apenas la conozco…apenas la conozco! – Repitió el señor Destino imitando la voz de Valentino. Y remató el discurso con una frase lapidaria- ¿Y entonces por qué ponías los ojos blancos cuando cantaste canciones de amor con ella?
- Por buena educación; por normas propias de un hombre bien nacido, como yo.
- ¿Y qué me dices de esos frotamientos de labios en la terraza? ¿Eran propiamente lo que se acostumbra a llamar besos o quizás a Michelle le faltó el aire, y tú, como un hidalgo español solícito, le hiciste el “boca boca”?
- Hombre, señor Destino, apenas fue un intercambio de besitos inocentes que, después de todo, no le hacen mal a nadie.
- ¿Besitos inocentes has dicho?
- ¡Vale! Fueron, como dice una canción de Jimmie Rodgers: kisses sweeter tan wine.
- ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Besos más dulces que el vino!
¿No te fijaste cómo a ella le tiritaban sus piernas mientras bebía de tu vino, y cómo a ti se te subieron las pulsaciones a más de 130? ¡Claro! ¿Cómo te ibas a dar cuenta si en tu arrebato de pasión perdiste hasta la noción de la realidad?
- ¡Qué hocicón eres señor Destino!
- Lo que no quiero es que mires en menos a Michelle porque fui yo quien te la puso en tu camino. No olvides nunca que la vida da muchas vueltas, Valentino. Y yo conozco bien todos esos recovecos. Tú ni siquiera sabes lo que será de tu vida dentro de un mes o de un año. Ni siquiera sabes cuándo dejarás de existir.
- Te doy la razón, pero lo que sea de mi vida, al menos en parte, dependerá de mí. Por supuesto no me refiero a morir. Eso llega y no hay nada que hacer. Además creo que Michelle aún está enamorada de ese señor que conoció en el avión.
- ¡Uyuyuy pichoncito! Sabes muy bien, porque ya te ha sucedido, que el amor igual como llega se va. Vosotros los humanos tenéis una frase magistral que dice “Del amor al odio hay un solo paso”. Y ella acaba, aunque aún lentamente, de entrar en puntillas a la fase de odio que desembocará en un sentimiento totalmente neutro.
- “Del amor al odio” es sólo una frase hecha, señor Destino. En la vida cotidiana los sentimientos no suelen variar como una veleta en un día de temporal.
- Tú hablas por ti y por algunos cercanos a ti, pero yo que trato con tout le monde desde que el mundo es mundo, te aseguro que esa frase, en un alto porcentaje, es un reflejo de la realidad. La historia está llena de casos en los que el odio ha llegado a ser más fuerte que el amor.
- Como por ejemplo la historia de Sinhué y Nefernefernefer.
- No exactamente, porque en esa ligazón sólo hubo amor por parte de Sinhué el Egipcio. Recuerda que Nefernefernefer, arquetipo de mujer perversa e interesada, fingió amarlo hasta que dejó de serle útil. Si has leído la historia, recuerda que al final, al pobre Sinhué lo dejó más flaco que a un perro de alcantarilla.
- ¿Podría servir el ejemplo de Otelo y Desdémona?
- Tampoco, en ese caso no hubo odio, sino demasiado amor por parte de Otelo. Tanto, que los celos productos de ese mismo amor, hicieron que Otelo creyera las mentiras de Yago y terminara estrangulando a Desdémona. Para eso hay otra frase que dice “Hay celos que matan”. Sabes que cuando Otelo comprobó que su amada era inocente, se suicidó. Los celos, en el amor, son como una rama de espino envuelta en papel celofán.
- Querido señor Destino, te estás poniendo muy teatrero. Todo lo que explicas ocurre sólo en historias inventadas que los hombres transforman en poemas, novelas, obras de teatro, ballets, óperas y hasta películas.
- Estás equivocado. En la vida real también ocurre. ¿Sabes cuántos amores, cada día, por alguna razón, a veces sólo por una serpiente que se cruza en sus caminos, tras amarse, llegan a odiarse? Sois tan bárbaros que un poeta americano del siglo diecinueve se atrevió a escribir la siguiente frase: “Después del amor, lo más dulce es el odio”. ¿Te das cuenta?
- Esto demuestra que hay personas que al odio le encuentran un saborcillo dulce. Aunque sería más propio decir agridulce.
- Lo mismo pienso yo.

     Finalmente Valentino prefirió cortar el tema. Se quedó impasible, rumiando en silencio los comentarios del señor Destino acerca del amor y de los celos. Reconoció que, en parte, tenía razón. Fue entonces cuando Muchosnombres, que había asistido complacido al diálogo, le preguntó a Valentino dónde pasaría la Nochebuena y el día de Navidad.
- En una aldea emplazada en la Cordillera Cantábrica, donde mis padres tienen una casona del siglo diecisiete.
- ¡Fiuuu!... ¡Cuánto les habrá costado!
- No la han comprado. Es heredada de nuestros antepasados por la línea del linaje de mi madre.
- ¿lo pasaréis ellos y tú solos?
- ¡Qué va! Es una tradición que nos juntemos muchos miembros del “clan”: mis padres, mis hermanas y hermanos, mis sobrinas y sobrinos, mis abuelos maternos, y otros parientes que se apuntan o, simplemente, llegan. No es necesario ser invitado. Pero creo que este año sí que habrá unos invitados realmente excepcionales.
- ¿Quiénes?
- Quiero que tú y el señor Destino también vengáis. Nuestra casa es muy grande, muy tibia, y nos sobra el cariño. Podríais compartir con nosotros unos días maravillosos. Estaremos perdidos en medio de la nieve.

     Muchosnombres meditó un par de segundos la invitación y terminó diciendo:
- Nos va a encantar estar contigo y tu familia, pero nadie debe saber quiénes somos.
- ¡Qué bien! Lo prometo.
- ¿Qué deberemos aportar?
- Apetito, sed y ganas de pasarlo bien.
- Vale, pero debes aceptar que en Nochebuena te dé un pequeño regalo que nadie más que yo te puede dar.
- ¿Qué es?
- Es algo que a todos los hombres y mujeres de este planeta les gustaría recibir.
- ¿Qué puede ser? Viniendo de ti seguro que será especial ¿Me podrías adelantar algo?
- ¡No!
- ¿Me explicarás el secreto de la vida y de la muerte?
- ¡No!
- ¿Me permitirás entender el infinito?
- ¡No!
- ¿Llegaré a conocer el significado del concepto tiempo?
- ¡No!
- ¿Me explicarás qué es la eternidad?
- Frío frío.
- Muchosnombres ¡Anda! Dame una pista por lo menos.
- Valentino, no preguntes más ni intentes jugar a las adivinanzas conmigo porque no te diré qué es. No hagas que me arrepienta; recuerda que la curiosidad mató al ratón.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

Las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo

Capítulo 27

Interior de la galería Alcion de Madrid

     Durante una hora y media de la mañana del jueves Valentino se dedicó a caminar y a hacer fotos por Madrid. Luego se dirigió a una sala de exposiciones a buscar un cuadro que dos meses antes había encargado a Óscar, propietario de la galería Alcion, emplazada en la esquina de Orellana con Argensola.

     Alcion es una galería singular, especializada en hacer copias fieles de cuadros de pintores importantes, realizadas por copistas excepcionales, seleccionados por Óscar entre los mejores de España. Uno de los amigos de Valentino, José María, le había dado el dato. Le comentó que era el único lugar fiable de España donde se pueden comprar réplicas legales de gran calidad de cuadros de grandes maestros. También le explicó que todas las obras, por seguridad, llevaban adheridas al dorso un sello explícito que certificaba que era una copia autorizada.
- Todo es legal – le había dicho – Además te vas a sorprender de la calidad artística.

     El cuadro sería el regalo de bodas para Gaby, una de sus amigas de infancia, quien se casaba por segunda vez. Aunque a ella la conocía desde siempre, a Mario, su futuro marido, se lo habían presentado sólo meses antes, en una de las animadas tertulias de Violante, una de las llamadas “amigas especiales” de Valentino. Fue en ese encuentro social que Valentino se enteró que a Mario le gustaban los pintores franceses del siglo dieciocho. Incluso recordaba que en aquella oportunidad Mario había contado, entre otras muchas cosas, que recientemente había estado visitando el Museo del Louvre y que había descubierto un cuadro del que se había enamorado porque, cuando lo vio, le recordó a Gaby desnuda sobre la cama. Por los detalles que dio, Valentino dedujo que se trataba del cuadro titulado “Odalisca” del pintor Francois Boucher, nacido en 1703 en Francia. En su época Boucher fue muy famoso por sus pinturas de desnudos y también por haber pintado varios retratos de Madame de Pompadour, la amante más conocida del rey Luis XV. 

     Camino a la galería pasó a desayunar en el restaurante “Carril Hondón” de la calle Barquillo. Como siempre que recalaba allí, lo atendió Luz, una guapa camarera colombiana, que apenas lo veía entrar le preparaba un café con leche muy caliente que se lo servía acompañado de una napolitana de crema. Valentino degustó con deleite sus viandas y luego de leer el periódico “Público” de cabo a raro, dirigió sus pasos hacia la calle Argensola.

        Cuando Valentino entró a la galería se quedó pasmado, porque allí, frente a él, había réplicas sobresalientes de cuadros de importantes pintores que son el sueño de muchos coleccionistas: Matisse, Toulouse-Lautrec, Renoir, Chagall, Frida Khalo, Cezanne, Degas, Manet, Monet, Morisot, Sorolla, Pisarro, Modigliani, Watteau, Gainsborough, Vermeer, Rembrandt, Durero, entre otros.

     Mientras Valentino miraba con apetito cada obra de arte, Óscar, el propietario de la galería, atendía a una pareja de famosillos que Valentino reconoció de inmediato, porque durante los últimos meses solían aparecer a menudo en las llamadas “revistas del corazón”. Estaban acompañados por un insigne arquitecto que estaba muy de moda, y cuyo oficio era diseñar y construir casas para famosos. El joven de la pareja era un popular futbolista, con pendientes de diamantes en los lóbulos de las orejas y tatuajes de dudoso gusto hasta por las rendijas de los sobacos, en medio de los cuales, según él mismo suele confesar a quien quiera oírlo, acostumbra a intercalar los nombres de sus conquistas amorosas. Ella era una ex miss, ahora dedicada a modelo. Aunque en un reportaje en que salió en bolas en la revista “Interviú”, ella afirmaba: “También soy diseñadora de joyas”.

     Para Valentino era una situación divertida. Casi como un sketch de película italiana de los años sesenta.  Aunque al principio no relacionó al arquitecto con la pareja de populares, finalmente recordó que había leído en la revista “Elle” que ellos eran clientes suyos, quienes le habían comprado una casa de ocho millones de euros. Dedujo que él estaba allí en calidad de asesor artístico, pues oyó que el deportista le confesaba en voz baja que para ellos era un problema “rellenar” las paredes de su mansión. Mientras, Óscar, el culto propietario de la galería intentaba hacerles sugerencias, ella, con voz chillona y destemplada, decía: “Señor, por favor déjeme elegir a mí que yo sé lo que quiero, por algo también soy diseñadora”. Finalmente intervino el futbolista de moda preguntándole al también arquitecto de moda:
- Joaquín ¿Cuántas decenas de metros tiene la pared del fondo del salón de la casa que nos has construido?
- Veinte – le contestó él empinándose para parecer más alto de lo que era.
- Entonces ¿Sabe qué? – interrumpió ella dirigiéndose en forma altiva al propietario de la galería – Queremos por lo menos diez metros de cuadros de este señor que dice aquí que se llama Chagall; creo que podrían hacer juego con la piel de nuestros muebles.

     Apenas el trío de famosos se fue, Valentino pudo conversar con Óscar quien le mostró el resultado de su encargo.
- ¡Increíble! – Exclamó Valentino.

     En verdad el artista copista había hecho un trabajo notable. La gama cromática, la luz, la calidez del ambiente, las pinceladas, los claroscuros, la sensualidad de la muchacha, los pliegues de las telas, todo era igual que el original. Valentino pagó y se marchó feliz con su odalisca.

     Nada más entrar Valentino a su casa sonó el teléfono. Se sentó en su sillón de su salita de música y puso sus pies sobre su escritorio. Era Michelle.
- Hola Valentino, soy Michelle, la mexicana. Te llamo desde Santiago de Chile.
- Hola pequeña, ¿Cómo estás?
- Bien, muy bien. Aquí ha llegado la primavera y el aire está tibio.  
- ¡Qué bien! Te noto contenta.
- Me siento feliz. ¿Sabes, querido Valentino? He llegado a la conclusión que las personas especiales son especiales hasta que dejan de serlo.
- ¿Por qué me lo dices?
- Porque ayer he desatado todos los nudos que aún me ataban a la persona de la que te hablé.
- ¿Por qué has tomado esa decisión tan drástica?
- Porque no quiero ser prisionera de nadie, menos de mis recuerdos. No quiero que mis propias emociones me estén permanentemente manoseando el alma, ni que me impidan ser feliz.
- Entonces creo que has hecho bien, pequeñaja.
- Valentino.
- Sí.
- Quiero verte.
- Ya nos veremos cuando vengas.
- Cuando me toque hacer un vuelo a Madrid te avisaré. ¿Recuerdas que me prometiste que me que podría quedar una noche en tu casa?
- Por supuesto que lo recuerdo.
- ¿Sabes?... Le hablé a mi abuela española de ti.
- ¿Sí?
- Sí, le conté las circunstancias en que te había conocido, y se alegró que hayas sido tan galante. Cuando le platiqué que habíamos terminado el día cantando “La Adelita” en La Castellana, lloró. “Sólo en mi España del alma suceden esas cosas”, me dijo emocionada.
- Dile que cuando ella se anime a venir a su tierra la cantaremos los tres.
- Se lo diré. Te mando un beso. Ya te llamaré otro día. Más tarde te enviaré un correo electrónico. Por favor, antes de cortar quiero que cierres los ojos y escuches una canción. Me gusta mucho. El otro día, escarbando en Youtube, la descubrí. Se llama “Ne me quite pas”. Es de un cantante francés que se llamaba Jacques Brel. ¿La conoces?
- Sí. Y me gusta mucho.

     De inmediato empezó a oír por teléfono la desgarradora “Ne me quite pas” que, sin imaginárselo Michelle, tenía la virtud de hacerlo estremecer cuando Valentino la escuchaba. Cada vez que oía ese verso que dice: “…yo te contaré la historia de un rey que murió por no haber podido encontrarte” pensaba que, probablemente, Brel se refería a la búsqueda del amor. Creía que esos versos contenían alguna clave que el cantautor introdujo en esa canción que lanzó al mercado en 1959. Lo creía, porque cuando él escribía, también solía incrustar significados incomprensibles para la mayoría, claves que sólo podían descodificar unas pocas amigas con las que, según Valentino, mantiene un juego de emociones. También se preguntaba “¿Durante cuánto tiempo y por cuántos mundos habrá viajado ese rey en busca de esa persona misteriosa que, quizás, sólo existía en su imaginación? O incluso peor, talvez cuando el ilusionado rey la encontró se percató que ya no era especial”.

     Cuando la canción terminó, y antes de despedirse de Michelle, Valentino le comentó:
- Tienes razón pequeñaja, las personas son especiales hasta que dejan de serlo.





domingo, 6 de noviembre de 2011

Cantando por la Castellana de Madrid

Capítulo 26
La Castellana de Madrid

     Cuando Valentino terminó de explicarle a Michelle lo que había sentido las dos veces que se había enamorado, se quedaron en silencio, probablemente pensando en las íntimas confidencias que ambos se habían hecho, a pesar de que casi no se conocían. Fue ella quien rompió el reposo, cambiando de tema.
- Valentino… ¿Me muestras el resto de tu casa?
- Por supuesto Michelle, acompáñame.
- Aunque tiene un poco de museo, tu guarida me gusta. Es muy personal. Tiene “algo”. Muchas cosas hermosas, mucho arte.
- Me gustan las cosas que a mí me parecen bellas.
- ¡Cuánto te habrás gastado!
- No tanto como te lo imaginas; mucho de lo que tengo han sido regalos.
- ¿De mujeres?
- ¿Por qué dices de mujeres? De mujeres, de hombres, de amigos, de familiares – contestó Valentino sonriendo en forma traviesa.

     Curioseando por el departamento Michelle descubrió los dos hermosos amates mexicanos que colgaban de una de las paredes de la que Valentino llama “salita de música” que, además, es el lugar donde suele trabajar y ver películas.
- ¡Oh!... ¡Tienes dos maravillosos amates de mi país!
-  Sí, los compré en México. Son muy hermosos y llenos de color, como casi todo lo que hacen en tu tierra.
- ¿Sabes que el amate es un soporte vegetal que se fabrica con las cortezas de un árbol que llamamos jonote?
-  Sí, me lo explicaron cuando los compré. Pero una corteza de árbol es sólo una corteza de árbol, sólo adquiere valor cuando un artista pinta sobre ella. A mí me gustan los motivos populares, por eso elegí estos dos.
- Ya he visto que no son comunes. Los que venden a los turistas por cinco dólares son atroces, casi hechos a granel. Estos, en cambio, son excelentes. Tienes buen gusto Valentino. ¡Qué maravilla! Pocas veces había visto amates de tan alta calidad artística. ¿Y estos juguetes llenos de color? ¿Son de tus hijos?
- Tengo varios sobrinos, pero hijos no tengo. Eso que llamas “juguetes” son pequeñas reproducciones de personajes de cuentos.
- ¡Mmm! Tienes también a Campanita. Me agrada Campanita.
- ¿Te refieres a Campanilla?
- Sí, es que en México la llamamos Campanita. Y también tienes a Peter Pan. ¿Te gusta Peter Pan?
- Me gusta la historia de “El País de Nunca Jamás” y los personajes que lo habitan: Peter Pan, Campanilla, el Capitán Garfio, las sirenas, los Niños Perdidos. De todos los “personajes que nunca existieron”,  estos, junto con El Principito y Tin-Tin, son mis favoritos.
- ¿Has soñado con ser Peter Pan y poder permanecer siempre joven como eres ahora?
- Nunca he tenido el “Síndrome de Peter Pan”, pero he sido el Capitán Garfio.
- ¡Claro!...en tu imaginación.
- No, lo he sido de verdad.
- ¿Cómo que has sido el gran pirata del País de Nunca Jamás?
 - En un período de tiempo, en otra de mis vidas, fui el Capitán Garfio y tuve un romance con Campanilla.
- Pero ¿Qué dices? Si Campanilla odia al Capitán Garfio.
- Puede que sí, pero durante un período de tiempo, aunque quizás no fue amor por parte de ella, creo que Campanilla sí me tuvo cariño. Aunque es probable que ahora, como sucede en la obra de teatro, creada por el escritor James Matthew Barrie, nuevamente me odie.
- No entiendo nada. ¿Me puedes explicar mejor esa historia de cuando fuiste el maléfico Capitán Garfio, querido Valentino?
- Sí, te la puedo contar, pero lo haré en otra ocasión ¿Vale?
- ¡Hombres…hombres!...Casi siempre están llenos de misterios.
- Cuando me conozcas mejor te darás cuenta que no es así.

     Intempestivamente una llamada telefónica interrumpió la conversación que sostenían. Valentino se excusó y contestó:
 “¡Ah!…eres tú ¿Sabes que es la primera vez que me llamas por teléfono?... Sí, entiendo que para ti no es necesario hacerlo para hablar con quien quieras porque es como hacerlo contigo misma. Naturalmente que me interesa hacer un nuevo viaje contigo. ¿Me puedes dar alguna pista adonde iremos? ¿Una sorpresa? Vale, mañana lo cerramos. Buenas noches y gracias por la invitación”.

     Al terminar la llamada Michelle preguntó a Valentino:
- ¿Te irás de viaje?
- Sí. Es una invitación de mi amiga Muchosnombres.
- ¡Ah!...La chica con la que visitaste Atapuerca.
- Sí, se llama Muchosnombres.
- ¿Y adónde es el viaje?
- No lo sé. Me ha dicho que es una sorpresa.
- ¿Y cuándo lo harás?
- Tampoco lo sé. Muchosnombres es imprevisible. Aparece cuando menos la esperas y te invita adonde menos te imaginas. Puede ser un viaje a un lugar cercano, o al fondo del universo; e, incluso, al futuro o al pasado– dijo Valentino con sorna, recorriendo la habitación con su mirada.

     Michelle prefirió disimular la pequeña molestia que le causó la llamada y más todavía que le hablara de viajes en el tiempo o al espacio sideral donde ningún ser humano había llegado. Tomó la figura del Capitán Garfio en sus manos y se quedó observando detenidamente la curvada y puntiaguda prótesis que llevaba en su muñón izquierdo desde que el cocodrilo de la historia le zampara su mano. Luego Michelle se fijo en un par de impresionantes fotografías de dos músicos de jazz, ambos saxofonistas de primera línea: una de 1999 mostraba a Mark Turner, y la otra reproducía a Roscoe Mitchell, fotografiado en 1993.
- Me gustan; están muy bien contrastadas, el juego de los claroscuros es notable ¿Las hiciste tú?
- No. Soy aficionado a la fotografía, pero éstas no son mías. Son de mi amigo Javier Nombela. Se especializa en fotografías de jazzistas. Es un fotógrafo de raza. Aunque acaba de sufrir un infarto cerebral, y aún tiene una cánula en su garganta para poder respirar, ya está deseando salir a fotografiar la vida.
- ¿Está mal?
- Regular. Está empezando a mover de nuevo su cuerpo. Los médicos dicen que con la rehabilitación quedará bien.
- Lamento lo de tu amigo. ¿Te gusta el jazz?
- Me gusta la estética del jazz, pero su música no la siento, no me llega al alma.
- ¿Qué tipo de música te gusta, Valentino?
- Me gusta casi todo tipo de música. La música clásica me encanta: sobre todo Chopin, especialmente su “Polonesa Heroica”; algunas óperas; también algunos ballets, principalmente “El Lago de los Cisnes”; la música popular mexicana; Paco Ibáñez cantando versiones de poemas de autores iberoamericanos y españoles; cantantes y conjuntos americanos de los años cincuenta y sesenta como “The Four Aces”, Frankie Laine, Pat Boone, Little Richard, Marty Robbins y muchos otros; los italianos Nicola di Bari, Domenico Modugno, Iva Zanicchi y varios más; Verdi y su Nabucco; María Callas cuando canta “O Mio Bambino Caro”; los valses de Strauss; los fados portugueses. También los boleros y los tangos. Y, sobre todo me gustan mucho los cantautores cantando sus propias canciones, como Serrat y Joaquín Sabina. Y oír en silencio a Tania Libertad cantando “Concierto para una sola voz”.

- ¡Mmm!...Te gusta casi todo. Aparte del jazz ¿Qué más no te gusta?
- Las marchas militares.
- Me lo imaginaba.

     De repente, sin mirar a Valentino, Michelle musitó:
- ¿Puedo quedarme a dormir contigo?
- ¿Qué?
- Te he preguntado si me puedo quedar a dormir en tu departamento.
- Hoy no Michelle. No rompamos la magia. Mañana, la próxima semana, cuando tú quieras te quedas a dormir aquí, pero hoy no.
- ¿La próxima vez que venga a Madrid?
- Te lo repito, cuando tú quieras.
- ¿Tienes que salir ahora?
- Sí, tengo que salir
- ¿Adónde?
- A dejarte a tu hotel.
- ¿Y después qué? Tienes una cita ¿verdad? ¿Esperas a alguien?
- No espero a nadie, pero sí tengo una cita.
- Ya me lo imaginaba. ¿Con la chica que te llamó por teléfono?
- No, tengo una cita con mi trabajo. Me esperan por lo menos dos horas en el computador. Debo escribir y enviar dos despachos: uno a un periódico de Estados Unidos y otro a una televisión argentina.
- ¿Debo creerte?
- Créeme…aunque soy socio en un par de empresas, vivo del periodismo.

     Michelle pareció ponerse triste y se dirigió a la terraza. Hincó sus codos en la barandilla y dejó que sus ojos viajaran lejos. El aire de la noche trajo aromas a jazmín y a magnolias. Valentino esperó unos minutos. Luego se acercó y la abrazó por detrás, dulcemente. No le dijo nada; ella tampoco. Así permanecieron varios minutos. Finalmente, para animarla, le propuso:
- ¿Te parece que cantemos “El Rey”?

      Michelle se giró y se besaron dulcemente, como probablemente fueron sus primeros besos de adolescentes. Al terminar de besarse la chica le susurró:
- Vamos, por favor, trae mi bolso y ve a dejarme al hotel; mañana trabajo.
   
      Valentino la oyó en silencio sin interrumpirla. Fue a buscar sus cosas y bajaron al garaje. Cuando subieron al descapotable ella exclamó:
- ¡Qué bien! Hace tiempo que no subía a un auto desde el que se pueden mirar las estrellas, el sol y las nubes.

     Salieron por la calle Espalter hasta Ruiz de Alarcón. Allí giraron a la derecha hasta Alfonso XII. Bajaron por la calle del doctor Velasco hasta Atocha. Y a los pocos metros, pasado el edificio del Ministerio de Agricultura, giraron por el Paseo del Prado. Luego siguieron Castellana arriba.
     Para animarla, Valentino, imitando el deje mexicano, le sugirió a Michelle:
- ¿Y qué esperamos para ponernos a cantar, chava? ¿Te parece que empecemos por “La Adelita”?
-¿Aquí?... ¿En este coche abierto donde todos nos ven?
- Sí… ¿Por qué no? ¿Qué le va a importar a la gente que cantemos?
- Bueno…si tú te atreves ¿Por qué yo no, manito? Total en Madrid no me conoce nadie.
     Y a la una de la madrugada, en plena Castellana de Madrid, en el coche descapotable, se pusieron a cantar a dúo “La Adelita”.

     Mientras cantaban a todo pulmón esa canción universal que nació a principios del siglo veinte durante la Revolución Mexicana, se detuvieron en el semáforo que hay frente a la plaza Colón con Goya. Un grupo de viandantes que salían del Hard Rock Café cercano y que los oyeron, se les acercaron y durante el tiempo que estuvo el semáforo en rojo se unieron a cantar con ellos. Cuando partieron les gritaban “¡Viva Adelita y viva México!”.

     Continuaron por La Castellana. Pasaron junto al Estadio del Real Madrid hasta la rotonda de la Plaza de Cuzco. Doblaron hacia la avenida Alberto Alcocer hasta Padre Damián. Allí se detuvieron frente al hotel Eurobuilding. Antes de bajar Michelle preguntó:
- ¿Verdad que volveremos a vernos?
- Por supuesto. Y te invitaré a cenar a un restaurante que está junto a la calle Montera, se llama “La Flor de Montera”; te va a gustar.
- ¿Y volveremos a bailar y a cantar boleros, rancheras y tangos?
- Lo volveremos a hacer.

     Se rozaron sus labios. Michelle bajó. Valentino esperó hasta que la chica llegó a la puerta giratoria de la entrada al vestíbulo. Desde allí ella se despidió agitando su mano. Sólo entonces Valentino partió e hizo funcionar su reproductor de CD que comenzó a dejar oír “Concierto para una sola voz”. Mientras oía a Tania Libertad, una sonrisa triste le inundó la cara.


Concierto para una sola voz (Tania Libertad)