Capítulo 34
Foto realizada por Aquiles Torres
Michelle entró al cuarto de
baño, abrió el grifo del agua y lo puso en 30 grados de temperatura. Se sentía
contenta. El paseo por Madrid con Valentino había sido interesante y agradable.
Notaba que estaba rozando la felicidad. Se metió al habitáculo de cristal de la
ducha, cerró los ojos y dejó que el líquido la empapara y le abrazara todo el
cuerpo. Así permaneció durante varios minutos. Se sintió revivir. Finalmente se
secó y se envolvió en una de las gigantescas toallas de baño que Valentino
tenía siempre a mano. Así salió del cuarto de baño: cubierta sólo por una
toalla. Primero se asomó al dormitorio principal, pero al no encontrar a
Valentino se dirigió al salón. Tampoco estaba allí. Abrió la puerta del cuarto
de invitados y lo encontró vacío. Como le venía de paso aprovechó asomarse a la
terraza, pero estaba desierta. Finalmente lo encontró en el cuarto que él llama
“salita de música”, que es una amplia estancia
decorada con muy buen gusto, donde Valentino suele trabajar, escribir, leer,
visionar películas y oír música. También allí acostumbra, a veces, a entornar
los ojos hasta quedarse dormido en un gran sofá de piel amarilla mientras la
música revolotea por el cuarto. Cuando la muchacha apareció, Valentino la miró
sorprendido. Adivinó que debajo de la toalla de baño iba desnuda. Quiso
quitarle importancia al asunto y le comentó:
- Pareces una mujer griega cubierta con un himatión.
- ¿Qué es un himatión?
- En la antigua Grecia era una especie de chal, una pieza para cubrir
el cuerpo.
- ¡Mmm! He aprendido algo que no sabía. ¡Qué bella canción!
Transmite fuerza, tiene un tono épico. ¿Cómo se llama?
- Es “Grandôla, Vila Morena” cantada por la gran Amália Rodrigues.
- A ella sí la conozco. Es portuguesa. Dicen que es la mejor cantante
de fados que ha existido.
- También yo soy de esa opinión.
- Pero esta canción no es un fado, parece un himno.
- Es algo parecido. Aunque, probablemente, José Alfonso, su autor, al
componerla, jamás llegó a imaginarse que se transformaría en uno de los himnos
más emocionantes del siglo veinte.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque esta canción llamada “Grândola, Vila Morena”, hace muchos
años, fue transmitida por una radioemisora llamada Radio Renascensa. Era la segunda
y última clave, el “vamos adelante” definitivo, de la llamada “Revolución de
los claveles” en Portugal. Sucedió en la madrugada del 25 de abril de 1974. Fue
el santo y seña para que el ejército, liderado por el MFA (Movimiento de las Fuerzas Armadas),
encabezado por el capitán Saraiva de Carvalho desde el cuartel La Pontinha de
Lisboa, se pusiera en marcha para levantarse contra la tiranía Salazarista
presidida entonces por Marcelo Caetano. En pocas horas, sin derramar sangre,
derrocaron la dictadura. La primera señal había sido transmitida un par de
horas antes. Fue la canción llamada “E Depois do Adeus”, cantada por Paulo de
Carvalho. Pero la que abrió el dique de contención de la libertad, la que
encendió la mecha de la sublevación, fue “Grândola, Vila Morena”. Luego los hombres
y mujeres de Portugal salieron a la calle a demostrarles a los militares su
apoyo y su cariño. Fue un carnaval de alegría en la que los ciudadanos
eufóricos por la libertad que veían venir, ponían claveles rojos y blancos en las
bocas de los cañones de los fusiles de los soldados.
- Aunque en 1974 yo aún no había nacido, de la llamada “Revolución de
los Claveles” si he leído. Cuando yo era pequeña, recuerdo que mi abuela
española me lo contaba. Mis padres me contaron que ese día, cuando en México se
enteraron de la caída de la dictadura portuguesa, mi abuela vaticinó que la
próxima dictadura en caer sería la de Franco. En esa época ella solía oír canciones
de los cantautores españoles de esos años. He crecido oyéndolos y todavía hoy,
cuando los escucho me emociono casi tanto como mi abuela.
Cuando la canción terminó,
Michelle le preguntó a Valentino:
- Además de oír canciones ¿Qué estás haciendo en tu computador? ¿No
quieres descansar?
- Estoy cerrando un artículo para la revista “Elle”.
- ¿“Elle”?… es una revista femenina que suelo leer. ¿Puedo verlo?
- Naturalmente.
- “Mujeres en un país en guerra”
– Pronunció ella en voz alta.
- Sí, así lo he titulado. Trata de la situación de la mujer en la Siria
en que acabo de estar. Si para los hombres vivir allí es duro, para ellas y los
niños lo es mucho más. No te puedes imaginar, Michelle.
- ¿Me dejas leerlo?
- Claro que sí. No sólo quiero que lo leas; también quiero que me des
tu opinión. Necesito el punto de vista de una mujer. Espera unos minutos, cuando
lo termine lo podrás leer.
Mientras Valentino retocaba
lo que había escrito, Michelle recorrió lentamente la habitación observando
todos aquellos pequeños recuerdos que Valentino guardaba allí. La mayoría de
ellos traídos de sus viajes. Acarició una caja de madera de sándalo con
incrustaciones de bronce, que destilaba misterio y que procedía de India; luego
se agachó a mirar minuciosamente los budas chinos comprados en Cantón que,
sonrientes, le devolvían la mirada; a continuación deslizó sus dedos por unas
botellas de cristal tallado, del siglo diecinueve; al llegar a los tres huacos
eróticos de la cultura Mochica, Michelle abrió desmesuradamente los ojos y giró
la cabeza para intentar entender mejor las complicadas posturas haciendo sexo
de las parejas representadas en greda. Estaba tan ensimismada en el análisis de
las formas de las figuras que no se percató que Valentino se le acercaba sigilosamente
por su espalda.
- ¿Estás haciendo un estudio antropométrico de mis huacos peruano
precolombinos? Son bellos… ¿Verdad? – Musitó Valentino con un runrún lleno de
picardía.
- Bellos e intrincados. ¿Para qué complicarse tanto la vida? Para
sentir placer no se necesita ser equilibrista.
- Ser equilibrista algo ayudará, digo yo. Vamos, deja de estudiar
anatomía y, por favor, ayúdame leyendo lo que he escrito.
Michelle se sentó a leer junto
a Valentino. Al realizar esta acción, con un aparente gesto de despreocupación,
la mexicana dejó que la toalla se abriera. Al hacerlo dejó al aire sus pechos
espléndidos, pequeños y erguidos, coronados por unos pezones rosados como los claveles
de los patios cordobeses en abril. Y miró a Valentino desafiante, como
preguntándole “¿Te atreverás torear este toro?”. Sin embargo Valentino,
adivinando su desafío, le mantuvo la mirada y replicó:
- Anda…primero lee. Después torearemos.
Michelle leyó en voz alta.
Lo hizo lentamente. Incluso repitió
algunos párrafos. Valentino la escuchó complacido, porque al oírla intentó
imaginar que él no había escrito esas palabras y pudo ser más crítico. De este
modo descubrió que a su texto le faltaba algo de continuidad y ritmo, pero se
alegró porque aún estaba a tiempo para corregirlo.
- Las mujeres leen de una forma diferente a como lo hacemos los hombre.
Lo hacéis con más sentimiento – le comentó a Michelle.
- ¿Sabes lo que le agregaría?
- ¿Dime qué?
- Como es un tema denso, importante, en el que se entremezclan la vida
y la muerte, deberías incluir una entradilla que resumiera la génesis y el
desarrollo de la situación siria. De esta manera quienes no hemos seguido el
conflicto, como es mi caso, lo entenderíamos mejor.
- Tienes razón, así quien lo lea sabrá por qué ha desembocado en este
baño de sangre. Gracias pequeña, ahora lo corregiré. Si estás cansada deberías
irte a la cama; el cuarto de invitados es todo para ti.
Michelle le dio un beso en
los labios y se marchó. Pero no se fue al cuarto de invitados, sino que se
dirigió al dormitorio principal. Pasados quince minutos, cuando Valentino se
fue a descansar, como les sucedió a los enanitos del cuento Blancanieves,
encontró que su lecho estaba ocupado por la bella muchacha. Cubierta sólo por
la tolla, permanecía despierta en medio de una penumbra dorada, tendida con sus
manos detrás de la nuca, en la misma posición que Goya pintó a la Duquesa de
Alba en uno de sus famosos cuadros de las majas.
- Pareces La Maja Vestida de Goya – Exclamó complacido Valentino.
Entonces ella apartó la toalla y le ofreció su desnudez como una copa de vino.
- ¡Mmm!...Ahora pareces La Maja Desnuda.
Michelle rio de buena gana y lo animó:
- Deja a las majas y a Goya tranquilos. Ven, acaríciame,
quiero que me dejes las huellas
de tus manos sobre mi piel y que no se me borren nunca.
Valentino permaneció de
pie, en silencio, unos segundos. Dudó entre quedarse en el dormitorio o irse a
dormir al cuarto de invitados. Finalmente se sentó junto a Michelle. Acercó sigilosamente
sus manos hacia su cabeza, hizo a un lado sus cabellos y le acarició las orejas
con sus labios. Luego comenzó a besarle intensamente su cuello hasta hacerle
erizar los vellos de la piel de su invitada. Michelle se estremeció en medio de
un rosario de suspiros profundos. Cerró los ojos y besó con ansias el rostro de
Valentino.
- Necesitaba tenerte cerca, ansiaba sentir tu calor, percibir tu
olor, comprobar que no eras sólo un sueño – Murmuró Michelle exultante junto al
oído de su anfitrión.