lunes, 13 de junio de 2011

Un sábado en Madrid

Capítulo Nº 17. 


     Eran las once de la mañana del sábado cuando me despertó la llamada telefónica de Violante, una amiga divorciada, con la que de vez en cuando solemos ir al teatro, al cine, a caminar por la ciudad, a visitar alguna exposición, y con la que casi siempre terminamos haciendo sexo. Me llamaba para invitarme a ir por la noche a su departamento, a una cena de amigos. Para entusiasmarme me dio los nombres de algunos de los asistentes y agregó que si me portaba bien, me podría quedar a dormir con ella. En medio de un susurro me contó que recién había regresado de la India donde, pensando en mí, se había comprado un baby doll de seda natural color camel.

- Es infartante y lo quiero estrenar contigo – me dijo riendo con la libertad de las personas que tienen la suerte de poder hacer lo que se les ocurra con su vida. Violante es una de estas afortunadas. Todavía es joven, es hermosa, está sana, tiene dinero y es dueña de su tiempo. Naturalmente yo acepté encantado, porque además de ser una excelente anfitriona y preparar unas caipiriñas soberbias, es una maestra en sexo tántrico, gracias a lo cual, tanto ella como sus parejas, aunque en este caso el afortunado sería yo, suelen alcanzar  un grado de placer muy por encima de la media. Confieso que a veces, haciendo sexo con ella, he conseguido ver una luz brillante al final de un túnel y experimentar una sensación de levitación que me ha dejado sonriente varios días.

     De los asistentes al encuentro en su departamento me interesaban especialmente un par de periodistas que habían estado cubriendo el Movimiento 15 M en Madrid y en Barcelona, y un corresponsal que recientemente había regresado de Libia. De los primeros quería sus opiniones acerca del futuro que le ven a esta marea que ha nacido en la Puerta del Sol, que ya se extiende por las principales ciudades de España y del mundo. Y al que venía de Libia que me aclarara cuál era la verdadera situación de la lucha por el poder entre el ejército de Gaddafi y los rebeldes que, como las termitas,  lentamente, al parecer le van ganando terreno al dictador.    

     Cuando colgué el teléfono me di cuenta en que aún tenía casi todo el día para mí. La noche anterior había hecho todo mi trabajo y lo había despachado vía Internet. Aunque tenía hambre preferí no desayunar, sino quedarme un rato más envuelto en la tibieza de las sábanas de mi cama. Cerré los ojos y pensé en qué estaría haciendo el resto del mundo. Sólo cuando me desperecé por completo me bajé y encendí el ordenador. Leí varios periódicos para informarme de los últimos acontecimientos y contesté algunos e-mails que me habían llegado mientras dormía. Luego me fui a la cocina y me comí tres mandarinas con una cucharada de miel de La Alcarria.

     Mientras me duchaba decidí ir a la Puerta del Sol a ver a aquellos idealistas que desde hacía un par de semanas permanecían acampados allí. Pensé: “esto puedo cambiar la historia; no te lo debes perder”.

Apenas estuve listo bajé a la calle de Espalter y caminando enfilé por la Plaza de Murillo, situada entre el Real Jardín Botánico y el Museo del Prado. Luego, bordeando el museo llegué hasta la puerta de Goya. Como siempre, estaba lleno de gente que hacía cola para entrar al museo. Probablemente había turistas de varias nacionalidades, pero lo que más vi fueron grupos de disciplinados japoneses que seguían a sus guías que portaban unas pequeñas varas a modo de astas con unas banderitas de color rojo. Atravesé hasta la terraza/jardín del hotel Ritz y crucé hasta la Plaza de la Lealtad, donde está el monumento A los Caídos por España, con su llama permanentemente encendida. Atravesé La Castellana bordeando la rotonda de la Plaza de Neptuno hasta el Museo Thyssen. Seguí por la Carrera de San Jerónimo por la acera del  Congreso de los Diputados hasta desembocar en la Puerta del Sol, llena de tiendas de campaña y de manifestantes del llamado Movimiento 15 M, también conocidos como “Indignados”. El campamento me pareció un inmenso caldero donde se estaba preparando una nueva ideología. Probablemente si este movimiento tenía éxito podría ser el inicio de un nuevo Renacimiento, de un cambio de actitud del hombre ante la vida en el siglo veintiuno. La Puerta del Sol me pareció una especie de Arca de Noé, donde se estaban concentrando las especies humanas que sobrevivirían a los vaivenes sociales que está viviendo el mundo. Pensé: “Aquí puede generarse una semilla ideológica genéticamente superior”. Entre curiosos, turistas, periodistas, fotógrafos, viandantes como yo, entré por una de las “calles” del campamento y charlé con algunos de los “indignados”. Me explicaron que este tsunami social se generó espontáneamente producto de una necesidad colectiva de cambiar el actual sistema electoral bipartidista; que el paso inicial tuvo lugar el 15 de mayo, cuando veinte mil jóvenes se concentraron en la Puerta del Sol, convocados a través de las redes sociales; que de forma espontánea decidieron acampar allí, donde poco a poco comenzaron a unirse hombres y mujeres de todas las edades y condiciones sociales; que su petición inicial fue cambiar el actual sistema electoral bipartidista.

- Estamos concentrados en esta plaza porque queremos una sociedad nueva, que dé prioridad a la vida por encima de los interese políticos y económicos; que se fiscalicen en forma rigurosa las cuentas de los partidos políticos; que se publiquen los patrimonios de los políticos que ocupen cargos elegidos por el pueblo; que se impida que los parlamentarios puedan tener bufetes privados; que se eliminen los  privilegios en las pensiones de los diputados; que se prohiba que los representantes del pueblo reciban regalos superiores a 50 euros; que en caso de una deuda hipotecaria que no pueda pagarse, ésta se considere cancelada con la entrega de la vivienda; y así, como éstas, me enumeraron muchas peticiones y objetivos más.

     A la una y media de la tarde, en medio de un conglomerado de gente que iba y que venía, decidí partir a hacer unas compras al barrio de Chueca. Bajé por la calle Alcalá hasta la esquina del Instituto Cervantes. Giré en la calle Barquillo a visitar un par de tiendas que me habían recomendado. Una era una juguetería pequeñita llamada “Machinine”, especializada en juguetes de muy buen gusto. Buscaba algo diferente de lo que ofrecen las macro jugueterías, para hacer un regalo original al pequeño hijo de un amigo.  El local parecía un pequeño museo lleno de piezas dignas de ser coleccionadas.  Había juguetes maravillosos. Finalmente me decidí por un caleidoscopio.  Cuando salí de “Machinine” caminé 500 metros más hasta “Scotch&Soda”, una franquicia holandesa especializada en ropa casual muy original, atendida por dos chicas encantadoras: Estefanía y Daniela. Me habían hablado de la excelente calidad de sus polos y, efectivamente encontré lo que buscaba. Con mi caleidoscopio y mis polos me fui a comer a un local llamado “San Wich”, sito en la calle Hortaleza 78, donde venden sándwiches y algunos postres chilenos. Pedí un “chacarero” y cerveza. De postre un mote con huesillos. Y el café express más fuerte que tenían.

     Una vez satisfecha mi hambre y mi sed decidí saciar mi apetito de cultura. Caminando regresé a La Castellana para ir hasta el Museo Reina Sofía. Quería ver una exposición titulada El movimiento de la fotografía obrera. 1926 – 1939” de la que había leído  algunas críticas. Me pareció que podía ser una muestra interesante. Son fotografías hechas entre las dos grandes guerras mundiales. Y también, por supuesto, quería volver a ver algunos Dalí y el “Guernica” de Picasso. Cada vez que voy a este museo, igual como en El Prado paso a ver “mis Meninas” de Velázquez, me voy a mirar durante quince minutos esta obra maestra que Picasso pintó entre mayo y junio de 1937. Se lo encargó el gobierno de la República Española para exponerlo en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937. El objetivo es que fuera una especie de “anuncio propagandístico” contra la brutalidad de la Guerra Civil que había comenzado el 18 de julio de 1i936 y había dividido España en dos bandos irreconciliables. Como el bando nacional, también llamado “sublevado” triunfó barrió con la democracia española, el cuadro no fue traído a España. Picasso dispuso que fuera custodiado por el Museo de Arte Moderno de Nueva York y que, cuando volviera la democracia, el “Guernica” viniera a vivir a su país. Por fin, en 1981 lo pudimos tener entre nosotros.

     Mientras miraba arrobado la magnífica obra de arte, sentí que me decían al oído:
-  Esta es una de las grandes diferencias entre vosotros y los animales inferiores: el hacer arte.
- ¡Muchosnombres! ¿Dónde estás?
- Aunque ahora no me ves, estoy a tu lado, como siempre. Recuerda que tú formas parte de mí, por lo tanto siempre estás conmigo. No somos tú y yo; somos yo y yo.
- Es un poco complejo el concepto, pero lo entiendo.
- Sigue, sigue mirando el Guernica. Recuerda que esta noche tienes tertulia en casa de esa chica que te hace volar sobre los tejados – me dijo en medio de una carcajada.
- ¿Vendrás?
- Puede. Sigue mirando a este exiliado que después de 44 años pudo, por fin, volver a su país.

     Y ahí me quedé yo, absorto, pensando en todos los exiliados “que han sido, que son y que serán”. En todos esos hombres y mujeres que, igual que esta obra artística, no les permiten vivir en los países en que han nacido. En el caso del Guernica, que ni siquiera es un ser humano, tuvo que permanecer en el exilio por ser la representación plástica de un grito de denuncia contra las dictaduras, la sinrazón y la muerte.
“¿Hay algo más doloroso que le impidan vivir en el lugar donde uno ha nacido y tiene todo lo querido?” – pensé y se mi hizo un nudo amargo en la garganta. Así, cabizbajo comencé a caminar hacia mi departamento para descansar, dormir un rato y luego ducharme para acercarme más tarde hasta la casa de Violante a compartir un rato con los amigos de ella y los conocidos míos. Y luego, cuando se fueran todos, hacer el amor con mi amiga hasta quedar exhaustos y perder el sentido de tanto placer.-

http://www.museoreinasofia.es/index.html

martes, 31 de mayo de 2011

En busca de la puesta de sol


Capítulo Nº 16.


     A medida que ascendíamos, todo lo que había abajo, en la tierra, lo iba viendo empequeñecer. Llegó un momento en que los que componían el grupo que rodeaba al camarero desmayado parecían conejos. Luego subimos lo suficiente para ver toda la hermosa ciudad de Valencia. Giré mi cabeza y a mi izquierda vi el mar azul que llegaba hasta el horizonte.


- Síguenos - me dijo Muchosnombres, quien con el cabello flotando por el viento se veía más hermosa aún.
- No temas nada; sólo piensa en que volar es lo más natural del mundo - agregó el señor Destino.
- ¿Natural? ¡Tú estás loco! - farfullé yo con mi corazón a punto de salirse por mi boca.
     Sin embargo, entonces me di cuenta que, efectivamente, todo era natural. Sentía como si desde siempre hubiera volado. Aunque ya lo había hecho en sueños, en este caso me estaba sucediendo de verdad. Además no necesitaba mover ni mis brazos ni mis piernas. Me basta con pensar en ir no sé si hacia el sur o hacia el norte, ni tan siquiera si hacia abajo o hacia arriba para avanzar en un silencio sólo roto por el zumbido del viento en mis oídos.


- ¿Hacia dónde vamos? - le consulté a Muchosnombres.
- Vamos a situarnos a una altura desde la que puedas ver la puesta de sol durante el tiempo que quieras. 


     Nos adentramos en el Mediterráneo hasta las Islas Baleares. Nos situamos justo encima de Ibiza. A mi derecha se veía la pequeña isla de Formentera. Y un poco más lejos se asomaban Mallorca y Menorca. Frente a mis ojos, sobre el horizonte, sin ningún obstáculo que me impidiera la visión, percibí una cinta de luz que parecía un anillo de oro. Después continuamos avanzando a una velocidad que me permitía seguir viendo el sol hundiéndose en el horizonte. Era un espectáculo muy bello y variado, porque a veces el cielo estaba límpido y al rato se comenzaba a llenar de nubes. Después de una hora larga Muchosnombres propuso:
- Ya que estamos volando ¿Os parece que nos alejemos un poco más?
- ¿Adónde? - pregunté yo bastante acojonado, porque aunque mi anfitrión fuera el mismísimo Muchosnombres, notaba que aquello me sobrepasaba.
- Adonde queramos ir - dijo el señor Destino - porque esto no tiene una parada final como las líneas del Metro de Madrid. Esto es infinito infinito infinito.
- Prepárate, porque vamos a salir a la estratosfera - me previno muchosnombres.
- ¿Qué has dicho? - chillé yo espantado.
- Sólo te aviso que superaremos la zona que llamáis atmósfera, pero no te sucederá nada. Ni siquiera lo notarás.
- Por lo tanto saldremos a la estratosfera - agregó feliz el señor Destino.
- Me cago en la leche...¡Esto se avisa, coño!.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué te enfadas?
- Porque este "paseíto"que estamos dando ahora, si subirme a un avión, ni a un helicóptero, ni a un disco volador, sin alas, sin paracaídas, y sin nada de nada que me proteja, está bien y hasta simpático, y será una bonita historia para contar a mis nietos cuando los tenga, pero si salgo a la estratosfera me quedaré seco ipso facto.
- Tranquilo, Valentino, no te pasará nada.
- Si lo hubiera sabido, por lo menos hubiera alquilado un traje de astronauta o de Superman.
- ¡Qué traje de astronauta o de Superman ni pollas en vinagre! ¿Vas a entender de una puñetera vez que si te invito yo no te sucederá nada desagradable? - me reprendió Muchosnombres.
- No sé no sé...mi abuelo me contó que en su pueblo conoció a uno que aseguraba que a voluntad podía separar los átomos de su cuerpo y volverlos a integrar. De modo que si alguien le disparaba una bala no le sucedería nada, porque el proyectil pasaría entre los espacios vacíos de su cuerpo desintegrado.
- ¿Y?
- Que en el pueblo no le creyeron.
- ¿Y?
- Y él insistió en que era como él decía.
- ¿Y?
- Y apostó con lo del pueblo a que le dispararan para poder comprobarlo.
- ¿Y?
- Y como nadie se atrevió a hacerlo, fue a su casa a buscar un revólver del calibre 45. Regresó y, delante de todos, en el bar del pueblo, se puso el cañón de su arma dentro de la boca.
- ¿Y?
- Durante meses estuvieron despegando con pinzas los trocitos de sesos de los muros del local.
- Por favor Valentino, no me cuentes trolas.
- Pero si fue verdad. Me lo contó mi abuelo.
- ¡Jo!... menuda imaginación tenía tu abuelo.
- Ya atravesamos la frontera - avisó el señor Destino.
- ¿La frontera de qué, señor Destino?
- El señor Destino quiere decir que ya estamos en la estratosfera. ¿Ves como no te ha pasado nada? - y esto me lo dijo con el pensamiento, porque aunque gritáramos no existía un elemento que pudiera transportar el sonido de nuestras palabras. 


     Y, efectivamente, en menos de lo que tarda una mosca en entrar y en salir de una boca abierta, dejamos la troposfera detrás y seguimos raudos por la estratosfera, la mesosfera, la termosfera, hasta la exosfera. Luego me informaron que entrábamos al llamado espacio interplanetario exterior puro y duro. Pero todo sucedió en "na de na".


     A pesar de que me sentía en perfectas condiciones físicas, sabía que estaba situado en una zona del espacio en la que no era natural que yo permaneciera allí vivito y coleando. Cualquier ser humano, irremisiblemente, hubiera muerto de frío o con su sangre hirviendo. Pero no me sucedió nada de eso. En cambio tuve la suerte de ver la tierra como se ve en las películas que graban los astronautas que, a bordo del transbordador Endeavour, van hasta la Estación Espacial Internacional, en la que llevan doce años trabajando como hormigas en tiempo de cosecha.


     Muchosnombres se acercó y, con los ojos brillantes, me transmitió:
- ¿Verdad que tu "pequeña gran pelusita de polvo" se ve hermosa desde aquí?  
- Me parece mucho más bella que en las películas y que en las fotos - le contesté eufórico.
- ¿Sabes que allí conviven siete mil millones de seres humanos como tú? Allí están ellos con sus sueños. Y también están la guerra y la paz, la abundancia y el hambre extrema, la cicatería y la generosidad, el frío y el calor, la lucha por sobrevivir y la lucha por vivir mejor, las supersticiones y la ciencia, la injusticia y la justicia, los mitos y las realidades, el odio y el amor.


     Cuando Muchosnombres terminó su discurso me quedé absorto mirando aquella pelota con forma geoide que era mi casa. Estaba sorprendido de lo maravillosa que era nuestra tierra, el tercer planeta del sistema solar, flotando en el espacio infinito, medio cubierto de nubes que dejaban entrever los continentes, los mares y los océanos. Una zona estaba iluminada, y la otra, la opuesta al sol, estaba oscura. "Allí es de noche" pensé. Y como me podían leer el pensamiento, de inmediato, con un poco de sorna, Muchosnombres saltó: 
- Y en la zona iluminada es de día.
- Es realmente guapa - señaló el señor Destino.
- Hay otras mejores - aseguró Muchosnombres.
- ¿Y dónde están? - pensé yo.
- Por aquí y por allá - pensó riéndose Muchosnombres.
- Quiere decirte que por todas partes hay planetas "guapos" - acotó el señor Destino para rebajar el tono de ironía de Muchosnombres.


     Mientras miraba mi pequeño planeta no pude evitar en volver a pensar en el primer recuerdo del que tengo memoria, que es como un destello que quedó grabado en mis neuronas cuando tenía menos de cinco años. Probablemente quedó tan marcado porque fue el primero: me veo sentado en un pequeño piso de madera, en medio del jardín de la casa de mis abuelos, surcado por mariposas, libélulas y saltamontes gigantes. Y abejas y colibríes con plumas tornasoladas que libaban el néctar de las flores de ese vergel.


- Perdona que te interrumpa y te cambie de tema - me transmitió Muchosnombres - ¿Sabes que si la tierra estuviera un diez por ciento más lejos del sol o un diez por ciento más cerca todo hubiera sido distinto? El estar a 149 millones de kilómetros de distancia ha hecho posible que haya existido ese jardín de tu infancia.


     A medida que nos alejábamos de nuestra tierra también nos alejábamos del sol. Pasamos junto a Marte, luego Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, hasta llegar al lejanísimo Plutón. Y al instante cruzamos lo que los astrónomos llaman "Nube de Oort", que tiene unos dos años/luz de extensión. Muchosnombres me dijo que era la frontera de nuestro Sistema Solar. 
- ¿Sabes qué parada viene a continuación? - me preguntó.
- ¿Puerta del sol? - pensé mientras sonreía.
- Un grupo de estrellas que llamáis "Alfa Centauri", que está a más de 4 años/luz de la "Nube de Oort".
- ¿Y luego viene "Ópera"?
- Qué bien que estés de buen humor - me transmitió Muchosnombres - no viene precisamente "Ópera", sino lo que ya puedes ver, que es una estrella binaria bautizada como "Sirio". Hemos avanzado otros cuatro años/luz. Esto significa que estamos a 81 billones de kilómetros de la tierra.
- ¿Quieres ahora comprobar cómo se ve la Vía Láctea a una distancia inimaginable para ti? - me preguntó Muchosnombres.
- Ya que estamos aquí rentabilicemos el viajecito - contesté yo.
     E instantáneamente nos alejamos lo suficiente para ver nuestra galaxia en todo su esplendor. Comprobé que tiene forma entre una lente convexa y una ensaimada. Y desde donde estábamos la veía como uno de esos pequeños fuegos artificiales con el juegan algunos niños haciendo girar su mano. Me parecía casi increíble que en medio de ese cúmulo de cuerpos celestes estaba nuestro sol, y que su tercer planeta, como diría ET, era "mi casa".


     Cuando pasamos cerca de una galaxia con forma elíptica el señor Destino me dijo:
- Mira, esa galaxia tiene muchos planetas con vida inteligente. 
- Me gustaría conocer a esos seres inteligentes ¿Podemos ir a uno de esos mundos? - pregunté.
- En otra ocasión Valentino; ahora dejemos que evolucionen en paz.
- Ni siquiera yo estoy autorizado para visitarlos - me dijo el señor Destino.
- ¿Es que no tienen destino?
- En realidad ellos tienen su propio señor Destino. 
- Pero si tú eres el señor Destino.
- Sólo lo soy de la tierra. Cada planeta con vida inteligente tiene el suyo propio.


     Ya a estas alturas o bajuras, o como se diga cuando uno anda flotando por el espacio infinito, "en la cresta de la loma" como dirían en Chile, me había entrado un poco de pena porque mi casa, el sistema solar y hasta mi galaxia habían desaparecido del mapa, tragados por las enormes distancias interestelares y me sentía muy lejos de todo lo que amaba. Por lo que propuse que volviéramos. No había terminado de pensarlo cuando en medio de la noche, me percaté que estábamos a 200 metros de altura, sobre la Plaza del Ayuntamiento de Valencia. Desde allí presenciamos el espectáculo llamado "Nit de la Cremá", que consiste en la quema de los monumentos falleros. Cuando la gran falla empezó a arder, podía oír cómo la multitud gritaba y aplaudía. Pensé en que una vez más, como venía sucediendo desde el comienzo de los tiempos, el fuego generado por los propios hombres se convertía en una energía que nos ayudaba a purificarnos...y quizás a ser mejores.





















martes, 17 de mayo de 2011

Una paella valenciana de conejo y pollo.

Capítulo Nº 15.


     Cuando dejamos la Plaza del Ayuntamiento me sentía tranquilo y eufórico a la vez. Como si me hubiera desembarazado de algo que ocupaba mucho espacio en mi cerebro. Notaba que mi corazón había dejado de experimentar aflicción por no tener a mi lado a esa mujer con la que había vivido una historia de amor de unos pocos días. 

     Repetí bajito ese dicho popular que reza: "Después de la batalla todos somos generales". Aunque no lograba entender cómo todo me había resultado  tan fácil, caminaba erguido, con la altivez de un general vencedor. Sin lugar a dudas, el volver a enfrentarme a la causa de mi perturbación anímica y el poder dialogar con ella lo había hecho posible. Eso significaba que Venus había sido sólo una obsesión. No alcanzó a ser amor porque, posiblemente, en su momento, aquello no maduró lo suficiente. ¿Por qué no lo pensé antes así, si ya "pájaras" parecidas las había tenido desde mi adolescencia y se me habían curado solas? Pensaba en cuánta razón tienen quienes, cuando te enfrentas a una situación conflictiva, te aconsejan: "No escondas la cabeza debajo de la tierra como el avestruz". Es verdad. Es mejor enfrentar los problemas cuanto antes, porque por lo menos así uno tiene la posibilidad de solucionarlos con mayor facilidad. De todos modos estaba consciente que había tenido suerte, porque gracias a la ayuda de Muchosnombres y del señor Destino había encontrado a Venus y había hablado con ella mirándola a la cara. De este modo había conseguido alejar, definitivamente de mí, los fantasmas de algo que yo creía que era desamor, pero que mi abuela llamaba "calentura".

- Valentino, nosotros no hemos hecho nada.
     Me dijo Muchosnombres leyéndome el pensamiento.
- Tú has creído que hemos influido, pero no ha sido así - agregó el señor Destino.
- Hemos sido lo que se denomina un placebo - me explicó Muchosnombres.
- Hayáis sido un placebo o no, conmigo ha funcionado. ¿Y sabéis? Lo que más deseo es volver a enamorarme. 
- ¿Volver a enamorarte?  ¿Es que no has aprendido la lección?
- Lo siento, pero creo que no hay mejor estado que estar enamorado. 
¡Viva el amor, mierda! ¿Quién quiere ser mi amor? - voceaba yo a las hermosas mujeres que pasaban por nuestro lado.

     Cuando me calmé un poco pensé en lo complejo que es este sentimiento que llamamos amor. Que a veces nos hace flotar en el aire y en otras hundirnos en una tristeza infinita. Lo que pensaba lo relacioné con el terceto final de ese preclaro soneto de Lope de Vega que casi todo el mundo ha oído o ha leído, y que en este caso me venía como anillo al dedo: "Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe". Era así, es así. Quien no haya probado el amor ignora el sabor y el aroma que tiene. Con qué claridad percibió, entendió y vivió Lope de Vega el amor. Aunque es bien sabido que el genial dramaturgo al parecer fue amado hasta la extenuación, para sentir la inspiración que lo llevó a escribir ese maravilloso soneto, probablemente, tuvo que soportar también los dolores causados por algún amor que lo dejó con el corazón colgando de una hilacha. 
       
- Me gusta verte feliz - me dijo con cariño Muchosnombres.
- Y a mí estarlo - grité yo, dando pequeños saltos mientras caminaba en medio del gentío.
- ¿Sólo pasearemos? ¡Yo quiero comer! - demandó el señor Destino.
- Buena idea ¡Vamos a comer! - asentí yo.
- ¡Queremos una paella de conejo y pollo, queremos una paella de conejo y pollo! - canturreaba con gracia Muchosnombres aumentando el grado de jolgorio en que nos habíamos inmerso.

     Por fin dimos con una terraza como la que estaba en nuestros planes. Pertenecía a un buen restaurante y estaba emplazada en una esquina concurrida. Sobre sus mesas había manteles a cuadritos amarillos y rojos. Sin lugar a dudas era un guiño a la bandera de la Comunidad Valenciana, también conocida como "señera coronada".

     Apenas nos sentamos la bella Muchosnombres nos propuso que jugáramos a leernos el pensamiento. Y así lo hicimos. Resultó muy divertido, por lo menos para mí que no tenía este don, pero que por algunos minutos me otorgaba Muchosnombres. Lo mejor fue cuando comenzamos a contarnos chistes sin abrir la boca. Estaba el señor Destino narrando el de la mosca que se disfrazó de Lady Gaga cuando apareció el camarero. Lo miramos y aunque no verbalizamos nada, los tres pensamos lo mismo: que nos prepararan una paella de conejo y pollo. Y él, sin percatarse de lo que sucedía, nos sorprendió porque escribió nuestro pedido sin necesidad de hacernos ninguna pregunta. A continuación, mirándonos en forma simpática nos preguntó: 
- ¿Con qué ensalada quieren servirse la paella de conejo y pollo?
     Cuando nosotros, al unísono, pensamos "con una ensalada de productos de la huerta valenciana", él, como si lo que estaba sucediendo fuera lo más normal del mundo, mientras anotaba, murmuró: "Una ensalada valenciana para tres". Y entonces ocurrió algo divertido. Nos miró y sin mover los labios yo entendí que nos consultaba qué queríamos beber. Los tres nos miramos y le solicitamos, esta vez hablándole: "Tinto de la casa". Y los cuatro nos pusimos a reír.
- Buena elección - nos dijo haciendo un gesto de aprobación levantando el dedo pulgar de su mano derecha - el vino de la casa es excelente.

     Mientras nos servíamos la abundante y deliciosa paella, la marea humana iba y venía. Sin dejar de hacer comentarios jocosos de la gente que desfilaba frente a nosotros atacamos los postres: granizados de chufa y buñuelos de calabaza. 
Luego bebimos café y el restaurante nos obsequió con "chupitos" de licor de cerezas del Valle del Jerte. 


     Posiblemente por la copiosa comida, el vino y los "chupitos", a esas alturas de la tarde yo me sentía exultante.
- Gracias por estos momentos maravillosos que me has regalado - le expresé a Muchosnombres.
- No es nada - me contestó ella con ternura. Y agregó - Ojalá todo el mundo pudiera ser tan feliz como te sientes ahora tú.


     Al notar que la tarde empezaba a caer, la hermosa Muchosnombres me preguntó:
- ¿Te gusta el atardecer?
- Sí, me parece que es el espectáculo más bello del mundo.
- No todas las personas reparan en la belleza de un atardecer ¿Sueles mirarlos?
- Siempre que puedo, esté donde esté, procuro detenerme, dejar lo que estoy haciendo y los miro como si fueran un ballet.
- Si es así formas parte de un número muy bajo de seres humanos que  actualmente lo hacen.
- Lo he leído.
- Pero ¿sabes? ahora a ti te causa placer, pero no puedes imaginarte la angustia que sentían los primeros hombres que poblaron la tierra cuando se acercaba la noche.
- Probablemente creerían que la luz no regresaría nunca más.
- Sí, era el temor a la oscuridad, a lo desconocido.
- Tampoco deben haber encontrado una explicación a las numerosas luces que, al caer la noche, si no estaba nublado, veían encenderse en el cielo.
- Los ocasos dan para mucho. Algunas personas cuando están estresadas se relajan mirando la mezcla de colores del crepúsculo - me comentó Muchosnombres. 
- A mí me sucede. Y ahora que hablamos de esto, recuerdo que cuando era muy niño, en una ocasión tuve que permanecer varios días internado en un hospital. Fue angustiante para mí porque nunca antes me había despegado de mi familia. A pesar de la pena inmensa que me producía estar en un lugar tan hostil, nunca he olvidado un atardecer lleno de colores, que una de esas tardes vi a través de una ventana. Mientras el claroscuro comenzaba a inundar el mundo sentía griteríos de niños, que imaginé serían de mi edad. Cuando ya no quedaba casi luz del día, puede que para despedirse antes de retirarse a sus casas, algunos críos comenzaron a cantar una canción que hizo que me sintiera libre, junto a ellos.
- Una canción que decía: "Mambrú se fue a la guerra..." - me interrumpió el señor Destino.
- Así fue ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo te la hice oír. Estabas tan dolorido que te quise hacer ese regalo.
- ¿Sabes que desde entonces, cada vez que oigo esa canción evoco ese atardecer, en ese hospital en que, a pesar que me sentía el niño más solo del mundo, mi espíritu se inundó de algo que, muchos años más tarde, supe que era poesía?  
- ¡Vamos! ¡Arriba, Valentino! - me animó Muchosnombres.
- No te preocupes, ahora me siento muy bien.
- Y vas a sentirte mejor aún. Te voy a invitar a perseguir el sol.
- Te aseguro que es un juego muy divertido - acotó el señor Destino. Y agregó - ¡Camarero! Tráiganos la cuenta, porque nunca mejor dicho, nos tenemos que ir volando. 
- ¿En qué consiste esto de "perseguir el sol"? - inquirí.
- Se trata de volar a la velocidad de la rotación de la tierra persiguiendo el sol. Así podrás ver todos los atardeceres que quieras ver.
- ¿Volar? ¿Cómo Peter Pan?
- Sí, volarás como Peter Pan. Aunque no necesitarás que "Campanilla" espolvoree polvos mágicos en tu cuerpo.
- Mira, es fácil, así se hace. - me explicó el señor Destino, mientras comenzaba a despegarse del suelo.


     Atraídos por el inusual fenómeno, poco a poco comenzó a juntarse un gran gentío alrededor nuestro. Era tanta la gente que nos rodeaba que el camarero tuvo que abrirse paso a codazos para cobrar lo que le debíamos. Como era el señor Destino, que se encontraba levitando por lo menos a un metro del suelo, quien pagaba la cuenta, el mesero, atónito, tuvo que subirse encima de una silla para entregarle el recibo. Después que recibió el dinero, el hombre, al ver que nosotros también empezábamos a ascender, se puso blanco como un papel y, de la impresión, cayó al suelo como saco de patatas en medio de un anillo de curiosos que nos miraban con la boca abierta, mientras nosotros nos alejábamos cada vez más. 


(continuará)

sábado, 7 de mayo de 2011

Viaje a Valencia (sexta parte)

Capítulo Nº 14


     El botones, con el rostro rojo como un tomate y sin quitarme la vista de encima, se agachó para recoger la nota que se había caído y entregármela.
Cuando estiré mi brazo para darle unas monedas, me dijo:
- Con haberla visto a usted me doy por pagado, mademoiselle.
     Y se fue como flotando, con su cabeza girada para no perderme de su campo de visión.
- ¿Qué ha dicho? ¿Por qué me ha llamado mademoiselle? - consulté a Muchosnombres que no paraba de reír.
- Lo que has oído, querida Valentina.
- ¿"Querida Valentina"? ¿Por qué me llamas "querida Valentina"?
- ¡Jajajá! ...mírate al espejo y lo entenderás.


     Inmediatamente corrí a mirarme al espejo que me devolvió una imagen mía que nunca había visto. Intrigado me miré hacia abajo y comprobé que lo que reflejaba el espejo era el cuerpo que en ese momento tenía. Y lo que veía era yo pero embutido en un cuerpo de mujer, con unas generosas y bamboleantes tetas que quitaban el hipo; un vientre plano; unas caderas que parecían de "conejita Playboy"; y un pubis coronado por un sexo de mujer primorosamente depilado con formato de corazón, atravesado por un "piercing" con forma de flecha.


- ¡Coño, Muchosnombres! ¿Qué significa esto?
- Tranquilo Valentino, tranquilo. Es sólo una pequeña broma para que te sirva de lección y compruebes cómo nos sentimos las mujeres cuando, a veces, vosotros los hombres nos devoráis con los ojos.
- Yo no soy de esa clase de hombres - le aclaré.
- "Menos lobos Caperucita" ¿Es que no me estabas esperando en pelota picada para que al verte, loca de pasión, me lanzara a tus brazos?
- Y que me dijeras "hazme tuya, Valentino" - añadí yo con humor al ver que tenía la partida perdida. Y agregué - No sabía que también podías leer el pensamiento a distancia.
- Ahora ya lo sabes. Aunque te confieso que me halagaba tu plan. También a veces a mí me gusta darme un banquete de caricias y de besos. Y si se me antoja, de postre, zamparme un flan con nata.
- ¡Fiuuuu! ¿Y cuánto tiempo vas a dejarme así?
- ¿Cómo así?
- Como chica de calendario de camionero.
- Creo que ya ha sido suficiente el escarmiento. ¡Vuelve a mirarte!


     Y en un abrir y cerrar de ojos me vi reflejado de nuevo como me había visto siempre, aunque como no tenía encima la toalla, todo lo que de acuerdo a la ley de la gravedad me tenía que colgar, lo hacía con un suave y elegante movimiento pendular.


     Cuando por fin estuve medio vestido, me dispuse a leer el papel que me había traído el botones y entendí por qué el angelito de dios me había mirado de la forma en que lo hizo. Bueno, después de todo, el pobre jovenzuelo que tenía cara de hambre carnal, por lo menos se dio un festín mirándome. El mensaje decía: "Querido Valentino, deseo volver a verte de nuevo. A partir de las dos de la tarde estaré en la Plaza del Ayuntamiento. No me busques; yo te encontraré". Aunque no firmaba nadie, me imaginé que era de Venus. Luego pensé "¿Cómo habrá sabido que estoy en Valencia en el mismo hotel que nos conocimos y amamos?".


     Mientras leía, Muchosnombres me miraba con cara de saberlo todo. Pero en vez de hacerle preguntas preferí callar. Ya me había dado una buena lección. No quería recibir una segunda amonestación y menos que me sacara tarjeta roja. Total si podía leer el pensamiento, se lo dijera o no, si quería podía conocer hasta los pliegues más íntimos de mis sueños y mis deseos. A una persona así es imposible esconderle nada porque siempre sabrá con qué cartas juega el contrincante.


     Cuando salimos del Reina Victoria el cielo se había despejado casi por completo. Sólo quedaban unas nubes blancas que parecían todavía más blancas bajo el cielo levantino que casi siempre es de un azul intenso. El vientecillo seguía siendo tibio y la gente que deambulaba por las calles se veía contenta, sonriente, dicharachera, con ganas de vivir intensamente. Al mirarlos recordé algunos documentales en blanco y negro que había visto en la televisión, que mostraban la alegría y el entusiasmo desbordados con que la población de París se echó a las calles el Día de la Liberación, en agosto de 1944.


     Aunque la plaza estaba llena, una vez más Muchosnombres hizo uno de sus  acostumbrados malabares y me encontré junto a ella instalado en primera fila, en un lugar privilegiado. De inmediato yo comencé a estirar el cuello para intentar encontrar a Venus. Aunque no la veía presentía que estaba allí, entre la multitud.


     A las dos en punto empezaron a encender los petardos y todo se llenó de ruido, humo y de un intenso olor a pólvora que me trajo recuerdos de mi niñez, de las fiestas de la primavera que celebraban en mi pueblo, en las que cada año elegían reina a la que consideraban la muchacha más bella. Luego, por la noche, la reina, ataviada con una corona brillante ceñida en su frente, acompañada por sus damas de honor, desfilaba subida en una elegante carroza, seguida por una caravana de vehículos. Toda esta parafernalia tenía lugar en medio de unos fuegos artificiales que, aunque modestos, impregnaban el ambiente del mismo aroma que yo percibía ahora.


- Fuego y ruido infernal - me dijo Muchosnombres - así empieza siempre lo que llamáis un big-bang.


     En el momento culminante de la mascletá, cuando ya había perdido la esperanza de encontrar a Venus, alguien que estaba detrás de nosotros me tocó el hombro. Me di vuelta y allí estaba, encantado de la vida, el señor Destino tomándose un helado de fresa y chocolate.
- ¡Hola! - me dijo con cierta ironía - ¿Recibiste mi notita?
- ¡Ah!... el mensaje era tuyo.
- ¿Y de quién pensabas tú que podía ser? - me preguntó riéndose en mi cara -
¿Quizás de aquella belleza que está allí con esos dos niños de cabellos rubios?


     Miré hacia donde me indicaba el señor Destino y vi a quien parecía ser Venus. Al verla, confieso que a pesar del fuerte ruido que nos envolvía, sentí cómo la sangré hacia palpitar mis sienes. En ese momento, aparte de ella, todo desapareció para mí. No sé cuánto rato estuve embobado, observándola, recordando aquellas noches maravillosas que, desde entonces, volvían y volvían a mis pensamientos cada vez que me sentía solo.
- Es Venus ¿Verdad? - le grité al señor Destino acercando mi boca a su oreja, para asegurarme que no me fuera a hacer una trastada.
- Sí, es Venus - musitó Muchosnombres con una cara que me decía "Te acompaño en el dolor, pero es por tu bien".
- ¿Sabes por qué te he preparado este encuentro? - me preguntó el señor Destino. 
- Me lo imagino - dije nervioso.
- No, no te lo imaginas, es para que te cures de ese amor. Porque ya no existe, es sólo un recuerdo, ella ahora es feliz. Y tú también podrás serlo cuando pongas algo de tu parte.
- ¿Quieres decir que ella no siente por mí lo que yo siento por ella?
- No. Para ella sólo eres un recuerdo hermoso.
- ¿Nada más?
- Nada más. Anda, aproxímate y salúdala. Va a estar encantada de volver a verte, te besará en las mejillas, te dirá que aunque han pasado varios años estás igual, que te recuerda con cariño. ¡Ah!...y también te contará que esos dos niños son hijos suyos.


     Yo dudé. No sabía si ir hacia donde ella estaba o no. Pero Muchosnombres me animó:
- Ve, acércate a Venus, haz caso al señor Destino. Te está haciendo un favor que no suele hacer a todo el mundo. Enfréntate a ella y verás cómo se romperá el hechizo y volverás a sentirte libre. Es la única manera que vuelvas a enamorarte de nuevo y que sea feliz.


     Y así lo hice. Apenas estuve junto a la hermosa Venus, como había sucedido en otras ocasiones que había compartido con Muchosnombres, todo se detuvo. Sólo quedamos con movimiento ella, Muchosnombres, el señor Destino y yo. Todo, todo lo demás, la muchedumbre y hasta la brisa quedaron suspendidas en el espacio y en el tiempo. Incluso las chispas y la humareda de las tracas permanecían inmóviles, casi al alcance de mi mano, capturadas como en una foto instantánea. Hasta la amalgama de sonidos se fue y comencé a "oír" un silencio que nunca antes había percibido. Ocurrió todo como el señor Destino y Muchosnombres me dijeron que ocurriría. Cuando me despedí de Venus la vida recobró su ritmo. Luego mi corazón se desaceleró y en mi cerebro comencé a sentir una melodía nueva que me llenó de paz.


(Continuará)
  

viernes, 29 de abril de 2011

Viaje a Valencia (quinta parte)

Capítulo Nº 13.

      A las 11:20 en punto, Muchosnombres y yo llegamos a la estación Joaquín Sorolla de Valencia. Al bajar del tren nos dimos cuenta que aunque el tiempo estaba desapacible y el cielo amenazaba lluvia, el aire era tibio. Mientras subíamos al taxi yo murmuré "Mal panorama", pensando en todas las Fallas que ya estarían emplazadas en diferentes lugares de la ciudad. Si se desencadenare un temporal, posiblemente todas quedarían escacharradas.


     Al bordear la Plaza del Ayuntamiento pudimos ver en toda su magnitud la gigantesca Falla Municipal diseñada por Pedro Baena, cuyo tema central era "Valencia 2011, sport tot l'any", llamada así en homenaje a la relación que tiene la ciudad con el deporte. Mostraba en forma destacada un inmenso ninot equilibrándose sobre un gigantesco coche de Fórmula 1 dispuesto en forma vertical. Ocupando un lugar secundario se podía ver otras figuras relacionadas con el deporte. Y como las Fallas suelen ser satíricas y críticas, en la parte inferior, ese colosal conjunto mostraba temas que aludían al dopaje. Pensé en la cantidad de horas de trabajo y creatividad que habían invertidas allí. Porque estos monumentos son el resultado de la labor de todo un año de artistas y artesanos más conocidos como "falleros". Son ellos quienes diseñan y construyen estos maravillosos conjuntos también denominados monumentos o "cadafals", que la noche del 19 de marzo, sólo con la excepción del ninot indultado, terminan transformados en cenizas.


     Cuando llegamos al hotel Reina Victoria, situado en la Calle de las Barcas Nº 4, se me arremolinaron los recuerdos. Muchos años antes, cuando en Valencia aún no habían construido los modernos hoteles que hay ahora, por razones de trabajo solía venir a este hotel que, aunque había sido inaugurado en 1913, entonces todavía seguía siendo el de más solera de la ciudad.


     Antes de entrar al vestíbulo del Reina Victoria me quedé absorto mirando el magnífico edificio de estilo clásico, que en el siglo XIX había sido un palacio. Me alegré de comprobar que mantenía la misma clase de siempre, con el valor añadido que estaba en el centro del centro, a unos pasos de casi todo.


     Recordé que en el mediodía de mi juventud, en mi primer viaje a Valencia, estando en el bar de este hotel, descubrí a una mujer muy atractiva que estaba allí de tertulia junto con un grupo de amigos. Yo estaba solo. Me había sentado a beber una "Clarita" y a olvidarme del trabajo del día que había sido intenso. Estaba despreocupado, con mi mente vagando por esos territorios de nadie, cuando repentinamente me tropecé con sus ojos. Fue como un chispazo. Ni ella ni yo esquivamos la mirada. Durante media hora estuvimos jugando, enviándonos mensajes no verbales. Repentinamente se levantó, vino hacia donde estaba yo, y se sentó junto a mí.
- ¿Has venido a las fallas? - me interrogó con desenfado.
- No, he venido por trabajo - le contesté yo - y he decidido quedarme hasta mañana para conocer un poco más esta fiesta de la que habla todo el mundo.  
     A continuación le pregunté si era valenciana y me contestó desafiante:
- ¿Acaso no se nota, forastero? - y luego agregó - ¿Sabes algo acerca de las Fallas?
     Como yo le contesté "Muy poco", ella, orgullosa, comenzó a explicarme que las Fallas valencianas tenían a sus espaldas más de un par de cientos de años. Agregó que en un oficio municipal de 1784 ya se mencionaban. Según me explicó, en ese documento las autoridades informaban al pueblo que se prohibía quemar Fallas en las estrechas callejuelas de la ciudad porque podían provocar incendios. Sin embargo autorizaban a los vecinos a encenderlas si las emplazaban en lugares abiertos como plazas y parques.


     Me relató que era probable que la palabra "falla" viniera del latín "fallatus", que era como se denominaba en el siglo tercero a las estatuas de madera en el Imperio Romano. Agregó que el origen de estas fiestas era más reciente. Hace muchos años, en la víspera de san José, que era el patrón del gremio de los carpinteros, éstos acostumbraban a quemar sus lámparas o candiles, llamados "parots" en Valencia, a las que agregaban virutas. Lo hacían no sólo en homenaje a su patrón, sino también para alegrar un poco sus vidas grises. Con los años, además de las virutas fueron agregando otros elementos a estas hogueras iniciales. Más tarde al "parot" le comenzaron a poner ropas viejas para que tuviera apariencia humana, parecida a algún vecino a quien la sociedad de entonces quería criticar o mofarse de él en forma pública. 
- ¿Y por qué sabes tanto de esta fiesta? - pregunté.
- ¡Porque amo a mi tierra! - me soltó acercando su rostro a tres centímetros del mío.


     Luego me contó cosas de su vida y yo de la mía. Así, intercambiándonos frases crípticas, comenzamos a enlazar nuestros deseos y sentimientos. Finalmente quedamos para vernos esa noche en el mismo lugar. Yo creí que no acudiría a la cita. Pero lo hizo. Durante tres noches en mi dormitorio del hotel, inundado con el aroma a velas con olor a canela y a vainilla que ella traía y encendía, celebramos intensas fiestas de amor hasta la madrugada, hora en la que se iba sin dejarme ni siquiera un zapato de cristal.


     Cuando terminé de pensar en ella, aún con mis recuerdos alborotados, nada más registrarme en el hotel, acompañado de Muchosnombres subí al bar, a la misma mesa donde había conocido a Venus, nombre con el que entonces la bauticé. Me imaginé verla sonriente como ese primer día en que me hipnotizó. Pero no estaba allí. Recordé que tenía unos pechos hermosos, llenos de lunares. La primera vez que los vi desnudos me pareció que esas graciosas manchitas eran como una foto de la Vía Láctea. Allí estaban la Osa Mayor, la Osa Menor, Andrómeda, Orión con sus tres estrellas en línea y, en el pecho izquierdo, en medio de otras constelaciones, muy cerca de su pezón, tenía un lunar inmenso.
- A este lunar lo llamaré "El Lucero del Alba" - le dije riendo mientras nos transformábamos en un nudo de besos y suspiros, sin pedirnos ni prometernos nada.


     Estaba recordando, cuando repentinamente Muchosnombre me rescató de mi ensimismamiento, preguntándome con ternura:     
- ¿Era bella? 
- Me estabas leyendo el pensamiento ¿Verdad? - le recriminé yo. Y agregué - Era bella y graciosa. Y por ese lunar la llamé Venus.
- ¿Y qué fue de ella? ¿Por qué no continuó esa historia?
- Tú mejor que nadie sabes que la vida da muchas vueltas. Pero te confieso que aunque nunca más la volví a ver, y a pesar que sólo fueron tres noches de amor, esa herida aún me duele cuando la recuerdo.
- Talvez el señor Destino metió la cola - me dijo bajito.
- Quizás, pero te puedo asegurar que nunca la he olvidado; tampoco a su "Lucero del Alba" - Y los dos reímos.


     Antes de subir a nuestras habitaciones acordamos ir a comer a algún lugar con encanto. El plan era salir a caminar a ver los monumentos que habían montado las cofradías. Discutimos dónde comer y dónde cenar. Finalmente convinimos que para el mediodía buscaríamos un restaurante con una terraza al aire libre para sentarnos a ver pasar a la gente y, de paso, degustar un buen arroz caldoso. Y para cenar, investigaríamos si en Valencia, al igual que en otras importantes ciudades del mundo, había llegado la moda de los llamados "Supper Clubs", clubes clandestinos, lugares privados y secretos donde sirven comida casera de altísima calidad a un grupo muy reducido de personas que, sin conocerse, comparten una mesa común. En estos exclusivos sitios, que algunos confunden con los "paladares cubanos", quien quiera beber vino debe llevarlo.


- ¿Te parece bien que dentro de una hora salgamos? - me consultó Muchosnombres. 
     Yo asentí y al irse me comentó:
- Me daré un buen baño y me cambiaré de ropa. A la una y media pasaré a buscarte a tu habitación. Recuerda que a las dos de la tarde, a tres pasos de nuestro hotel, en la Plaza del Ayuntamiento, tendrá lugar la "mascletá" y quiero vivirla.


     Mientras me duchaba pensé en el extraordinario parecido que Muchosnombres tenía con Venus. Por un momento sospeché que podía ser ella que de esta manera volvía a mí. Estaba imaginando esa posibilidad cuando sonó el timbre. Como aún no era la hora acordada me dije: "Si es Muchosnombres es porque quiere algo más que el tracatraca de la pirotecnia de la mascletá". Sólo de imaginarlo se me aceleró el pulso. Me sequé a medias y pensé "Iré semidesnudo para que vea lo marcado que tengo mis abdominales; esto les chifla a las mujeres". De esta guisa, sólo con la toalla atada a modo de taparrabos, fui a abrir. Al pasar frente al espejo de mi habitación me miré y dije bajito "Cuando vea este cuerpo serrano se derretirá". Y efectivamente, nada más abrir la puerta me miró sorprendida. Probablemente no se debe haber imaginado lo cultivados que tenía los músculos de mi cuerpo, porque silbó y exclamó:
- ¡Vaya cuerpazo que tenías escondidito, Valentino!


     Justo en ese momento, con la puerta todavía abierta, apareció un botones que traía una pequeña bandeja con una nota dirigida a mí. El chaval, nada más verme, puso los ojos como huevos fritos y estupefacto chilló: "¡Oh, my God!".
Y se quedó tan alelado que sus manos soltaron el plato de metal que cayó al suelo junto con el mensaje.


(Continuará)