viernes, 29 de abril de 2011

Viaje a Valencia (quinta parte)

Capítulo Nº 13.

      A las 11:20 en punto, Muchosnombres y yo llegamos a la estación Joaquín Sorolla de Valencia. Al bajar del tren nos dimos cuenta que aunque el tiempo estaba desapacible y el cielo amenazaba lluvia, el aire era tibio. Mientras subíamos al taxi yo murmuré "Mal panorama", pensando en todas las Fallas que ya estarían emplazadas en diferentes lugares de la ciudad. Si se desencadenare un temporal, posiblemente todas quedarían escacharradas.


     Al bordear la Plaza del Ayuntamiento pudimos ver en toda su magnitud la gigantesca Falla Municipal diseñada por Pedro Baena, cuyo tema central era "Valencia 2011, sport tot l'any", llamada así en homenaje a la relación que tiene la ciudad con el deporte. Mostraba en forma destacada un inmenso ninot equilibrándose sobre un gigantesco coche de Fórmula 1 dispuesto en forma vertical. Ocupando un lugar secundario se podía ver otras figuras relacionadas con el deporte. Y como las Fallas suelen ser satíricas y críticas, en la parte inferior, ese colosal conjunto mostraba temas que aludían al dopaje. Pensé en la cantidad de horas de trabajo y creatividad que habían invertidas allí. Porque estos monumentos son el resultado de la labor de todo un año de artistas y artesanos más conocidos como "falleros". Son ellos quienes diseñan y construyen estos maravillosos conjuntos también denominados monumentos o "cadafals", que la noche del 19 de marzo, sólo con la excepción del ninot indultado, terminan transformados en cenizas.


     Cuando llegamos al hotel Reina Victoria, situado en la Calle de las Barcas Nº 4, se me arremolinaron los recuerdos. Muchos años antes, cuando en Valencia aún no habían construido los modernos hoteles que hay ahora, por razones de trabajo solía venir a este hotel que, aunque había sido inaugurado en 1913, entonces todavía seguía siendo el de más solera de la ciudad.


     Antes de entrar al vestíbulo del Reina Victoria me quedé absorto mirando el magnífico edificio de estilo clásico, que en el siglo XIX había sido un palacio. Me alegré de comprobar que mantenía la misma clase de siempre, con el valor añadido que estaba en el centro del centro, a unos pasos de casi todo.


     Recordé que en el mediodía de mi juventud, en mi primer viaje a Valencia, estando en el bar de este hotel, descubrí a una mujer muy atractiva que estaba allí de tertulia junto con un grupo de amigos. Yo estaba solo. Me había sentado a beber una "Clarita" y a olvidarme del trabajo del día que había sido intenso. Estaba despreocupado, con mi mente vagando por esos territorios de nadie, cuando repentinamente me tropecé con sus ojos. Fue como un chispazo. Ni ella ni yo esquivamos la mirada. Durante media hora estuvimos jugando, enviándonos mensajes no verbales. Repentinamente se levantó, vino hacia donde estaba yo, y se sentó junto a mí.
- ¿Has venido a las fallas? - me interrogó con desenfado.
- No, he venido por trabajo - le contesté yo - y he decidido quedarme hasta mañana para conocer un poco más esta fiesta de la que habla todo el mundo.  
     A continuación le pregunté si era valenciana y me contestó desafiante:
- ¿Acaso no se nota, forastero? - y luego agregó - ¿Sabes algo acerca de las Fallas?
     Como yo le contesté "Muy poco", ella, orgullosa, comenzó a explicarme que las Fallas valencianas tenían a sus espaldas más de un par de cientos de años. Agregó que en un oficio municipal de 1784 ya se mencionaban. Según me explicó, en ese documento las autoridades informaban al pueblo que se prohibía quemar Fallas en las estrechas callejuelas de la ciudad porque podían provocar incendios. Sin embargo autorizaban a los vecinos a encenderlas si las emplazaban en lugares abiertos como plazas y parques.


     Me relató que era probable que la palabra "falla" viniera del latín "fallatus", que era como se denominaba en el siglo tercero a las estatuas de madera en el Imperio Romano. Agregó que el origen de estas fiestas era más reciente. Hace muchos años, en la víspera de san José, que era el patrón del gremio de los carpinteros, éstos acostumbraban a quemar sus lámparas o candiles, llamados "parots" en Valencia, a las que agregaban virutas. Lo hacían no sólo en homenaje a su patrón, sino también para alegrar un poco sus vidas grises. Con los años, además de las virutas fueron agregando otros elementos a estas hogueras iniciales. Más tarde al "parot" le comenzaron a poner ropas viejas para que tuviera apariencia humana, parecida a algún vecino a quien la sociedad de entonces quería criticar o mofarse de él en forma pública. 
- ¿Y por qué sabes tanto de esta fiesta? - pregunté.
- ¡Porque amo a mi tierra! - me soltó acercando su rostro a tres centímetros del mío.


     Luego me contó cosas de su vida y yo de la mía. Así, intercambiándonos frases crípticas, comenzamos a enlazar nuestros deseos y sentimientos. Finalmente quedamos para vernos esa noche en el mismo lugar. Yo creí que no acudiría a la cita. Pero lo hizo. Durante tres noches en mi dormitorio del hotel, inundado con el aroma a velas con olor a canela y a vainilla que ella traía y encendía, celebramos intensas fiestas de amor hasta la madrugada, hora en la que se iba sin dejarme ni siquiera un zapato de cristal.


     Cuando terminé de pensar en ella, aún con mis recuerdos alborotados, nada más registrarme en el hotel, acompañado de Muchosnombres subí al bar, a la misma mesa donde había conocido a Venus, nombre con el que entonces la bauticé. Me imaginé verla sonriente como ese primer día en que me hipnotizó. Pero no estaba allí. Recordé que tenía unos pechos hermosos, llenos de lunares. La primera vez que los vi desnudos me pareció que esas graciosas manchitas eran como una foto de la Vía Láctea. Allí estaban la Osa Mayor, la Osa Menor, Andrómeda, Orión con sus tres estrellas en línea y, en el pecho izquierdo, en medio de otras constelaciones, muy cerca de su pezón, tenía un lunar inmenso.
- A este lunar lo llamaré "El Lucero del Alba" - le dije riendo mientras nos transformábamos en un nudo de besos y suspiros, sin pedirnos ni prometernos nada.


     Estaba recordando, cuando repentinamente Muchosnombre me rescató de mi ensimismamiento, preguntándome con ternura:     
- ¿Era bella? 
- Me estabas leyendo el pensamiento ¿Verdad? - le recriminé yo. Y agregué - Era bella y graciosa. Y por ese lunar la llamé Venus.
- ¿Y qué fue de ella? ¿Por qué no continuó esa historia?
- Tú mejor que nadie sabes que la vida da muchas vueltas. Pero te confieso que aunque nunca más la volví a ver, y a pesar que sólo fueron tres noches de amor, esa herida aún me duele cuando la recuerdo.
- Talvez el señor Destino metió la cola - me dijo bajito.
- Quizás, pero te puedo asegurar que nunca la he olvidado; tampoco a su "Lucero del Alba" - Y los dos reímos.


     Antes de subir a nuestras habitaciones acordamos ir a comer a algún lugar con encanto. El plan era salir a caminar a ver los monumentos que habían montado las cofradías. Discutimos dónde comer y dónde cenar. Finalmente convinimos que para el mediodía buscaríamos un restaurante con una terraza al aire libre para sentarnos a ver pasar a la gente y, de paso, degustar un buen arroz caldoso. Y para cenar, investigaríamos si en Valencia, al igual que en otras importantes ciudades del mundo, había llegado la moda de los llamados "Supper Clubs", clubes clandestinos, lugares privados y secretos donde sirven comida casera de altísima calidad a un grupo muy reducido de personas que, sin conocerse, comparten una mesa común. En estos exclusivos sitios, que algunos confunden con los "paladares cubanos", quien quiera beber vino debe llevarlo.


- ¿Te parece bien que dentro de una hora salgamos? - me consultó Muchosnombres. 
     Yo asentí y al irse me comentó:
- Me daré un buen baño y me cambiaré de ropa. A la una y media pasaré a buscarte a tu habitación. Recuerda que a las dos de la tarde, a tres pasos de nuestro hotel, en la Plaza del Ayuntamiento, tendrá lugar la "mascletá" y quiero vivirla.


     Mientras me duchaba pensé en el extraordinario parecido que Muchosnombres tenía con Venus. Por un momento sospeché que podía ser ella que de esta manera volvía a mí. Estaba imaginando esa posibilidad cuando sonó el timbre. Como aún no era la hora acordada me dije: "Si es Muchosnombres es porque quiere algo más que el tracatraca de la pirotecnia de la mascletá". Sólo de imaginarlo se me aceleró el pulso. Me sequé a medias y pensé "Iré semidesnudo para que vea lo marcado que tengo mis abdominales; esto les chifla a las mujeres". De esta guisa, sólo con la toalla atada a modo de taparrabos, fui a abrir. Al pasar frente al espejo de mi habitación me miré y dije bajito "Cuando vea este cuerpo serrano se derretirá". Y efectivamente, nada más abrir la puerta me miró sorprendida. Probablemente no se debe haber imaginado lo cultivados que tenía los músculos de mi cuerpo, porque silbó y exclamó:
- ¡Vaya cuerpazo que tenías escondidito, Valentino!


     Justo en ese momento, con la puerta todavía abierta, apareció un botones que traía una pequeña bandeja con una nota dirigida a mí. El chaval, nada más verme, puso los ojos como huevos fritos y estupefacto chilló: "¡Oh, my God!".
Y se quedó tan alelado que sus manos soltaron el plato de metal que cayó al suelo junto con el mensaje.


(Continuará)











lunes, 18 de abril de 2011

Viaje a Valencia (cuarta parte)

Capítulo Nº 12.
Trenes de alta velocidad en la estación de Atocha


     Mientras conversaba con Muchosnombres, el tren de alta velocidad seguía devorando kilómetros. Casi sin darme cuenta me percaté que ya nos encontrábamos en la mitad del trayecto, a poco más de media hora de Valencia, porque ya habíamos dejado atrás Cuenca y nos acercábamos a Requena.


     Me satisfizo que Muchosnombres dijera respecto a nosotros los humanos: "La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución". Preferí callarme durante un rato y pensar en ello. Esa frase de Muchosnombres era una forma de reconocer el esfuerzo de todos los individuos que hemos conformado la cadena de homínidos, cuyo último eslabón somos ahora nosotros los homo sapiens sapiens, en pleno despegue, aunque prácticamente comenzando a entender el mundo y a domar la naturaleza.


     Es una realidad que, desde que aparecieron nuestros primeros antepasados sobre la faz de la tierra, apenas han transcurrido un par de millones de años.
Aunque a nosotros los humanos nos parece un espacio de tiempo que da para mucho, bien pensado es un suspiro en escala cosmológica. Así y todo, en este "breve período" temporal, mientras las decenas de miles de especies que han compartido y comparten el planeta con nosotros han dedicado todo su tiempo a sobrevivir, a mirar a su exterior y a propagarse, nosotros, además de todo eso, hemos mirado hacia nuestro interior y hemos sentido la curiosidad de preguntarnos de dónde venimos, en que lugar vivimos, qué hay más allá, por qué estamos aquí, y hacia donde vamos.


     Pese a todas nuestras limitaciones, que son muchas, en este corto espacio de tiempo, hemos podido inventar herramientas, máquinas, artilugios y métodos prodigiosos para crear una "cáscara" de sobrenaturaleza que, para bien o para mal, ha cambiado el planeta. Todo esto gracias a que nuestro cerebro se ha transformado en el más evolucionado de todos los seres vivos que poblamos la tierra. El tener un cerebro más desarrollado que los demás inquilinos de esta nave común, nos ha dado ventajas añadidas muy importantes. Por ejemplo nos permitió darnos cuenta que trabajando en equipo
podíamos satisfacer mejor nuestras necesidades básicas, como la seguridad y la alimentación. Fue gracias a que nos empezamos a alimentar mejor que conseguimos un mayor desarrollo cerebral. A su vez el trabajar en equipo nos obligó a crear una forma de entendernos con los demás, a comunicarnos entre nosotros. Puede que por esta razón, hace unos doscientos mil años, emitimos los primeros sonidos que, más tarde, conformarían el lenguaje. Es posible que esta necesidad forzara a nuestro organismo a generar una proteína denominada "FOXP2" situada en el cromosoma 7. En la actualidad está científicamente demostrado que la capacidad de hablar de nuestra especie fue posible debido a que los neandertales tenían en su organismo esta proteína. 


     Todas estas circunstancias y factores a nuestro favor, nos permitieron conseguir algo que ningún otro ser vivo, por lo menos en este planeta, ha conseguido: comunicarnos, hacer públicas nuestras ideas, representarlas y compartirlas. Primero fue con un lenguaje primario, después con ideogramas elementales, luego creando y utilizando códigos más complejos. Inventamos la escritura cuneiforme hace apenas unos siete mil años. Lo hicimos utilizando estiletes sobre tablillas de barro blando. Con este invento extraordinario que es la escritura, pudimos comenzar a entregar a la generación siguiente todo un caudal de conocimientos y experiencias que, de este modo, podían quedar registradas en un soporte físico. El conseguir "imprimir" nuestras ideas fue decisivo para progresar.


     Tal como se han desarrollado las cosas, probablemente en el futuro, mediante la ingeniería genética, podamos modificarnos a nosotros mismos y dar un salto cualitativo en la capacidad de comprender ciertos arcanos de la realidad, que ahora mismo, tal como somos, es imposible dilucidar. Sería algo así como que a nuestro "hardware", que es nuestro cuerpo, le agregáramos un "software" con un sistema operativo diez, cien o mil veces mayor que el que traemos de origen. Quizás esta sería la forma de entender algo más a Muchosnombres, averiguar por qué estamos aquí, y enterarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos.


     A pesar de toda esta lucha intensa y dolorosa por sobrevivir, muchos niños del siglo XXI, e incluso algunos adultos, creen que todos los adelantos que ahora nos rodean han existido siempre, que venían con la naturaleza. Entrar a una habitación a oscuras, apretar un botón y hacer que la estancia se ilumine lo consideran como lo más natural del mundo. Y, sin embargo, sólo hace ciento ochenta años, en 1831, un científico llamado Faraday consiguió producir corrientes eléctricas. Y cuarenta y ocho años más tarde, en 1879, otro hombre de ciencia, Thomas Alva Edison, inventó la primera bombilla eléctrica. La electricidad pareciera ser un invento más, pero gracias a la electricidad, en mayor o menor medida, otros muchos inventos han podido ser fabricados y pueden funcionar, como por ejemplo el telégrafo, la radio, la televisión, el láser, los computadores, la Tomografía Axial Computarizada (TAC) e, incluso, el Acelerador de Partículas. También utilizamos la electricidad para hacer subir y bajar los ascensores, para conservar los alimentos, iluminar los quirófanos, hacer funcionar las incubadoras...en fin, no se concibe el mundo actual sin la electricidad.


     Y todo se debe a la "máquina" más perfecta que poseemos los hombres: nuestro cerebro. Si no ¿Cómo se puede explicar que Eratóstenes, hace unos veintitrés siglos atrás, sin más herramientas que su cerebro, pudiera calcular la circunferencia de la tierra en 250 estadios, equivalentes más o menos a 40.000 kilómetros, tomando en cuenta que ahora sabemos que la cifra exacta es 40.070 kilómetros? 


     Estaba pensando en todo esto cuando Muchosnombres, dulcemente me dijo:
- He estado oyéndote en silencio, Valentino.
- Pero si yo no he hablado. Sólo he estado pensando en un montón de cosas diversas: en la relatividad del tiempo, en nuestra especie, en lo que el hombre ha conseguido crear, en que tienes razón cuando a veces me dices "Esto sucedió hace apenas un instante".
- Lo sé.
- Quizás no me haya dado cuenta y hablara mientras pensaba.
- Mon ami ¿Te tengo que recordar que no necesito que me hables para entender lo que piensas?
- ¿Verdad que puedes leer el pensamiento Muchosnombres?
- Sí, si lo quieres llamar así.
- ¿Es algo así como la telepatía?
- Sí, algo así como lo que llamas telepatía.
- ¿Y yo podría hacerlo?
- Si te empeñas ¿Por qué no?


     Muchosnombres se quedó en silencio mirándome a los ojos y a los pocos minutos me preguntó:
- ¿Me has entendido lo que te he dicho?
- Sí.
- Demuéstramelo, resume lo que te he dicho.
- Has pensado en algo así como "Si estás tan interesado en saber de dónde vienes, te puedo decir que los átomos de tu cuerpo, antes de formar parte de ti, desde la eternidad, han conformado otros organismos inteligentes y no inteligentes, de todas las constelaciones de todos los universos que existen y que han existido".
- Sí, me has entendido relativamente bien.
- ¿Y cuando muera qué me sucederá?
- ¿Cuando mueras?
- Sí, cuando deje de ser yo y desaparezca.
- Nunca desaparecerás del todo. Cuando se desorganice tu cuerpo actual ni yo sé qué ocurrirá con tus partículas, porque es un juego en el que no quiero influir.
- No te entiendo del todo.
- Digamos que eres como un caleidoscopio. Los trocitos de vidrio transparente son los mismos, pero cada vez que lo mueves y vuelves a mirar, ves una figura diferente.
- Ahora lo entiendo - le dije, y agregué - aprovechando que hoy estás más generosa que otras veces ¿Podríamos ahora hablar telepaticamente del concepto tiempo?
- Me parece que tú quieres saber demasiado, my dear. Mejor dejémoslo para otra vez... ¿Vale?
- ¡Vale! - gruñí yo un tanto desencantado.


     Justo en ese momento comenzamos a entrar a la estación Joaquín Sorolla de Valencia.


Continuará.

viernes, 8 de abril de 2011

Viaje a Valencia (tercera parte)

Capítulo Nº 11.
Jardín Tropical de la Estación de Atocha de Madrid
Antes de salir de mi departamento, Muchosnombres miró de nuevo a través de los ventanales del salón que dan al Real Jardín Botánico y se quedó unos segundos en silencio. Luego bajamos por el ascensor. En la calle nos esperaba un taxi que habíamos pedido por teléfono. Cuando llegamos a la Estación de Atocha eran las nueve y diez minutos de la mañana. El taxi nos dejó junto a las puertas de arriba, las que están al lado del parking público. 


     Cuando el taxista abrió el maletero para entregarnos nuestros trolleys, no aguantó su curiosidad y, sin disimular, le hizo un recorrido visual completo al cuerpo de Muchosnombres, que ese día no llevaba ninguna joya encima. Yo me sonreí, porque entendí que es muy difícil abstenerse de mirar de arriba a abajo y de lado a lado a esta mujer que, por lo menos para mí, es la más hermosa que he visto en la vida real e, incluso en los medios de comunicación. Y ella, que debe estar acostumbrada a ser el centro de atracción allí donde va, en vez de enfadarse por esa mirada lasciva, se despidió del chófer con una sonrisa amplia y con un "Que tenga usted un buen día, amigo".


     El primer edificio de la Estación de Atocha, que fue inaugurada el 9 de febrero de 1851, fue la primera estación de ferrocarril de Madrid. Entonces se le llamó Estación del Mediodía. Posteriormente, debido a un incendio, tuvo que ser reconstruida bajo la dirección de Alberto de Palacio, colaborador de gran Gustave Eiffel. Básicamente es el edificio que conocemos ahora.   
   
     Como hago cada vez que visitó este lugar, antes de bajar por las escaleras mecánicas me quedé mirando el llamado "Invernadero de Atocha", que es un jardín exótico, con plantas tropicales y subtropicales que situaron en medio del antiguo apeadero, e hice unas cuantas fotos. Es realmente hermoso este jardín, y los chorros de vapor de agua que el sistema de irrigación suelta intermitentemente, produce una sensación aún más real de estar junto a una selva tropical.


     Cuando bajamos hasta los pequeños lagos artificiales, comprobé que las pequeñas tortugas que pusieron allí hace algunos años atrás, ahora ya han alcanzado el tamaño de un gato pequeño. Y hay tantas, que las que no están en el agua escondidas entre las plantas acuáticas, tienen que estar, prácticamente, unas encima de otras en las terrazas que les han instalado para que tomen el aire y descansen.


     Íbamos a sentarnos en una de las terrazas del restaurante que está junto a la escultura "El Viajero" del gran artista Eduardo Urculo a tomarnos un café, pero finalmente decidimos irnos directamente a pasar los controles de pasajeros que son similares a los de los aeropuertos. 


     A las nueve y treinta y cinco minutos subimos al aerodinámico tren. Estaba previsto que el convoy saliera a las 09:40. Y a esa hora, ni un minuto antes ni un minuto después, partimos hacia la ciudad de Valencia. 


     Nada más subir nos recibieron con una copa de cava de bienvenida, nos entregaron la prensa del día y la revista "Paisajes". Ambos hojeamos por encima los periódicos. Cuando terminamos de hacerlo, hicimos breves comentarios sobre las principales noticias de actualidad: las repercusiones de la decisión del presidente Rodríguez Zapatero de no presentarse como candidato a una nueva elección, los acontecimientos en libia y, por supuesto, al nuevo terremoto de 7,1 grados que ha estremecido de nuevo al Japón, casi en la misma zona del gran sismo de 9,1 del 11 de marzo recién pasado.


     Aunque teníamos auriculares para escuchar música o seguir la banda sonora de la película, con Muchosnombres preferimos conversar.
- Valencia está junto al Mediterráneo a 352 kilómetros de Madrid. Por lo tanto, como este tren irá a una velocidad media de unos 300 kilómetros por hora, tardará menos de 100 minutos en llegar a la también llamada "Capital del Turia" - le comenté yo a Muchosnombres.
- ¿Y 300 kilómetros por hora te parece rápido, Valentino?
- Sí, para ser un vehículo terrestre me parece rápido; incluso estos trenes pueden llegar a velocidades cercanas a los 400 kilómetros por hora. ¡Imagínate!
- Quizás debíamos haber viajado por el sistema que suelo viajar yo.
- ¿A qué velocidad te puedes desplazar?
- A una velocidad, digamos "instantánea", porque te recuerdo que yo soy todo.
Es como si fuera un viaje a mí misma.
- ¿Y por qué no lo hacemos ahora?
- ¡Bah!... no tiene gracia para mí. Ya lo haremos otro día. Viajar en un Tren de Alta Velocidad, y más encima en clase Club, mirando el horizonte y cómo se suceden los paisajes, es algo digno de saborear. Como este cava Codorníu brut que está en su punto - dijo levantando la copa y mirando a contraluz las burbujas del vino blanco espumoso procedente de Cataluña, de los viñedos de Sant Sadurní D'Anoia.


     Yo me sentía feliz porque Muchosnombres de verdad parecía estar relajada y cómoda. Sentía que realmente estaba allí, sólo para mí, aparentemente sin importarle nada más, aunque su extensión fuera infinita y no tuviera fronteras ni siquiera más allá de un millón de un millón de universos similares al nuestro. Algo en lo que desde que la conocí me había dado en pensar y no había caso, siempre llegaba a un límite donde me decía a mí mismo que allí terminaba todo y empezaba la nada. Y en dos o tres ocasiones en que le confesé lo que pensaba se echó a reír mientras me decía: "Sigue, sigue más allá porque la nada no existe". Y yo le intentaba sonsacar que me descubriera la clave del infinito, pero siempre terminaba riéndose todavía más. Luego me cogía de las orejas, me rozaba mis labios con los suyos y me decía: "¿Por qué quiere saber tanto este cachorro mío?". Y yo, sólo porque me hiciera este mimo, cada vez que la veía le preguntaba de nuevo sobre el infinito. En esta ocasión intenté desviar hacia ese tema nuestra conversación y pensé: "Voy en este tren fabuloso cruzando España, bebiendo una copa de un excelente cava, el que más encima esta hermosura me tire las orejas y a la vez me dé un beso suave, es casi como morir de felicidad". Por esta razón volví a la carga.


- ¿Qué velocidad consideras tú respetable? - le espeté intentando meterla en mi corral.
- A partir de 299.792.458 kilómetros por segundo.
- ¡Fiuuuu!...o sea la velocidad de la luz en el vacío.
- Sí, porque todo lo que baje de esa cifra, digamos que a efectos cosmológicos es baladí. Por ejemplo ¿Sabes cuál es la velocidad mayor alcanzada por una máquina creada por vosotros los humanos?
- No lo sé.
- La sonda "Voyager 1", lanzada al espacio en 1977, se aleja de la tierra a una velocidad de un poco más de 61.000 kilómetros por hora. Junto con su compañera la "Voyager 2" son los ingenios creados por vosotros que están más lejos de vuestro planeta. Pero digamos, aunque existiera sólo un universo, en estas inmensidades mías, decir "más lejos" es casi una broma.
- ¡Vale! ...pero algo es algo.
- Sí, tienes razón que es algo. Lo habeís conseguido gracias a los 17 kilómetros por segundo a los que se desplaza la "Voyager 1". La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución.


(Continuará)

miércoles, 30 de marzo de 2011

Viaje a Valencia (Segunda parte)

Capítulo Nº 10.
Flor del Real Jardín Botánico de Madrid.
    
 El sentir el pie de Muchosnombres en mi entrepierna me puso tan nervioso que al instante me levanté fingiendo que necesitaba más azúcar. Al girarme aproveché a mirarme sin disimulo en un espejo que hay junto a la nevera para comprobar si se me notaba mucho o poco la cara de bobo que sentía que en ese momento tenía.
     Cuando volví a la mesa alcancé a ver a Muchosnombres traspasando la puerta de la cocina sin abrirla. Cuando terminó de desaparecer yo aproveché para pellizcarme los mofletes y comprobar de este modo que lo que me estaba pasando era real. Al final opté también por salir de la cocina e ir al salón a intentar ordenar mis pensamientos. Apenas me senté en el sofá empecé a farfullar:
- Por favor que sea verdad, que sea verdad.
     Al instante Muchosnombres apareció de la nada ataviada sólo con sujetador y bragas. Se sentó en uno de los sillones mirándome con picardía, mientras me decía: "¿Quieres que juguemos a las escondidas?". E ipso facto desapareció nuevamente.


     Cuando quedé solo, desesperado, comencé a darme cabezazos contra un muro del salón para asegurarme que todo aquello que me estaba pasando no era un película. Me estaba dando el tercer golpetazo cuando oí la voz de esa hermosura que no sé desde dónde me llamaba, alargando descaradamente las letras "i" y "o" de mi nombre.
- Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo.
     Cuando oí mi nombre mencionado con esa cadencia melodiosa pensé en el flautista de Hammelin, y entendí porqué todos los pobres ratones del pueblo
lo siguieron cautivados por esa música que debe haber sido mágica.


 Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo - oí de nuevo.
     Esta vez, en vez de calmarme, reaccioné como si me hubieran introducido una guindilla en medio de lo más profundo de mis nalgas, y comencé a girar como peonza intentando dar con el punto desde donde venía la graciosa voz de Muchosnombres. Finalmente salí disparado sin saber exactamente hacia dónde me dirigía.
- Aquí estoy, aquí estoy - empecé a gritar tan desorientado que me tropecé con la mesita de centro del salón tirando por el suelo un juego de matrioskas rusas que había traído el año anterior de un viaje a San Petesburgo. Cuando estaba recogiendo las muñecas del suelo para volver a ponerlas en su sitio oí de nuevo a Muchosnombres.
- Je suis ici, mon cher - lo decía, probablemente, con la intención de darme  pistas para que siguiera el camino más recto hacia donde ella se había instalado.
     Me pareció que estaba en mi dormitorio. Y aunque no lo creí posible me dirigí hasta allí. Y, efectivamente, allí estaba ella tendida en mi lecho, tapada por las sábanas doradas de mi cama, como una una reina cubierta de láminas de oro, flotando en un lago de nenúfares egipcios, envuelta por el mismo aroma que exhalaba su cuerpo cuando ella llegó.
- ¡Oh, my God! - exclamé.


     Debe haberse sorprendido al verme transpirando y con el cabello completamente revuelto, porque con gracia me ordenó:
- Ragazzo, vai a fare la doccia e tornare.
- ¿Qué? ¿Qué dices?
- Que vayas a ducharte y regresas; estás sudando, muchacho.


     Yo cumplí su orden sin chistar y en tres saltos estuve metido dentro del habitáculo del plato de ducha de mi cuarto de baño. De inmediato, en forma automática, giré el mando del grifo hasta el fondo, con tal mala suerte que no me percaté que el selector de temperatura marcaba el máximo. Entonces salió un chorro potente de agua hirviendo que cayó justo encima de mis partes más sacrosantas. Fue tal el dolor que sentí que no aguanté y comencé a gritar como un verraco a punto de ser sacrificado.
- ¿Qué pasa? - preguntó Muchosnombres desde el dormitorio.
- Uf, nada, es que el agua ha salido muy caliente y me he quemado un poquito.
- Pero ¿Es mucho? ¿Por qué pareces tan nervioso?
     "Como para no estarlo", murmuré yo.
- ¿Qué dices?
- Nada nada, ya casi estoy. Ahora me seco y me pongo desodorante.  
     Finalmente enfundado en una bata de color naranja con ribetes marrones entré en forma marcial al dormitorio, intentando aparentar que tenía calculado hasta el último detalle todo lo que estaba haciendo. 
     Aunque notaba cierta parte de mi cuerpo inflamada como una bombilla de 100 vatios, simulaba que todo iba bien y que era el dueño de la situación, y que ese tipo de circunstancias las vivía, por lo menos, día por medio. Me detuve a dos metros de la cama para pensar en cómo dar el siguiente paso y en si iba a ser capaz de dar el subsiguiente. 


Pero fue ella quien me facilitó las cosas porque me pidió:
- Deja caer tu bata al suelo.
- ¿Quéééééé?
- Lo que has oído, no te hagas el sordo, deja caer la bata al suelo.
     Y sin tener otra alternativa, inundado de pavor, me despojé de mi atuendo.
- ¡Mamma mía! - exclamó ella - nunca había visto una cosa tan original. Su aspecto está entre una guinda de un pastel de cumpleaños y una castaña marrón glacé. Ven, ven aquí con mamá.
- ¿Puedo bajar las persianas? - pregunté bajito para no hacerla enfadar.
- Haz lo que quieras, pero ven porque quiero comprobar si lo que veo es de verdad o es photoshop.


     Después que dejé la habitación en penumbras, en puntillas me acerqué hasta el lecho y me metí debajo de las sábanas intentando no moverme mucho. La hermosa mujer se giró hacia mí y me abrazó suavemente. Luego me apretó contra su cuerpo que yo sentí desnudo, y me comenzó a besar como nadie me había besado hasta entonces. En ese instante sentí que empezaba a subir al séptimo cielo y que luego bajaba por un tobogán de jalea de mango.


     "Dí, dí algo Valentino; en estos casos se debe decir algo", me dije a mí mismo. Y al instante le solté:
- Je t'aime je t'aime, mon amour - Y lo hice en francés porque me nació del corazón hablarle en ese idioma. 
- ¿Hablas francés, mi petit gorrión? - me preguntó ella.
- ¡Francés, alemán, rumano, y hasta chino si es necesario! - grité fuera de mí, porque a esas alturas hasta podría haber cantado en arameo y hecho los coros en swahili.
- Cálmate, petit gorrión, cálmate. Ahora quiero que te olvides de todo y que te concentres en mí; que me beses todo mi cuerpo y que me hagas volar como un colibrí - me dijo en un tono bajito pero lleno de electricidad.


     Naturalmente yo obedecí de inmediato. Comencé por besarle su cuello, y cuando iba a empezar a bajar en busca de territorios ignotos, comenzó a sonar la mierda del timbre de la puerta con tanta insistencia que me hizo despertar de mi delicioso sueño. Me senté en la cama sobresaltado, con el corazón latiéndome como un caballo desbocado, sin tener aún conciencia de lo que me sucedía, hasta que me vi reflejado en el espejo de mi habitación, dándole besos y chupetones a mi propia almohada. 
- ¡Me cago en la leche! ¡Lo que me temía! ¡Parecía tan real, pero era sólo un sueño! - vociferé, mientras el timbre volvió a sonar.


Me puse la bata y zigzagueando, intentando centrarme, llegué hasta la puerta.
- Sí - dije yo, y agregué "¿Quién es?".
Entonces una voz femenina que llenó de melodías la estancia, me contestó del otro lado:
- Soy yo chico malo, soy Muchosnombres. Vengo a invitarte a ir a Valencia.-


Ver vídeo del Real Jardín Botánico de Madrid:
http://www.youtube.com/watch?v=O6sagLx1ZCo&feature=related

martes, 22 de marzo de 2011

Viaje a Valencia

Primera parte
Entrega Nº 9.


     Cuando sonó el timbre de mi departamento yo todavía estaba en pijama, asomado al ventanal que da hacia la entrada del Real Jardín Botánico, mirando sin ver. Pensaba en cómo, en caso que sucediere, iría a ser el apocalipsis. Mientras un noticiero de radio informaba sobre los últimos acontecimientos de la intervención militar en Libia ordenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y bautizada como "Odisea del Amanecer". 


     Medio adormilado aún y caminando como un autómata fui hasta puerta y fisgué por la mirilla. "¡No puede ser!", exclamé. Y en vez de abrir me fui directo al cuarto de baño a meter mi cabeza debajo de la ducha hasta dejármela empapada de agua fría para asegurarme que lo que había visto no era una alucinación. El timbre volvió a sonar y esta vez por partida doble. Regresé a la puerta intentando secar mis cabellos con una toalla color arena. Volví a mirar y pensé "Ésta debe ser una jugarreta del señor Destino por haberle dicho cuatro cosas la semana pasada" e, inmediatamente abrí la puerta y me quedé más quieto que una estatua de sal.


     Allí, delante de mí, de cuerpo entero, estaba Muchosnombres en versión femenina, la mujer que desde que la conocí en el café Gijón me había hecho dormir inquieto por las noches; la misma que hacía que a veces me descubriera en plena calle hablando solo, contestando a preguntas que en mi imaginación ella me hacía. Incluso me había sorprendido sentado en el Metro de Madrid recitando y volviendo a recitar ese famoso poema de Lope "Desmayarse, atreverse, estar furioso..." rodeado de gente que me miraba, probablemente, pensando en que estaba loco.


     Muchosnombres tiraba un pequeño trolley. Llevaba el cabello enmarañado y lucía un vestido ibicenco de hilo de color blanco tan fino, que me permitió adivinar el contorno de su cuerpo y darme cuenta que no llevaba sujetador. En su cuello y en sus muñecas portaba hermosas joyas de artesanía en plata. Representaban figuras de águilas tan primorosamente labradas que daban la impresión que en cualquier momento se iban a dejar caer sobre una presa que me hizo pensar "¡Ojalá la presa sea yo!".


- ¿No me invitas a entrar, Valentino? - me dijo con voz sensual y sugerente.


     Pero estaba tan alelado que en vez de reaccionar continué atónito, sin creerme aún que estaba viendo a la mujer de mis sueños, a mi Dulcinea de mis días y de mis noches, a mi Julieta Capuleto de mis amaneceres junto al balcón de Verona.


     La bella mujer, al ver que yo no reaccionaba, avanzó, se acercó a mí y me besó en la comisura de mis labios. Y con sus ojos casi dentro de los míos me dijo sonriendo:
- Cuando me miras pones cara de gato hambriento.


     Cuando percibí su piel tibia sobre la mía, sentí una corriente eléctrica que me recorrió de arriba abajo la columna vertebral, mientras un aroma embriagador envolvió la atmósfera.
     Afortunadamente al fin pude salir de mi atolondramiento y empecé a reaccionar.
- ¡Qué bien hueles! - exclamé.
- Es que vengo con "Giorgio" - me contestó.
- ¿Giorgio?...¿Es que vienes acompañada?
- No tontuelo, Giorgio Beverly Hills, es un perfume que me encanta. Lo alterno con otro que se llama "Metal" de Paco Rabanne. Tienen muchos años, pero ambos son mis favoritos.


     Aunque todavía turbado, finalmente la invité a entrar y dije la frase típica que se suele decir en estos casos:
- Perdona el desorden, pero me acabo de levantar.
- Ya me había dado cuenta; pero no tengo nada de qué perdonarte, mon ami, es tu guarida. 
- Me iba a preparar el desayuno ¿Me quieres acompañar?
- Sí, es una buena idea.
- ¿Qué quieres tomar? ¿Té, café, zumo de naranja, bollos, tostadas, mantequilla, mermelada de naranjas amargas, manjar blanco?
- Un té Ceylán y tostadas con aceite de oliva virgen, por favor.


     Juntos pasamos hasta la cocina y mientras yo terminaba de preparar el té y las tostadas, la beldad me soltó:
- Es muy hermosa la vista que tienes desde aquí. Me encantan los parques en medio de las ciudades. Son como los oasis en los desiertos. ¿Has dormido alguna vez en el desierto?
- No, pero he oído que es una experiencia muy especial. ¿Azúcar o sacarina?
- Aunque no tengo ni tendré nunca problemas ni con mi peso ni con mi figura, al té prefiero ponerle una cucharada de miel.
- ¿Por qué llevas un trolley? ?¿Te vas de viaje? - pregunté.
- Sí, y voy contigo.
- ¿Qué? - exclamé incrédulo.
- He venido a invitarte a las Fallas de Valencia, nunca he visto la "nit del foc" y no quiero experimentar sola esa sensación que dicen que satura los sentidos.


     Estuve a punto de tirar la tetera en la que preparaba el té y empezar a chillar "¡Hurra...hurra viva mi buena suerte!", pero me contuve e intenté disimular la tembladera de piernas que comencé a experimentar en ese momento.


- Valentino ¿No me oyes? Vengo a invitarte a Valencia, tengo reservado hotel y billetes para el tren de alta velocidad.
- Sí, y de paso servirnos una paella en "La Marcelina" ¿Verdad? - dije yo en forma socarrona pensando que era una broma.
- Buena idea, me encanta la paella. Y dicen que en ese restaurante las preparan bien.


     Finalmente nos sentamos enfrentados, y así, mirándonos a los ojos, comenzamos a beber el té que recién había preparado y a servirnos las tostadas que yo había bordado con aceite de oliva virgen.
- ¡Mmmmmm! Es delicioso este té ¿Dónde lo compras? - musitó el angelito.
- ¿Te gusta? Lo adquiero a granel en Barcelona, en una tienda especializada en especias que queda en el carrer de la Princesa, a pocos metros del Museo Picasso.
- Sabe a gloria. Tiene una mezcla de sabores que me agradan mucho. ¿Es una fórmula secreta?
- No...¿Qué va!. Es té Ceylán. Quizás el secreto consista en que, antes de verter el agua hirviendo a la tetera, le agrego unas astillitas de canela y unas rodajas de naranja. Y en algunas ocasiones un clavo de olor.


     Cuando terminé de explicarle mi receta del té se produjo un silencio que me recordó que en algunos pueblos del Mediterráneo, cuando en un grupo, de repente todos se quedan callados, suelen decir "Ha pasado un ángel". En este caso no había pasado, porque el ángel seguía allí frente a mí.


     Aproveché el silencio para mirar sus ojos verdes. Y me di cuenta que según la cantidad de luz que recibían cambiaban de tonalidad. Estaba como hipnotizado cuando, repentinamente, sentí que me rozaban mi pierna derecha. Pensé "es una casualidad". Pero no había sido una casualidad porque el pie de Muchosnombres, como una serpiente, siguió subiendo hasta quedar acomodado en mi entrepierna. Ante esta situación inesperada opté por quedarme quieto como un conejo acosado por un lince ibérico. Y con los ojos a punto de escaparse de mis órbitas oí que me susurraba:
- ¡Mmmmm!... pillín, veo que estás empezando a despertar de verdad.


Continuará.     






lunes, 14 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Cuarta parte.
Entrega Nº 8.


Del capítulo anterior:
     "Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.

- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido".

     La señora dejó un momento el teléfono y le gritó: 
- Han atropellado a Martita; está muy grave en un hospital de Buenos Aires y a continuación la mujer estalló en un llanto histérico.
- No puede ser, no puede ser - gemía él mientras ella se desvanecía desmayada en su silla.
     A mí la verdad es que todo aquello me pareció cruel. Y de mal gusto.  Por lo que decidí sacar un poco de genio ante ese personaje que se le supone con tanto poder, para exigirle que por mí no hiciera esa prueba.
- ¿Que me dices? Situaciones como éstas suceden millones de veces cada día - me comentó extrañado, probablemente porque nunca nadie le había plantado cara.
- No seas cabrón coño, por favor rebobina hacia atrás lo que acabas de desencadenar.
- Valentino ¿Qué sucede? Pero si tú me has pedido una prueba.
- Pero ahora te digo que ya no la quiero; así no.

     Debo haber estado muy convincente porque el señor Destino me miró sin inmutarse y, de inmediato, todo volvió a ser normal. La mujer volvió en sí casi sin percatarse de lo que le había sucedido y el hombre que antes gemía miraba entusiasmado todo lo que en ese momento le ofrecía la vida. A los pocos segundos la pareja continuó bebiendo su sangría, felices de la vida hablando en un delicioso tono porteño "de lo lindo que está Madrid, che".
- Que conste que lo he hecho por ti - me dijo el señor Destino con voz 
conciliadora.
- Gracias ¿Y qué sucederá ahora?
- Nada, no ha sucedido nada.
- Pero ¿recordarán algo ellos?
- Creerán que han tenido una pesadilla, eso será todo. Probablemente llamarán a Martita para decirles que han tenido un sueño feo y ella les dirá que en casa todo está normal.
- Gracias ¿Por qué no haces una prueba positiva? Algo que nos alegre el espíritu.
- ¡Vaaale!...Elige a un chico y a una chica cualesquiera.
     Y yo le enseñé a un chico rubio que estaba sentado en una terraza cercana a la nuestra, en un grupo mixto, formado por chicos y chicas blancos y de color, que parecían ser estudiantes norteamericanos en un intercambio cultural, o por lo menos ésa es la idea que me dieron a mí.
- Es de San Francisco - me confidenció el señor Destino - Está en Madrid en un curso para perfeccionar su castellano. ¿Y quién más?
- ¿Cómo quién más?
- Quiero decir que elijas a otro ser humano, da igual que sea hombre o mujer.

     Observé la diversidad que paseaba y, entre todos, fijé mis ojos en una chica morena con una inmensa mata de cabellos ensortijados maravillosos que portaba una gran mochila a sus espaldas. En la mochila llevaba una pegatina de una bandera chilena. Estaba entusiasmada mirando al grupo que seguía interpretando canciones de amor en el centro de la plaza.
- Esa niña morena, la de la mochila - le señalé yo.
- Es chilena - me dijo el señor Destino - Estudia arte en Santiago.

     Y se produjo un hecho extraordinario que sólo lo había visto en las películas francesas de los años sesenta. Instantáneamente la mujer giró su cabeza y miró al adolescente rubio y le sonrió. Él se puso de pie y caminó hacia ella en el momento justo en el que el cantante empezó a cantar "Bailar pegados". El chico le hizo un gesto para invitarla a bailar. Ella se desprendió de su mochila y comenzaron a danzar cuando se oyó: "Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solos". Y entonces sucedió algo prodigioso. Todos, los que paseaban, los camareros, los artistas que pintaban, los que comían y bebían en las terrazas, un hombre de color que vendía el periódico "La Farola", un grupo de Hare Krishna que atravesaba la plaza, los niños y sus globos de colores, todo se detuvo. Todo quedó congelado como si hubieran sido figuras de cera. Sólo los músicos y el cantante tenían vida. Repentinamente la estrella que el señor Destino tenía sobre la frente se encendió como el sol, y la pareja de danzarines comenzó a emitir luz, igual como lo había visto en el restaurante del Casino de Madrid.
- ¿Qué está sucediendo - pregunté yo.
- Lo que está viendo - me susurró Muchosnombres - ¿Verdad que es emocionante?
- Querías una demostración positiva ¿Verdad? - dijo el señor Destino - pues ya lo ves, he hecho nacer en ellos lo que llamáis amor a primera vista. Ahora de ellos dependerá que su vidas la vivan juntos, entre San Francisco y Viña del Mar; que él sea un ingeniero de energías alternativas y ella una pintora talentosa; que tengan tres hijos; y que mueran muy viejos el mismo día y a la misma hora. Pero te repito, para que todo eso suceda ellos tendrán que poner mucho de su parte. ¿Quién sabe, verdad?
     Y este "¿Quién sabe verdad?" me lo dijo con recochineo, como queriendo decirme "Que eso es lo que va a suceder, inocente, más que inocente"

     Muchosnombres  miró su reloj de bolsillo. Luego nos preguntó:
- ¿Quieren servirse algo más?
     Tanto el señor Destino como yo dijimos que no. Ya era tarde, casi mediodía y, por lo menos yo, tenía otras cosas que hacer.
- Entonces voy a pedir la cuenta - nos dijo Muchosnombres, y agregó - Oye ¿Y por qué este buen hombre ha insistido en que tu cara le parece conocida?
     El señor Destino sonrió y nos contó la historia:
- De acuerdo a mi plan de trabajo, hace quince días atrás facilité las circunstancias para que su mujer le pusiera los cuernos con el mejor amigo de él. Aunque no me veían yo estaba allí. Y lo arreglé todo para que, en forma desacostumbrada, nuestro camarero regresara a su casa tres horas antes de lo previsto. Hubieran visto la cara que se puso cuando entró a su dormitorio y se encontró a los amantes en pelota viva jugando a papá y a mamá. Fue tal su impresión que no se le ocurrió otra cosa que exclamar: "Compadre, hace mucho tiempo que no lo veía ¿Pero qué hace usted metido en mi cama?" Lo dijo de una manera tan inocente que decidí detener la acción. Y me descuidé. Y por unos segundos vio mi rostro reflejado en un espejo.
     
     Muchosnombres lo miró y lo reprendió:
- Creo que te estás haciendo viejo para este trabajo, señor Destino.
- Pero ¿Entonces no ocurrió nada? - inquirí yo.
- Nada de nada, todo quedó en un mal sueño. Como sucedió antes con la pareja de argentinos, aborté la acción.
     Muchosnombres movió su cabeza como dando a entender que no le gustaba mucho lo que acababa de oír, miró su reloj de bolsillo, agitó la mano e hizo un movimiento como de escribir en el aire, indicando que nos trajeran la cuenta. A los tres minutos vino el empleado y volvió a 
mirar a los ojos al señor Destino. Entonces éste le preguntó:
- ¿Sabe por fin porqué mi cara le parece conocida?
- Señor, lo siento, pero por más que lo intento no logro recordar.
- Talvez me ha visto en un sueño - le dijo sonriendo el señor Destino.
     E inmediatamente el camarero saltó como un resorte y dijo con vehemencia:
- ¿Sabe que tiene razón? Tuve un sueño muy desagradable hace un par de semanas, y por alguna razón creo que usted aparecía en él. Debe ser por eso que recordaba especialmente sus ojos.

     Cobró la cuenta y se marchó feliz. Mientras caminaba se golpeaba la palma de su mano izquierda con el puño de su mano derecha, a la vez que decía muy quedo: "Lo sabía...sabía que lo conocía de algo...es que a mí no se me va una".-

martes, 8 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Tercera parte.
Entrega Nº 7.




     Al parecer el camarero que nos atendía debe haber notado que algo extraño había ocurrido en nuestra mesa. Durante las veces que vino a atendernos, más las que pasó cerca de nosotros, vio que éramos dos y, repentinamente,  descubrió que casi por arte de magia había aparecido uno más que él no tenía controlado. Medio descolocado, durante unos segundos se quedó mirando al señor Destino con la boca abierta, como si hubiera visto una aparición, que para él sí lo era.

- Por favor tráigale al señor lo mismo que a nosotros - le ordenó Muchosnombres. Y aunque el hombre algo quiso replicar, al final no dijo ni mu, anotó el pedido, se dio media vuelta y partió raudo hacia la zona de la barra del restaurante donde le entregaban los pedidos que luego servía.

     A los pocos minutos llegó con el bocadillo de calamares para el señor Destino y con una copa de cristal para que bebiera de nuestra botella de Rioja. El pan venía humeante y despedía un aroma que parecía gloria bendita. El señor Destino, que estaba hambriento, de inmediato  le hincó el diente y exclamó: "¡Mmmmm...bocata di cardinale!", queriendo acentuar que estaba exquisito.

     Mientras el señor Destino masticaba el pan con rodajas de calamares fritas en aceite de oliva, el camarero se quedó de pie junto a nosotros, con un gran signo de interrogación en su rostro. Finalmente rompió ese momento glorioso que se produce cuando uno está concentrado saboreando algo delicioso, y le consultó al señor Destino inocentemente:
- ¿Sabe que usted me parece cara conocida?
- ¿Cara conocida? ¿La mía? - le preguntó el señor Destino mientras trituraba el manjar que tenía en su boca.
- Perdone usted, pero creo que lo conozco de algo pero no me acuerdo de qué -
le dijo en forma cándida. Luego entrecerró los ojos. Probablemente intentaba rebobinar algunos recuerdos para conseguir que ese rostro calzara en el puzle que debe haber tenido a medio armar en su cabeza. 
     Muchosnombres acudió en su ayuda para sacarlo de su ensimismamiento, diciéndole en forma gentil:
- A veces también me pasa a mí que una cara me parece conocida y me cuesta acordarme de qué. ¡Ya se acordará, jefe, ya se acordará!.
- Tiene usted razón señor. Espero acordarme antes que se vayan.
     Y el hombre se alejó lentito, repitiendo en voz baja: "¿De qué lo conozco...de qué lo conozco? – Y terminó con un estentóreo - ¿De qué lo conozco, coño?"

     A esas alturas de la mañana la plaza se había llenado de una multitud de gente de toda condición. El murmullo era tan alto que a mí me daba la sensación de tener la cabeza dentro de una colmena de abejas. Pero incluso así alcanzaba a oír los boleros que interpretaba el cantante latino que, acompañado de varios músicos, deleitaba a la concurrencia junto a la estatua de Felipe III.

Mientras el sol acariciaba la piel de mi rostro, pensé que esa situación tan placentera no se repetiría tan fácilmente. Cerré los ojos y comencé a oír la canción "Mar y Cielo", uno de mis boleros favoritos. Pero Muchosnombres interrumpió la sensación de placer que estaba experimentando:
- Valentino ¿Te animas con otro bocata?
- No - le contesté - perdona que haya cerrado los ojos, pero ese bolero me gusta mucho, me transporta a un pasado en que fui muy feliz.
- Si te gusta tanto ¿Por qué te has puesto triste? 
- Porque todo aquello ya no existe.
- Por lo menos existe la canción.
- Sí. Y me trae unos recuerdos que sólo son eso... ¡recuerdos!
- ¡Qué emotivos sois los humanos! - expresó el señor Destino. 
- No sé si lo dices con sorna, pero por lo menos yo sí lo soy. Además esa canción esconde algo que creo que me pertenece, pero no sé lo que es ni tampoco tengo la clave para saber en qué rincón de mi subconsciente está.

     Entonces se produjo un breve silencio que yo aproveché para cambiar de tema, preguntándole al señor Destino:
- ¿Cómo realizas tu trabajo?
- ¡Uf! de muchas maneras; no siempre utilizo la misma técnica.
- Pero a efectos prácticos ¿Cómo la aplicas?
- ¿Quieres que te haga una demostración? Mira - me dijo - observa lo que voy hacer que ocurra ahora.
     Y mientras esto sucedía Muchosnombres se arrellanó en su silla y disimuladamente sonrió en forma socarrona.
- ¿Que va a suceder?
- Ya lo verás.
     Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.
- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido.

Continuará.

martes, 1 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid (*)

Segunda parte.
Entrega Nº 6.

Plano general de la Plaza Mayor de Madrid

     Después de relajar mis músculos faciales y tras desaparecer la cara de moai que se me puso al contarme el señor Destino la trastada que me había hecho cuando era un crío, tardé varios segundos más en cerrar la boca. Durante todo ese tiempo, mis dos compañeros de mesa continuaron desternillándose de la risa a costa mía. Cuando por fin pude reaccionar, inmediatamente le enrostré al señor Destino:
- Increíble señor Destino...y yo sin enterarme que me has estado jodiendo la marrana desde que nací.
- Efectivamente Valentino, y lo seguiré haciendo hasta que mueras.

     Y la frase "...lo seguiré haciendo hasta que mueras" la dijo sin siquiera arrugar la frente. Como la cosa más natural del mundo. Creo que fue en ese momento cuando entendí más profundamente de qué va este juego de la vida, del destino y de la muerte. Afortunadamente desde hace mucho tiempo yo tengo asumido este proceso de degradación biológica, que unos más aceleradamente que otros vamos sufriendo a lo largo de nuestra existencia. Me parece que no es más que una desorganización lenta de nuestro organismo pero que nos lleva a todos al mismo fin. 

     Todo lo anterior me hizo acordarme de la hermosa Amparo Muñoz quien, en 1974, fue coronada Miss Universo y que acababa de fallecer a los 56 años. Como se suele decir, lo tuvo casi todo y, sin embargo, murió 28 años antes de los 84 años que es la media actual de esperanza de vida de las mujeres en España. Aunque fue bella entre las bellas, como todos, experimentó el proceso de envejecimiento permanente que no ocurre nunca en el sentido inverso, porque mientras vivimos, aunque a veces nos lo parezca, jamás rejuvenecemos.

     Y a su vez la muerte de Amparo Muñoz me hizo desembocar en esa palabra de origen griego que se denomina "entropía". Había estudiado sus varios significados, pero en estadística es algo así como "la tendencia al caos". Esta es probablemente la razón por la que esta palabreja siempre se me viene a la mente cuando pienso en el proceso del envejecimiento y en la muerte. Pero como decía antes, ya tengo la suficiente experiencia y madurez para aceptar esta realidad. Sé que tarde o temprano, como todos, también yo tendré que atravesar el gran lago para seguir formando parte del cosmos, aunque por supuesto en otro estado, de otra forma, posiblemente sin tener conciencia de que pertenezco a algo que no tiene límites y que vulgarmente conocemos como universo. Seré un montón de polvo en un cementerio, o clorofila en una planta, o energía en un rayo de luz. Y casi sin pensarlo, en voz baja me puse a recitar los primeros versos de las "Coplas por la muerte de su padre" de Jorge Manrique, simplemente porque me nació del corazón:
- Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando..." .

     Mientras musitaba esos versos, miraba mi interior. Debo haber puesto de nuevo cara de circunstancia porque el señor Destino me tomó del brazo y me dijo:
- Amigo Valentino, no te pongas tan trágico, tómalo con deportividad. Esto es como un juego. Para que te quedes más tranquilo te aseguro que mi influencia sobre tu vida y las de todos tus congéneres es sólo relativa, yo apenas marco unas pautas. De vosotros depende si conseguís o no conseguís los objetivos y metas que os trazáis.
- Explícate mejor.
- Vale, te lo aclararé. Imagínate que yo hago coincidir tus objetivos con una gran oportunidad en tu vida. Si no diseñas la estrategia y el plan adecuados, si no te esfuerzas lo suficiente, si no luchas, si no eres perseverante, si no eres riguroso, es probable que venga otro más listo que tú y te "pispe" esa ocasión. Y adiós gran oportunidad. ¿Entiendes, querido amigo?
- Entiendo, creo que en este sentido pensamos igual. Pero ¿Por qué dijiste que provocaste mi primer exilio? Que yo recuerde sólo he vivido uno. 
- ¡Hombre...Valentino! Es una manera de decirlo. Me refiero a esa primera separación temprana y brusca de la tierra en que vivías con tus abuelos.
- Tienes razón en llamarlo así, aquello era como un paraíso para mí.
- Exactamente, desde entonces fue tu paraíso perdido.
- ¿Fuiste tú quien me arrebató ese jardín de mi infancia?
- Digamos que yo puse las condiciones, señorito Valentino.

     Cuando dijo "yo puse las condiciones" dejó a un lado la seriedad con que me había hablado durante unos minutos y de nuevo comenzó con sus risas mientras Muchosnombres ahora miraba serio, un poco compungido, como condoliéndose un tanto del dolor que me había empezado a embargar. Lo que me extrañó es que nadie nos mirara mientras manteníamos ese diálogo un tanto áspero con el señor Destino.
- ¡Y cómo lloraste en aquella oportunidad! Fue el período de tu vida en que más lágrimas derramaste. Recuerdo que luego casi caíste en una depresión profunda.
- Yo entonces no sabía lo que era una depresión, pero es verdad, no tenía ganas de nada, todo me daba igual. Sólo quería regresar al lugar de donde mis padres me habían arrancado.
- ¿Te acuerdas que estabas en la playa, en pleno verano, jugando con esqueletos de erizos, con más de 30 grados de calor y, sin embargo, tiritabas de frío?
- No era frío físico, era frío emocional. Entonces tenía mucha pena, se me habían acabado las ganas de vivir.
- No fue para tanto, tú te lo tomaste muy a la tremenda.
- ¿Cómo que muy a la tremenda? ¿Qué harías tú si a los diez años de edad, de la noche a la mañana, te alejan del lugar donde has vivido esos primeros diez años de vida y te llevan a otra ciudad con otra gente?
- Pero Valentino, quienes te llevaron no eran "otra gente", era tus padres, tenían derecho a hacerlo.
- Eso es discutible y prefiero que no lo hagamos ahora.

     En ese momento me distraje un instante y miré en rededor. Me di cuenta que mientras el señor Destino y yo platicábamos sobre mi vida, en medio de la plaza, junto a la estatua ecuestre del rey Felipe III, un conjunto latino interpretaba canciones de amor. Mientras, Muchosnombres aprovechaba la atmósfera romántica para ligar con una guapa chica de color que estaba dos mesas a la derecha de la nuestra. Mi amigo le sonreía y le lanzaba besos en forma descarada. Probablemente a ella debe haberle gustado el juego porque también le hacía guiños con los ojos. Aunque el señor Destino también vio toda la escena no le dio importancia y volvió a retomar el tema en que estábamos enfrascados.
- ¿Sabes Valentino? Debo reconocer que a veces me producías ternura, porque te sentías tan desvalido que hasta llegué a pensar que no serías capaz de remontar el vuelo.
- Pero lo remonté, me costó pero salí adelante.
     Por fin Muchosnombres volvió con nosotros, dejó de lanzarle besitos a hermosa la mujer y dirigiéndose al señor Destino, le espetó:
- Aquí no sólo se viene a dar conferencias magistrales ¿Qué quieres comer y qué quieres beber?
- Lo mismo que vosotros, a mí también me chiflan los bocatas de calamares. Hará por lo menos sesenta años que no los pruebo.
     Muchosnombres llamó al camarero y cuando éste estuvo junto a nosotros permitió que él también pudiera ver al señor Destino.

(Continuará)

*http://es.wikipedia.org/wiki/Plaza_Mayor_de_Madrid