martes, 17 de mayo de 2011

Una paella valenciana de conejo y pollo.

Capítulo Nº 15.


     Cuando dejamos la Plaza del Ayuntamiento me sentía tranquilo y eufórico a la vez. Como si me hubiera desembarazado de algo que ocupaba mucho espacio en mi cerebro. Notaba que mi corazón había dejado de experimentar aflicción por no tener a mi lado a esa mujer con la que había vivido una historia de amor de unos pocos días. 

     Repetí bajito ese dicho popular que reza: "Después de la batalla todos somos generales". Aunque no lograba entender cómo todo me había resultado  tan fácil, caminaba erguido, con la altivez de un general vencedor. Sin lugar a dudas, el volver a enfrentarme a la causa de mi perturbación anímica y el poder dialogar con ella lo había hecho posible. Eso significaba que Venus había sido sólo una obsesión. No alcanzó a ser amor porque, posiblemente, en su momento, aquello no maduró lo suficiente. ¿Por qué no lo pensé antes así, si ya "pájaras" parecidas las había tenido desde mi adolescencia y se me habían curado solas? Pensaba en cuánta razón tienen quienes, cuando te enfrentas a una situación conflictiva, te aconsejan: "No escondas la cabeza debajo de la tierra como el avestruz". Es verdad. Es mejor enfrentar los problemas cuanto antes, porque por lo menos así uno tiene la posibilidad de solucionarlos con mayor facilidad. De todos modos estaba consciente que había tenido suerte, porque gracias a la ayuda de Muchosnombres y del señor Destino había encontrado a Venus y había hablado con ella mirándola a la cara. De este modo había conseguido alejar, definitivamente de mí, los fantasmas de algo que yo creía que era desamor, pero que mi abuela llamaba "calentura".

- Valentino, nosotros no hemos hecho nada.
     Me dijo Muchosnombres leyéndome el pensamiento.
- Tú has creído que hemos influido, pero no ha sido así - agregó el señor Destino.
- Hemos sido lo que se denomina un placebo - me explicó Muchosnombres.
- Hayáis sido un placebo o no, conmigo ha funcionado. ¿Y sabéis? Lo que más deseo es volver a enamorarme. 
- ¿Volver a enamorarte?  ¿Es que no has aprendido la lección?
- Lo siento, pero creo que no hay mejor estado que estar enamorado. 
¡Viva el amor, mierda! ¿Quién quiere ser mi amor? - voceaba yo a las hermosas mujeres que pasaban por nuestro lado.

     Cuando me calmé un poco pensé en lo complejo que es este sentimiento que llamamos amor. Que a veces nos hace flotar en el aire y en otras hundirnos en una tristeza infinita. Lo que pensaba lo relacioné con el terceto final de ese preclaro soneto de Lope de Vega que casi todo el mundo ha oído o ha leído, y que en este caso me venía como anillo al dedo: "Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe". Era así, es así. Quien no haya probado el amor ignora el sabor y el aroma que tiene. Con qué claridad percibió, entendió y vivió Lope de Vega el amor. Aunque es bien sabido que el genial dramaturgo al parecer fue amado hasta la extenuación, para sentir la inspiración que lo llevó a escribir ese maravilloso soneto, probablemente, tuvo que soportar también los dolores causados por algún amor que lo dejó con el corazón colgando de una hilacha. 
       
- Me gusta verte feliz - me dijo con cariño Muchosnombres.
- Y a mí estarlo - grité yo, dando pequeños saltos mientras caminaba en medio del gentío.
- ¿Sólo pasearemos? ¡Yo quiero comer! - demandó el señor Destino.
- Buena idea ¡Vamos a comer! - asentí yo.
- ¡Queremos una paella de conejo y pollo, queremos una paella de conejo y pollo! - canturreaba con gracia Muchosnombres aumentando el grado de jolgorio en que nos habíamos inmerso.

     Por fin dimos con una terraza como la que estaba en nuestros planes. Pertenecía a un buen restaurante y estaba emplazada en una esquina concurrida. Sobre sus mesas había manteles a cuadritos amarillos y rojos. Sin lugar a dudas era un guiño a la bandera de la Comunidad Valenciana, también conocida como "señera coronada".

     Apenas nos sentamos la bella Muchosnombres nos propuso que jugáramos a leernos el pensamiento. Y así lo hicimos. Resultó muy divertido, por lo menos para mí que no tenía este don, pero que por algunos minutos me otorgaba Muchosnombres. Lo mejor fue cuando comenzamos a contarnos chistes sin abrir la boca. Estaba el señor Destino narrando el de la mosca que se disfrazó de Lady Gaga cuando apareció el camarero. Lo miramos y aunque no verbalizamos nada, los tres pensamos lo mismo: que nos prepararan una paella de conejo y pollo. Y él, sin percatarse de lo que sucedía, nos sorprendió porque escribió nuestro pedido sin necesidad de hacernos ninguna pregunta. A continuación, mirándonos en forma simpática nos preguntó: 
- ¿Con qué ensalada quieren servirse la paella de conejo y pollo?
     Cuando nosotros, al unísono, pensamos "con una ensalada de productos de la huerta valenciana", él, como si lo que estaba sucediendo fuera lo más normal del mundo, mientras anotaba, murmuró: "Una ensalada valenciana para tres". Y entonces ocurrió algo divertido. Nos miró y sin mover los labios yo entendí que nos consultaba qué queríamos beber. Los tres nos miramos y le solicitamos, esta vez hablándole: "Tinto de la casa". Y los cuatro nos pusimos a reír.
- Buena elección - nos dijo haciendo un gesto de aprobación levantando el dedo pulgar de su mano derecha - el vino de la casa es excelente.

     Mientras nos servíamos la abundante y deliciosa paella, la marea humana iba y venía. Sin dejar de hacer comentarios jocosos de la gente que desfilaba frente a nosotros atacamos los postres: granizados de chufa y buñuelos de calabaza. 
Luego bebimos café y el restaurante nos obsequió con "chupitos" de licor de cerezas del Valle del Jerte. 


     Posiblemente por la copiosa comida, el vino y los "chupitos", a esas alturas de la tarde yo me sentía exultante.
- Gracias por estos momentos maravillosos que me has regalado - le expresé a Muchosnombres.
- No es nada - me contestó ella con ternura. Y agregó - Ojalá todo el mundo pudiera ser tan feliz como te sientes ahora tú.


     Al notar que la tarde empezaba a caer, la hermosa Muchosnombres me preguntó:
- ¿Te gusta el atardecer?
- Sí, me parece que es el espectáculo más bello del mundo.
- No todas las personas reparan en la belleza de un atardecer ¿Sueles mirarlos?
- Siempre que puedo, esté donde esté, procuro detenerme, dejar lo que estoy haciendo y los miro como si fueran un ballet.
- Si es así formas parte de un número muy bajo de seres humanos que  actualmente lo hacen.
- Lo he leído.
- Pero ¿sabes? ahora a ti te causa placer, pero no puedes imaginarte la angustia que sentían los primeros hombres que poblaron la tierra cuando se acercaba la noche.
- Probablemente creerían que la luz no regresaría nunca más.
- Sí, era el temor a la oscuridad, a lo desconocido.
- Tampoco deben haber encontrado una explicación a las numerosas luces que, al caer la noche, si no estaba nublado, veían encenderse en el cielo.
- Los ocasos dan para mucho. Algunas personas cuando están estresadas se relajan mirando la mezcla de colores del crepúsculo - me comentó Muchosnombres. 
- A mí me sucede. Y ahora que hablamos de esto, recuerdo que cuando era muy niño, en una ocasión tuve que permanecer varios días internado en un hospital. Fue angustiante para mí porque nunca antes me había despegado de mi familia. A pesar de la pena inmensa que me producía estar en un lugar tan hostil, nunca he olvidado un atardecer lleno de colores, que una de esas tardes vi a través de una ventana. Mientras el claroscuro comenzaba a inundar el mundo sentía griteríos de niños, que imaginé serían de mi edad. Cuando ya no quedaba casi luz del día, puede que para despedirse antes de retirarse a sus casas, algunos críos comenzaron a cantar una canción que hizo que me sintiera libre, junto a ellos.
- Una canción que decía: "Mambrú se fue a la guerra..." - me interrumpió el señor Destino.
- Así fue ¿Cómo lo sabes?
- Porque yo te la hice oír. Estabas tan dolorido que te quise hacer ese regalo.
- ¿Sabes que desde entonces, cada vez que oigo esa canción evoco ese atardecer, en ese hospital en que, a pesar que me sentía el niño más solo del mundo, mi espíritu se inundó de algo que, muchos años más tarde, supe que era poesía?  
- ¡Vamos! ¡Arriba, Valentino! - me animó Muchosnombres.
- No te preocupes, ahora me siento muy bien.
- Y vas a sentirte mejor aún. Te voy a invitar a perseguir el sol.
- Te aseguro que es un juego muy divertido - acotó el señor Destino. Y agregó - ¡Camarero! Tráiganos la cuenta, porque nunca mejor dicho, nos tenemos que ir volando. 
- ¿En qué consiste esto de "perseguir el sol"? - inquirí.
- Se trata de volar a la velocidad de la rotación de la tierra persiguiendo el sol. Así podrás ver todos los atardeceres que quieras ver.
- ¿Volar? ¿Cómo Peter Pan?
- Sí, volarás como Peter Pan. Aunque no necesitarás que "Campanilla" espolvoree polvos mágicos en tu cuerpo.
- Mira, es fácil, así se hace. - me explicó el señor Destino, mientras comenzaba a despegarse del suelo.


     Atraídos por el inusual fenómeno, poco a poco comenzó a juntarse un gran gentío alrededor nuestro. Era tanta la gente que nos rodeaba que el camarero tuvo que abrirse paso a codazos para cobrar lo que le debíamos. Como era el señor Destino, que se encontraba levitando por lo menos a un metro del suelo, quien pagaba la cuenta, el mesero, atónito, tuvo que subirse encima de una silla para entregarle el recibo. Después que recibió el dinero, el hombre, al ver que nosotros también empezábamos a ascender, se puso blanco como un papel y, de la impresión, cayó al suelo como saco de patatas en medio de un anillo de curiosos que nos miraban con la boca abierta, mientras nosotros nos alejábamos cada vez más. 


(continuará)

sábado, 7 de mayo de 2011

Viaje a Valencia (sexta parte)

Capítulo Nº 14


     El botones, con el rostro rojo como un tomate y sin quitarme la vista de encima, se agachó para recoger la nota que se había caído y entregármela.
Cuando estiré mi brazo para darle unas monedas, me dijo:
- Con haberla visto a usted me doy por pagado, mademoiselle.
     Y se fue como flotando, con su cabeza girada para no perderme de su campo de visión.
- ¿Qué ha dicho? ¿Por qué me ha llamado mademoiselle? - consulté a Muchosnombres que no paraba de reír.
- Lo que has oído, querida Valentina.
- ¿"Querida Valentina"? ¿Por qué me llamas "querida Valentina"?
- ¡Jajajá! ...mírate al espejo y lo entenderás.


     Inmediatamente corrí a mirarme al espejo que me devolvió una imagen mía que nunca había visto. Intrigado me miré hacia abajo y comprobé que lo que reflejaba el espejo era el cuerpo que en ese momento tenía. Y lo que veía era yo pero embutido en un cuerpo de mujer, con unas generosas y bamboleantes tetas que quitaban el hipo; un vientre plano; unas caderas que parecían de "conejita Playboy"; y un pubis coronado por un sexo de mujer primorosamente depilado con formato de corazón, atravesado por un "piercing" con forma de flecha.


- ¡Coño, Muchosnombres! ¿Qué significa esto?
- Tranquilo Valentino, tranquilo. Es sólo una pequeña broma para que te sirva de lección y compruebes cómo nos sentimos las mujeres cuando, a veces, vosotros los hombres nos devoráis con los ojos.
- Yo no soy de esa clase de hombres - le aclaré.
- "Menos lobos Caperucita" ¿Es que no me estabas esperando en pelota picada para que al verte, loca de pasión, me lanzara a tus brazos?
- Y que me dijeras "hazme tuya, Valentino" - añadí yo con humor al ver que tenía la partida perdida. Y agregué - No sabía que también podías leer el pensamiento a distancia.
- Ahora ya lo sabes. Aunque te confieso que me halagaba tu plan. También a veces a mí me gusta darme un banquete de caricias y de besos. Y si se me antoja, de postre, zamparme un flan con nata.
- ¡Fiuuuu! ¿Y cuánto tiempo vas a dejarme así?
- ¿Cómo así?
- Como chica de calendario de camionero.
- Creo que ya ha sido suficiente el escarmiento. ¡Vuelve a mirarte!


     Y en un abrir y cerrar de ojos me vi reflejado de nuevo como me había visto siempre, aunque como no tenía encima la toalla, todo lo que de acuerdo a la ley de la gravedad me tenía que colgar, lo hacía con un suave y elegante movimiento pendular.


     Cuando por fin estuve medio vestido, me dispuse a leer el papel que me había traído el botones y entendí por qué el angelito de dios me había mirado de la forma en que lo hizo. Bueno, después de todo, el pobre jovenzuelo que tenía cara de hambre carnal, por lo menos se dio un festín mirándome. El mensaje decía: "Querido Valentino, deseo volver a verte de nuevo. A partir de las dos de la tarde estaré en la Plaza del Ayuntamiento. No me busques; yo te encontraré". Aunque no firmaba nadie, me imaginé que era de Venus. Luego pensé "¿Cómo habrá sabido que estoy en Valencia en el mismo hotel que nos conocimos y amamos?".


     Mientras leía, Muchosnombres me miraba con cara de saberlo todo. Pero en vez de hacerle preguntas preferí callar. Ya me había dado una buena lección. No quería recibir una segunda amonestación y menos que me sacara tarjeta roja. Total si podía leer el pensamiento, se lo dijera o no, si quería podía conocer hasta los pliegues más íntimos de mis sueños y mis deseos. A una persona así es imposible esconderle nada porque siempre sabrá con qué cartas juega el contrincante.


     Cuando salimos del Reina Victoria el cielo se había despejado casi por completo. Sólo quedaban unas nubes blancas que parecían todavía más blancas bajo el cielo levantino que casi siempre es de un azul intenso. El vientecillo seguía siendo tibio y la gente que deambulaba por las calles se veía contenta, sonriente, dicharachera, con ganas de vivir intensamente. Al mirarlos recordé algunos documentales en blanco y negro que había visto en la televisión, que mostraban la alegría y el entusiasmo desbordados con que la población de París se echó a las calles el Día de la Liberación, en agosto de 1944.


     Aunque la plaza estaba llena, una vez más Muchosnombres hizo uno de sus  acostumbrados malabares y me encontré junto a ella instalado en primera fila, en un lugar privilegiado. De inmediato yo comencé a estirar el cuello para intentar encontrar a Venus. Aunque no la veía presentía que estaba allí, entre la multitud.


     A las dos en punto empezaron a encender los petardos y todo se llenó de ruido, humo y de un intenso olor a pólvora que me trajo recuerdos de mi niñez, de las fiestas de la primavera que celebraban en mi pueblo, en las que cada año elegían reina a la que consideraban la muchacha más bella. Luego, por la noche, la reina, ataviada con una corona brillante ceñida en su frente, acompañada por sus damas de honor, desfilaba subida en una elegante carroza, seguida por una caravana de vehículos. Toda esta parafernalia tenía lugar en medio de unos fuegos artificiales que, aunque modestos, impregnaban el ambiente del mismo aroma que yo percibía ahora.


- Fuego y ruido infernal - me dijo Muchosnombres - así empieza siempre lo que llamáis un big-bang.


     En el momento culminante de la mascletá, cuando ya había perdido la esperanza de encontrar a Venus, alguien que estaba detrás de nosotros me tocó el hombro. Me di vuelta y allí estaba, encantado de la vida, el señor Destino tomándose un helado de fresa y chocolate.
- ¡Hola! - me dijo con cierta ironía - ¿Recibiste mi notita?
- ¡Ah!... el mensaje era tuyo.
- ¿Y de quién pensabas tú que podía ser? - me preguntó riéndose en mi cara -
¿Quizás de aquella belleza que está allí con esos dos niños de cabellos rubios?


     Miré hacia donde me indicaba el señor Destino y vi a quien parecía ser Venus. Al verla, confieso que a pesar del fuerte ruido que nos envolvía, sentí cómo la sangré hacia palpitar mis sienes. En ese momento, aparte de ella, todo desapareció para mí. No sé cuánto rato estuve embobado, observándola, recordando aquellas noches maravillosas que, desde entonces, volvían y volvían a mis pensamientos cada vez que me sentía solo.
- Es Venus ¿Verdad? - le grité al señor Destino acercando mi boca a su oreja, para asegurarme que no me fuera a hacer una trastada.
- Sí, es Venus - musitó Muchosnombres con una cara que me decía "Te acompaño en el dolor, pero es por tu bien".
- ¿Sabes por qué te he preparado este encuentro? - me preguntó el señor Destino. 
- Me lo imagino - dije nervioso.
- No, no te lo imaginas, es para que te cures de ese amor. Porque ya no existe, es sólo un recuerdo, ella ahora es feliz. Y tú también podrás serlo cuando pongas algo de tu parte.
- ¿Quieres decir que ella no siente por mí lo que yo siento por ella?
- No. Para ella sólo eres un recuerdo hermoso.
- ¿Nada más?
- Nada más. Anda, aproxímate y salúdala. Va a estar encantada de volver a verte, te besará en las mejillas, te dirá que aunque han pasado varios años estás igual, que te recuerda con cariño. ¡Ah!...y también te contará que esos dos niños son hijos suyos.


     Yo dudé. No sabía si ir hacia donde ella estaba o no. Pero Muchosnombres me animó:
- Ve, acércate a Venus, haz caso al señor Destino. Te está haciendo un favor que no suele hacer a todo el mundo. Enfréntate a ella y verás cómo se romperá el hechizo y volverás a sentirte libre. Es la única manera que vuelvas a enamorarte de nuevo y que sea feliz.


     Y así lo hice. Apenas estuve junto a la hermosa Venus, como había sucedido en otras ocasiones que había compartido con Muchosnombres, todo se detuvo. Sólo quedamos con movimiento ella, Muchosnombres, el señor Destino y yo. Todo, todo lo demás, la muchedumbre y hasta la brisa quedaron suspendidas en el espacio y en el tiempo. Incluso las chispas y la humareda de las tracas permanecían inmóviles, casi al alcance de mi mano, capturadas como en una foto instantánea. Hasta la amalgama de sonidos se fue y comencé a "oír" un silencio que nunca antes había percibido. Ocurrió todo como el señor Destino y Muchosnombres me dijeron que ocurriría. Cuando me despedí de Venus la vida recobró su ritmo. Luego mi corazón se desaceleró y en mi cerebro comencé a sentir una melodía nueva que me llenó de paz.


(Continuará)
  

viernes, 29 de abril de 2011

Viaje a Valencia (quinta parte)

Capítulo Nº 13.

      A las 11:20 en punto, Muchosnombres y yo llegamos a la estación Joaquín Sorolla de Valencia. Al bajar del tren nos dimos cuenta que aunque el tiempo estaba desapacible y el cielo amenazaba lluvia, el aire era tibio. Mientras subíamos al taxi yo murmuré "Mal panorama", pensando en todas las Fallas que ya estarían emplazadas en diferentes lugares de la ciudad. Si se desencadenare un temporal, posiblemente todas quedarían escacharradas.


     Al bordear la Plaza del Ayuntamiento pudimos ver en toda su magnitud la gigantesca Falla Municipal diseñada por Pedro Baena, cuyo tema central era "Valencia 2011, sport tot l'any", llamada así en homenaje a la relación que tiene la ciudad con el deporte. Mostraba en forma destacada un inmenso ninot equilibrándose sobre un gigantesco coche de Fórmula 1 dispuesto en forma vertical. Ocupando un lugar secundario se podía ver otras figuras relacionadas con el deporte. Y como las Fallas suelen ser satíricas y críticas, en la parte inferior, ese colosal conjunto mostraba temas que aludían al dopaje. Pensé en la cantidad de horas de trabajo y creatividad que habían invertidas allí. Porque estos monumentos son el resultado de la labor de todo un año de artistas y artesanos más conocidos como "falleros". Son ellos quienes diseñan y construyen estos maravillosos conjuntos también denominados monumentos o "cadafals", que la noche del 19 de marzo, sólo con la excepción del ninot indultado, terminan transformados en cenizas.


     Cuando llegamos al hotel Reina Victoria, situado en la Calle de las Barcas Nº 4, se me arremolinaron los recuerdos. Muchos años antes, cuando en Valencia aún no habían construido los modernos hoteles que hay ahora, por razones de trabajo solía venir a este hotel que, aunque había sido inaugurado en 1913, entonces todavía seguía siendo el de más solera de la ciudad.


     Antes de entrar al vestíbulo del Reina Victoria me quedé absorto mirando el magnífico edificio de estilo clásico, que en el siglo XIX había sido un palacio. Me alegré de comprobar que mantenía la misma clase de siempre, con el valor añadido que estaba en el centro del centro, a unos pasos de casi todo.


     Recordé que en el mediodía de mi juventud, en mi primer viaje a Valencia, estando en el bar de este hotel, descubrí a una mujer muy atractiva que estaba allí de tertulia junto con un grupo de amigos. Yo estaba solo. Me había sentado a beber una "Clarita" y a olvidarme del trabajo del día que había sido intenso. Estaba despreocupado, con mi mente vagando por esos territorios de nadie, cuando repentinamente me tropecé con sus ojos. Fue como un chispazo. Ni ella ni yo esquivamos la mirada. Durante media hora estuvimos jugando, enviándonos mensajes no verbales. Repentinamente se levantó, vino hacia donde estaba yo, y se sentó junto a mí.
- ¿Has venido a las fallas? - me interrogó con desenfado.
- No, he venido por trabajo - le contesté yo - y he decidido quedarme hasta mañana para conocer un poco más esta fiesta de la que habla todo el mundo.  
     A continuación le pregunté si era valenciana y me contestó desafiante:
- ¿Acaso no se nota, forastero? - y luego agregó - ¿Sabes algo acerca de las Fallas?
     Como yo le contesté "Muy poco", ella, orgullosa, comenzó a explicarme que las Fallas valencianas tenían a sus espaldas más de un par de cientos de años. Agregó que en un oficio municipal de 1784 ya se mencionaban. Según me explicó, en ese documento las autoridades informaban al pueblo que se prohibía quemar Fallas en las estrechas callejuelas de la ciudad porque podían provocar incendios. Sin embargo autorizaban a los vecinos a encenderlas si las emplazaban en lugares abiertos como plazas y parques.


     Me relató que era probable que la palabra "falla" viniera del latín "fallatus", que era como se denominaba en el siglo tercero a las estatuas de madera en el Imperio Romano. Agregó que el origen de estas fiestas era más reciente. Hace muchos años, en la víspera de san José, que era el patrón del gremio de los carpinteros, éstos acostumbraban a quemar sus lámparas o candiles, llamados "parots" en Valencia, a las que agregaban virutas. Lo hacían no sólo en homenaje a su patrón, sino también para alegrar un poco sus vidas grises. Con los años, además de las virutas fueron agregando otros elementos a estas hogueras iniciales. Más tarde al "parot" le comenzaron a poner ropas viejas para que tuviera apariencia humana, parecida a algún vecino a quien la sociedad de entonces quería criticar o mofarse de él en forma pública. 
- ¿Y por qué sabes tanto de esta fiesta? - pregunté.
- ¡Porque amo a mi tierra! - me soltó acercando su rostro a tres centímetros del mío.


     Luego me contó cosas de su vida y yo de la mía. Así, intercambiándonos frases crípticas, comenzamos a enlazar nuestros deseos y sentimientos. Finalmente quedamos para vernos esa noche en el mismo lugar. Yo creí que no acudiría a la cita. Pero lo hizo. Durante tres noches en mi dormitorio del hotel, inundado con el aroma a velas con olor a canela y a vainilla que ella traía y encendía, celebramos intensas fiestas de amor hasta la madrugada, hora en la que se iba sin dejarme ni siquiera un zapato de cristal.


     Cuando terminé de pensar en ella, aún con mis recuerdos alborotados, nada más registrarme en el hotel, acompañado de Muchosnombres subí al bar, a la misma mesa donde había conocido a Venus, nombre con el que entonces la bauticé. Me imaginé verla sonriente como ese primer día en que me hipnotizó. Pero no estaba allí. Recordé que tenía unos pechos hermosos, llenos de lunares. La primera vez que los vi desnudos me pareció que esas graciosas manchitas eran como una foto de la Vía Láctea. Allí estaban la Osa Mayor, la Osa Menor, Andrómeda, Orión con sus tres estrellas en línea y, en el pecho izquierdo, en medio de otras constelaciones, muy cerca de su pezón, tenía un lunar inmenso.
- A este lunar lo llamaré "El Lucero del Alba" - le dije riendo mientras nos transformábamos en un nudo de besos y suspiros, sin pedirnos ni prometernos nada.


     Estaba recordando, cuando repentinamente Muchosnombre me rescató de mi ensimismamiento, preguntándome con ternura:     
- ¿Era bella? 
- Me estabas leyendo el pensamiento ¿Verdad? - le recriminé yo. Y agregué - Era bella y graciosa. Y por ese lunar la llamé Venus.
- ¿Y qué fue de ella? ¿Por qué no continuó esa historia?
- Tú mejor que nadie sabes que la vida da muchas vueltas. Pero te confieso que aunque nunca más la volví a ver, y a pesar que sólo fueron tres noches de amor, esa herida aún me duele cuando la recuerdo.
- Talvez el señor Destino metió la cola - me dijo bajito.
- Quizás, pero te puedo asegurar que nunca la he olvidado; tampoco a su "Lucero del Alba" - Y los dos reímos.


     Antes de subir a nuestras habitaciones acordamos ir a comer a algún lugar con encanto. El plan era salir a caminar a ver los monumentos que habían montado las cofradías. Discutimos dónde comer y dónde cenar. Finalmente convinimos que para el mediodía buscaríamos un restaurante con una terraza al aire libre para sentarnos a ver pasar a la gente y, de paso, degustar un buen arroz caldoso. Y para cenar, investigaríamos si en Valencia, al igual que en otras importantes ciudades del mundo, había llegado la moda de los llamados "Supper Clubs", clubes clandestinos, lugares privados y secretos donde sirven comida casera de altísima calidad a un grupo muy reducido de personas que, sin conocerse, comparten una mesa común. En estos exclusivos sitios, que algunos confunden con los "paladares cubanos", quien quiera beber vino debe llevarlo.


- ¿Te parece bien que dentro de una hora salgamos? - me consultó Muchosnombres. 
     Yo asentí y al irse me comentó:
- Me daré un buen baño y me cambiaré de ropa. A la una y media pasaré a buscarte a tu habitación. Recuerda que a las dos de la tarde, a tres pasos de nuestro hotel, en la Plaza del Ayuntamiento, tendrá lugar la "mascletá" y quiero vivirla.


     Mientras me duchaba pensé en el extraordinario parecido que Muchosnombres tenía con Venus. Por un momento sospeché que podía ser ella que de esta manera volvía a mí. Estaba imaginando esa posibilidad cuando sonó el timbre. Como aún no era la hora acordada me dije: "Si es Muchosnombres es porque quiere algo más que el tracatraca de la pirotecnia de la mascletá". Sólo de imaginarlo se me aceleró el pulso. Me sequé a medias y pensé "Iré semidesnudo para que vea lo marcado que tengo mis abdominales; esto les chifla a las mujeres". De esta guisa, sólo con la toalla atada a modo de taparrabos, fui a abrir. Al pasar frente al espejo de mi habitación me miré y dije bajito "Cuando vea este cuerpo serrano se derretirá". Y efectivamente, nada más abrir la puerta me miró sorprendida. Probablemente no se debe haber imaginado lo cultivados que tenía los músculos de mi cuerpo, porque silbó y exclamó:
- ¡Vaya cuerpazo que tenías escondidito, Valentino!


     Justo en ese momento, con la puerta todavía abierta, apareció un botones que traía una pequeña bandeja con una nota dirigida a mí. El chaval, nada más verme, puso los ojos como huevos fritos y estupefacto chilló: "¡Oh, my God!".
Y se quedó tan alelado que sus manos soltaron el plato de metal que cayó al suelo junto con el mensaje.


(Continuará)











lunes, 18 de abril de 2011

Viaje a Valencia (cuarta parte)

Capítulo Nº 12.
Trenes de alta velocidad en la estación de Atocha


     Mientras conversaba con Muchosnombres, el tren de alta velocidad seguía devorando kilómetros. Casi sin darme cuenta me percaté que ya nos encontrábamos en la mitad del trayecto, a poco más de media hora de Valencia, porque ya habíamos dejado atrás Cuenca y nos acercábamos a Requena.


     Me satisfizo que Muchosnombres dijera respecto a nosotros los humanos: "La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución". Preferí callarme durante un rato y pensar en ello. Esa frase de Muchosnombres era una forma de reconocer el esfuerzo de todos los individuos que hemos conformado la cadena de homínidos, cuyo último eslabón somos ahora nosotros los homo sapiens sapiens, en pleno despegue, aunque prácticamente comenzando a entender el mundo y a domar la naturaleza.


     Es una realidad que, desde que aparecieron nuestros primeros antepasados sobre la faz de la tierra, apenas han transcurrido un par de millones de años.
Aunque a nosotros los humanos nos parece un espacio de tiempo que da para mucho, bien pensado es un suspiro en escala cosmológica. Así y todo, en este "breve período" temporal, mientras las decenas de miles de especies que han compartido y comparten el planeta con nosotros han dedicado todo su tiempo a sobrevivir, a mirar a su exterior y a propagarse, nosotros, además de todo eso, hemos mirado hacia nuestro interior y hemos sentido la curiosidad de preguntarnos de dónde venimos, en que lugar vivimos, qué hay más allá, por qué estamos aquí, y hacia donde vamos.


     Pese a todas nuestras limitaciones, que son muchas, en este corto espacio de tiempo, hemos podido inventar herramientas, máquinas, artilugios y métodos prodigiosos para crear una "cáscara" de sobrenaturaleza que, para bien o para mal, ha cambiado el planeta. Todo esto gracias a que nuestro cerebro se ha transformado en el más evolucionado de todos los seres vivos que poblamos la tierra. El tener un cerebro más desarrollado que los demás inquilinos de esta nave común, nos ha dado ventajas añadidas muy importantes. Por ejemplo nos permitió darnos cuenta que trabajando en equipo
podíamos satisfacer mejor nuestras necesidades básicas, como la seguridad y la alimentación. Fue gracias a que nos empezamos a alimentar mejor que conseguimos un mayor desarrollo cerebral. A su vez el trabajar en equipo nos obligó a crear una forma de entendernos con los demás, a comunicarnos entre nosotros. Puede que por esta razón, hace unos doscientos mil años, emitimos los primeros sonidos que, más tarde, conformarían el lenguaje. Es posible que esta necesidad forzara a nuestro organismo a generar una proteína denominada "FOXP2" situada en el cromosoma 7. En la actualidad está científicamente demostrado que la capacidad de hablar de nuestra especie fue posible debido a que los neandertales tenían en su organismo esta proteína. 


     Todas estas circunstancias y factores a nuestro favor, nos permitieron conseguir algo que ningún otro ser vivo, por lo menos en este planeta, ha conseguido: comunicarnos, hacer públicas nuestras ideas, representarlas y compartirlas. Primero fue con un lenguaje primario, después con ideogramas elementales, luego creando y utilizando códigos más complejos. Inventamos la escritura cuneiforme hace apenas unos siete mil años. Lo hicimos utilizando estiletes sobre tablillas de barro blando. Con este invento extraordinario que es la escritura, pudimos comenzar a entregar a la generación siguiente todo un caudal de conocimientos y experiencias que, de este modo, podían quedar registradas en un soporte físico. El conseguir "imprimir" nuestras ideas fue decisivo para progresar.


     Tal como se han desarrollado las cosas, probablemente en el futuro, mediante la ingeniería genética, podamos modificarnos a nosotros mismos y dar un salto cualitativo en la capacidad de comprender ciertos arcanos de la realidad, que ahora mismo, tal como somos, es imposible dilucidar. Sería algo así como que a nuestro "hardware", que es nuestro cuerpo, le agregáramos un "software" con un sistema operativo diez, cien o mil veces mayor que el que traemos de origen. Quizás esta sería la forma de entender algo más a Muchosnombres, averiguar por qué estamos aquí, y enterarnos de dónde venimos y hacia dónde vamos.


     A pesar de toda esta lucha intensa y dolorosa por sobrevivir, muchos niños del siglo XXI, e incluso algunos adultos, creen que todos los adelantos que ahora nos rodean han existido siempre, que venían con la naturaleza. Entrar a una habitación a oscuras, apretar un botón y hacer que la estancia se ilumine lo consideran como lo más natural del mundo. Y, sin embargo, sólo hace ciento ochenta años, en 1831, un científico llamado Faraday consiguió producir corrientes eléctricas. Y cuarenta y ocho años más tarde, en 1879, otro hombre de ciencia, Thomas Alva Edison, inventó la primera bombilla eléctrica. La electricidad pareciera ser un invento más, pero gracias a la electricidad, en mayor o menor medida, otros muchos inventos han podido ser fabricados y pueden funcionar, como por ejemplo el telégrafo, la radio, la televisión, el láser, los computadores, la Tomografía Axial Computarizada (TAC) e, incluso, el Acelerador de Partículas. También utilizamos la electricidad para hacer subir y bajar los ascensores, para conservar los alimentos, iluminar los quirófanos, hacer funcionar las incubadoras...en fin, no se concibe el mundo actual sin la electricidad.


     Y todo se debe a la "máquina" más perfecta que poseemos los hombres: nuestro cerebro. Si no ¿Cómo se puede explicar que Eratóstenes, hace unos veintitrés siglos atrás, sin más herramientas que su cerebro, pudiera calcular la circunferencia de la tierra en 250 estadios, equivalentes más o menos a 40.000 kilómetros, tomando en cuenta que ahora sabemos que la cifra exacta es 40.070 kilómetros? 


     Estaba pensando en todo esto cuando Muchosnombres, dulcemente me dijo:
- He estado oyéndote en silencio, Valentino.
- Pero si yo no he hablado. Sólo he estado pensando en un montón de cosas diversas: en la relatividad del tiempo, en nuestra especie, en lo que el hombre ha conseguido crear, en que tienes razón cuando a veces me dices "Esto sucedió hace apenas un instante".
- Lo sé.
- Quizás no me haya dado cuenta y hablara mientras pensaba.
- Mon ami ¿Te tengo que recordar que no necesito que me hables para entender lo que piensas?
- ¿Verdad que puedes leer el pensamiento Muchosnombres?
- Sí, si lo quieres llamar así.
- ¿Es algo así como la telepatía?
- Sí, algo así como lo que llamas telepatía.
- ¿Y yo podría hacerlo?
- Si te empeñas ¿Por qué no?


     Muchosnombres se quedó en silencio mirándome a los ojos y a los pocos minutos me preguntó:
- ¿Me has entendido lo que te he dicho?
- Sí.
- Demuéstramelo, resume lo que te he dicho.
- Has pensado en algo así como "Si estás tan interesado en saber de dónde vienes, te puedo decir que los átomos de tu cuerpo, antes de formar parte de ti, desde la eternidad, han conformado otros organismos inteligentes y no inteligentes, de todas las constelaciones de todos los universos que existen y que han existido".
- Sí, me has entendido relativamente bien.
- ¿Y cuando muera qué me sucederá?
- ¿Cuando mueras?
- Sí, cuando deje de ser yo y desaparezca.
- Nunca desaparecerás del todo. Cuando se desorganice tu cuerpo actual ni yo sé qué ocurrirá con tus partículas, porque es un juego en el que no quiero influir.
- No te entiendo del todo.
- Digamos que eres como un caleidoscopio. Los trocitos de vidrio transparente son los mismos, pero cada vez que lo mueves y vuelves a mirar, ves una figura diferente.
- Ahora lo entiendo - le dije, y agregué - aprovechando que hoy estás más generosa que otras veces ¿Podríamos ahora hablar telepaticamente del concepto tiempo?
- Me parece que tú quieres saber demasiado, my dear. Mejor dejémoslo para otra vez... ¿Vale?
- ¡Vale! - gruñí yo un tanto desencantado.


     Justo en ese momento comenzamos a entrar a la estación Joaquín Sorolla de Valencia.


Continuará.

viernes, 8 de abril de 2011

Viaje a Valencia (tercera parte)

Capítulo Nº 11.
Jardín Tropical de la Estación de Atocha de Madrid
Antes de salir de mi departamento, Muchosnombres miró de nuevo a través de los ventanales del salón que dan al Real Jardín Botánico y se quedó unos segundos en silencio. Luego bajamos por el ascensor. En la calle nos esperaba un taxi que habíamos pedido por teléfono. Cuando llegamos a la Estación de Atocha eran las nueve y diez minutos de la mañana. El taxi nos dejó junto a las puertas de arriba, las que están al lado del parking público. 


     Cuando el taxista abrió el maletero para entregarnos nuestros trolleys, no aguantó su curiosidad y, sin disimular, le hizo un recorrido visual completo al cuerpo de Muchosnombres, que ese día no llevaba ninguna joya encima. Yo me sonreí, porque entendí que es muy difícil abstenerse de mirar de arriba a abajo y de lado a lado a esta mujer que, por lo menos para mí, es la más hermosa que he visto en la vida real e, incluso en los medios de comunicación. Y ella, que debe estar acostumbrada a ser el centro de atracción allí donde va, en vez de enfadarse por esa mirada lasciva, se despidió del chófer con una sonrisa amplia y con un "Que tenga usted un buen día, amigo".


     El primer edificio de la Estación de Atocha, que fue inaugurada el 9 de febrero de 1851, fue la primera estación de ferrocarril de Madrid. Entonces se le llamó Estación del Mediodía. Posteriormente, debido a un incendio, tuvo que ser reconstruida bajo la dirección de Alberto de Palacio, colaborador de gran Gustave Eiffel. Básicamente es el edificio que conocemos ahora.   
   
     Como hago cada vez que visitó este lugar, antes de bajar por las escaleras mecánicas me quedé mirando el llamado "Invernadero de Atocha", que es un jardín exótico, con plantas tropicales y subtropicales que situaron en medio del antiguo apeadero, e hice unas cuantas fotos. Es realmente hermoso este jardín, y los chorros de vapor de agua que el sistema de irrigación suelta intermitentemente, produce una sensación aún más real de estar junto a una selva tropical.


     Cuando bajamos hasta los pequeños lagos artificiales, comprobé que las pequeñas tortugas que pusieron allí hace algunos años atrás, ahora ya han alcanzado el tamaño de un gato pequeño. Y hay tantas, que las que no están en el agua escondidas entre las plantas acuáticas, tienen que estar, prácticamente, unas encima de otras en las terrazas que les han instalado para que tomen el aire y descansen.


     Íbamos a sentarnos en una de las terrazas del restaurante que está junto a la escultura "El Viajero" del gran artista Eduardo Urculo a tomarnos un café, pero finalmente decidimos irnos directamente a pasar los controles de pasajeros que son similares a los de los aeropuertos. 


     A las nueve y treinta y cinco minutos subimos al aerodinámico tren. Estaba previsto que el convoy saliera a las 09:40. Y a esa hora, ni un minuto antes ni un minuto después, partimos hacia la ciudad de Valencia. 


     Nada más subir nos recibieron con una copa de cava de bienvenida, nos entregaron la prensa del día y la revista "Paisajes". Ambos hojeamos por encima los periódicos. Cuando terminamos de hacerlo, hicimos breves comentarios sobre las principales noticias de actualidad: las repercusiones de la decisión del presidente Rodríguez Zapatero de no presentarse como candidato a una nueva elección, los acontecimientos en libia y, por supuesto, al nuevo terremoto de 7,1 grados que ha estremecido de nuevo al Japón, casi en la misma zona del gran sismo de 9,1 del 11 de marzo recién pasado.


     Aunque teníamos auriculares para escuchar música o seguir la banda sonora de la película, con Muchosnombres preferimos conversar.
- Valencia está junto al Mediterráneo a 352 kilómetros de Madrid. Por lo tanto, como este tren irá a una velocidad media de unos 300 kilómetros por hora, tardará menos de 100 minutos en llegar a la también llamada "Capital del Turia" - le comenté yo a Muchosnombres.
- ¿Y 300 kilómetros por hora te parece rápido, Valentino?
- Sí, para ser un vehículo terrestre me parece rápido; incluso estos trenes pueden llegar a velocidades cercanas a los 400 kilómetros por hora. ¡Imagínate!
- Quizás debíamos haber viajado por el sistema que suelo viajar yo.
- ¿A qué velocidad te puedes desplazar?
- A una velocidad, digamos "instantánea", porque te recuerdo que yo soy todo.
Es como si fuera un viaje a mí misma.
- ¿Y por qué no lo hacemos ahora?
- ¡Bah!... no tiene gracia para mí. Ya lo haremos otro día. Viajar en un Tren de Alta Velocidad, y más encima en clase Club, mirando el horizonte y cómo se suceden los paisajes, es algo digno de saborear. Como este cava Codorníu brut que está en su punto - dijo levantando la copa y mirando a contraluz las burbujas del vino blanco espumoso procedente de Cataluña, de los viñedos de Sant Sadurní D'Anoia.


     Yo me sentía feliz porque Muchosnombres de verdad parecía estar relajada y cómoda. Sentía que realmente estaba allí, sólo para mí, aparentemente sin importarle nada más, aunque su extensión fuera infinita y no tuviera fronteras ni siquiera más allá de un millón de un millón de universos similares al nuestro. Algo en lo que desde que la conocí me había dado en pensar y no había caso, siempre llegaba a un límite donde me decía a mí mismo que allí terminaba todo y empezaba la nada. Y en dos o tres ocasiones en que le confesé lo que pensaba se echó a reír mientras me decía: "Sigue, sigue más allá porque la nada no existe". Y yo le intentaba sonsacar que me descubriera la clave del infinito, pero siempre terminaba riéndose todavía más. Luego me cogía de las orejas, me rozaba mis labios con los suyos y me decía: "¿Por qué quiere saber tanto este cachorro mío?". Y yo, sólo porque me hiciera este mimo, cada vez que la veía le preguntaba de nuevo sobre el infinito. En esta ocasión intenté desviar hacia ese tema nuestra conversación y pensé: "Voy en este tren fabuloso cruzando España, bebiendo una copa de un excelente cava, el que más encima esta hermosura me tire las orejas y a la vez me dé un beso suave, es casi como morir de felicidad". Por esta razón volví a la carga.


- ¿Qué velocidad consideras tú respetable? - le espeté intentando meterla en mi corral.
- A partir de 299.792.458 kilómetros por segundo.
- ¡Fiuuuu!...o sea la velocidad de la luz en el vacío.
- Sí, porque todo lo que baje de esa cifra, digamos que a efectos cosmológicos es baladí. Por ejemplo ¿Sabes cuál es la velocidad mayor alcanzada por una máquina creada por vosotros los humanos?
- No lo sé.
- La sonda "Voyager 1", lanzada al espacio en 1977, se aleja de la tierra a una velocidad de un poco más de 61.000 kilómetros por hora. Junto con su compañera la "Voyager 2" son los ingenios creados por vosotros que están más lejos de vuestro planeta. Pero digamos, aunque existiera sólo un universo, en estas inmensidades mías, decir "más lejos" es casi una broma.
- ¡Vale! ...pero algo es algo.
- Sí, tienes razón que es algo. Lo habeís conseguido gracias a los 17 kilómetros por segundo a los que se desplaza la "Voyager 1". La verdad es que no está mal para una especie de apenas unos tres millones de años de evolución.


(Continuará)

miércoles, 30 de marzo de 2011

Viaje a Valencia (Segunda parte)

Capítulo Nº 10.
Flor del Real Jardín Botánico de Madrid.
    
 El sentir el pie de Muchosnombres en mi entrepierna me puso tan nervioso que al instante me levanté fingiendo que necesitaba más azúcar. Al girarme aproveché a mirarme sin disimulo en un espejo que hay junto a la nevera para comprobar si se me notaba mucho o poco la cara de bobo que sentía que en ese momento tenía.
     Cuando volví a la mesa alcancé a ver a Muchosnombres traspasando la puerta de la cocina sin abrirla. Cuando terminó de desaparecer yo aproveché para pellizcarme los mofletes y comprobar de este modo que lo que me estaba pasando era real. Al final opté también por salir de la cocina e ir al salón a intentar ordenar mis pensamientos. Apenas me senté en el sofá empecé a farfullar:
- Por favor que sea verdad, que sea verdad.
     Al instante Muchosnombres apareció de la nada ataviada sólo con sujetador y bragas. Se sentó en uno de los sillones mirándome con picardía, mientras me decía: "¿Quieres que juguemos a las escondidas?". E ipso facto desapareció nuevamente.


     Cuando quedé solo, desesperado, comencé a darme cabezazos contra un muro del salón para asegurarme que todo aquello que me estaba pasando no era un película. Me estaba dando el tercer golpetazo cuando oí la voz de esa hermosura que no sé desde dónde me llamaba, alargando descaradamente las letras "i" y "o" de mi nombre.
- Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo.
     Cuando oí mi nombre mencionado con esa cadencia melodiosa pensé en el flautista de Hammelin, y entendí porqué todos los pobres ratones del pueblo
lo siguieron cautivados por esa música que debe haber sido mágica.


 Valentiiiiinooooo....Valentiiiiiinooooo - oí de nuevo.
     Esta vez, en vez de calmarme, reaccioné como si me hubieran introducido una guindilla en medio de lo más profundo de mis nalgas, y comencé a girar como peonza intentando dar con el punto desde donde venía la graciosa voz de Muchosnombres. Finalmente salí disparado sin saber exactamente hacia dónde me dirigía.
- Aquí estoy, aquí estoy - empecé a gritar tan desorientado que me tropecé con la mesita de centro del salón tirando por el suelo un juego de matrioskas rusas que había traído el año anterior de un viaje a San Petesburgo. Cuando estaba recogiendo las muñecas del suelo para volver a ponerlas en su sitio oí de nuevo a Muchosnombres.
- Je suis ici, mon cher - lo decía, probablemente, con la intención de darme  pistas para que siguiera el camino más recto hacia donde ella se había instalado.
     Me pareció que estaba en mi dormitorio. Y aunque no lo creí posible me dirigí hasta allí. Y, efectivamente, allí estaba ella tendida en mi lecho, tapada por las sábanas doradas de mi cama, como una una reina cubierta de láminas de oro, flotando en un lago de nenúfares egipcios, envuelta por el mismo aroma que exhalaba su cuerpo cuando ella llegó.
- ¡Oh, my God! - exclamé.


     Debe haberse sorprendido al verme transpirando y con el cabello completamente revuelto, porque con gracia me ordenó:
- Ragazzo, vai a fare la doccia e tornare.
- ¿Qué? ¿Qué dices?
- Que vayas a ducharte y regresas; estás sudando, muchacho.


     Yo cumplí su orden sin chistar y en tres saltos estuve metido dentro del habitáculo del plato de ducha de mi cuarto de baño. De inmediato, en forma automática, giré el mando del grifo hasta el fondo, con tal mala suerte que no me percaté que el selector de temperatura marcaba el máximo. Entonces salió un chorro potente de agua hirviendo que cayó justo encima de mis partes más sacrosantas. Fue tal el dolor que sentí que no aguanté y comencé a gritar como un verraco a punto de ser sacrificado.
- ¿Qué pasa? - preguntó Muchosnombres desde el dormitorio.
- Uf, nada, es que el agua ha salido muy caliente y me he quemado un poquito.
- Pero ¿Es mucho? ¿Por qué pareces tan nervioso?
     "Como para no estarlo", murmuré yo.
- ¿Qué dices?
- Nada nada, ya casi estoy. Ahora me seco y me pongo desodorante.  
     Finalmente enfundado en una bata de color naranja con ribetes marrones entré en forma marcial al dormitorio, intentando aparentar que tenía calculado hasta el último detalle todo lo que estaba haciendo. 
     Aunque notaba cierta parte de mi cuerpo inflamada como una bombilla de 100 vatios, simulaba que todo iba bien y que era el dueño de la situación, y que ese tipo de circunstancias las vivía, por lo menos, día por medio. Me detuve a dos metros de la cama para pensar en cómo dar el siguiente paso y en si iba a ser capaz de dar el subsiguiente. 


Pero fue ella quien me facilitó las cosas porque me pidió:
- Deja caer tu bata al suelo.
- ¿Quéééééé?
- Lo que has oído, no te hagas el sordo, deja caer la bata al suelo.
     Y sin tener otra alternativa, inundado de pavor, me despojé de mi atuendo.
- ¡Mamma mía! - exclamó ella - nunca había visto una cosa tan original. Su aspecto está entre una guinda de un pastel de cumpleaños y una castaña marrón glacé. Ven, ven aquí con mamá.
- ¿Puedo bajar las persianas? - pregunté bajito para no hacerla enfadar.
- Haz lo que quieras, pero ven porque quiero comprobar si lo que veo es de verdad o es photoshop.


     Después que dejé la habitación en penumbras, en puntillas me acerqué hasta el lecho y me metí debajo de las sábanas intentando no moverme mucho. La hermosa mujer se giró hacia mí y me abrazó suavemente. Luego me apretó contra su cuerpo que yo sentí desnudo, y me comenzó a besar como nadie me había besado hasta entonces. En ese instante sentí que empezaba a subir al séptimo cielo y que luego bajaba por un tobogán de jalea de mango.


     "Dí, dí algo Valentino; en estos casos se debe decir algo", me dije a mí mismo. Y al instante le solté:
- Je t'aime je t'aime, mon amour - Y lo hice en francés porque me nació del corazón hablarle en ese idioma. 
- ¿Hablas francés, mi petit gorrión? - me preguntó ella.
- ¡Francés, alemán, rumano, y hasta chino si es necesario! - grité fuera de mí, porque a esas alturas hasta podría haber cantado en arameo y hecho los coros en swahili.
- Cálmate, petit gorrión, cálmate. Ahora quiero que te olvides de todo y que te concentres en mí; que me beses todo mi cuerpo y que me hagas volar como un colibrí - me dijo en un tono bajito pero lleno de electricidad.


     Naturalmente yo obedecí de inmediato. Comencé por besarle su cuello, y cuando iba a empezar a bajar en busca de territorios ignotos, comenzó a sonar la mierda del timbre de la puerta con tanta insistencia que me hizo despertar de mi delicioso sueño. Me senté en la cama sobresaltado, con el corazón latiéndome como un caballo desbocado, sin tener aún conciencia de lo que me sucedía, hasta que me vi reflejado en el espejo de mi habitación, dándole besos y chupetones a mi propia almohada. 
- ¡Me cago en la leche! ¡Lo que me temía! ¡Parecía tan real, pero era sólo un sueño! - vociferé, mientras el timbre volvió a sonar.


Me puse la bata y zigzagueando, intentando centrarme, llegué hasta la puerta.
- Sí - dije yo, y agregué "¿Quién es?".
Entonces una voz femenina que llenó de melodías la estancia, me contestó del otro lado:
- Soy yo chico malo, soy Muchosnombres. Vengo a invitarte a ir a Valencia.-


Ver vídeo del Real Jardín Botánico de Madrid:
http://www.youtube.com/watch?v=O6sagLx1ZCo&feature=related