martes, 22 de marzo de 2011

Viaje a Valencia

Primera parte
Entrega Nº 9.


     Cuando sonó el timbre de mi departamento yo todavía estaba en pijama, asomado al ventanal que da hacia la entrada del Real Jardín Botánico, mirando sin ver. Pensaba en cómo, en caso que sucediere, iría a ser el apocalipsis. Mientras un noticiero de radio informaba sobre los últimos acontecimientos de la intervención militar en Libia ordenada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y bautizada como "Odisea del Amanecer". 


     Medio adormilado aún y caminando como un autómata fui hasta puerta y fisgué por la mirilla. "¡No puede ser!", exclamé. Y en vez de abrir me fui directo al cuarto de baño a meter mi cabeza debajo de la ducha hasta dejármela empapada de agua fría para asegurarme que lo que había visto no era una alucinación. El timbre volvió a sonar y esta vez por partida doble. Regresé a la puerta intentando secar mis cabellos con una toalla color arena. Volví a mirar y pensé "Ésta debe ser una jugarreta del señor Destino por haberle dicho cuatro cosas la semana pasada" e, inmediatamente abrí la puerta y me quedé más quieto que una estatua de sal.


     Allí, delante de mí, de cuerpo entero, estaba Muchosnombres en versión femenina, la mujer que desde que la conocí en el café Gijón me había hecho dormir inquieto por las noches; la misma que hacía que a veces me descubriera en plena calle hablando solo, contestando a preguntas que en mi imaginación ella me hacía. Incluso me había sorprendido sentado en el Metro de Madrid recitando y volviendo a recitar ese famoso poema de Lope "Desmayarse, atreverse, estar furioso..." rodeado de gente que me miraba, probablemente, pensando en que estaba loco.


     Muchosnombres tiraba un pequeño trolley. Llevaba el cabello enmarañado y lucía un vestido ibicenco de hilo de color blanco tan fino, que me permitió adivinar el contorno de su cuerpo y darme cuenta que no llevaba sujetador. En su cuello y en sus muñecas portaba hermosas joyas de artesanía en plata. Representaban figuras de águilas tan primorosamente labradas que daban la impresión que en cualquier momento se iban a dejar caer sobre una presa que me hizo pensar "¡Ojalá la presa sea yo!".


- ¿No me invitas a entrar, Valentino? - me dijo con voz sensual y sugerente.


     Pero estaba tan alelado que en vez de reaccionar continué atónito, sin creerme aún que estaba viendo a la mujer de mis sueños, a mi Dulcinea de mis días y de mis noches, a mi Julieta Capuleto de mis amaneceres junto al balcón de Verona.


     La bella mujer, al ver que yo no reaccionaba, avanzó, se acercó a mí y me besó en la comisura de mis labios. Y con sus ojos casi dentro de los míos me dijo sonriendo:
- Cuando me miras pones cara de gato hambriento.


     Cuando percibí su piel tibia sobre la mía, sentí una corriente eléctrica que me recorrió de arriba abajo la columna vertebral, mientras un aroma embriagador envolvió la atmósfera.
     Afortunadamente al fin pude salir de mi atolondramiento y empecé a reaccionar.
- ¡Qué bien hueles! - exclamé.
- Es que vengo con "Giorgio" - me contestó.
- ¿Giorgio?...¿Es que vienes acompañada?
- No tontuelo, Giorgio Beverly Hills, es un perfume que me encanta. Lo alterno con otro que se llama "Metal" de Paco Rabanne. Tienen muchos años, pero ambos son mis favoritos.


     Aunque todavía turbado, finalmente la invité a entrar y dije la frase típica que se suele decir en estos casos:
- Perdona el desorden, pero me acabo de levantar.
- Ya me había dado cuenta; pero no tengo nada de qué perdonarte, mon ami, es tu guarida. 
- Me iba a preparar el desayuno ¿Me quieres acompañar?
- Sí, es una buena idea.
- ¿Qué quieres tomar? ¿Té, café, zumo de naranja, bollos, tostadas, mantequilla, mermelada de naranjas amargas, manjar blanco?
- Un té Ceylán y tostadas con aceite de oliva virgen, por favor.


     Juntos pasamos hasta la cocina y mientras yo terminaba de preparar el té y las tostadas, la beldad me soltó:
- Es muy hermosa la vista que tienes desde aquí. Me encantan los parques en medio de las ciudades. Son como los oasis en los desiertos. ¿Has dormido alguna vez en el desierto?
- No, pero he oído que es una experiencia muy especial. ¿Azúcar o sacarina?
- Aunque no tengo ni tendré nunca problemas ni con mi peso ni con mi figura, al té prefiero ponerle una cucharada de miel.
- ¿Por qué llevas un trolley? ?¿Te vas de viaje? - pregunté.
- Sí, y voy contigo.
- ¿Qué? - exclamé incrédulo.
- He venido a invitarte a las Fallas de Valencia, nunca he visto la "nit del foc" y no quiero experimentar sola esa sensación que dicen que satura los sentidos.


     Estuve a punto de tirar la tetera en la que preparaba el té y empezar a chillar "¡Hurra...hurra viva mi buena suerte!", pero me contuve e intenté disimular la tembladera de piernas que comencé a experimentar en ese momento.


- Valentino ¿No me oyes? Vengo a invitarte a Valencia, tengo reservado hotel y billetes para el tren de alta velocidad.
- Sí, y de paso servirnos una paella en "La Marcelina" ¿Verdad? - dije yo en forma socarrona pensando que era una broma.
- Buena idea, me encanta la paella. Y dicen que en ese restaurante las preparan bien.


     Finalmente nos sentamos enfrentados, y así, mirándonos a los ojos, comenzamos a beber el té que recién había preparado y a servirnos las tostadas que yo había bordado con aceite de oliva virgen.
- ¡Mmmmmm! Es delicioso este té ¿Dónde lo compras? - musitó el angelito.
- ¿Te gusta? Lo adquiero a granel en Barcelona, en una tienda especializada en especias que queda en el carrer de la Princesa, a pocos metros del Museo Picasso.
- Sabe a gloria. Tiene una mezcla de sabores que me agradan mucho. ¿Es una fórmula secreta?
- No...¿Qué va!. Es té Ceylán. Quizás el secreto consista en que, antes de verter el agua hirviendo a la tetera, le agrego unas astillitas de canela y unas rodajas de naranja. Y en algunas ocasiones un clavo de olor.


     Cuando terminé de explicarle mi receta del té se produjo un silencio que me recordó que en algunos pueblos del Mediterráneo, cuando en un grupo, de repente todos se quedan callados, suelen decir "Ha pasado un ángel". En este caso no había pasado, porque el ángel seguía allí frente a mí.


     Aproveché el silencio para mirar sus ojos verdes. Y me di cuenta que según la cantidad de luz que recibían cambiaban de tonalidad. Estaba como hipnotizado cuando, repentinamente, sentí que me rozaban mi pierna derecha. Pensé "es una casualidad". Pero no había sido una casualidad porque el pie de Muchosnombres, como una serpiente, siguió subiendo hasta quedar acomodado en mi entrepierna. Ante esta situación inesperada opté por quedarme quieto como un conejo acosado por un lince ibérico. Y con los ojos a punto de escaparse de mis órbitas oí que me susurraba:
- ¡Mmmmm!... pillín, veo que estás empezando a despertar de verdad.


Continuará.     






lunes, 14 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Cuarta parte.
Entrega Nº 8.


Del capítulo anterior:
     "Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.

- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido".

     La señora dejó un momento el teléfono y le gritó: 
- Han atropellado a Martita; está muy grave en un hospital de Buenos Aires y a continuación la mujer estalló en un llanto histérico.
- No puede ser, no puede ser - gemía él mientras ella se desvanecía desmayada en su silla.
     A mí la verdad es que todo aquello me pareció cruel. Y de mal gusto.  Por lo que decidí sacar un poco de genio ante ese personaje que se le supone con tanto poder, para exigirle que por mí no hiciera esa prueba.
- ¿Que me dices? Situaciones como éstas suceden millones de veces cada día - me comentó extrañado, probablemente porque nunca nadie le había plantado cara.
- No seas cabrón coño, por favor rebobina hacia atrás lo que acabas de desencadenar.
- Valentino ¿Qué sucede? Pero si tú me has pedido una prueba.
- Pero ahora te digo que ya no la quiero; así no.

     Debo haber estado muy convincente porque el señor Destino me miró sin inmutarse y, de inmediato, todo volvió a ser normal. La mujer volvió en sí casi sin percatarse de lo que le había sucedido y el hombre que antes gemía miraba entusiasmado todo lo que en ese momento le ofrecía la vida. A los pocos segundos la pareja continuó bebiendo su sangría, felices de la vida hablando en un delicioso tono porteño "de lo lindo que está Madrid, che".
- Que conste que lo he hecho por ti - me dijo el señor Destino con voz 
conciliadora.
- Gracias ¿Y qué sucederá ahora?
- Nada, no ha sucedido nada.
- Pero ¿recordarán algo ellos?
- Creerán que han tenido una pesadilla, eso será todo. Probablemente llamarán a Martita para decirles que han tenido un sueño feo y ella les dirá que en casa todo está normal.
- Gracias ¿Por qué no haces una prueba positiva? Algo que nos alegre el espíritu.
- ¡Vaaale!...Elige a un chico y a una chica cualesquiera.
     Y yo le enseñé a un chico rubio que estaba sentado en una terraza cercana a la nuestra, en un grupo mixto, formado por chicos y chicas blancos y de color, que parecían ser estudiantes norteamericanos en un intercambio cultural, o por lo menos ésa es la idea que me dieron a mí.
- Es de San Francisco - me confidenció el señor Destino - Está en Madrid en un curso para perfeccionar su castellano. ¿Y quién más?
- ¿Cómo quién más?
- Quiero decir que elijas a otro ser humano, da igual que sea hombre o mujer.

     Observé la diversidad que paseaba y, entre todos, fijé mis ojos en una chica morena con una inmensa mata de cabellos ensortijados maravillosos que portaba una gran mochila a sus espaldas. En la mochila llevaba una pegatina de una bandera chilena. Estaba entusiasmada mirando al grupo que seguía interpretando canciones de amor en el centro de la plaza.
- Esa niña morena, la de la mochila - le señalé yo.
- Es chilena - me dijo el señor Destino - Estudia arte en Santiago.

     Y se produjo un hecho extraordinario que sólo lo había visto en las películas francesas de los años sesenta. Instantáneamente la mujer giró su cabeza y miró al adolescente rubio y le sonrió. Él se puso de pie y caminó hacia ella en el momento justo en el que el cantante empezó a cantar "Bailar pegados". El chico le hizo un gesto para invitarla a bailar. Ella se desprendió de su mochila y comenzaron a danzar cuando se oyó: "Bailar de lejos no es bailar, es como estar bailando solos". Y entonces sucedió algo prodigioso. Todos, los que paseaban, los camareros, los artistas que pintaban, los que comían y bebían en las terrazas, un hombre de color que vendía el periódico "La Farola", un grupo de Hare Krishna que atravesaba la plaza, los niños y sus globos de colores, todo se detuvo. Todo quedó congelado como si hubieran sido figuras de cera. Sólo los músicos y el cantante tenían vida. Repentinamente la estrella que el señor Destino tenía sobre la frente se encendió como el sol, y la pareja de danzarines comenzó a emitir luz, igual como lo había visto en el restaurante del Casino de Madrid.
- ¿Qué está sucediendo - pregunté yo.
- Lo que está viendo - me susurró Muchosnombres - ¿Verdad que es emocionante?
- Querías una demostración positiva ¿Verdad? - dijo el señor Destino - pues ya lo ves, he hecho nacer en ellos lo que llamáis amor a primera vista. Ahora de ellos dependerá que su vidas la vivan juntos, entre San Francisco y Viña del Mar; que él sea un ingeniero de energías alternativas y ella una pintora talentosa; que tengan tres hijos; y que mueran muy viejos el mismo día y a la misma hora. Pero te repito, para que todo eso suceda ellos tendrán que poner mucho de su parte. ¿Quién sabe, verdad?
     Y este "¿Quién sabe verdad?" me lo dijo con recochineo, como queriendo decirme "Que eso es lo que va a suceder, inocente, más que inocente"

     Muchosnombres  miró su reloj de bolsillo. Luego nos preguntó:
- ¿Quieren servirse algo más?
     Tanto el señor Destino como yo dijimos que no. Ya era tarde, casi mediodía y, por lo menos yo, tenía otras cosas que hacer.
- Entonces voy a pedir la cuenta - nos dijo Muchosnombres, y agregó - Oye ¿Y por qué este buen hombre ha insistido en que tu cara le parece conocida?
     El señor Destino sonrió y nos contó la historia:
- De acuerdo a mi plan de trabajo, hace quince días atrás facilité las circunstancias para que su mujer le pusiera los cuernos con el mejor amigo de él. Aunque no me veían yo estaba allí. Y lo arreglé todo para que, en forma desacostumbrada, nuestro camarero regresara a su casa tres horas antes de lo previsto. Hubieran visto la cara que se puso cuando entró a su dormitorio y se encontró a los amantes en pelota viva jugando a papá y a mamá. Fue tal su impresión que no se le ocurrió otra cosa que exclamar: "Compadre, hace mucho tiempo que no lo veía ¿Pero qué hace usted metido en mi cama?" Lo dijo de una manera tan inocente que decidí detener la acción. Y me descuidé. Y por unos segundos vio mi rostro reflejado en un espejo.
     
     Muchosnombres lo miró y lo reprendió:
- Creo que te estás haciendo viejo para este trabajo, señor Destino.
- Pero ¿Entonces no ocurrió nada? - inquirí yo.
- Nada de nada, todo quedó en un mal sueño. Como sucedió antes con la pareja de argentinos, aborté la acción.
     Muchosnombres movió su cabeza como dando a entender que no le gustaba mucho lo que acababa de oír, miró su reloj de bolsillo, agitó la mano e hizo un movimiento como de escribir en el aire, indicando que nos trajeran la cuenta. A los tres minutos vino el empleado y volvió a 
mirar a los ojos al señor Destino. Entonces éste le preguntó:
- ¿Sabe por fin porqué mi cara le parece conocida?
- Señor, lo siento, pero por más que lo intento no logro recordar.
- Talvez me ha visto en un sueño - le dijo sonriendo el señor Destino.
     E inmediatamente el camarero saltó como un resorte y dijo con vehemencia:
- ¿Sabe que tiene razón? Tuve un sueño muy desagradable hace un par de semanas, y por alguna razón creo que usted aparecía en él. Debe ser por eso que recordaba especialmente sus ojos.

     Cobró la cuenta y se marchó feliz. Mientras caminaba se golpeaba la palma de su mano izquierda con el puño de su mano derecha, a la vez que decía muy quedo: "Lo sabía...sabía que lo conocía de algo...es que a mí no se me va una".-

martes, 8 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Tercera parte.
Entrega Nº 7.




     Al parecer el camarero que nos atendía debe haber notado que algo extraño había ocurrido en nuestra mesa. Durante las veces que vino a atendernos, más las que pasó cerca de nosotros, vio que éramos dos y, repentinamente,  descubrió que casi por arte de magia había aparecido uno más que él no tenía controlado. Medio descolocado, durante unos segundos se quedó mirando al señor Destino con la boca abierta, como si hubiera visto una aparición, que para él sí lo era.

- Por favor tráigale al señor lo mismo que a nosotros - le ordenó Muchosnombres. Y aunque el hombre algo quiso replicar, al final no dijo ni mu, anotó el pedido, se dio media vuelta y partió raudo hacia la zona de la barra del restaurante donde le entregaban los pedidos que luego servía.

     A los pocos minutos llegó con el bocadillo de calamares para el señor Destino y con una copa de cristal para que bebiera de nuestra botella de Rioja. El pan venía humeante y despedía un aroma que parecía gloria bendita. El señor Destino, que estaba hambriento, de inmediato  le hincó el diente y exclamó: "¡Mmmmm...bocata di cardinale!", queriendo acentuar que estaba exquisito.

     Mientras el señor Destino masticaba el pan con rodajas de calamares fritas en aceite de oliva, el camarero se quedó de pie junto a nosotros, con un gran signo de interrogación en su rostro. Finalmente rompió ese momento glorioso que se produce cuando uno está concentrado saboreando algo delicioso, y le consultó al señor Destino inocentemente:
- ¿Sabe que usted me parece cara conocida?
- ¿Cara conocida? ¿La mía? - le preguntó el señor Destino mientras trituraba el manjar que tenía en su boca.
- Perdone usted, pero creo que lo conozco de algo pero no me acuerdo de qué -
le dijo en forma cándida. Luego entrecerró los ojos. Probablemente intentaba rebobinar algunos recuerdos para conseguir que ese rostro calzara en el puzle que debe haber tenido a medio armar en su cabeza. 
     Muchosnombres acudió en su ayuda para sacarlo de su ensimismamiento, diciéndole en forma gentil:
- A veces también me pasa a mí que una cara me parece conocida y me cuesta acordarme de qué. ¡Ya se acordará, jefe, ya se acordará!.
- Tiene usted razón señor. Espero acordarme antes que se vayan.
     Y el hombre se alejó lentito, repitiendo en voz baja: "¿De qué lo conozco...de qué lo conozco? – Y terminó con un estentóreo - ¿De qué lo conozco, coño?"

     A esas alturas de la mañana la plaza se había llenado de una multitud de gente de toda condición. El murmullo era tan alto que a mí me daba la sensación de tener la cabeza dentro de una colmena de abejas. Pero incluso así alcanzaba a oír los boleros que interpretaba el cantante latino que, acompañado de varios músicos, deleitaba a la concurrencia junto a la estatua de Felipe III.

Mientras el sol acariciaba la piel de mi rostro, pensé que esa situación tan placentera no se repetiría tan fácilmente. Cerré los ojos y comencé a oír la canción "Mar y Cielo", uno de mis boleros favoritos. Pero Muchosnombres interrumpió la sensación de placer que estaba experimentando:
- Valentino ¿Te animas con otro bocata?
- No - le contesté - perdona que haya cerrado los ojos, pero ese bolero me gusta mucho, me transporta a un pasado en que fui muy feliz.
- Si te gusta tanto ¿Por qué te has puesto triste? 
- Porque todo aquello ya no existe.
- Por lo menos existe la canción.
- Sí. Y me trae unos recuerdos que sólo son eso... ¡recuerdos!
- ¡Qué emotivos sois los humanos! - expresó el señor Destino. 
- No sé si lo dices con sorna, pero por lo menos yo sí lo soy. Además esa canción esconde algo que creo que me pertenece, pero no sé lo que es ni tampoco tengo la clave para saber en qué rincón de mi subconsciente está.

     Entonces se produjo un breve silencio que yo aproveché para cambiar de tema, preguntándole al señor Destino:
- ¿Cómo realizas tu trabajo?
- ¡Uf! de muchas maneras; no siempre utilizo la misma técnica.
- Pero a efectos prácticos ¿Cómo la aplicas?
- ¿Quieres que te haga una demostración? Mira - me dijo - observa lo que voy hacer que ocurra ahora.
     Y mientras esto sucedía Muchosnombres se arrellanó en su silla y disimuladamente sonrió en forma socarrona.
- ¿Que va a suceder?
- Ya lo verás.
     Y en el mismo instante en que terminó de decir "Ya lo verás", en una mesa contigua, donde había una pareja de turistas de la tercera edad, sonó el teléfono móvil de la mujer, la que al instante comenzó a chillar.
- ¿Quién?...¿Cómo fue?...¿Seguro?...¡No Dios mío, a ella no! ¡A ella no! Si estaba bien cuando salimos de Buenos Aires.
- ¿Qué sucede, nena, qué sucede? - exclamó con voz temblorosa quien, probablemente, era su marido.

Continuará.

martes, 1 de marzo de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid (*)

Segunda parte.
Entrega Nº 6.

Plano general de la Plaza Mayor de Madrid

     Después de relajar mis músculos faciales y tras desaparecer la cara de moai que se me puso al contarme el señor Destino la trastada que me había hecho cuando era un crío, tardé varios segundos más en cerrar la boca. Durante todo ese tiempo, mis dos compañeros de mesa continuaron desternillándose de la risa a costa mía. Cuando por fin pude reaccionar, inmediatamente le enrostré al señor Destino:
- Increíble señor Destino...y yo sin enterarme que me has estado jodiendo la marrana desde que nací.
- Efectivamente Valentino, y lo seguiré haciendo hasta que mueras.

     Y la frase "...lo seguiré haciendo hasta que mueras" la dijo sin siquiera arrugar la frente. Como la cosa más natural del mundo. Creo que fue en ese momento cuando entendí más profundamente de qué va este juego de la vida, del destino y de la muerte. Afortunadamente desde hace mucho tiempo yo tengo asumido este proceso de degradación biológica, que unos más aceleradamente que otros vamos sufriendo a lo largo de nuestra existencia. Me parece que no es más que una desorganización lenta de nuestro organismo pero que nos lleva a todos al mismo fin. 

     Todo lo anterior me hizo acordarme de la hermosa Amparo Muñoz quien, en 1974, fue coronada Miss Universo y que acababa de fallecer a los 56 años. Como se suele decir, lo tuvo casi todo y, sin embargo, murió 28 años antes de los 84 años que es la media actual de esperanza de vida de las mujeres en España. Aunque fue bella entre las bellas, como todos, experimentó el proceso de envejecimiento permanente que no ocurre nunca en el sentido inverso, porque mientras vivimos, aunque a veces nos lo parezca, jamás rejuvenecemos.

     Y a su vez la muerte de Amparo Muñoz me hizo desembocar en esa palabra de origen griego que se denomina "entropía". Había estudiado sus varios significados, pero en estadística es algo así como "la tendencia al caos". Esta es probablemente la razón por la que esta palabreja siempre se me viene a la mente cuando pienso en el proceso del envejecimiento y en la muerte. Pero como decía antes, ya tengo la suficiente experiencia y madurez para aceptar esta realidad. Sé que tarde o temprano, como todos, también yo tendré que atravesar el gran lago para seguir formando parte del cosmos, aunque por supuesto en otro estado, de otra forma, posiblemente sin tener conciencia de que pertenezco a algo que no tiene límites y que vulgarmente conocemos como universo. Seré un montón de polvo en un cementerio, o clorofila en una planta, o energía en un rayo de luz. Y casi sin pensarlo, en voz baja me puse a recitar los primeros versos de las "Coplas por la muerte de su padre" de Jorge Manrique, simplemente porque me nació del corazón:
- Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando..." .

     Mientras musitaba esos versos, miraba mi interior. Debo haber puesto de nuevo cara de circunstancia porque el señor Destino me tomó del brazo y me dijo:
- Amigo Valentino, no te pongas tan trágico, tómalo con deportividad. Esto es como un juego. Para que te quedes más tranquilo te aseguro que mi influencia sobre tu vida y las de todos tus congéneres es sólo relativa, yo apenas marco unas pautas. De vosotros depende si conseguís o no conseguís los objetivos y metas que os trazáis.
- Explícate mejor.
- Vale, te lo aclararé. Imagínate que yo hago coincidir tus objetivos con una gran oportunidad en tu vida. Si no diseñas la estrategia y el plan adecuados, si no te esfuerzas lo suficiente, si no luchas, si no eres perseverante, si no eres riguroso, es probable que venga otro más listo que tú y te "pispe" esa ocasión. Y adiós gran oportunidad. ¿Entiendes, querido amigo?
- Entiendo, creo que en este sentido pensamos igual. Pero ¿Por qué dijiste que provocaste mi primer exilio? Que yo recuerde sólo he vivido uno. 
- ¡Hombre...Valentino! Es una manera de decirlo. Me refiero a esa primera separación temprana y brusca de la tierra en que vivías con tus abuelos.
- Tienes razón en llamarlo así, aquello era como un paraíso para mí.
- Exactamente, desde entonces fue tu paraíso perdido.
- ¿Fuiste tú quien me arrebató ese jardín de mi infancia?
- Digamos que yo puse las condiciones, señorito Valentino.

     Cuando dijo "yo puse las condiciones" dejó a un lado la seriedad con que me había hablado durante unos minutos y de nuevo comenzó con sus risas mientras Muchosnombres ahora miraba serio, un poco compungido, como condoliéndose un tanto del dolor que me había empezado a embargar. Lo que me extrañó es que nadie nos mirara mientras manteníamos ese diálogo un tanto áspero con el señor Destino.
- ¡Y cómo lloraste en aquella oportunidad! Fue el período de tu vida en que más lágrimas derramaste. Recuerdo que luego casi caíste en una depresión profunda.
- Yo entonces no sabía lo que era una depresión, pero es verdad, no tenía ganas de nada, todo me daba igual. Sólo quería regresar al lugar de donde mis padres me habían arrancado.
- ¿Te acuerdas que estabas en la playa, en pleno verano, jugando con esqueletos de erizos, con más de 30 grados de calor y, sin embargo, tiritabas de frío?
- No era frío físico, era frío emocional. Entonces tenía mucha pena, se me habían acabado las ganas de vivir.
- No fue para tanto, tú te lo tomaste muy a la tremenda.
- ¿Cómo que muy a la tremenda? ¿Qué harías tú si a los diez años de edad, de la noche a la mañana, te alejan del lugar donde has vivido esos primeros diez años de vida y te llevan a otra ciudad con otra gente?
- Pero Valentino, quienes te llevaron no eran "otra gente", era tus padres, tenían derecho a hacerlo.
- Eso es discutible y prefiero que no lo hagamos ahora.

     En ese momento me distraje un instante y miré en rededor. Me di cuenta que mientras el señor Destino y yo platicábamos sobre mi vida, en medio de la plaza, junto a la estatua ecuestre del rey Felipe III, un conjunto latino interpretaba canciones de amor. Mientras, Muchosnombres aprovechaba la atmósfera romántica para ligar con una guapa chica de color que estaba dos mesas a la derecha de la nuestra. Mi amigo le sonreía y le lanzaba besos en forma descarada. Probablemente a ella debe haberle gustado el juego porque también le hacía guiños con los ojos. Aunque el señor Destino también vio toda la escena no le dio importancia y volvió a retomar el tema en que estábamos enfrascados.
- ¿Sabes Valentino? Debo reconocer que a veces me producías ternura, porque te sentías tan desvalido que hasta llegué a pensar que no serías capaz de remontar el vuelo.
- Pero lo remonté, me costó pero salí adelante.
     Por fin Muchosnombres volvió con nosotros, dejó de lanzarle besitos a hermosa la mujer y dirigiéndose al señor Destino, le espetó:
- Aquí no sólo se viene a dar conferencias magistrales ¿Qué quieres comer y qué quieres beber?
- Lo mismo que vosotros, a mí también me chiflan los bocatas de calamares. Hará por lo menos sesenta años que no los pruebo.
     Muchosnombres llamó al camarero y cuando éste estuvo junto a nosotros permitió que él también pudiera ver al señor Destino.

(Continuará)

*http://es.wikipedia.org/wiki/Plaza_Mayor_de_Madrid






martes, 22 de febrero de 2011

Desayuno en la Plaza Mayor de Madrid

Quinta entrega.
Febrero de 2011.
Artista callejero actuando en la Puerta del Sol de Madrid
     A pesar de ser invierno Madrid había amanecido lleno de sol.
La noche anterior los programas del tiempo de las televisiones regionales y nacionales habían anunciado que al día siguiente se alcanzarían los quince grados de temperatura. Y habían acertado. Esa misma semana en algunos árboles ya habían empezado a nacer las primeras flores blancas y rosadas que anunciaban una primavera adelantada. La temperatura y los primeros árboles floridos, unido a una brisa suave que acariciaba el rostro, aumentaban en la gente las ganas de vivir y de echarse a la calle. Todo eso, unido a la gran cantidad de turistas que inundan todo el año Madrid, hacía que la capital de España pareciera una fiesta.


     El desayuno con Muchosnombres sería en la Plaza Mayor a las diez de la mañana. Como es muy difícil aparcar en esa zona de Madrid, opté por tomar el Metro. Eran las nueve y cuarto de la mañana cuando me bajé en la parada Gran Vía. Cuando salí al exterior, con mucho placer comencé a bajar por la calle Montera que, como es habitual, estaba repleta de prostitutas morenas, la mayoría latinas. También había algunas rubias y altas, algunas tan jóvenes que parecían ser menores de edad. Estas últimas, probablemente, de los Países del Este por el color de su piel y de sus cabellos. 


     Al llegar a la Puerta del Sol me detuve un rato a ver un espectáculo que presentaba un grupo de mariachis mexicanos quienes, impecablemente ataviados y premunidos de guitarras, trompetas, vihuelas, guitarrones y hasta un acordéon, hacían las delicias de un numeroso público tocando y cantando rancheras y corridos de su país. Cuando yo me uní al grupo los charros estaban terminando de cantar en forma impecable "...no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey". Recordé que días antes había leído que esta famosa canción llamada "El Rey" es de un conocido autor llamado José Alfredo Jiménez, considerado el mejor compositor mexicano de música ranchera. A continuación siguieron con "Pénjamo", una antigua ranchera que popularizó Pedro Infante y que yo oía cuando era niño.


Una vez dejé el conjunto de mariachis me encontré con el grupo de "hombres estatuas" que a veces, incluso de madrugada, están allí inmóviles esperando que alguien les dé una moneda para iniciar un movimiento, la mayoría de las veces inesperado y jocoso. Luego tomé por la calle Mayor y seguí por la calle Postas. Al arribar a la hermosa Plaza Mayor de Madrid miré mi reloj. Faltaban cinco minutos para las diez de la mañana. Di una vuelta hasta que vi a Muchosnombres sentado en una terraza con un emplazamiento privilegiado, gracias a lo cual recibía una gran cantidad de sol. Estaba leyendo "El País" en el que la noticia destacada eran los cruentos sucesos que estaban teniendo lugar en Libia.


     Confieso que me desilusionó verlo como en nuestros primeros encuentros y no como esa bella mujer con la que había charlado en el café Gijón, que me había dejado obsesionado con el beso de despedida. Pero inmediatamente me repuse y la verdad es que me acerqué feliz a abrazar a Muchosnombres en su versión yang. Después del saludo me senté y me percaté que estábamos en la terraza que está junto al hermoso edificio que se conoce como "Casa de la Panadería". Es un edificio de cuatro plantas terminado en 1619, con unos frescos de hermosos colores en su fachada, que representan personajes mitológicos que fueron realizados en 1992 por el artista Carlos Franco.


     El gran rectángulo de la plaza, como sucede casi siempre, estaba repleto de centenares de turistas, algunos caminando de un lado a otro, y otros sentados en las sillas de las terrazas de los numerosos restaurantes que dan servicio de hostelería en el lugar. El ritmo era tan frenético que los camareros parecían danzar entre las mesas. Iban y venían trayendo chatos de vino, cervezas, chupitos, bebidas y cafés. Y, por supuesto tapas, pinchos, montaditos, y porciones variadas: de chopitos, de diferentes tipos de paellas, de jamón serrano, de huevos estrellados, de patatas fritas, de patatas bravas, de empanadas y de pulpo a la gallega entre otras delicias gastronómicas.


     Muchosnombres y yo decidimos pedir un bocata de calamares, uno de los bocadillos más típicos y sabrosos que se pueden consumir en la plaza. Y para beber elegimos un tinto de La Rioja que, como se dice vulgarmente, estaba como para resucitar a un muerto.


     Aunque yo intenté dos o tres veces que habláramos del encuentro en el café Gijón en el que quedé prendado de esa mujer maravillosa que me dio el beso más intenso de mi vida, Muchosnombres esquivó hábilmente el tema hablando del tiempo; de los dos pilotos libios que, con sus correspondientes aviones de combate, aterrizaron y pidieron asilo político en Malta. Luego me propuso que jugáramos a calcular cuántas nacionalidades de turistas habría en la plaza. Estábamos en eso cuando Muchosnombres, repentinamente, exclamó:
- ¡Mira quién viene ahí!
- ¿Quién? - pregunté yo, mientras vi que Muchosnombres le hacía señas a un hombre de unos cuarenta años, alto, bien parecido y vestido de manera informal pero elegante.  
- Es el señor Destino - me contestó.
- ¿El señor Destino? Nunca había oído hablar del señor Destino.
- Es raro que no lo conozcas, querido Valentino. El señor Destino es a quien casi todo el mundo conoce y lo tutea llamándolo simplemente "destino". 
- ¿Te refieres al destino destino, a lo que se conoce como fuerzas desconocidas que influyen sobre sucesos de las vidas de los hombres?
- Sí, al mismo, al destino destino, como dices tú. El que hace que tu vida vaya para un lado o para otro sitio, el que hace que tu vida sea feliz o infeliz.
- ¡Ah!... entonces sí lo conozco. Bueno, de nombre. ¿Y tú de qué lo conoces?
- ¡Hoooombre! Eso no se pregunta Valentino. Él trabaja para mí desde siempre.
Es parte de mí igual que tú; recuerda que yo soy todo.
- ¡Fiuuuu! Estoy impresionado. Nunca antes lo había visto. Jamás me imaginé que existiera este personaje y menos que lo iba a conocer en persona.
- Naturalmente que nunca lo habías visto antes porque nadie tiene facultad para verlo; ahora lo ves porque yo te permito que lo veas.
- ¿Sabes? Nunca lo imaginé así.
- ¿Así cómo?
- Tan sencillo, tan cercano, tan humano.
- Jajajá. Recuerda que no tienes que creer en todo lo que ves. No te fíes de tus primeras impresiones. Es peligroso no contrastar. Puedes equivocarte. Nunca de fíes de él, porque cuando menos te lo esperas éste te hace una putada de las gordas.
- ¿Por qué me dices que no me fíe de mis primeras impresiones?
- Porque perteneces a una especie muy peculiar, Valentino. Soléis juzgar por la primera impresión que, como sabrás, incluso por estudios realizados por vuestros propios psicólogos y sociólogos, son altamente fallidas.
- Pero es que casi sin pensarlo, por la pinta, uno hace una primera valoración de la persona que tiene delante.
- Efectivamente es lo que soléis hacer. Pero como sois tan clasistas y racistas, casi siempre la cagáis. Reaccionáis en base a imágenes, a moldes hechos, a estereotipos. 
     Yo le encontré toda la razón. Y de vergüenza de verme retratado así, preferí hacerme el tonto. Pero igual le contesté con una frase hecha.
- Puede ser, pero no todos somos iguales.
- Valentino, eso que acabas de decir es una de las excusas más trilladas del mundo. Sucede algo parecido cuando los militares golpistas que matan y torturan se defienden diciendo: "Sólo cumplía órdenes superiores". Pero volvamos al señor Destino ¿Cómo te lo imaginabas? 
- La verdad es que no lo imaginaba. Pensaba que no era un ente, sino una suma de circunstancias que se mezclaban por azar, como un cruce eterno de caminos en el que cada uno de ellos te lleva a una situación diferente.
- No andas descaminado; algo de eso hay.


     Cuando el señor Destino llegó a nuestra mesa saludó a Muchosnombres en forma efusiva diciéndole "Hola querido, jefe" y le dio un beso en cada mejilla, mientras Muchosnombres lo invitaba a compartir la mesa.
- ¡Siéntate, majo! - le dijo.
     Y sin haberlo imaginado ni soñado me vi sentado junto a una mesa de un restaurante de la Plaza Mayor de Madrid nada menos que con Muchosnombres y con el señor Destino. Ambos ahí, al alcance de mi mano y tratándome de igual igual a mí, pobre mortal. 
     Escruté largamente al señor Destino y me di cuenta que no era diferente a la mayoría de los hombres, a no ser por un lunar con forma de estrella que tenía en medio de la frente.
     Fue entonces cuando Muchosnombres nos presentó.
- Valentino, te presento al señor Destino; señor Destino, te presento a mi amigo Valentino. 
- Encantado de conocerte - le dije yo - mientras le ofrecía mi mano.
- Ya nos conocemos - me dijo él sonriendo - y sé que tu nombre verdadero no es Valentino. Mira te conozco tan bien que te podría contar tu vida mejor que si lo hicieras tú.
- ¿Sí?
- Sí, querido amigo. Y te confieso que a lo largo de tu vida te he hecho pequeñas, medianas y grandes putadas. Y también cosas muy buenas para ti. Lo que pasa es que como no te las he hecho todas a la vez, desde pequeño te has acostumbrado a ellas.
- ¡No jodas!
- Sí ¿Quién crees que provocó tu primer exilio cuando apenas eras un niño? - confesó riéndose a mandíbula batiente mientras Muchosnombres también se carcajeaba hasta las lágrimas.     
     Me golpearon tanto su confesión y sus risotadas destempladas que yo me quedé sorprendido, como de piedra, como moai de la Isla de Pascua, sin atinar a abrir la boca.


(Continuará)

domingo, 13 de febrero de 2011

Encuentro en el café Gijón

Cuarta entrega.
Febrero de 2011.



Cuando esa tarde llegué al centenario café Gijón el ambiente era como un caldo denso formado por un barullo de conversaciones que subían y bajaban de tono.
     Nada más entrar me topé con una mesa donde Pedro Almodóvar y Bibí Andersen hablaban de James dean; comentaban que de estar vivo, el pasado ocho de febrero hubiera cumplido 80 años. Un poco más allá divisé a algunas actrices y actores que conversaban en forma acalorada, probablemente de los Premios Goya (*) que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España entregarían el 13 de febrero en el Teatro Real de Madrid.
     En otra mesa, junto a los ventanales que dan a la calle Recoletos, dos escritores cuyos nombres no recordé y la madura y bella escritora uruguaya Carmen Posadas, gesticulaban ostentosamente con sus manos.
     Sin embargo Muchosnombres, al parecer, aún no había llegado.Después de un par de minutos de escudriñar por todos los rincones, me entretuve en mirarme en un espejo y me di cuenta que me veía enjuto y encorvado. me dije "Cúidate, mira que para ti sí que transcurre el tiempo". Estaba en eso y pensando en que Muchosnombres no acudiría la cita, cuando se me acercó un camarero octogenario que me consultó apresurado:
- Señor ¿Es usted quien tiene una cita con Muchosnombres?
- Sí ¿Por qué? - sin saber porqué contesté a la defensiva, como si hubiera estado siendo observado por una tribu de cazadores de cabezas en plena selva Amazónica.
- Por favor, sígame, le esperan.
Se giró en 180 grados y, de inmediato, comenzó a caminar con un pasito bailado como lo hacen los soldados de la Legión cuando desfilan el Día de las Fuerzas Armadas con cabra incluida, dándome apenas tiempo para seguirlo, hasta que llegamos a una mesa donde había una bella y sonriente joven de edad indefinible, con una minifalda que daba hipo, una cintura de avispa y un escote, como se dice coloquialmente, "demasiado para el cuerpo". Me quedé quieto, observándola con la boca abierta. Entonces la chica se puso de pie, me besó en ambas mejillas y me susurró con voz sensual y acento afrancesado:
- Tonto ¿No me reconoces? Soy yo ¡Muchosnombres! 
- ¿Cómo que eres Muchosnombres si él es un hombre? - pregunté yo incrédulo, y agregué - Además él habla un impecable castellano de Burgos.
     Debo haberme quedado con una cara similar a la de unos amigos míos después de haberse fumado unos pitillos de marihuana en un coffee shop de Amsterdam llamado "Grasshopper", porque muchos me miraron extrañados como si hubiera estado volando a propulsión "canuto".
     La hermosa mujer, o sea Muchosnombres , intentó cerrarme la boca con la mano para evitar continuar llamando la atención y, a la vez sacarme de mi encantamiento. Finalmente me sacudió por los hombros y mirándome fijamente a los ojos me transmitió en forma telepática el siguiente mensaje: "Soy el ying, pero también soy el yang, la dualidad de todo lo existente. Y digamos que hoy me ves como ying. ¡Cálmate!".
- ¿Dónde está la cámara oculta, Dios mío, dónde está? - Balbucee yo por lo bajini mientras buscaba el objetivo por todos los rincones del café.
- Hombre, no hay cámara oculta. Soy tu amigo y no te estoy gastando ninguna broma. Nos conocimos en el Parque del Retiro ¿No me recuerdas?
     En ese momento se acercó el camarero para preguntarnos qué nos serviríamos. Ambos optamos por un café con leche y un cruasán a la plancha. Apenas estuvimos solos yo volví al ataque con toda mi caballería.
- No lo entiendo ¿Es que un día eres hombre y otro mujer? ¿O el cambio va por semana sí semana no? ¿Qué significa esto? - le dije señalando con mi dedo índice sus maravillosas piernas enfundadas en unas medias negras, que terminaban en un liguero con pequeñas florecitas doradas bordadas en forma primorosa.
- Esto que llamas "¿Esto qué significa?" son mis piernas, como puedes ver son largas, bien torneadas y me llegan al suelo. Me parece que a pesar de lo que hemos hablado sigues sin entender nada, mon ami. 
- ¿Pero cómo quieres que entienda, mademoiselle? - argüí yo metiendo en forma forzada una palabra en francés para que se diera cuenta que no estaba hablando con un don nadie, sino con un tío culto como Sánchez Dragó. Y continué - Lo que va a suceder es que me voy a volver loco. Anteriormente Muchosnombres me dijo que él es algo así como Dios, y ahora te presentas tú, una mujer exuberante de los pies a la cabeza, y me dices que eres Muchosnombres. ¡Esto es suplantación de personalidad por partida doble! ¿Por qué ahora tengo que creerte que eres Muchosnombres?
- ¡Merde! Porque soy quien te dice que soy. La semana pasada estuvimos almorzando en el Casino de Madrid donde, por incrédulo, terminaste con tu chaqueta llena de mierda de pájaros y acojonado por la presencia de un Tyrannosaurus Rex que tú mismo me pediste que, a modo de prueba, te hiciera aparecer. ¿Sí o no?
- Este, sí...así fue - dije yo un poco más tranquilo.
     La verdad es que a estas alturas del partido, frente a esa diosa de carne y hueso, yo era capaz de tragarme cualquier camelo. Si me hubiera dicho que yo era Manolete, incluso hubiera sido capaz de torear toros de la ganadería de Miura, ahí en medio del salón. Además estaba tan turbado que no sabía si mirarla con los ojos que se mira a una mujer o con los que se mira a un hombre.
- ¿Y si la próxima vez te presentas con la apariencia del Orfeón Donostiarra? 
- No sea exagerado gâteau. Vamos tranquilízate "gatitó" y deja tus dudas y tus nervios a un lado - Cuando dijo "gatitó", lo dijo ácentuando la letra "o" de una manera tan sexi y poniendo los labios como cuando Sarita Montiel canta "Fumando Espero", que casi me meo de la emoción. Y agregó - Siéntate bandido para que sigamos conversando en forma civilizada como lo hemos hecho en nuestros encuentros anteriores.
- Ya estoy sentado. Pero es que...
- Pero es que...pero es que...mira, para que te convenzas del todo durante tres segundos volveré a tener la apariencia con que me has conocido anteriormente, pero de inmediato volverás a verme como me estás viendo ahora. Abre bien los ojos, cierra la boca y haz trabajar tus neuronas.
     Y así fue. De repente vi como en una instantánea al Muchosnombres de siempre, pero de inmediato volví a verlo como "madre mía qué cosita más rica". Entonces me tranquilicé y poco a poco me fui convenciendo que esa bella mujer era Muchosnombres, aunque con otro aspecto que a mí me empezaba a trastornar.
- ¿Qué tal? - preguntó.
- Todavía con tiritera - exclamé yo.
     Al oír mi respuesta Muchosnombres se echó a reír.
- Qué divertido eres, pillín. ¿Cómo te ha ido esta semana? - me consultó pellízcándome un moflete, con una gracia, que ya la hubiera querido tener Marilyn Monroe cuando cantó a John Kennedy el mítico "Happy birthday mister President".
     Estaba todavía tan turbado que en forma entrecortada le contesté:
- Me ha ido bien ¿Y a ti qué tal? Aunque por buena educación creo que debo preguntarte si te puedo seguir tuteando.
- Pero hombre, si desde el primer minuto que hablamos nos tuteamos ¿Por qué ahora no? En cuanto a cómo me ha ido, te contesto que très bien.
- Claro, es natural ¿Cómo te va ir mal a ti que si quieres puedes ser Bill Gates, Lady Gagá, la Duquesa de Alba o quien se te ocurra?
     Y me miró sonriente, haciéndome un gesto con sus manos, como queriendo
decirme "¿Qué quieres que le haga?".
- ¿Otro café?
- Oui, mon amour - asentí yo sin darme cuenta de lo que balbuceaba. Y continué - ¿Sabes? he pensado mucho en nuestros encuentros anteriores para explicarme esta relación nuestra. Y una de mis teorías es que no son más que sueños míos. Pero por si estas pláticas nuestras fueran reales he hecho una lista de cosas que quiero preguntarte.
- Eso está bien. Una de las cosas que más me gustan de tu especie es el afán por saber más y más.
- Es que para nosotros hay cosas que nos cuesta mucho entender.
- Bueno, no a todos. En honor a la verdad a unos más que a otros.
- Así es. Yo soy del grupo que nos cuesta un poco entender ciertas cosas.
- Puedes preguntar, pero te advierto que como hago siempre, te contestaré sólo lo que yo quiera contestarte.
- ¿Hiciste tú el universo?
- ¡Fiuuuuuuu! - silbó - ¿Cuál universo?
- Ya sabes a que me refiero. Al cosmos. A todo lo que nos rodea, a todo lo que existe. Esto que algunos como mi amigo Richard Appleyard dicen que comenzó con el big-bang
- Voy a repetirte lo que te he dicho en otras ocasiones. Yo no necesito crear el universo porque el universo forma parte de mí. Y yo he existido siempre. En cuanto al último big-bang, fue una explosión que ocurrió hace apenas un poco más de trece mil millones de años. Y para que sepas, y se lo puedes decir a tu amigo Richard, no ha habido un solo big-bang, sino que han habido infinitos big-bang con sus correspondientes infinitos bigs-rips.
- ¿De verdad que te parece poco tiempo más de trece mil millones de años?
- ¡Me parece una mierrrrda! Trece mil millones de años es menos que un instante.
- ¿Cómo que menos que un instante? ¡No seas exagerada!
- Te he repetido más de media docena de veces que para mí todo ocurre a la vez en una especie de singularidad espaciotemporal.
- Pero no puede ser, hay un factor que se llama tiempo y que...
- ¿Ves? Aunque te lo explique trece mil millones de veces no lo entenderías.
- No me ofendas ¿Por qué no puedo entenderlo?
- Porque en esa carcasa de cuerpo que posees no tienes instalado el software necesario para entenderlo. La carencia de este programa es una de las razones por las que casi todos vosotros estáis obsesionados con el antes, con el durante y con el después.
- ¿Es que no es así?
- ¿De nuevo, mon Dieu? Pareciera que es así pero no lo es.
- Pero si la semana pasada, o sea antes de ahora, estábamos comiendo en el restaurante del Casino de Madrid; y hoy estoy aquí conversando contigo, que dicho sea de paso estás como un tren; y mañana tengo cita con el urólogo porque tengo mi revisión anual de próstata. Si fuera ahora al urólogo la secretaria me diría: "El doctor no puede atenderlo hoy, porque su cita es mañana". ¿Te das cuenta que a efectos prácticos todo no ocurre a la vez?
- ¿Y?
- Intento decirte que antes, repito antes, estuvimos en otros lugar; que hoy, repito hoy, estamos aquí; y que mañana, repito mañana, yo estaré en un sitio distinto y tú quién sabe dónde.
- ¿No te has parado a pensar que tus sentidos pueden engañarte?
- Sí, lo he pensado, pero son los que tengo. No tengo sentidos de recambio. Y con estos sentidos que tengo, desde niño he intentado explicarme el infinito y la eternidad y no logro entenderlo. Algo se me escapa.
- ¿Sólo algo?
- Bueno, mucho. Casi todo.
- Mejor no te preocupes más porque nunca lo vas a entender.
- Entonces explícamelo tú.
- ¿Para qué? No lo entenderías.
- Mademoiselle, aunque sólo sea una breve introducción a la eternidad y al infinito.
- ¡Insistente, el "jodío"! Quizá algún día te explique un cachito. Y ojo, estoy usando un término tuyo referido al futuro.
- ¿Cuándo me lo explicarás? ¿Cuando esté muerto?
- Oye, cuando hablas de la muerte lo haces como con un ritintín negativo.
- Es que ésa es otra, a ninguno de los humanos nos gusta morir. 
- ¿Y por qué algunos se suicidan?
- ¡Touché!
- Mejor míralo en forma positiva. La muerte es algo natural. Es pura igualdad. Es lo más justo que existe. La diseñé de manera que nadie se pudiera escapar de ella. Ni los que acumulan dinero, ni los que acumulan poder. Ni tan siquiera los que acumulan sabiduría. Imagínate cómo sería esta selva vuestra si los inmensamente ricos que viven en este grano de arena en que vivís pudieran por ejemplo, comprar 200 años de vida. O mil años de vida. O diez mil años de vida. Y no sólo es que traten de vivir más de una vida, sino que también sueñan con mantenerse sexualmente activos durante todo ese tiempo que anhelan poder comprar. Sobre todo ésos que llamáis famosos. Ésos que durante sus vidas han presumido de haberse acostado con miles de mujeres. Como si eso fuera una hazaña heroica. Sin embargo la mayoría de esos egoístas jamás han hecho algo realmente heroico en sus perras vidas, como salvar otras vidas o disminuir el dolor y el hambre de millones de sus semejantes que padecen y sufren cada día.
- Tienes razón Muchosnombres, si pudieran comprar tiempo de vida sería totalmente injusto - le confesé ya más convencido de su argumentación, aprovechando a echarle un buen repaso a sus meridianos y a sus paralelos corporales.
- Oye...¡jajajá!"...me has mirado de manera libidinosa, como solía mirarme Rodolfo Valentino. ¡Mmmmm! a propósito de Valentino, como no quieres que mencionemos tu nombre verdadero, desde ahora te llamaré Valentino ¿Te parece bien?
     A esas alturas de la tarde invernal, ya con las penumbras afuera, el café Gijón se había llenado hasta los topes. Entre el aroma a café y el calorcillo que lo inundaba todo, acepté que Muchosnombres me llamara como quisiera llamarme.
- Velentino me parece bien. Y me has caído tan en gracia que a ti te lo consiento todo - le contesté arreglándome con coquetería los cabellos de mis sienes.  
     Fue entonces, cuando yo ya estaba como una moto de entusiasmado con ella, que me dijo: "Valentino, tengo que irme". Luego escribió algo en una servilleta, la besó dejando sus labios impresos en ella y me la entregó. Leí el mensaje en silencio y me preguntó:
- ¿Te parece bien el día, la hora y el lugar del próximo encuentro?
     Estuve a punto de contestar "Sí, mi amor", pero me contuve y asentí con la cabeza. Pagué la cuenta y luego salimos juntos hacia la calle mientras que casi todos los hombres me miraban con envidia, probablemente pensando que de ahí nos íbamos directos a acostarnos al hotel Ritz.
Ya en el paseo Recoletos, Muchosnombres sonriente y envuelta en un perfume embriagador, me besó en los labios hasta hacerme estremecer. Luego me dijo adiós y tiró para el lado del Museo Reina Sofía. Y yo con cara de bobalicón y hablando solo y en voz alta, comencé a caminar en dirección hacia el Museo del Prado.-

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